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Cosechar comunidad

por | Sep 20, 2022 | Opinión

«¿Cómo se cosecha un futuro más justo habiendo desorganizado tanto la vida de las personas que perdieron toda esperanza de respuesta?», se pregunta la autora, que reflexiona sobre lo que se califica como discursos de odios cruzados, las consecuencias de un país sin esperanza.
Sembrar comunidad (ONU-Mujer).

Nota del editor: esta nota de Bárbara Pistoia es la primera de una serie que empezará a bucear sobre una pregunta que está ganando espacio en estos días: ¿Qué está pasando en algunos rincones de la sociedad? ¿Qué es lo que no está alcanzando a ver la política institucionalizada? ¿Qué demandas e ideas se le escurren a la lógica de la grieta que polarizó la sociedad con recursos de adversidad? ¿De dónde viene y a dónde va la violencia? Es una búsqueda abierta a nuevas opiniones y aportes.

«¿Qué vendrá si de la sociedad humana desaparece la fe?»

San Agustín

“Esa construcción ilusoria que es el yo (…) Uno se aferra creyendo que, desde ahí, tiene la libertad de llegar a cualquier lugar, y la verdad es que la posibilidad de ir a cualquier lugar existe cuando no hay un yo que programe un recorrido”
Daniel Santoro.

1— 

El filósofo italiano Gianni Vattimo sostiene que la modernidad uniformiza el lenguaje y al hacerlo encubre realidades. Los políticos y los sectores que predominan en la narrativa de la lucha política, en general, autores activos de esa narrativa, potencian este encubrimiento. La escritora italiana Andrea Marcolongo insiste en la importancia de combatir esto que deriva en un constante vaciamiento de las palabras, como si las palabras no fueran fundamentales para la vida útil y democrática de nuestros derechos. Y me permito ir un poco más allá, porque el lenguaje no son solo palabras, entonces, combatir su vaciamiento requiere otros combates que podemos unificar al trazar caminos de vuelta a un contenido estructural y organizativo. 

Ese trazar caminos de vuelta tiene, de mínima, dos problemáticas para nada menores e inmediatas. Porque, por un lado, en nuestro presente, todos somos (como efecto colateral del uso de aplicaciones y plataformas diversas) generadores de contenido, pero también somos el mismísimo contenido, propio y ajeno, por voluntad o sin ella, y con todos los pliegues que esto significa.

He aquí nuestro contenido preciado, el contenido con el que necesitamos combatir la uniformidad del lenguaje y el vaciamiento compulsivo y serial: un volver a pensar y hacer comunidad, una cultura comunitaria.

Por otro lado, ese volver a un contenido estructural y organizativo, a esta altura, implica reparar rutas conocidas, buscar, abrirse a otras, quizás crear, a fin de llegar a un destino que hoy funcione como extraordinario. Subrayo extraordinario, porque esto no significa necesariamente “nuevo”, más bien lo contrario en un tiempo de mucho falso nuevo, sino que propone salirnos del desorden resignado y de la repetición en la que vivimos. 

En cualquiera de estas direcciones, y de nuevo, por el pulso presente, esto parece realizable solo si nos permitimos salir de una inminencia que no nos deja tomar distancia con el tiempo, con el espacio y, principalmente, con la idea que tenemos de quienes somos como individuos y de quienes somos como colectivo. Entendiendo, a su vez, que lo colectivo devino en un recorte de representaciones tan concentradas en ese imaginario de pertenencia que poco y nada tienen que ver con la noción histórica de lo colectivo. Dicho de otra manera y al pie: tenemos que tomar el riesgo de perdernos para encontrarnos con otros. 

Des-imaginarnos, o matar ese yo/nosotros en el que se viene pulsando hace años, para volver a ese punto del ser en el que uno es porque hay un otro, un otro que no es yo/nosotros. Y de ese encuentro con otros, renacer comunidad. He aquí nuestro contenido preciado, el contenido con el que necesitamos combatir la uniformidad del lenguaje y el vaciamiento compulsivo y serial: un volver a pensar y hacer comunidad, una cultura comunitaria, porque es el sentir comunitario —sentir, no sentido— el que estructura y organiza conteniendo más allá de nuestras narices. Y en Argentina, ese nuestras narices tiene una sobrerrepresentación clara y fatal: la clase media y alta porteña en todo su abanico ideológico y principalmente, en su abanico partidario-emocional.

Ni siquiera se busca expresar para tocar a alguien o tocar una situación: se expresa para que, a través de las reacciones que generamos, se nos toque a nosotros.

El pintor Daniel Santoro reflexiona sobre cómo se fueron dando tales recortes espaciales que nos permiten visualizar de manera simultánea otros recortes simbólicos, los “que anuncian la ruptura de los lazos sociales, que a su vez imponen desactivar herencias simbólicas y olvidar las experiencias históricas”. Y es que, como decíamos por acá mismo, vivimos en un presente permanente dirigidos por plataformas que nos ponen a relatar la realidad. 

Pero ¿de qué realidad se puede hablar si estamos anclados al instante? Marcolongo habla de una dictadura de opinión: todos quieren imponer su opinión y ser reconocidos por esa opinión. Ni siquiera se busca expresar para tocar a alguien o tocar una situación: se expresa para que, a través de las reacciones que generamos, se nos toque a nosotros. 

Toda esta danza de opiniones, posicionamientos, expresiones acontece en una misma dinámica: es el otro el que no ve, el otro no está despierto, no es tan vivo, no está tan formado, el otro esto y aquello. Cuando el problema únicamente es el otro, todas las fronteras funcionan como separación y no como punto de encuentro. Cuando la solución únicamente son los yo/nosotros, tampoco se identifica bien dónde trazar fronteras de separación. Esta dinámica no es exclusiva de nadie: está en el aire, es la regla relacional y testimonial de nuestro día a día. 

2— 

Después de años acusando de corrección política a ciertos intentos de moderar lo que hoy llaman y exaltan como discursos de odio, tuvimos que ver como una persona puso un arma en la cara de la vicepresidenta para que empiecen todas las opiniones a llegar al baile. Opiniones que suceden en ese tiempo presente permanente y que solo pueden ver, desde ahí, violencia cuando hay un arma, o ver odio y atentados cuando quien está en peligro o en el foco del conflicto es una figura política de amor-odio. 

¿Cuánto hace que el llamado campo nacional y popular no se adelanta, no previene ni consigue crear espacios, políticas, lenguaje que cuide y dignifique lo que representa? Porque del otro lado ya sabemos cómo funciona, la derecha siempre es una política de muerte. Pero si la forma de oponer es solo apuntando esto, descansando en lo “muy peor” que es lo que está enfrente, puede que también de este lado se esté representando una muerte incluso más grave, que es la de la esperanza política que promueve conquistas, lazos y movilidades sociales. 

Estamos viviendo en un país sin esperanza, la propagación de eso que identifican como discursos de odio no es más que un reflejo de esa no esperanza.

Estamos viviendo en un país sin esperanza, la propagación de eso que identifican como discursos de odio no es más que un reflejo de esa no esperanza. Esos discursos vienen creciendo y siendo fuertes desde sectores que suelen recibir odio, que viven bajo fuegos cruzados, y el campo nacional y popular suele ridiculizar esto como un fenómeno o una paradoja, en vez de ver que es una reacción de tanto acumular cuerpos golpeados por violencias, inseguridades e injusticias que a nadie le conmueven más allá de icónicos repudios.

Cristina es la figura política nacional más importante del siglo, tan así que su figura resiste el estar atrapada entre la épica que vampirizan sus adherentes y las violencias que sobre su cuerpo fantasean los ajenos. A ninguno le importa tanto escucharla, ya no necesitan oírla para amarla u odiarla. Es una cosificación idílica en la que ambos bandos alimentan lo mismo, más allá de que cada uno se autopercibe superior moral, intelectual y hasta sentimentalmente que su oponente. Todos claman ser amor para señalar como odio a los otros, todos se defienden del mismo modo: “después dicen que los violentos somos nosotros”.

La trampa es que el amor no se opone al odio, ambos pulsan lo mismo pero por diferentes medios. El mayor spoiler es militar bajo el pulso de un supuesto amor que derrota a un supuesto odio.

La trampa es que el amor no se opone al odio, ambos pulsan lo mismo pero por diferentes medios. El mayor spoiler es militar bajo el pulso de un supuesto amor que derrota a un supuesto odio. Como ya vimos con otras consignas de los últimos tiempos —simplistas, pegadizas, calce justo para los narcisismos de época— al lenguaje político actual lo deja bien cualquier bondi, porque no da cuenta de nada, no dice. Y ahora se pretende resolver un clima fuera de control legislando desde estas percepciones. 

El amor no derrota al odio, pero lo que sí se derrota en esta configuración de lenguaje que habla pero no dice es toda posibilidad de restaurar una cultura comunitaria, una cultura comunitaria que, a su vez, pueda escaparse de la señalización absoluta de clase y ciudad. Porque, volviendo a lo mismo, hay una sobrerrepresentación que no resiste ningún otro punto geográfico que no sea la Ciudad de Buenos Aires. 

Cuando ocurre el milagro de aflorar un sentido nacional, Buenos Aires está tan aislada del resto, aislada en un sentido enfrascado, simbólico pero también palpable, que terminan hablando solos por defecto. Puede tener ciertas cercanías, matices con algunas otras pocas ciudades del país, pero siempre de forma condicionada. Ni las riquezas ni pobrezas, ni los progresismos, ni las derechas e izquierdas, ni la idea de los uno y los otros, ni los enemigos, ni el sol, ni los vientos ni la lluvia funcionan, suceden, acontecen, conviven, disputan y existen de una forma tal que pueda funcionar lo que la agenda porteña ofrece, muestra, construye, destruye. Sin embargo, esa agenda está dirigiendo al país.

Un país en el que campos, pueblos y ciudades no tienen tan claros ni definidos sus bordes, no solo por los propios límites del paisaje, también por los estilos de vida. Una posible caracterización general es la organización que ocurre en torno a una plaza, una iglesia, avenidas comerciales; los lugares que tengan la bendición suman a la ecuación una vida de cara y/o en intimidad con ríos, montañas, sierras, bosques, mares. La conversación porteña, la lectura porteña, la formación porteña no funciona en estos encuadres. Solo existe allá y funciona ahí, y ni siquiera en la mayoría de la ciudad, más bien en un ramo de cuadras que caminan una y otra vez los que componen la no tan pública opinión pública. 

¿O pensaban que iba a salir gratis ese ceder banderas, ceder palabras y espacios para imponer otros, ese no atender conflictos estructurales en tanto y en cuanto no toquen la propia posición y el imaginario partidario que construyen?

A la gravedad del atentado que sufrió Cristina se le suma el después. Las ideas rosas de que los pueblos no son violentos, de pensar que la mayoría no quiere disparos ni matar a una líder política. Como si para una tragedia se necesitará una mayoría que se autopercibe pacífica, como si las últimas elecciones no nos hablaran de una oferta y demanda en aumento de violencias dirigidas, y principalmente, como si la democracia en sí misma no se sostuviera en las violencias que se legitiman incluso desde el campo nacional y popular.

¿O pensaban que iba a salir gratis ese ceder banderas, ceder palabras y espacios para imponer otros, ese no atender conflictos estructurales en tanto y en cuanto no toquen la propia posición y el imaginario partidario que construyen? Evadir que somos violentos en nuestra banalización, endogamia, narcisismo, que permitimos miles de violencias a diario con el fin de mantener cierto orden social y ciertas narrativas es vivir sembrando disparos fallidos en la cara de cualquier político, de cualquier militante, de cualquier ciudadano que represente ese otro que todos los discursos vienen configurando. Un otro que se configura desde emociones políticas pero que deriva rápidamente en lo intuitivo según cuánto resiste en el medidor de cristinismo o anticristinismo, según corresponda.

Por eso no alcanzan los repudios, y por eso son desleales las voces que apuntan a responsabilizar a toda una sociedad. Si todos somos responsables, nadie es. Hay medios, hay funcionarios, hay políticos, hay arengadores de la antipolítica haciendo política, están los sectores que participan activamente de la cultura nacional, están los cazadores de bruja, los que vigilan más cómo se dicen las cosas que cómo se hacen, o qué se hace en esa dirección de lo que se dice. Se exaltaron tanto las emociones y los envases, se descansó tanto en falsos consensos, se deleitaron tanto en la riqueza de las contradicciones que ofrece lo político, corriendo límites hasta perderlos de vista, se leen tan mal los números electorales y de una realidad en la que el hambre y las violencias muerden los talones, cuando no arrasan sin piedad, que parece no haber por donde empezar a arreglar. 

Y arreglar es urgente, porque lo que nos advierte el día después es que el atentado a CFK no es un límite que marca un stop, más bien es una invitación a seguir desde ahí. 

Silenciar no construye comunidad (Amnesty).

3— 

Hablamos de vivir en un presente permanente en el que ya no se trata de que siempre es hoy, siempre es ahora porque un segundo después es tarde. Consumir el tiempo en vivo y en directo, porque eso es el constante estar en línea, es que todo pasado anterior no sea legítimo, porque en ese siempre es ahora el pasado no tiene lugar. El vivir en un ahora permanente, que irremediablemente exalta estados de ánimos antes que permitirse perderse en preguntas abiertas, las que en esa apertura invitan a un otro, hace que todo nazca vencido. Si todo nace vencido, lo que nos queda para adelante es infértil.

Todo tiempo pasado no fue mejor, pero tenerlo en claro fue lo que hasta no hace mucho nos permitía vivir nuestro propio Eclesiastés: todo bajo los cielos sociales, políticos y culturales tiene su tiempo, hay tiempos de resistencias, hay tiempos de primavera. Hay tiempos de preparación, de construir y destruir, de morir y renacer. Y esto es así porque estos tiempos se equilibran, se necesitan. El pasado está vivo porque nunca hay un final, es un continuo. Ninguna derrota es definitiva porque ninguna victoria lo es. 

El pasado siempre fue, para bien y para mal, el único lugar temporal seguro que tenemos para continuar historias desde una posición edificante y/o diferente, posición que se reafirma cosechando legados, que se regodea del conocimiento y la experiencia previa. Porque en ese deleite que no anula lo anterior, que no lo destruye, no solo hay un dar crédito, una gratitud, también vencemos al tiempo en su única posibilidad de ser vencido: “mueren los nombres pero no sus ideas”, “volveré y seré millones”, “pueden encerrar a un revolucionario, pero no pueden encerrar a la revolución”, y otras expresiones hermosas de este estilo, nos hablan de esto, de hacer comunidad a través de las épocas, de reafirmar victorias pasadas en las nuevas conquistas de derechos, de arrebatar derrotas anteriores, de volver a intentarlo una y otra vez mientras haya vida, y que cada una de esas veces nadie se quede afuera, ningún nombre de todos los tiempos. Caminamos porque otros hicieron los caminos. 

Es que el lenguaje no es una performance, es el elemento que, en definitiva, sostiene los entramados sociales, culturales y políticos, pero no de manera universal ni inocente, no es pasivo.

Una época que vive en un ahora permanente no tiene luz al final del túnel, tiene caos y confusión. ¿Dónde está la luz? En los márgenes, desde donde de por sí —escribiendo, leyendo, estudiando, dibujando, en montajes, fotografía, y demás— ya siempre trampeamos al tiempo y al espacio, al ruido sonoro y visual. Pero es también desde esos márgenes que hoy trazamos las rutas en las que podemos ir y venir del pasado sin quedar atrapado en su lógica. Márgenes como espadazos de luz y caminos que se abren de forma necesaria, porque todos necesitamos tener un a donde llegar, un a donde callar, un a donde decir, un a donde escuchar otro decir y también al silencio, el único que hace posible los milagros de escuchar y decir. Escuchar y decir son dos bases esenciales del fundar, o refundar, comunidad.

Es que el lenguaje no es una performance, es el elemento que, en definitiva, sostiene los entramados sociales, culturales y políticos, pero no de manera universal ni inocente, no es pasivo. Hay un diagnóstico de tiempo y espacio en el lenguaje, y también hay siembra. 

Entonces, ¿qué cosecha esperan cuando la percepción de ese tiempo y espacio se reduce al ideario e imaginario de los pocos que acceden a narrarlo? ¿Qué cosecha esperan cuando la siembra es continuamente personal y emocional, y cuando ese personal emocional deviene en algo un poco más amplio no ofrece más que una suma de yo que comparten un mismo hilo conductor? ¿Cómo se cosecha un futuro más justo habiendo desorganizado tanto la vida de las personas que perdieron toda esperanza de respuesta? 

Bárbara Pistoia

Bárbara Pistoia

Comunicadora y artista visual. Edita Delivery, un newsletter de arte. Dirige Hiiipower Club, un sitio sobre hip hop y black arts. Escribió "¿Por qué escuchamos a Tupac Shakur?", editado próximamente por Gourmet Musical Ediciones.