Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

El dragón en su cueva

por | Nov 30, 2020 | Opinión

Fenómeno indescriptible, la muerte de Maradona unió en llanto a un país y a los más recónditos rincones del mundo. Talento icónico, personalidad desmesurada, un acontecimiento.

Algo de aire corre. Es una de esas noches de primavera que ya es verano, húmeda, pringosa, corta. Tengo la radio de fondo. Casi no entiendo lo que dicen pero me hacen compañía. Ese tipo de compañía que no hace falta explicar porque solo tiene sentido para quien la busca o la encuentra allí. Como escapando, entre esa brisa que no lo es y esas voces que tampoco lo son, de un cimbronazo inentendible, inaudito, inesperado. Huyendo de algo que, más lento que veloz, se va encarnando, se va haciendo escamas. A veces escribir tiene, o pretende tener, una meta bien clara. A veces se trata de intervenir, o pretender intervenir en una discusión pública. A veces es cuestión de trabajo con la fe puesta en poder publicar una investigación. A veces es simplemente un intento de contar una historia con la férrea convicción de que al alguien le puede interesar. Escribir es, para mí, siempre una forma de escapar de un asedio aunque nunca lo logre.

Las tramas del asedio suelen ser oscuras, desordenadas. Las tramas del asedio se envigan en todas direcciones, sin estructura, como moldeando un mapa sin referencias, sin norte alguno posible. Escribir escapando de tantas cosas, tantos años. Y terminar escribiendo para huir de fotos de un héroe. Escribir para ver si puedo dejar de llorar un rato cuando relatan un gol de Maradona, para ver si le gambeteo un poquito a la garganta anudada cuando se muestra alguna foto o cuando alguien cuenta, mejor que yo, lo que le está sucediendo. Escribir para fracasar, entonces y de entrada, escribir simplemente para no buscar ninguna explicación sino algún refugio.

Maradona es el hecho social más perfecto del que cualquiera de nosotros haya podido participar. Roto y homogéneo, feroz y sensible, pero inevitable aun para quien nunca pateó una pelota. Maradona es el nombre de tantas cosas a la vez que, justamente por eso, no tiene explicación. Y no la necesita.

No tengo anécdotas. No tengo tampoco ninguna posibilidad de originalidad en este trayecto. No hay nada más que vísceras contraídas, un par de ojos maltrechos y la necesidad intacta de escapar por un rato. Se murió Diego, loco, se murió. Es imposible de esquivar. Tiene ese magnetismo inevitable que define a Maradona como a nadie más. Maradona es el hecho social más perfecto del que cualquiera de nosotros haya podido participar. Roto y homogéneo, feroz y sensible, pero inevitable aun para quien nunca pateó una pelota. Maradona es el nombre de tantas cosas a la vez que, justamente por eso, no tiene explicación. Y no la necesita.

Hace un tiempo ya, en un homenaje donde le entregaban un premio a Sean Connery por su trayectoria, subió al escenario James Earl Jones junior. Se acercó al micrófono y dijo: “It´s his voice, it´s his voice”. Como tratando de explicar el secreto del magnetismo de Sean Connery, él decía que es su voz. Esa tonalidad única, acentuada de manera tan singular, inimitable. Verdaderamente, no sé si el secreto de Maradona se puede encontrar, no sé si hay uno. Pero, sigo intentando huir, para mí es el pecho. El pecho de Diego es una especie de planeta, es un territorio donde entra absolutamente todo.

Miras y miras videos, fotos, lo que sea. Maradona siempre tiene el pecho ancho, siempre abierto. Pero no tiene el pecho marcado por estructuras de plástico como los de las películas o por sustancias que te hacen parecer un hombre de gimnasio. Se trata de un pecho que encara y alberga. Un pecho que le hace lugar, incluso, a que Peter Shilton se queje por la mano de Dios y no diga nada de la docena de patadas ilegales que le pegaron a Diego porque, dentro de la ley, no lo podían parar. Maradona es un pecho siempre esbelto, levantando el cuello, un pecho imposible de esconder.

Se trata, el pecho de Diego, de una prodigiosa invención de la naturaleza que alberga todos los miles de análisis que hacemos y se han hecho. Análisis que no tienen respuesta posible. Análisis que, en el fondo, no merecen explicación, como el mío mismo, porque es Maradona. Es sensibilidad sin ninguna forma posible de control. El escape, al fin y al cabo, parece ser tratar de poner en palabras algo tan difícil, algo que sabes que compartís con tantos y tantas, algo como el heroísmo. Esquivando banalizaciones. Esquivando argumentos vetustos que ya ven en la mistificación de Diego un proceso a destruir porque tiene raíces religiosas, o arcaicas, o lo que sea que digan. Pareciera que hablar de Maradona torna en algo irracional porque es puramente sentimental, porque el que escribe puede parecer fanático y lo que hace falta, dicen, es otra cosa.

Ocurre que la idea de racionalizar a Maradona es, quizás, el mayor gesto de voluntarismo religioso y autoritario, irracional, posible. Ocurre que Maradona no es racionalizable porque es ya-en-sí-mismo una razón.

Ocurre que la idea de racionalizar a Maradona es, quizás, el mayor gesto de voluntarismo religioso y autoritario, irracional, posible. Ocurre que Maradona no es racionalizable porque es ya-en-sí-mismo una razón. No interesa si fue más o menos chavista, más o menos anti-macrista. Siento que no interesa exponerlo a un análisis que ya tiene conclusiones pre-formuladas. Justamente, Maradona es un ícono porque es inagarrable, no hay chance de fijarlo, no tiene conclusión. Maradona es un nombre que excede cualquier forma de razón predeterminada. Es un nombre, y para mí el lugar es el pecho y no la espalda.

Escribo para escapar de una imagen propia, con mi hijo en la compu, mostrándole videos de Diego para que vea magia en su estado más puro posible. Escribo para huir de los llamados a mi vieja, antes de la pandemia, para decirle: “Mami, hoy a las 4 juega el Diez, no te olvides”, cuando él dirigía a Gimnasia. Escribo porque no creo que sea irracional sentir un cierto arrancamiento cuando te enteras que Diego se murió y llamas a tu pibe llorando y le decís: “Se murió el Diez, mi amor, se murió el Diez”. Nunca le dije “Este tipo defendió a los pobres, luchó con el opulento norte italiano y le ganó”. Nunca le dije a mi hijo “Este hombre nos vengó de la bestialidad de Malvinas”. Que él piense lo que quiera, yo pienso lo mío. Pero sí, que vea las cosas que hizo este hombre, las cosas que le pasaron. Que vea como lo recontra cagaban a patadas y seguía y seguía. Que observe ese espíritu. Que sepa que, con todas las comillas del mundo posibles, ese espíritu guió al de su padre toda la vida. Nunca me interesó que mi hijo vea algo perfecto en Maradona porque su propio padre no lo es.

Todos estos días se han escrito y se han publicado miles de cosas maravillosas y emocionantes sobre Diego. Maradona es un reparto de lo sensible en sí mismo. Como tal, hará que muchos estén aburridos ya del tema y tantos otros más que seguimos tratando de encontrar un rescoldo para aposentar un cuerpo triste y dejar que pase el rato. Lo que me resulta absolutamente inadmisible es que nos demos lecciones de moralidad entre nosotros y nos expliquemos qué y cómo sentir ante algo así. Soportar las lágrimas del otro, o soportar su silencio, también es parte de la vida en común, y eso es Maradona.

Escribo, entonces, sobre mí, claramente. Cosa que me da vergüenza. Porque, como ya muchos han dicho, hablar sobre Maradona es, en parte, hablar sobre mí  propia vida. Ausente de parámetros académicos (no sé en qué momento a alguien se le ocurrió que una persona que escribe y lee todo el día no puede tener lágrimas inexplicables). No obstante, si se me permite la gestualidad requerida, Maradona no tiene explicación. No la necesita. No hay teoría posible. Es un acontecimiento en toda su dimensión. Algunos disfrutan, otros no. Nada más que eso.

No obstante, si se me permite la gestualidad requerida, Maradona no tiene explicación. No la necesita. No hay teoría posible. Es un acontecimiento en toda su dimensión. Algunos disfrutan, otros no. Nada más que eso.

Escribo para escapar, quizás de mí. Pero de Maradona no me voy a escapar nunca. Seguiré tratando de entender cómo usa la palanca de la cadera para hacerle el gol a Italia en el ’86, seguiré buscando una forma física de entender cómo pone el pie en el primero a Bélgica. Llega un punto donde digo: “no busques más, es Maradona”. También seguiré buscando algo que ponga palabras tanta sensibilidad compartida con gente que ni conocés. Porque eso es Maradona. Una sensibilidad. Por eso escribo, buscando ese pecho, buscando ese puño poderoso y cerrado en el festejo. Escribo porque es de noche ya, tarde, cansado, pero no me quiero rendir. Escribo porque el dragón ya está definitivamente en su cueva. Esa cueva somos todos nosotros. Escribo porque fuiste, Maestro, un grito fundamental en mi vida. Mañana voy a ir a llevarte una flor y mi camiseta. Y te escribo también porque es lo único que más o menos sé hacer, y es lo único que puedo imaginar para tratar de homenajearte.

Julián Melo

Julián Melo

LICENCIADO EN CIENCIAS POLÍTICAS Y DOCTOR EN CIENCIAS SOCIALES (UBA). INVESTIGADOR ADJUNTO DEL CONICET (IDAES-UNSAM) Y DOCENTE DE LA UNSAM.