Wendy Brown es una de las teóricas políticas más importantes de la actualidad, sus reflexiones sobre el sustrato político del neoliberalismo y su instinto antidemocrático resultan fundamentales para comprender nuestro tiempo.
Hace algunos meses, el veterano dirigente socialista Juan Carlos Zabalza publicó en Twitter una cita del último libro de Wendy Brown, profesora emérita de la Universidad de Berkeley, donde señala: «Cuanto más desvinculada está la democracia de la veracidad, razonabilidad, responsabilidad y de la solución de los problemas a través de la comprensión y negociación de las diferencias, más se desacredita».
Tiempo atrás, la investigadora Macarena Marey (a quien entrevistamos no hace mucho aquí) reivindicaba la obra de Brown y, en particular, su último libro En las ruinas del neoliberalismo: «Muestra que todo plan económico neoliberal viene con un proyecto ético sobre el que se descargan las tareas del Estado». Dos referencias, disímiles por cierto, para enmarcar la importancia y vigencia de una autora que viene a ponernos de frente con los problemas y desafíos políticos de nuestro tiempo.
Como ha ocurrido con muchos autores, pero sobre todo autoras, las traducciones llevan un ritmo particular, sometidas a arbitrariedades y restricciones del mercado editorial, que se suman a las que de por sí impone el campo académico. La obra de Wendy Brown, como la de, por ejemplo, Judith Shklar, ha sido traducida al español de forma tardía y errática. Esta situación se ha comenzado a revertir en los últimos años con la publicación de Estados amurallados, soberanía en declive (Herder, 2015), El pueblo sin atributos (Malpaso, 2016) y, finalmente, Estados del agravio (Lengua de Trapo, 2019) y En las ruinas del neoliberalismo (Tintalimón, 2020). Sobre estos dos últimos libros nos enfocaremos, sin dejar de recomendar toda su obra.
Con 25 años entre la publicación de uno y otro, y a pesar de los muchos matices y diferencias entre ellos, creo que Estados del agravio (publicado en inglés en 1995) y En las ruinas del neoliberalismo son libros en muchos sentidos complementarios. El más antiguo presenta una lectura crítica e implacable desde dentro de los movimientos emancipatorios, con eje en el feminismo pero mucho más allá, cuyas observaciones, por pasajes corrosivas y poco indulgentes, siguen siendo pertinente.
El más nuevo es un texto cuyo espíritu partisano, contra la deriva política de las derechas neoliberales contemporáneas, no va en desmedro ni de la lucidez teórica ni de la minuciosidad analítica. Incluso se permite revisar, con un rigor autocrítico inusual, sus propias conclusiones en El pueblo sin atributos: nuevos tiempos requieren lecturas diferentes e incluso otras categorías.
«Buscan redefinir y comprimir la democracia en derechos y libertades individuales. Esto dio lugar a la forma política de derecha tan extendida hoy en día: el autoritarismo liberal».
La obra de Wendy Brown tiene, entre otros muchos méritos, la de mostrar cómo el feminismo (en un sentido extenso) es un modo de escribir la teoría política integral, que no puede ser relegado a una sección de los programas o exhibido como una curiosidad. En Estados del agravio, Brown relee a autores de la talla de Marx, Nietzsche, Weber y Foucault («sus hombres», como los llama no sin cierta ironía) con un prisma diferente, con rigurosidad y, aunque suene paradójico, originalidad.
Ese coro de teóricos le sirve para cuestionar ciertas corrientes del feminismo liberal, con Catharine Mackinnon a la cabeza, y los límites del «lenguaje de los derechos»: «los términos con marca de género del discurso liberal exigen la producción de un feminismo burgués que emancipe a determinadas mujeres para que participen en los términos de la justicia masculinista sin emancipar el género como tal de esos términos», señala Brown.
No resulta sencillo subsanar las situaciones de dominación, explotación y violencia, y es preciso reponer una lucha propiamente política que vuelva a sospechar, sin desmerecer sus logros, de las políticas estatales restitutivas y del Estado como estructura de dominación (no sólo política sin más, sino también masculina). En palabras de la propia Brown: «Nuestra alternativa, en otras palabras, es luchar en el seno de un hábitat político amoral por posiciones limitadas temporalmente y plenamente refutables sobre quiénes somos y cómo debemos vivir». La lucha política es la única respuesta, sin promesas fáciles ni futuros idílicos.
En las ruinas del neoliberalismo es un libro más sórdido y atravesado por la preocupación del avance de ciertas tendencias políticas, la llamada alt-right, hijas «frankensteinianas» del neoliberalismo. Del vaciamiento neoliberal de la democracia, observado en El pueblo sin atributos, pasamos a una etapa agresiva contra los derechos sociales y todos los vectores igualitaristas de nuestros sistemas políticos. La mixtura entre la prédica por la libertad de mercado y la reivindicación de cierto tradicionalismo moral están teniendo efectos que erosionan las bases mismas de nuestras perfectibles democracias.
Un pensamiento reaccionario alimentado por el resentimiento ante las transformaciones sociales progresistas, que dan lugar a un relanzado anticomunismo tan imaginario como potente y un autoritarismo social cada vez menos velado. Detrás de esos discursos, a veces banalizados, anida una presunción preocupante: «Si el hombre blanco no pueden ser dueños de la democracia, no habrá democracia. Si los hombres blancos no pueden dominar el planeta, no habrá planeta», nos advierte Brown. Negacionismos varios, violencia y discriminación, teorías conspirativas, todos hechos que aislados parecen inocuos, pero cuya confluencia configura una amenaza difícil de mensurar. Wendy Brown se permite analizarlos, incluso para combatirlos.
En su libro Estados del agravio señala los límites del lenguaje de los derechos y las políticas estatales de «discriminación» positiva: ¿Continúa manteniendo esta visión con respecto al feminismo? ¿Se han ignorado los aspectos propiamente políticos de la lucha?
En Estados del agravio, escrito a principios de la década de 1990, traté de teorizar dos cosas. Primero, una tendencia en las políticas de identidad de la izquierda a estar atada a sus heridas y daños, a buscar reconocimiento en ese sitio, en lugar de formular y construir un futuro para la disolución de estas heridas. A esto lo llamé «apegos heridos».
Mi relato de las fuerzas que construyeron esta tendencia fue multifacético, basándose en historias específicas del capitalismo, el poder disciplinario y los horizontes revolucionarios perdidos. Nunca tuvo la intención de ser una lectura esencialista u ontológica de las políticas de identidad, aunque se ha malinterpretado de esa manera.
Segundo, y relacionado, hay una tendencia en la política identitaria que ve a la ley y el estado como “tablas” en las que las heridas constitutivas de esa identidad pueden ser escritas. Así, por ejemplo, en lugar de buscar la emancipación y la igualdad en un marco universal, muchas feministas querían identificar la violencia sexual o la subordinación de las mujeres en el lugar de la reproducción en la ley y como ley.
Así es como leo los esfuerzos para «prohibir la pornografía» o codificar el acoso sexual como una violación específica de las mujeres.
Por lo tanto, me preocupaba un esfuerzo por codificar los adjuntos heridos en un registro permanente e incluso ontológico. Mucho acerca de la política de identidad ha cambiado en treinta años, y los «apegos heridos» se han convertido en una fuerza tan grande en la derecha patriarcal blanca como en la izquierda. Ahora haría un libro muy diferente y, por supuesto, la formación de sujetos neoliberales también sería parte del panorama. Pero no he cambiado completamente de opinión.
Otro punto que analizas tiene que ver con los desafíos teóricos que plantea el feminismo negro y queer, pero también sus límites: ¿Es la política de identidad problemática para una agenda política emancipadora más amplia?
La política de identidad no es una cosa: tiene muchas formas y muchas formas potenciales. En el mejor de los casos, captura los poderes históricos y contemporáneos que crean sitios particulares de sujeción o explotación para un grupo particular de personas, poderes que impiden que este grupo disfrute de la igualdad que promete el universalismo liberal. En esto, es una importante acusación y denuncia del liberalismo. Sin embargo, el liberalismo tiene sus formas astutas y ha hecho un buen trabajo al convertir las políticas de identidad en políticas de “diversidad e inclusión”. Aquí, los poderes generadores de estratificación o subordinación se desvanecen, y en su lugar logramos esfuerzos para “incluir” a miembros de todos los grupos en los espacios institucionales.
«La política de identidad no es una cosa: tiene muchas formas y muchas formas potenciales. En el mejor de los casos, captura los poderes históricos y contemporáneos que crean sitios particulares de sujeción o explotación para un grupo particular de personas».
Tus últimos libros analizan el fenómeno neoliberal y sus resultados políticos, pero tu interpretación ha variado entre El pueblo sin atributos y En las ruinas del neoliberalismo : ¿Qué cambió en tu visión? ¿Por qué cree que el neoliberalismo, más allá de su doctrina económica y social, es un movimiento político antidemocrático?
No puedo ensayar todo lo que cambió, eso es lo que hago durante las 100 páginas del segundo libro. Pero lo que hace al neoliberalismo antidemocrático es tanto su objetivo de limitar la democracia con la soberanía de los mercados y la moral tradicional, como su ataque a la idea misma de legislar para el bien público o común. Los neoliberales no solo buscan liberar los mercados de las regulaciones y liberar la moral tradicional de las reformas de la justicia social. También demonizaron la justicia social e imputaron a toda esa legislación como potencialmente totalitaria. Buscan redefinir y comprimir la democracia en derechos y libertades individuales. Esto dio lugar a la forma política de derecha tan extendida hoy en día: el autoritarismo liberal. Se trata de regímenes que valoran la libertad individual (expresión, propiedad, etc.) pero denuestan la democracia y su fundamento, la igualdad política.
Su último libro muestra cómo, como ciertos izquierdistas, los derechos actuales son interseccionales de alguna manera: de clase, racistas, fundamentalistas. ¿Cómo encajar la lucha política en este escenario? ¿Qué queda es posible y deseable en esta situación?
Queda tanta energía y movilización en este momento: energía relacionada con las crisis laborales, climáticas y de biodiversidad, género, raza, sexualidad, deudas, migrantes y más. ¿Encontraremos formas de recogerlo y enfocarlo y de derrotar las movilizaciones de derecha que mencionas? Este es el gran desafío de nuestro tiempo.