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Responsabilidad social y universidad: la agenda latinoamericana

por | Jun 25, 2019 | Opinión

Los escándalos del mercado en las crisis económico-financieras de los últimos años, así como la corrupción en los negocios y los gobiernos, son algunos de los temas que han vuelto a poner sobre el tapete las exigencias éticas. En su libro “Responsabilidad social y universidad: la Agenda Latinoamericana”, Julián D’Angelo repasa algunos desafíos del presente.

Responsabilidad Social y ética son dos conceptos íntimamente relacionados a la calidad de nuestras relaciones a través del tiempo. La idea de Responsabilidad Social nos lleva a pensar en lo que la organización hace y cómo esto afecta a la sociedad que la rodea. Muchas de las decisiones que se toman dentro de las organizaciones pueden implicar conflictos, porque los intereses de la organización afectan, directa o indirectamente, los intereses de terceros.

Los escándalos del mercado en las crisis económico- financieras de 2002 y 2008, y la corrupción de los negocios y los gobiernos, son algunos de los temas que han vuelto a poner sobre el tapete las exigencias éticas y la Responsabilidad Social. La noción de ética se define, conceptualmente, como la forma en que nuestras decisiones afectan a los demás y también el estudio de los derechos y las obligaciones de las personas, de las reglas morales que las personas aplican cuando toman decisiones y de la naturaleza de las relaciones entre personas.[1]

Ello implica también la reflexión sobre la conducta humana desde el punto de vista de los juicios de valor, de aprobación o desaprobación, de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo valioso y lo reprobable. La ética ayuda a comprender cómo se debe actuar y cómo se actúa en medio de otros patrones de comportamiento de quienes, en conjunto, forman una sociedad. Y como dice Bernardo Kliksberg (2016), el clamor por más ética en el mundo crece a diario.

Los avances científicos y tecnológicos en los últimos años en telecomunicaciones, biotecnología, informática, genética y medicina, entre otros, ampliaron considerablemente la posibilidad de brindar condiciones de vida digna a los 7.500 millones de habitantes del mundo. Pero, mientras algunos multimillonarios privilegiados ya están comprando pasajes para hacer turismo espacial, o la empresa norteamericana, Space Tourism Society, planea la construcción de un Hotel en la Luna[2], cientos de millones de habitantes de nuestro planeta sufren severas penurias. Al mismo tiempo que las estadísticas señalan cómo, en los últimos diez años, los usuarios de internet se triplicaron en el mundo, y la mitad de la población adulta posee un Smartphone, también  muestran que unos 3.200 millones de habitantes viven con ingresos por debajo de la línea de la pobreza, de los cuales 1.300 millones son indigentes. Estas estadísticas sobre la pobreza en el mundo no pueden mirarse únicamente desde un análisis socioeconómico o demográfico. Estos niveles obscenos de desigualdad y pobreza en pleno siglo XXI deben analizarse también desde una mirada ética.

[blockquote author=»» pull=»normal»]La escisión entre los valores de la ética y los negocios se ha evidenciado dramáticamente en importantes decisiones empresariales tomadas en los últimos veinte años.[/blockquote]

La pobreza no es neutra. La pobreza enferma y mata. Mientras en los países desarrollados la esperanza de vida asciende a los 80 años, en vastas regiones del África llega escasamente a los 40 o 50 años. Setenta de cada 1.000 niños mueren en el mundo antes de cumplir 5 años de vida. En los países más pobres ese número más que se duplica, y asciende dramáticamente a 155.

El 13% de la población mundial, unas 900 millones de personas, no tiene agua potable y 2.600 millones no poseen instalaciones sanitarias. De los 900 millones de personas sin agua potable, cincuenta millones están en América Latina, a pesar de contar esta región con el 33% de las reservas de agua limpia del mundo.

El 17% de la población mundial no tiene inodoros ni letrinas y un millón ochocientos mil niños menores de 5 años pierden su vida anualmente por la diarrea.

Las veinticinco enfermedades del agua, (que incluyen el dengue, el paludismo, la fiebre tifoidea, el cólera, la disentería, etc.) consecuencia de la falta de instalaciones sanitarias, alcanzan al 80% de los padecimientos de salud en los países en desarrollo y ocasionan tres veces más muertes que los accidentes de tránsito o el Sida.

Naciones Unidas calcula que para 2025 unas 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con escasez absoluta de agua.

Con solo diez mil millones de dólares de inversión se podrían reducir a la mitad en tres años el déficit de agua y saneamiento. Esto es menos de cinco días de gasto militar y menos de la mitad de lo que gastan los países desarrollados en agua mineral. Ya existen zonas en conflicto por el acceso al agua en el mundo, por ejemplo en Cachemira, donde se enfrentan la India y Pakistán por obras hidráulicas que afectan a la agricultura. Sin contar la tensión y las presiones sobre el Amazonas y los acuíferos y glaciares de la Patagonia argentina.

A pesar de haber registrado el mayor crecimiento del Índice de Desarrollo Humano entre 2000 y 2012, América Latina es la región más desigual del planeta.

La mitad del empleo privado latinoamericano es informal, precario, sin cobertura sanitaria, ni seguridad social: casi 100 millones de puestos de trabajo. Y se calcula que catorce millones de niños menores de 14 años trabajan en minas, plantaciones, calles y basurales.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más de 800 millones de individuos, uno de cada nueve, pasan hambre, en un mundo que desperdicia anualmente el 30% de los alimentos que produce: alrededor de 1.300 millones de toneladas, que equivalen a casi diez cosechas argentinas de cereales y oleaginosas, con un costo anual de U$S 750.000 millones.

Sólo los 40 millones de toneladas de alimentos despilfarrados en Estados Unidos al año, podrían alimentar a los 800 millones de personas que se duermen con hambre cada noche en el mundo.

La malnutrición es la causa del 45% de las muertes de niños menores de cinco años en el planeta. Más de tres millones de niños pierden la vida por hambre cada año, en un mundo que está en condiciones tecnológicas de producir alimentos para 3.500 millones de personas, más de las que lo habitan. Y uno de cada cuatro niños padece de retraso en el crecimiento por la mala alimentación, a pesar de que la cosecha global de cereales en 2016 fue la segunda mayor cosecha mundial de la historia: cerca de 2.500 millones de toneladas.

En Latinoamérica hay 47 millones de habitantes subalimentados, mientras se desperdicia anualmente el 15% de sus alimentos disponibles. Ese porcentaje representa unos 220 kg de alimentos por año, por habitante, y serviría para cubrir las necesidades nutricionales de esas 47 millones de personas con hambre.

Los ciudadanos ven que ese desfasaje entre los progresos de la ciencia y la tecnología y la calidad de vida en el mundo tiene que ver con vacíos éticos o, como los denomina Kliksberg (2011), verdaderos “escándalos éticos”.

Por todo esto la ciudadanía exige cada vez más a sus líderes políticos que sean un ejemplo de ética, que impulsen políticas públicas que presten atención prioritaria a los grandes dramas humanos, que se erradique la corrupción, que se promueva un desarrollo económico sustentable e inclusivo y se termine con el hambre y la pobreza, invirtiendo fuerte en salud y educación.

Pero estas exigencias éticas no van sólo dirigidas a la política y los gobiernos, sino que también son extensivas a los líderes comunitarios, a los educadores, a los científicos, a los formadores de opinión y, fundamentalmente, a las empresas. Y es a los empresarios a quienes más se exige, básicamente por dos causas: en primer lugar, el cada vez mayor poder de las grandes corporaciones en la economía; y, en segundo lugar, por la escisión entre los valores de la ética y los negocios, que se ha evidenciado dramáticamente en importantes decisiones empresariales tomadas en los últimos veinte años.

[blockquote author=»» pull=»normal»]La contradicción entre ética y economía es relativamente reciente, acuñada al calor del imperio de las ideas neoliberales. [/blockquote]

Es indudable el protagonismo de la gran empresa, en el marco del sistema capitalista, para el desarrollo económico de las naciones. Pero ese poder de las grandes corporaciones en la economía global se ha ido acrecentando aceleradamente en los últimos años. Existe un fuerte proceso de concentración que llevó a que un grupo reducido de ellas tenga enorme influencia sobre el funcionamiento de los mercados y la economía.

Menos de mil empresas tienen actualmente la mitad de todas las acciones de los mercados mundiales.[3] Las doscientas corporaciones más grandes del mundo controlan más de un cuarto de la economía mundial; y, de las cien economías más grandes, cincuenta y una son empresas. Las ventas de las cinco mayores corporaciones del mundo son mayores que el PBI de 182 países sumados.

Walmart, la duodécima corporación más grande del mundo, supera en facturación a 161 países, entre los que figuran Israel, Polonia y Grecia. Mitsubishi tiene más peso que la cuarta nación más poblada del planeta: Indonesia. General Motors es más grande que Dinamarca. Ford es más grande que Sudáfrica y Toyota es mayor a Noruega.

Como señalara Alex Carey, “el siglo XX se ha caracterizado por tres desarrollos de gran importancia política: el crecimiento de la democracia, el crecimiento del poder empresarial y el crecimiento de la propaganda empresarial como medio de proteger el poder empresarial contra la democracia”.[4]

Respecto a la escisión entre ética y economía, es una de las causas fundamentales de las crisis económicas iniciadas entre 2008 y 2010 en Estados Unidos y Europa. Como dicen Amartya Sen y Bernardo Kliksberg (2009) “una economía de mercado sin valores éticos puede ser portadora de altísimos riesgos”.

Si las decisiones en los negocios estuvieran precedidas por criterios de responsabilidad colectiva y actuación ética, sería muy distinto que si se toman solo en virtud de la maximización de la ganancia en el corto plazo. Adam Smith, considerado el padre de la economía, había advertido esto hace ya más de doscientos años cuando, en su obra Teoría de los sentimientos morales, señaló la importancia fundamental de que el mercado se base en valores éticos como “prudencia, justicia, generosidad y espíritu público”. Y fue así también en el pensamiento de otros padres fundadores como David Ricardo o John Stuart Mill.

La supuesta contradicción entre ética y economía es un pensamiento relativamente reciente, acuñado al calor del imperio de las ideas neoliberales que sugirieron implícitamente la necesidad de separar estos dos términos. La economía era una ciencia que debía ser manejada por técnicos experimentados; y la ética pertenecía a otro ámbito, esencialmente espiritual, que no debería interferir. Esta escisión causó mucho daño. De ninguna manera la ética y la economía, o los negocios, pueden presentarse como conceptos separados, incompatibles entre sí o como mutuamente excluyentes. Por el contrario, es esta escisión la que resulta falaz y dañina, forzada por algunos inescrupulosos que pretenden justificar el privilegio de sus intereses particulares sobre los generales, sin medir las consecuencias ni rendir cuentas a nadie por ello.

SOBRE EL LIBRO

El libro Responsabilidad Social y Universidad. Agenda Latinoamericana, de Julián D’Angelo, se presentó en mayo en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, ante un auditorio colmado, donde el autor debatió junto a un panel moderado por el periodista Sergio Elguezábal e integrado por el Dr. Ricardo Pahlen Acuña, decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires; la Prof. Victoria Morales Gorleri, Ddrectora Nacional de Responsabilidad Social para el Desarrollo Sostenible en el Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación; la Mag. María Eugenia Testa, Directora Ejecutiva del Círculo de Políticas Ambientales; el Mag. Claudio Moreno, jefe de Responsabilidad Social Empresaria de Transportadora de Gas del Norte. El libro parte de dos grandes cuestionamientos: ¿Qué planeta le dejamos a las futuras generaciones? ¿Qué futuras generaciones le dejamos a nuestro planeta?

[1] Stoner, J., Freeman, R. E., Gilbert, D. R. (1996). Administración. Ciudad de México, México: Pearson Educación.

[2] Hoteles lunares, una realidad en menos de 20 años. (28 de junio de 2013). La Vanguardia.

[3] Kliksberg B. (2016). Ética para Empresarios. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Distal.

[4] Elliot, L. y Schroth, R. (2003). Cómo mienten las empresas. Barcelona, España: Ediciones Gestión 2000.

Julián D'Angelo

Julián D'Angelo

Investigador, docente de grado y posgrado en Administración en la UBA y profesor invitado en Universidades de Argentina y Latinoamérica. Coordina el Centro Nacional de Responsabilidad Social Empresarial y Capital Social (Cenarsecs) de la UBA. Ex legislador porteño y presidente del Bloque PS. Ex integrante de la Mesa Directiva Nacional del PS.