Escribir poesía, traducir poesía, pensar sobre la poesía. Un proyecto cultural que fue un proyecto vital. María Julia De Ruschi hizo de la poesía su mundo, su vida.
Nacida en Buenos Aires, María Julia De Ruschi formó parte de notables grupos de poesía como Nosferatu y Último Reino, integrados, entre otros, por Víctor Redondo, Susana Villalba, Jorge Zunino y Horacio Zabaljáuregui. El gran mentor de este grupo es el poeta Mario Morales. Bajo su coordinación, el Fondo de Cultura Económica de la Argentina publicó una antología de la obra Morales, La distancia infinita (2012).
Sus libros de poesía fueron editados en el país, pero también en España y Venezuela, uno de ellos fue traducido al italiano. Tradujo a grandes poetas como Silvia Plath, Dino Campana, Mario Luzi, entre otros. Y ha escrito varios ensayos, entre ellos, a Francisco Madariaga y Ricardo Molinari. Coordina talleres de poesía y ha codirigido editoriales independientes de poesía, como El Imaginero (1984-2000) e Hilos editora (2010-2012). Con ella conversamos para La Vanguardia sobre su obra, los grupos en los que participó, los autores y las autoras que leyó y tradujo, la literatura en general y la poesía en particular.
Para comenzar quisiera que nos cuentes cómo recordás tu participación en el grupo Nosferatu.
El grupo de poetas que se autodenominó Nosferatu surgió a principios de los setenta. Teníamos veinte años. Conocí a Jorge Zunino y a Enrique Ivaldi en una lectura. Me entusiasmaron los poemas que leyeron. Me comentaron que se encontraban regularmente en la casa de un poeta que “sabía muchísimo”, Mario Morales, y me invitaron a asistir. Empecé a ir a las “reuniones de los viernes”. Mario Morales fue nuestro “maestro”, palabra que se usa más bien en la música, ¿no?, o en las artes plásticas, y que sonaba tal vez altisonante, pero nos gustaba. En el grupo entraron y salieron muchos poetas. Nos convocaban nuestras afinidades, nos atraían los mismos autores y reconocíamos las similitudes en nuestra visión del mundo.
«Mario Morales fue nuestro “maestro”, palabra que se usa más bien en la música, ¿no?, o en las artes plásticas, y que sonaba tal vez altisonante, pero nos gustaba. En el grupo entraron y salieron muchos poetas».
¿Cómo funcionaba el grupo?
Los viernes leíamos los poemas que habíamos escrito durante la semana y los comentábamos, a veces nos hacíamos críticas feroces. Teníamos por modelo a Ezra Pound, que le tachó íntegra a Eliot la primera página de La tierra baldía. Con Jorge, Enrique, el poeta y antropólogo boliviano Álvaro Díez Astete, exiliado en Buenos Aires, y otros poetas que iban y venían, se creaba una atmósfera afectuosa y festiva. Recuerdo con mucha gratitud esos años. Fue un privilegio tener a Mario por maestro, y tener compañeros de ruta llenos de entusiasmo e inagotable curiosidad intelectual. Enrique sacaba una pequeña revista, Nosferatu, que fue la que dio nombre al grupo. Salió entre 1972 y 1978.
¿Que más recordás de Mario Morales?
Por ese entonces Mario dirigía un taller de poesía, El sonido y la furia. El taller también funcionaba los viernes, a veces nos cruzábamos: ellos se iban y nosotros llegábamos. Sus integrantes tenían tres, cuatro años menos que nosotros, los sentíamos nuestros hermanos menores: Horacio Zabaljáuregui, Mónica Tracey, Guillermo Roig, Víctor Redondo, Susana Villalba. Mario nos acompañó hasta su muerte, en 1987, a los 50 años, con una pasión y una generosidad increíbles.
Hace unos años escribí sobre Mario un libro que editó el Fondo de Cultura Económica, La distancia infinita, una antología de su poesía con un extenso prólogo. Mario es un poeta insoslayable en la literatura argentina. Ya llegarán tiempos de una mayor difusión y conocimiento de su obra.
Ahora que mencionás a Redondo, ¿qué podes decirnos de la experiencia de Último Reino?
En 1979, cuando Víctor Redondo regresa de su exilio en España, funda la revista Último Reino con los miembros de El sonido y la furia y con nosotros, los de Nosferatu. Víctor realizó un trabajo increíble con la revista y la editorial, gracias a su energía y perseverancia el grupo se dio a conocer y ocupó un lugar central en la literatura de esos años. En la revista publicaron todos los poetas de esas décadas, en la editorial se hicieron más de cien libros…
¿Cómo termina esa experiencia de la revista?
El último número de Último Reino salió en 1998. No me cabe duda de que la poesía que escribieron los integrantes de Último Reino está entre la mejor que se escribió por esos años, y casi todos ellos siguen publicando libros de primer nivel, como La bestia ser de Susana Villalba, que acaba de obtener el Premio Nacional, o 70 poemas de Víctor Redondo, o América, de Horacio Zabaljáuregui.
Queres agregar algo más sobre los grupos de poesía que ya mencionaste.
Acabo de terminar de armar una antología de ambos grupos, con una extensa introducción. Van para 50 años de los comienzos de nuestra aventura, y sentí la necesidad de registrar mis recuerdos de aquellos tiempos. Allí cuento cómo nos conocimos, cómo transcurrían nuestras noches de los viernes, hablo de los poetas consagrados que nos visitaban, como Olga Orozco, Francisco Madariaga, Juan José Ceselli, el inefable dominicano Manuel del Cabral, el venezolano Juan Liscano, entre otros.
¿Qué otras impresiones te dejó la escritura de este libro?
Creo que sentí no solo la necesidad sino también la responsabilidad de fijar por escrito nuestra historia, mi versión de nuestra historia y las versiones de otros que pude recoger. Fue un trabajo de relecturas y diálogos que me dio muchas satisfacciones.
Cuando leí, allá por la década de 1980, a los grupos que vos pertenecías, recuerdo que los etiquetaron como neorromáticos. Varios integrantes se sintieron poco dispuestos a aceptar esa calificación. ¿Qué pensás al respecto?
Lo de neorromántico no fue una autodefinición, pero tampoco fue una caracterización rechazada por el grupo, que se consideraba heredero de una tradición que partía de los románticos alemanes (e ingleses y franceses), incluía a Rimbaud y el simbolismo, se continuaba en el surrealismo y resurgía en la poesía beat estadounidense. El primer romanticismo argentino (la generación del 37) nos resultaba ajeno, no así el neorromanticismo de la generación del 40, si bien estos reivindicaban la tradición medieval hispánica, lejos de nuestros intereses.
«Neorromántico o no, creo que Nosferatu/Último Reino mantuvo vivo el espléndido legado de los grandes poetas latinoamericanos nacidos en las primeras décadas del siglo xx».
A tus ojos, ¿cuál fue el aporte de estos grupos de poesía?
Neorromántico o no, creo que Nosferatu/Último Reino mantuvo vivo el espléndido legado de los grandes poetas latinoamericanos nacidos en las primeras décadas del siglo xx, una vasta familia de la que forman parte, entre otros, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, Jaime Sáenz, Blanca Varela, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Juan Sánchez Peláez, Juan José Ceselli, Enrique Molina, Francisco Madariaga. También, aunque menos, a pesar de que se le dedicaron páginas de homenaje, Ricardo E. Molinari. Y no olvidemos al español Luis Cernuda, exiliado en México.
Pero había quizás algo despectivo en la calificación de neorrománticos.
Quizás llamarnos neorrománticos conllevaba un matiz despectivo desde las tendencias literarias hegemónicas a partir de los años 50. Nosotros nos apartábamos del paradigma contemporáneo que condena a muerte a la imaginación, es decir, al puente entre el mundo y la interioridad, entre el mundo natural y el sobrenatural. Paradigma regido, paradójicamente (pues se autoproclama liberador) por un “puritanismo” inquisitorial que permite sobrevivir muy malamente al sueño, a la magia, al erotismo, a las iluminaciones del espíritu, a la imaginación creadora, a las formas que hacen a la libertad interior, quizás la única posible, o el único principio posible de cualquier otra libertad, creo yo.
Me gusta mucho lo que escribís. Me gustaría que nos contaras qué pensás de la poesía y cuáles son tus influencias.
La poesía, sin duda, está en el mundo como el aire, que todo lo envuelve, lo conecta y a todo le da vida. Empecé desde muy muy chica a escuchar palabras que veía pasar frente a mis ojos como hilos luminosos… a escuchar, a decirme… Cuando aprendí a escribir, comencé a copiar en una carpeta poemas muy sencillos, estilo coplas… Poco a poco fui tomando conciencia de que esas series de palabras, rítmicas, armoniosas, portadoras de un sentido huidizo, constituían formas de comunicación secreta, y empecé a dárselas a leer, también en formas secretas, como dejárselas bajo la almohada, a mi primer maestro de poesía, mi padre… el que me conducía de continuo a fuentes de poesía natural….
¿Cómo es en tu caso el proceso de la escritura?
Escribo mucho, a rachas, a veces varios poemas en un solo día, respondiendo a impulsos, visiones, estados de ánimo. A veces pueden pasar meses sin escribir una línea. De vez en cuando releo, corrijo, ordeno. A veces considero una serie de poemas como un libro, aunque esos poemas pueden haber surgido como una carta o fragmentos de un diario.
¿Qué otra cosa podes decirnos de tu proceso de trabajo?
Querría señalar que a pesar de esa forma espontánea y caudalosa en que recibo la poesía, conozco el riesgo de la verborragia. Las palabras pueden seguir manando ya sin ninguna necesidad, sin ningún soporte vital, espiritual. Todo tiene su riesgo. El exceso de control, o de correcciones, representa el riesgo opuesto.
Entre tus libros, ¿tenés alguno preferido?
Uno de mis libros preferidos es Artemis cantando Artemis, lo escribí a lo largo de quince días en una situación de total aislamiento, brotó naturalmente, casi no lo corregí. Lo leyó un amigo del grupo, el poeta venezolano Juan Liscano, que dirigía por ese entonces la editorial Monte Ávila, y allí lo publicó. Luego le envié el libro a Elémire Zolla, a quien había conocido en Roma y de quien había traducido numerosos artículos; él lo tradujo y lo publicó en su revista Conoscenza religiosa. Creo que en la decisión de Liscano de publicar Artemis… estuvo también presente su interés por los temas mitológicos y religiosos. Monté Ávila editó varios libros de Elémire Zolla, entre ellos uno de sus mejores títulos, Arquetipos.
¿Qué podes contarnos sobre la publicación de tu primer libro?
Mi primer libro, Polvo que une, que recibió un premio en Madrid, lo armamos con Mario y mis amigos de Nosferatu, el objetivo era obtener las pesetas del premio. Se reeditó no hace mucho en Córdoba.
«Querría señalar que a pesar de esa forma espontánea y caudalosa en que recibo la poesía, conozco el riesgo de la verborragia. Las palabras pueden seguir manando ya sin ninguna necesidad, sin ningún soporte vital, espiritual».
Me gustó mucho Salir de Egipto. ¿Cómo surge ese libro?
Salir de Egipto surge de la dolorosa experiencia de una enfermedad que creí terminal y de mi separación. Tuve la necesidad de cerrar esa etapa mirándola en un libro, y con esa intención lo armé y corregí.
¿Y Nada escrito?
Nada escrito nace junto con un proyecto editorial que iniciamos con Dolores Etchecopar, Hilos editora. Es un libro heterogéneo, con varios textos en prosa, lo central en él, a mi juicio, es el intento de captar distorsiones en la percepción, estados alterados de la mente, por llamarlos de alguna manera.
¿Qué otro de tus libros quisieras señalarnos?
Otro libro que quiero mucho es La mujer vacilante. Un libro anterior a Salir de Egipto, de prosas poéticas; en él aparece lo más íntimo de mi sensibilidad, mi amor por la naturaleza y por mis hijos, la alegría que Morales llamaba gioia, que es inseparable del dolor, pero lo ilumina.
Hay varios elementos que aparecen en tus poemas, uno de ellos es la figura de tu padre.
Ya te comenté algo referido a la importancia de la figura de mi padre en el origen de mi experiencia de la poesía. Se suicidó cuando yo tenía quince años. El vínculo de poesía, amor y muerte es evidente desde mi primer libro, Polvo que une y los recorre todos de uno u otro modo.
El silencio es otro de los componentes de tu poesía.
El silencio, puede ser, no sé, no lo había pensado. El silencio puede ser una forma de soledad, de espacio interior.
Tradujiste a muchos poetas importantes. ¿Qué podes contar de tu experiencia en la traducción de Luzi y Plath?
Empecé a traducir muy joven, con mis amigos de Nosferatu. Era la mejor forma de acercarnos a los poetas que nos gustaban. Era un homenaje y un aprendizaje. La primera poeta de la que traduje casi toda su obra fue Sylvia Plath. Había muchos elementos que me atraían: la relación con su padre, la intensa apertura a una dimensión mítica de la naturaleza, un uso simbólico del lenguaje. La muerte. Fue un trabajo de juventud, Mario Luzi de madurez. Es un poeta mucho más complejo y difícil. Es un poeta religioso, un poeta de la Pascua cristiana: su tema es la luz, la resurrección. La otra cara de la moneda. De “mi” moneda seguramente.
¿Qué libros tradujiste de Luzi?
Trabajé mucho en dos libros suyos de la vejez, que forman parte de una trilogía, Frases en la luz naciente, de lenguaje mucho más suelto que el de sus comienzos herméticos, y en cuya estructura se intercalan partes más líricas y partes más reflexivas, incluso algunas con algo de apunte diarístico. El viaje terrestre y celeste de Simone Martini se editó y se agotó la edición. En cambio, Para el bautismo de nuestros fragmentos no encontró editor. Queda un tercer volumen traducido a medias, Frases e incisos de un canto saludable. Me gustaría ver publicados los tres volúmenes. Fue mucho tiempo de mi vida dedicado a lecturas y el pulido de los versos. Ariel Fleischer publicó una hermosa plaquette en su sello Kalós con algunos poemas de Para el bautismo, Vuela alta palabra.
«Madariaga es un poeta extraordinario. Pasional, lapidario. Un ojo solar: luz y sangre. Tuve la suerte de conocerlo y de conocer su tierra correntina. Su rancho. Sus gauchos».
Me gustaría ahora que hablemos de tus ensayos. Por ejemplo el que escribiste sobre el notable Francisco Madariaga.
Madariaga es un poeta extraordinario. Pasional, lapidario. Un ojo solar: luz y sangre. Tuve la suerte de conocerlo y de conocer su tierra correntina. Su rancho. Sus gauchos. La tumba de su caballo. Escribí una nota que se llama “La aldea y el universo” sobre ese viaje y sobre su obra, que salió en la revista Hablar de poesía y que puede leerse en internet. Cuando uno traduce a un poeta, o escribe sobre él, necesita conocer su vida. Siempre hay datos personales, referencias a lecturas, cosas que uno debe saber para no meter la pata. En el caso de Francisco Madariaga, más que conocer su persona, la gran revelación provino de mi visita a su país correntino. Ese lugar se expresaba a través de él, limpiamente. Bárbaramente, como diría él.
Para finalizar, quisiera que nos cuentes algo más tus otros trabajos como ensayista.
Llevo veinte años trabajando en la obra de Ricardo E. Molinari. Representa un aprendizaje infinito. Es un poeta tan importante como Lugones, Borges o Juan L. Que no se haya editado su obra completa es inconcebible. Molinari es fundacional. Es un poeta que cantó a las palabras, nuestro paisaje y nuestra historia; es un poeta místico, un poeta romántico en la más pura línea neoplatónica, petrarquesca y siglo de oro atravesada por el surrealismo. Un poeta que ama un lenguaje olvidado y sus arcanos y los reinventa para cantar, como él mismo lo dice, lo intransferiblemente propio.
Merece destacarse el trabajo que están haciendo Ariel Fleischer y el maestro impresor Rubén Lapolla publicando algunos textos inéditos, entre otros sus primeros poemas. También gracias a ellos el año pasado apareció mi primera publicación en forma de plaquette, Ordalía del agua. Es muy hermosa y les estoy muy agradecida.