Analizando la creación e historia del Partido Socialista Popular, el historiador y periodista reflexiona sobre las transformaciones de la izquierda democrática en la Argentina y su identidad política.
“Identifico tres tradiciones en las que abreva el Partido Socialista Popular (PSP) y que se mixturan en su peculiar idiosincrasia: socialismo, reformismo y nacionalismo. Ninguna de estas tradiciones es exclusiva del socialismo popular, por tanto, son disputadas en el terreno político”, dice el historiador, docente y periodista jefe de redacción de La Vanguardia, Fernando Manuel Suárez, autor de una historia del partido fundado que tiene a Guillermo Estévez Boero como su máxima figura fundacional.
“Un nuevo partido para el viejo socialismo” publicado en conjunto por la Universidad Nacional de General Sarmiento, la Universidad Nacional de La Plata y la Universidad Nacional de Misiones, toma un periodo histórico que va de la formación partidaria hasta 1982. Suárez habla sobre este periodo, las tensiones con otras fuerzas políticas, el autoritarismo, los disensos internos durante el periodo estudiado, pero también reflexiona en esta entrevista sobre cómo ese legado llevó a la aproximación de algunos dirigentes al alfonsinismo, la construcción del un partido socialista unificado con el Partido Socialista Democrático y la experiencia de gestión en Rosario y Santa Fe.
¿La creación del Partido Socialista Popular después de la serie de fragmentaciones del socialismo, logra saldar el debate sobre el antifascismo que había orientado a los sectores antiperonistas?
Es una pregunta capciosa, pero no sé si del todo precisa por varios motivos. La raíz antifascista del antiperonismo socialista, que bien ha trabajado Andrés Bisso, había mutado a lo largo de los años a una antinomia ya más vernácula, a lo sumo teñida de antitotalitarismo como ha mostrado Ricardo Martínez Mazzola. Asimismo, es bastante discutible el tenor de tal “debate”, dado que la sangría de militantes y dirigentes socialistas hacia el peronismo había existido, basta con pensar en Ángel Borlenghi y Juan Atilio Bramuglia, y quienes se sostuvieron en el Partido Socialista, más allá de sus muchas diferencias, no diferían mucho al respecto de ese tema. Por decirlo brutalmente, no creo que los desacuerdos entre Américo Ghioldi y Alfredo Palacios, por dar algún nombre, tuvieran que ver con una lectura muy distante con respecto al peronismo.
La explicación habría que pensarla desde otro ángulo. Efectivamente la revisión sobre el peronismo se produjo en esos años, pero al calor de otras discusiones más amplias. La cuestión de la “nueva izquierda”, como ha trabajado María Cristina Tortti, parece ser más explicativa de esa transformación. Las viejas preguntas con respecto a la clase obrera o, como decían los militantes del socialismo popular en esos años, las “mayorías nacionales”, se enlazaban necesariamente con la cuestión peronista. Sin embargo, más allá de esa revisión, la posición del PSP, como la de casi todos sus integrantes, fue de un acercamiento prudente y, por decirlo de alguna manera, desconfiado con respecto al peronismo. No hubo integración o “entrismo”, como sí propusieron otras agrupaciones de izquierda, sino más bien un tibio apoyo. Podía ser contrastante con los discursos de Américo Ghioldi u otros miembros del Partido Socialista Democrático, pero no lo era demasiado con el de otras agrupaciones socialistas de esos años.
En el contexto de los años 70, con una dictadura agonizante, un peronismo que parecía inevitable y la violencia política consolidada: ¿qué posiciones tomó el PSP en relación con las discusiones de izquierda y democracia de la época?
El Partido Socialista Popular, si bien recuperaba algunas banderas y referencias teóricas del socialismo revolucionario, se mostró desde sus inicios muy renuente a la lucha armada y a las tácticas insurreccionales. Al mismo tiempo, sus orígenes se remontan a una frontal oposición ante el gobierno militar liderado por Onganía y su política. En ese contexto convulsionado, el PSP, al igual que otros sectores, optó por el lema “Elecciones limpias y sin proscripciones” en contraste con el “Ni golpe, ni elección: revolución” que pregonaban otras fuerzas de izquierda. Esta opción le valió la enemistad de algunas organizaciones que no dudaban en tildar a sus militantes de “amarillos” (forma en que se calificaba a los sindicalistas afectos a negociar con la patronal).
En términos generales, se podría decir que el PSP mostraba cierta lealtad y confianza en las reglas del juego democrático, pero hay que ser prudentes para no incurrir en anacronismos. Sus documentos y posicionamientos estaban llenos de expresiones afines al marxismo y al socialismo revolucionario, en particular en lo que respecta al tópico antiimperialista. Sus posturas se asemejaban más a las del Partido Comunista Revolucionario que a cualquier variante socialdemócrata.
«El nacionalismo del PSP no era doctrinario ni muy sofisticado, pero sí muy pregnante en sus manifestaciones litúrgicas y sus discursos. Una de sus primeras innovaciones fue incluir la bandera argentina en el escudo partidario o cantar el himno nacional en los actos proselitistas».
Por otro lado, esa postura general no resolvía por sí misma los posicionamientos coyunturales y en ese aspecto el PSP tuvo muchas dificultades. Cada decisión táctica en ese corto pero convulsionado período que fue de 1972, año de su fundación, a 1976, produjo más de un dolor de cabeza dentro de las filas del PSP. En muchas de esas oportunidades desembocó en rupturas o escisiones. Los tenues acuerdos con respecto a atenuar el antiperonismo o recuperar algunas banderas revolucionarias estallaban por los aires cada vez que había que tomar una resolución concreta. Eso, como se ve en el libro, desembocó en una rápida ruptura del núcleo fundador y en la existencia durante algunos años de dos organizaciones que reclamaban para sí el nombre de Partido Socialista Popular.
¿Cuáles son las características distintivas de cultura política y de estética militante del nuevo Partido Socialista Popular?
No soy muy partidario del uso de la categoría “cultura política”, en cierta medida por lo laxo de sus límites. Opté por el concepto de “identidad”. En ese sentido, identifico tres tradiciones en las que abreva el PSP y que se mixturan en su peculiar idiosincrasia: socialismo, reformismo y nacionalismo. Ninguna de estas tradiciones es exclusiva del socialismo popular, por tanto, son disputadas en el terreno político. Mi hipótesis es que la originalidad está justamente en la particular lectura de esas tradiciones y en la combinación.
El PSP forjó una lectura de la tradición socialista heterodoxa y sincrética, evitando afincarse en alguno de los “ismos” que proliferaban en esos años. Asimismo, su anclaje en la tradición socialista argentina fue bastante selectiva, prefiriendo a figuras como Alfredo Palacios o Manuel Ugarte antes que a Juan B. Justo. Su reformismo, por otro lado, reflejaba algunos aspectos estratégicos (como alternativa, aunque no contradictoria, con la vía “revolucionaria”) y se afincó en la longeva tradición del reformismo universitario. De la universidad provenía el grueso de su militancia y de esa corriente histórica algunas de sus principales banderas, en particular el antiimperialismo.
El nacionalismo del PSP no era doctrinario ni muy sofisticado, pero sí muy pregnante en sus manifestaciones litúrgicas y sus discursos. Una de sus primeras innovaciones fue incluir la bandera argentina en el escudo partidario o cantar el himno nacional en los actos proselitistas. El celeste y blanco predominaba por sobre el rojo en toda su simbología partidaria, así como se recurrían a tradicionales emblemas nacionalistas como las tacuaras o el gaucho. En términos discursivos y de posicionamiento político, el nacionalismo le permitía tomar decisiones en función de lo que imponía la “realidad nacional” y este pretexto era muy útil para dar márgenes de acción a su dirigencia.
¿Cómo logró sobrevivir a la dictadura militar el PSP? ¿Tuvo desaparecidos? ¿Tuvo deserciones hacia posiciones más radicalizadas?
– A pesar de su oposición explícita al golpe de 1976, la cúpula dirigente asumió una postura muy prudente frente al gobierno militar y cuya principal prioridad fue la protección de sus militantes. Está claro que el PSP no era ni por lejos el principal foco de atención del dispositivo represivo puesto en marcha por la dictadura, sin embargo se tuvieron que tomar medidas concretas para proteger a algunos de sus militantes más expuestos. La estrategia más recurrente fue la reubicación de algunos de ellos en otros lugares del país, a modo de exilio interno, y la reducción de la actividad política a lo mínimo e indispensable.
En términos generales, el PSP en su conjunto adoptó una política de autopreservación y su actividad intentó quedar alejada del radar represivo del gobierno autoritario. El partido continuó funcionando de forma semi-clandestina y sus posicionamientos tendieron a ser poco combativos o, al menos, no muy frontales. Sin embargo, desde muy temprano Guillermo Estévez Boero y otros dirigentes abonaron distintas instancias de cooperación interpartidaria e iniciativas de oposición, al igual que lo harían en su vinculación con la Internacional Socialista.
Con la democracia y el auge de la propuesta socialdemócrata de Alfonsín, ¿cuándo y cómo el PSP se arrima al gobierno después de haber apoyado a la fórmula peronista? ¿Cuál es el saldo en términos de formación de cuadros y de proximidad al ejercicio del poder?
El PSP nunca se sumó formalmente al gobierno de Alfonsín, a pesar de los muchos vínculos que existían tanto con el primer mandatario como con el radicalismo desde hacía décadas. No obstante eso, las vías de diálogo fueron muchas y el gobierno intentó, muchas veces con éxito, sumar cuadros que provenían de esa tradición política: Alfredo Bravo, Héctor Polino, Simón Lázara, por nombrar algunos.
Creo que hubo un conjunto de transformaciones que contribuyeron a la transformación del PSP que van más allá del gobierno de Alfonsín, pero que de algún modo se vinculan con él. El acercamiento a la Internacional Socialista y con ella a una serie de partidos socialistas con experiencias de gestión y otra impronta ideológica, apuntaló esa transición que no tuvo mucho de original. El otro elemento clave en ese proceso fue el acercamiento, hasta entonces impensado, con el Partido Socialista Democrático y el intento sostenido de articular, primero como coalición y más adelante con la fusión definitiva, la unidad socialista.
«El PSP se vincula con la Internacional Socialista como parte de una doble estrategia: por un lado, buscar un paraguas internacional que operara de refugio ante un posible embate represivo del gobierno dictatorial y para intentar zanjar el conflicto judicial por la sigla partidaria».
Rosario marcó y sigue marcando un clivaje en la historia del socialismo democrático: ¿Ser parte de la gestión de la tercera ciudad del país impactó en el enfoque político?
Si bien esto escapa a la periodización y, por tanto, al objeto de mi investigación, es claro que el triunfo en Rosario, por las circunstancias y la magnitud, fue un parteaguas en la historia del PSP. Si bien el socialismo había tenido en la Argentina algunas experiencias de gestión reconocidas, como Mar del Plata o Godoy Cruz, siempre pesaba sobre esta expresión política la sospecha sobre su incapacidad de gobernar. La inesperada conquista electoral, precipitada por la renuncia del intendente radical electo, luego logró ratificarse en los hechos de una gestión innovadora y reconocida incluso allende los límites de nuestro país. Asimismo, también hay que decirlo, la gestión obligó a replantear algunos aspectos programáticos y tácticos del PSP, diluyendo definitivamente sus aristas más radicalizadas y consolidando una tendencia frentista con partidos de centro e, incluso, de centro-derecha como la UCR o el PDP.
¿En qué momento de su historia el socialismo popular se conecta con el internacionalismo socialista y cuál es el impacto de este vínculo?
El PSP se vincula con la Internacional Socialista como parte de una doble estrategia: por un lado, buscar un paraguas internacional que operara de refugio ante un posible embate represivo del gobierno dictatorial y, por el otro, como una vía para intentar zanjar el conflicto judicial por la sigla PSP que se había desatado con la ruptura partidaria de 1974. Para ambas cuestiones, el saldo fue muy exitoso: el PSP ganó finalmente la disputa con sus otrora socios y también un reconocimiento a nivel internacional.
A este aspecto “táctico”, hay que sumarle algunos efectos de más largo aliento y, quizá, colaterales a ese acercamiento inicial. La integración del PSP a la IS le ofreció un marco propicio para renovar algunas de sus referencias ideológicas y doctrinarias e iniciar un proceso de “socialdemocratización”, un aggiornamiento a los nuevos tiempos. Por otro lado, la IS y la IUSY fueron espacios propicios también para la formación de cuadros que tendría un rol importante en el devenir posterior del partido como, por mencionar algunos, Rubén Giustiniani, María del Carmen Viñas o Alfredo Lazzeretti.
¿Cuál es el legado del PSP después de medio siglo de vida política?
Esto entra en el terreno de la especulación o, en el mejor de los casos, de las propias preferencias, no creo que de análisis. En principio, sería cuidadoso con el “mito de los orígenes”: el PSP es uno y muchos a la vez, su legado es multiforme y pasible de ser releído de muchas maneras. El legado no se extingue hasta tanto alguien considera que hay algo en ese pasado que recuperar, pero esto, lo sé, no responde tu pregunta. Por supuesto, algunos documentos y propuestas originales no parecen haber envejecido bien, el tiempo ha pasado para todos, pero esto no quita que haya aspectos rescatables. El propio partido tuvo sus instancias de revisión, esto es sabido.
El principal legado tiene que ver con la profunda convicción democrática y su vocación pluralista. La lucha por la igualdad mediante las herramientas que da la política y construyendo siempre con otros, incluso con los que no acordamos. Esta consigna, claro está, tampoco resuelve nada, la política es desafiante y difícil.
QUIÉN ES
Fernando Manuel Suárez es profesor en Historia (UNMdP) y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Es docente de la UBA. Compilador de «Socialismo y Democracia» (EUDEM, 2015) y autor de «Un nuevo partido para el viejo socialismo» (UNGS-UNLP-UNM, 2021). Es jefe de redacción de La Vanguardia.