Ana María Falú acaba de recibir el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. Es una arquitecta argentina, activista social por los derechos humanos y por los derechos de las mujeres. Fue Directora Regional del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y asesora a la red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU).
La desigualdad y la violencia de género se expresan en el espacio urbano. El cuerpo como territorio es, a la vez, objeto de violencias y símbolo de resistencias. El urbanismo feminista aporta una perspectiva sustancial que comprende las luchas y las reacciones como parte de un fenómeno en el que intervienen actores diversos y que pone a la desigualdad en el centro de la escena. La extensa trayectoria de Ana Falú como académica y activista desde el urbanismo y el feminismo fue reconocido hace unos días con el Premio Iberoamericano de la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo. Buena oportunidad para leer sus reflexiones.
La Argentina está viviendo un proceso inédito. Las mujeres están ocupando un espacio activo en las calles reclamando por sus derechos. ¿La mujer emergió como un nuevo actor social?
Sí, yo pienso que sí. Creo que estamos frente a lo que yo denominaría un nuevo sujeto social emergente. Se trata de un colectivo de voces, un colectivo de jovenas (sic) que ocupan las calles de cada ciudad. Como dice la académica mendocina Alejandra Ciriza, hay que destacar la importancia y la valentía de habernos colocado en público como sujetos colectivos de la acción política. Creo que este es el punto, porque las feministas venimos hace mucho tiempo trabajando y hemos impulsado una nueva agenda radical.
Hemos sido implacables en la defensa de los derechos humanos. Hemos sido consecuentes en colocar la agenda de la igualdad en esa aspiración del desarrollo.
Hemos sacado temas que estaban en la oscuridad como la violencia. Hemos colocado en la agenda de lo público, como diría Habermas, el derecho a una vida sin violencia.
Hemos instalado temas innovadores. Hemos instalado el tema de lo público y lo privado, no solo de la violencia.
Hemos generado conocimiento.
Hemos cuestionado la división sexual del trabajo, la representación y la participación política -en este momento se está planteando la agenda de la paridad, ya no de las cuotas como en los años 90.
Hemos ampliado una agenda de derechos.
Hemos aprendido de la construcción de alianzas.
Hemos instalado legislaciones, leyes de primera y de segunda generación más complejas, vinculando el derecho civil y la criminalización de las violencias.
En definitiva, hay un avance profundo. Pero la pregunta que se impone es: ¿cuál es hoy ese avance concreto? ¿por qué emocionan estas luchas? Porque, esto es claro y evidente, las mujeres y las feministas hemos disputado el poder y los sentidos del poder desde hace muchas décadas.
Pero lo que hoy emociona es que hay un nuevo sujeto colectivo de la acción política. Esto se refleja en NiUnaMenos, un movimiento que no tiene génesis en las feministas, sino que se encuentra en distintas voces -nuevas, jóvenes- que se articulan a través de las redes sociales y que se instalan en lo público. No solo lo hacen de manera masiva, con una bandera fuerte contra los femicidios, sino que se extienden más allá de los límites geográficos, se extienden por toda Iberoamérica, se conocen en el mundo.
De hecho, logran en Uruguay una manifestación de más de 300.000 personas. Eso era algo impensado para nuestro país vecino. Lo cierto es que todas estas manifestaciones –como las del 8 de marzo y la marea verde por el aborto legal, seguro y gratuito– están hablando de este nuevo sujeto social colectivo. Porque, si bien en el caso del aborto se perdió la votación en el Senado, la marea verde fue la ganadora de la contienda. Jóvenes de todos los orígenes, un feminismo popular instalado en las calles, y un reclamo por el derecho a tener derechos sobre sus cuerpos fueron el rasgo distintivo de esa lucha.
Esta descripción puede entroncar con aquella que Alain Touraine y otros sociólogos de la década de 1970 aplicaban para los nuevos movimientos sociales. Es decir, se diferencia de los movimientos sociales clásicos porque incluye estrategias en la disputa simbólica y por la apropiación del espacio público. ¿Es esto así?
Creo que en torno a esto diría dos cosas. La primera es que estos sujetos colectivos integran el feminismo. Pero además de estos colectivos y de un nuevo sujeto social emergente, se instala un tema en lo público. No es solo lo simbólico. Es la instalación de temas y de agenda. El caso de NiUnaMenos es, quizás, el más paradigmático. Imprime un sello sobre un tema: que no mueran más mujeres por violencia de género.
Asimismo, se instala el tema del aborto seguro, legal y gratuito. Se instalan temas de la agenda avanzada del feminismo. Esto por un lado. Por otro, hay un feminismo popular que va a ingresar en la arena pública. En una entrevista reciente, una mujer de la villa 31 decía que cuando hay marcha no queda ni una joven ni una mujer en la villa, todas están en la marcha. Hay un feminismo popular, de mujeres de los sectores populares organizadas, que van a interpelar también a este simbolismo, a esta política, a estas restricciones sobre los cuerpos.
Y que van a incorporar sus contextos, sus territorialidades, sus cuerpos situados sobre los temas, desde la subjetividades, sobre los temas del aborto, sobre la participación, sobre las identidades, las identidades sexuales, las urbanas, las rurales, las indígenas, las negras. Aparece una diversidad, un reconocimiento a una diversidad de subjetividades, de identidades, que se empoderan y que además van a plantear la demanda de sus ejercicios ciudadanos. Creo que ese es un punto muy importante.
«Estamos ante un Estado de derecho debilitado, jaqueado por grupos conservadores que quieren impedir a las mujeres ser dueñas de su vida y de sus decisiones».
La visibilidad, la materialización, el ponerle el cuerpo a este conjunto de demandas implica claramente una disputa y un conflicto. ¿Cómo se gestiona esa disputa por el espacio urbano y por la ciudad entre sectores que están demandando derechos y construyendo un relato que da sustento a esa búsqueda y un orden social que no contemplaba este actor?
Yo creo que ahí hay también distintas cuestiones que me parece que hay que separar. Por un lado, hay distintos relatos. Hay un relato que viene de estas fuerzas nuevas, de este nuevo actor político que es la marea verde y que está planteando la ampliación de los derechos, el corrimiento de los bordes de la democracia y que pone con mucha claridad la consigna de «basta de criminalizar el aborto».
Creo que se levantan banderas muy claras en ese sentido. Ahora, a este relato y a esta fuerza se van a oponer fuerzas conservadoras, y las fuerzas conservadoras trazaron unas estrategias muy fuertes, realmente avanzando por sobre los conceptos de la democracia, porque hasta se permitieron decir «Provincia a favor de la vida». Entonces, hay un Estado de derecho que se debilita. Y esto se vincula también a lo que sucede en la región.
Cuando hay un Estado que se debilita, como en el caso de Brasil en donde hay un golpe institucional, una justicia que ajusticia mediáticamente y no desde la jurisprudencia, todo se complica. Allí, de hecho, asesinaron a Marielle Franco, una líder social y popular que era concejal y luchadora por los derechos de los ciudadanos de las favelas. Una líder lesbiana y socialista que denunciaba el accionar de las fuerzas represivas y de seguridad contra las poblaciones de la favela y que buscaba el reconocimiento del racismo como estructurante de la pobreza. Y Marielle no es la única, hay otras: la hondureña Berta Caceres, las ambientalistas, etc.
Estamos hablando de un Estado de derecho debilitado. Yo creo que cuando aparece una consigna como «Provincia por la vida», con un significante de los pañuelos celestes y con el significante de las voces de los obispos, de las iglesias, evangelistas, judías, todas: porque todas las iglesias participan en esto, hacen un acuerdo ecuménico. En definitiva, al Estado de derecho debilitado yo lo vinculo a esto. Hay una politización reactiva, una reacción a las fuerzas emancipatorias. Hay unos sectores que se organizan muy fuertemente con una matriz sociocultural conservadora.
Van a instalar su discurso, sus intereses, sus prácticas desde distintos lugares. Con discursos en los medios, en las comunidades, en los púlpitos, en las escuelas. Van a sacar las escuelas a las calles. Frente a la fuerza emancipadora, estos nuevos actores sociales estamos vivenciando una reacción política muy fuerte.
Y este conflicto, ¿cómo se expresa en la geografía urbana? La imagen de la marea verde es probablemente la imagen de ese triunfo, ¿pero es también un cambio en la relación espacial de los actores?
Hay un cambio en la relación espacial en el actor colectivo. Pero yo creo que también tenemos que hablar de que este modelo, de este Estado debilitado, con una justicia cómplice, propicia de alguna manera estas expresiones conservadoras. Está propiciando esta misoginia y esta xenofobia de distintas maneras.
El accionar ecuménico de las Iglesias, la posición de la prensa y su metamensaje desarrollado por y para los sectores conservadores organizados es evidente. La base de ese metamensaje es esgrimir que las luchas feministas se tratan de una «ideología de género», con lo que intentan afirmar que el feminismo es una “fuerza diabólica”, que es lo mismo que consideran de la “nueva izquierda”. Esto hay que decirlo. Hay grupos organizados que cuentan con muchos recursos.
Creo que, como dice la abogada y politóloga paraguaya Line Bareiro, viene gestándose la construcción del concepto “ideología de género” sobre la categoría analítica de “género” desarrollada por el Vaticano desde la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, que tuvo lugar en Beijing, China, en el año 1995. Acá tenemos exponentes nacionales a los que es mejor no hacerles prensa. Existen y son evidentes. Por lo tanto, hay fundamentalistas de derecha que van a reinterpretar y van a ser muy agresivos y van a argumentar con esta posverdad, con esta falacia. Esto es lo que deriva en expresiones como «con mis hijos no te metas».
Son mensajes que intentan construir temor en la sociedad. Todo su accionar se basa en construir un temor. Desde las poderosas estructuras de las iglesias y también desde el Estado, se ha construido una simbología que reacciona frente a los derechos y los cuerpos de las mujeres. Estos cuerpos de mujeres, estos primeros territorios que son nuestros cuerpos, son de resistencia, de confrontación, de interpelación de esas estructuras y esas ideologías. Son cuerpos que se transforman en poder.
Allí se vinculan las ideas de cuerpo y territorio, ¿no es así?
Exacto. Porque estos cuerpos nuestros son nuestro territorio. Son ese territorio del que necesitamos reapropiarnos para poder apropiarnos del territorio “casa”, del territorio “barrio”, del territorio “ciudad”, del territorio “metrópolis”. Tenemos que apropiarnos de estos cuerpos puertas adentro, donde todavía la violencia es mayor, y puertas afuera, donde también suceden los femicidios y las violencias como el acoso sexual. Esto es lo que Rita Segato llama el “disciplinamiento masculino sobre los cuerpos”, el «pacto» entre los hombres. Aquí hay una visión capitalista, patriarcal, racista, que busca disciplinar estos cuerpos.
Creo, por tanto, que hay que hablar de estos temas articuladamente. Creo que hay que hablar de las desigualdades que se articulan. Porque vivimos en sociedades que están atravesadas por desigualdades. Estas desigualdades potencian los sistemas del poder. Quieren ubicar a las mujeres en su lugar, quieren controlar esas resistencias de las mujeres. Quieren disciplinar esa emancipación feminista, esa marea verde. Pero, a la vez, los cuerpos de las mujeres asesinadas se transforman en cuerpos políticos de resistencia, en cuerpos que reclaman, que denuncian.
Así como son los cuerpos desobedientes, como decía Lohana Berkins y como dice Silvana Fernández hablando de la población trans. Hay cuerpos desobedientes, y a la sociedad patriarcal no le gustan esos cuerpos desobedientes. Los mira como cuerpos enfermos, no como identidades y subjetividades posibles, reales, deseadas. Entonces, creo que ahí hay también un tema de territorios-cuerpos. Esos cuerpos desobedientes que se convierten en cuerpos que denuncian. Y que denuncian, por ejemplo, el travestismo. Y que irrumpe en la escena pública. Hoy en día, ¿quién no habla de la población LGTBIQ?
Se trató de un proceso
Claro. Pero hace diez años no se hablaba. Hace veinte mucho menos. Entonces, desde una lógica feminista, hemos logrado instalar estos temas en la agenda pública. Esto no quiere decir que no haya resistencias. Resistencias conservadoras.
«No es lo mismo ser una mujer pobre, única responsable del hogar, que ser una mujer de la clase media, que se mueve en su coche con vidrio polarizado y que llega a un barrio donde hay un guardia vecinal».
¿Qué se puede decir sobre las categorías y los abordajes para construir ciudades más seguras para las mujeres, un tema que has trabajado profundamente?
Ahí tenemos mucho para decir, por supuesto, porque trabajar el tema de las ciudades y la violencia en el espacio público de las ciudades, es como hablar de este continuum de comportamientos que se dan en la violencia que sufren los cuerpos de mujeres, ya sea puertas adentro o puertas afuera. Ese continuum de violencia habla justamente de las relaciones asimétricas, de ese ejercicio del poder, de unos sobre otras. En este caso, sobre los cuerpos de mujeres, de esto que es el disciplinamiento de estos cuerpos en resistencia, estos cuerpos atravesados por una diversidad de identidades. Entonces, ¿qué es lo que quisimos analizar al vincular ciudad y mujer?
Pretendimos pensar el tema de la violencia en el espacio público y cuántas de estas violencias van a generar comportamientos. Una cuestión es la violencia real, la criminalización real, los cuerpos asesinados, acosados, violentados (que no todos se conocen porque sabemos que hay una dificultad en conocer). Esta es una entrada analítica. Necesitamos de múltiples entradas analíticas para estos temas. La otra es la percepción de la violencia y de quiénes son los que aportan y trabajan en construir esa percepción de la violencia.
Desde la educación, que viene en la infancia, restringiendo el espacio de lo público y generando el temor de lo público a las mujeres, a diferencia de impulsar que los varones se ocupen y se apropien del espacio público. Recién ahora las feministas hemos logrado -y este es uno de los éxitos que podemos medir en la movilización de #NiUnaMenos- que las violencias contra las mujeres se vean como un hecho político y público y no como un fenómeno individual. Hasta hace muy poco esto era visto como un hecho individual, como un hecho psiquiátrico, como un hecho de un loco aislado, y no se ponía en el contexto de la construcción de estas violencias, no se ponía en juego el tema de los roles asignados y la ubicación de varones y mujeres en particular. Y esa ubicación es aún peor cuando las características se combinan.
Cuando, por ejemplo, como en el caso de Marielle Franco sos mujer, sos negra y sos lesbiana. Ante eso se evidencia un mayor castigo y un mayor disciplinamiento. Ese es otro componente que nos interesó mucho trabajar con respecto a este programa regional de ciudades seguras para las mujeres, de ciudades seguras para todos y todas. Hemos trabajado también con encuestas del sistema de Naciones Unidas, de Latinobarómetro, para ver qué decía la gente con respecto a la percepción de la violencia, de la criminalidad en general. Y la gente ponía a la criminalidad en primer lugar, por encima incluso del ingreso económico.
Es decir, estaba más preocupada por ello. Y realmente a nosotras nos preocupa cómo se comunican las violencias, por cómo se ubican estos sujetos diversos en esa comunicación de la violencia y cómo se criminalizaba a estos sujetos cuando sufrían violencia. Ejemplo: si una mujer sufría una violación o un acoso, rápidamente en vez de cuestionar el hecho se decía «cómo ibas vestida» «cómo cruzabas una plaza a esa hora». Hoy en día, hay estudios, como el de una serie de autoras catalanas sobre las trabajadoras nocturnas. No me refiero a las trabajadoras sexuales, me refiero a quienes trabajan en comercios, hospitales, en limpieza nocturna, etc. Se estudian las dificultades que tienen para moverse, la accesibilidad en la ciudad con respecto a la percepción del temor, del miedo, siendo mujeres.
Se estudia su dificultad para trasladarse y moverse de noche en el transporte público de manera tranquila. Son muy interesantes los resultados. Repasando, se trata de ver cómo se definen los distintos actores, la diversidad de identidades en juego, la criminalidad real y la criminalidad que se percibe o el temor y su percepción. Y, ¿qué es lo curioso? Cómo actúan los medios frente a esto, cómo hay, de alguna manera, una xenofobia, una misoginia, instaladas en la sociedad, una homofobia.
Se ha trabajado mucho a nivel internacional con estos temas. Las canadienses han aportado muchísimo con respecto a alternativas a ser trabajadas en el territorio, con participación vecinal, con el ver y ser vistas, con el oír y ser escuchadas, en las señales para saber dónde se está en el momento en el que te sucede algo, porque a veces te sucede algo y no sabés dónde estás parada, porque no hay un cartel que diga cómo se llama la calle en donde estás. Poder escapar, conocer vías de escape. Hay que trabajar sobre los territorios urbanos de manera participativa para ver dónde están los puntos de mayor temor y por qué. Hay que estudiar cuáles son las condiciones físicas, cuáles son las barreras físicas que tienen que trabajar las mujeres.
¿Cómo aparece allí el tema de la desigualdad?
Aparece muy claramente porque ya sabemos que las mujeres no somos todas iguales, porque ya sabemos que estamos atravesadas por distintas identidades, pero también estamos atravesadas por el sector al que pertenecemos, por niveles de educación, por lugares donde habitamos. Entonces no es lo mismo ser una mujer pobre, única responsable del hogar, que ser una mujer de la clase media, que se mueve en su coche con vidrio polarizado y que llega a un barrio donde hay un guardia vecinal. Hay condicionantes y esto es lo que decimos cuando hablamos de los cuerpos situados. Hay contextos, hay una serie de temas que van a transversalizar la situación.
Entonces, hemos trabajado en generar conocimiento sobre el tema de la criminalización y la percepción de la criminalidad; se ha trabajado en los debates conceptuales sobre seguridad e inseguridad; se han conocido las prácticas mejores y promisorias. Hay un documento de ONU Mujeres México que yo elaboré y que trata sobre las prácticas en el tema de violencia en el ámbito público. Se ha trabajado en la implementación de acciones conjuntamente con los gobiernos locales, por ejemplo, en Rosario, en Bogotá, en Recife, en Santiago, en ciudad de México, en El Salvador, en Guatemala. Se han hecho muchos ejercicios -algunos continúan-, se han hecho campañas de sensibilización.
¿Qué quiero decir con esto? Este es un tema que no solo necesita de distintas herramientas, de información fehaciente, de trabajos de análisis de datos, de análisis conceptuales, teóricos, sino que necesita de múltiples actores y de múltiples intervenciones. Estamos frente a un tema complejo, que es un flagelo para la humanidad. Estamos ante un tema que, como dice Gabriel Kessler, no es igual para hombres y para mujeres. La violencia en el ámbito urbano no es la misma.
Él dice que la violencia en el ámbito urbano va a comportarse distinta porque, en general, los hombres que sufren la violencia generalmente son sujetos vinculados a grupos que tienen comportamientos y conductas violentas. En cambio, la violencia que sufren las mujeres es totalmente aleatoria y tiene que ver con este sentido de apropiación, control y poder sobre los cuerpos, del disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres. Ahí hay una desigualdad general sobre la que se debe trabajar.
«Es preciso trabajar desde el concepto del urbanismo feminista. Y ese concepto coloca a la desigualdad en el centro de la agenda».
Esto se cruza con la nueva agenda urbana y con el concepto de derecho a la ciudad. ¿Qué pasa hoy con este concepto? ¿Cómo se expresa en las nuevas luchas y demandas?
En principio, destacaría que se ha hecho un trabajo muy interesante vinculado al avance de las voces del feminismo, de las mujeres de base organizada, de los feminismos populares. Este trabajo ha ayudado a entrecruzar la agenda de género con la agenda urbana. A nivel internacional, las organizaciones y las luchas feministas han logrado incidir en los expertos y las expertas que trabajaron en la construcción de un “documento base” que fue discutido y consensuado por los representantes de los 193 estados del mundo. Participamos 14 expertas feministas en el mundo.
A mí me tocó participar justamente en la sección sobre el derecho a la ciudad. No ha sido fácil: ha sido un proceso muy difícil, muy tensionante, sigue siendo difícil, pero creo que hemos logrado introducir no solo el concepto del derecho a la ciudad en la nueva agenda urbana sino también el derecho de las mujeres a la ciudad, el derecho a una vida sin violencia.
Yo creo que lo tenemos que trabajar desde el concepto del urbanismo feminista. Y ese concepto coloca primero la desigualdad en el centro de la agenda. Porque la desigualdad está atravesada por las mujeres, en situación de mayor pobreza que los hombres. El segundo punto es trabajar la calidad de vida, el concepto de la vida cotidiana en el centro de la agenda. Hablar de las demandas que implica la vida cotidiana: el cuidado infantil, el cuidado de los adultos mayores, el cómo transitar en las ciudades, cómo generar mejor calidad en los espacios, no trabajar en una ciudad en función del automóvil sino en la calidad de vida de las personas, volver los niños a la calle, hacer que puedan vivenciar la ciudad y no tenerlos encerrados.
Es decir, un concepto del urbanismo en donde la vida cotidiana esté en el centro de la agenda. Tercero, no omitir a ningún sujeto social. La omisión histórica de las mujeres como sujetos de la planificación pensada en términos de neutralidad no puede regir más. Pero no solo de las mujeres. Tiene que haber una agenda que coloque a la diversidad de los sujetos en el centro.
No puede ser que tengamos una Ley a nivel del Congreso que haya reconocido los matrimonios homosexuales y que no haya una política coherente con ese reconocimiento.
No hay una política habitacional, por ejemplo, que reconozca a la población trans, que reconozca a la población lesbiana o gay. No estoy hablando solo de los hogares liderados por una mujer: creo que tenemos que ampliar y correr esos bordes de la democracia.
Cuando hablamos del urbanismo feminista y de una nueva agenda urbana, no queremos que sea una lista de deseos, sino que sea una nueva agenda que comprometa la participación de las organizaciones sociales, de la academia, de los expertos y expertas. Queremos que sea una agenda urbana que trabaje sobre lo político, sobre el territorio y sobre la construcción de lo simbólico. El urbanismo feminista, como el feminismo, es teórico y es político. Es teórico porque tenemos que construir argumentaciones, porque necesitamos construir debates cada vez más refinados. Y es político porque encierra la utopía de la transformación. Encierra la utopía de un mundo mucho más democrático. Es práctica y es activismo.
Esta entrevista fue publicada originalmente en enero de 2019 en La Nueva Revista Socialista. Gentileza CEMUPRO.