La polarización política en la Argentina se ratifica, los movimientos recientes apuntan a deglutir a las terceras alternativas. Las fichas están en movimiento, pero la última palabra la tiene el electorado.
La maldita grieta. Que, en realidad, no es tan maldita. La denostamos y la potenciamos. Nos quejamos y la llamamos. Queremos dejar de visitarla y la alimentamos. Esa línea divisoria se llama, en realidad, polarización. Y, tal como dice Aníbal Pérez Liñán, un poco es bueno para una sociedad desarrollada (o, al menos, en vías de). Demasiada… ahoga.
La polarización vive todo un mandato presidencial. Pero va al gimnasio y se activa en años electorales. Ya pasó en 2017, vuelve a pasar en 2019. Precisamente, en este año de renovación del máximo cargo del sistema político argentino es cuando más a flor de piel aparece. Cuando más se activan sus estratos impulsores. Cuando más la potenciamos. Cuando más la llamamos. Cuando más la alimentamos.
Por fuera de nuestras pasiones políticas, la polarización tiene dos dimensiones diferenciadas pero conectadas entre sí. La primera es la de la definición de las candidaturas. Cuando las elites políticas se coordinan mutuamente para definir quiénes encabezarán, quiénes acompañarán, quiénes tendrán que esperar, quiénes tienen que lanzarse rápido y quiénes no levantan ni con plutonio. Elegir quiénes serán las caras de la competencia por los distintos cargos en juego impacta en los acuerdos que puedan armarse. Un candidato moderado llama a otros moderados. Convence a quiénes dudaban de saltar. Hace temer a quiénes querían desafiar. Ordenar la oferta ordena a la tropa.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Los gestos renovadoras de Cambiemos y Unidad Ciudadana no garantizan que durante la campaña electoral no muestren los dientes. Son dos opciones políticas que no tienen puntos en común ni posibilidades de acuerdo.[/blockquote]
En esta clave es que deberíamos leer la designación de Alberto Fernández como candidato presidencial de Unidad Ciudadana. El efecto contagio que generó en gran parte de los peronismos provinciales fue una clara señal de bajar los decibles, de reducir la polarización, de atraer a los pares. De convencerlos y de evitar sus saltos. En la misma línea debe leerse la apertura de la fórmula ejecutiva nacional de Cambiemos. Miguel Ángel Pichetto no es miembro formal del Gobierno Nacional, solo ofició como aliado táctico en el Senado. Suma el peronismo reclamado por los radicales, y agrega heterogeneidad y balance regional a la fórmula. Moderar a los propios llama a nuevos y reduce los temores a la derrota.
La segunda dimensión es la del electorado. En este momento, los candidatos ya están definidos o en vías de serlo. Quienes votan comienzan a mirar con cariño, con odio y con indiferencia a quienes se animaron a lanzarse al ruedo. El bombardeo electoral es constante. Aparece en radio, TV, redes sociales, almuerzos de domingo y cena con amigos. Los candidatos, los partidos y las coaliciones se lanzan a la caza del voto. Al convencimiento de las masas.
¿Cómo se conectan las dos dimensiones entre sí? Una baja polarización es alimentada por la combinación de dos factores. El primero: una gran cantidad de indecisos en las encuestas. Cuando una porción importante no se inclina por ninguna de las dos opciones polares, sino que llama a gritos a una tercera posición. El segundo: cuando aparece una tercera candidatura que escucha ese llamado, se diferencia de las opciones polares pero rescata parte de sus virtudes. El medio crece, se posiciona y se diferencia de los polos, pero no choca ni genera discordia.
En el mundo opuesto, hay alta polarización en el electorado cuando las preferencias por la oferta electoral están bien definidas, los indecisos se reducen y se ubican en dos opciones claramente diferenciadas. En este tanque quisieron pescar las terceras posiciones, Alternativa Federal y Consenso 19. Pero se rajó y se comenzaron a filtrar para los polos. No les quedó otra que juntarse para rescatar lo posible.
[blockquote author=»» pull=»normal»]La esperanza del tercer espacio radica en que cierta porción del electorado se mantenga indiferente a la polarización: el tamaño que pueda alcanzar ese segmento es el quid de la cuestión.[/blockquote]
¿Dónde estamos parados hoy en día? A mediados de junio, aparentemente los planetas que andaban volátiles desde enero comenzaron a alinearse. La grieta no se va. Llegó para quedarse, como dice Jorge Liotti. Los gestos renovadoras de Cambiemos y Unidad Ciudadana no garantizan que durante la campaña electoral no muestren los dientes. Son dos opciones políticas que no tienen puntos en común ni posibilidades de acuerdo. No hay palabras bonitas entre ellos. Les rinde electoralmente: la polarización es clara y marcada. A la hora de buscar a los votantes, difícilmente apelen a la moderación de la ancha avenida del medio. Todo lo contrario: bien pueden recurrir a todos los recursos polarizantes que tienen a disposición para convencer a los que aún quedan dando vueltas de que elijan una de las dos veredas.
A este escenario tributa el hecho de que las terceras opciones, Alternativa Federal y Consenso 19, han quedado menguadas de dirigentes, ausentes de estructura extendida y con acotados recursos políticos propios. El paso al costado de Cristina Fernández de Kirchner los dejó huérfanos de aparatos. La esperanza de Roberto Lavagna, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti radica en que cierta porción del electorado se mantenga indiferente a la polarización: el tamaño que pueda alcanzar ese segmento es el quid de la cuestión.
No parece que vayamos por el camino de la moderación en campaña, al contrario.