«Reescrituras de la masculinidad», el último libro de Josep M. Armengol, es un invaluable aporte para los estudios sobre masculinidades. A su rigor académico se le suma la explícita intención de fomentar nuevas masculinidades en clave feminista.
“Si el feminismo fue sin duda la mayor revolución social del siglo XX, el cambio en los hombres y las masculinidades puede perfectamente convertirse en una de las revoluciones sociales más importantes del nuevo siglo”. Con esa provocativa y desafiante frase cierra Josep María Armengol, profesor de la Universidad Castilla-La Mancha, su reciente libro Reescrituras de la masculinidad. Hombres y feminismo, editado por Alianza Editorial. Un libro que es, al mismo tiempo, un riguroso estudio académico sobre las masculinidades y, también, una propuesta política de transformación. Y es el talento del autor lo que permite que ninguno de estos aspectos quede soslayado por el otro, lo que evita que el libro se vuelva un ejemplar más de academicismo ramplón o un panfleto sin mayor interés que la invectiva política.
El libro de Armengol es un esforzado ejercicio de síntesis que no esquiva ninguno de los debates que atraviesa hoy el feminismo y los estudios de género. Entre sus muchos méritos académicos, está también el de presentar y dar a conocer, de forma clara y exhaustiva, una larga lista de autores y autoras, artículos y obras de investigación, muchas de las cuales son muy recientes y, en muchos casos, no han sido todavía traducidas al español. Con particular foco en el posestructuralismo, propone un abordaje no sustancialista de las identidades (de género, central pero no exclusivamente) aunque reconociendo su carácter performativo. El objetivo, tal vez paradójico, es poner en el foco a un actor omnipresente (el hombre, blanco, heterosexual) y tensionarlo a partir de su inscripción en las relaciones sexo-genéricas, abonando la deconstrucción de ciertos rasgos naturalizados que van desde su monopolio del espacio público hasta la violencia machista.
Armengol parte de un diagnóstico duro con respecto al rol jugado por los hombres y las formas de las masculinidades hegemónicas, pero se muestra optimista con las posibilidades de transformarlo desde dentro. Es así que recorre diferentes aristas del problema que se traducen en espacios que hoy reproducen las relaciones de desigualdad y opresión, pero que, según su punto de vista, pueden convertirse más temprano que tarde en lugares de emancipación y disputa. Así, analiza los espacios de socialización masculina –los “grupos de pares”–, las paternidades tradicionales y las nuevas paternidades y, por supuesto, la relación entre masculinidad y emocionalidad, todas ellas con un fuerte anclaje en las representaciones literarias y cinematográficas (área en la que el autor se especializa). Cada uno de esos lugares, grandes reproductores de privilegios y violencias, pueden convertirse en sitios de militancia y construcción de masculinidades feministas.
A pesar del optimismo, el autor no niega las complejidades y tensiones que anidan dentro del movimiento feminista, y del progresismo en general, sobre diferentes tópicos: la cuestión trans y las normativas sobre identidades de género; la participación o no de los hombres en espacios feministas; la tensión entre lecturas punitivistas y de rehabilitación ante la violencia machista, etcétera. Así como también indaga sobre las muchas reacciones, a veces sumamente violentas, que produce el avance de ciertas agendas y la pérdida de privilegios entre grupos políticos cada vez más radicalizados.
De visita por la Argentina, alternando entre tiempo de descanso y una serie de charlas y conferencias que dictó, tuvimos la oportunidad de conversar con Josep María Armengol en Buenos Aires. Con centro en su libro, reflexionó sobre los muchos desafíos que presenta repensar y transformar las masculinidades, sobre el pilar de las luchas feministas, en nuestro convulsionado presente.
«El género es un concepto básicamente relacional. Entonces, al cambiar la concepción de feminidad tradicional, pues sin duda cambiaron también el concepto de masculinidad y empujaron, de algún modo, obligaron en sentido positivo, a muchos hombres a replantear su propia identidad de género».
La primera pregunta que me surge del libro es en torno a esta idea que vos presentás del “hombre feminista”: ¿Por qué es tan controvertida y tan problemática y, al mismo tiempo, qué potencial tiene?
Muy buena pregunta, Fernando. Yo diría que, en primer lugar, se da a veces una contradicción o un oxímoron al hablar de “hombres feministas”, puesto que el feminismo nació básicamente de las mujeres y de su lucha feminista. Esto lleva a, por un lado, ver la historia de los hombres feministas y podría citar varios ejemplos: trabajos como los de Friedrich Engels o de otros personajes importantes que han creído siempre en la igualdad entre hombres y mujeres. De manera que, por un lado, reivindicar el papel de los hombres en la lucha feminista y, por otro, demostrar también que no solo pueden y deben participar, sino que eso puede ser bueno para los propios hombres. Es decir, que muchas veces pensamos que el feminismo es, de algún modo, un ataque a los hombres; pero lo que nos demuestra también es que básicamente lo que el feminismo promulga es la igualdad entre hombres y mujeres. Y, por tanto, cualquier principio ético basado en la igualdad tiene que ser bueno, en principio, para hombres y para mujeres; y que los hombres también pueden beneficiarse muchísimo en varios aspectos de lo que sería la equidad entre hombres y mujeres, sin obviar las diferencias.
A mí me gusta mucho usar el término “equidad”, más que “igualdad”, porque el concepto de “igualdad” homogeneiza las relaciones, mientras que la equidad es hablar de igualdad en derechos. Y yo diría que cada vez más hay involucramiento de los hombres en gran parte del mundo occidental como mínimo, hay cada vez más hombres que se involucran activamente y participan en todas las luchas contra la violencia de género, etcétera. Esa era un poco la idea del libro: mostrar como el feminismo no tiene por qué ser antitético a los hombres y que los hombres pueden ganar también a través de ese involucramiento en la lucha feminista.
En ese sentido, hay otra idea que aparece al principio del libro, y que me parece muy potente, que señala que así como el feminismo fue la revolución, a veces silenciosa, de nuestro tiempo, sugerís que la de las masculinidades puede ser la revolución que siga. Como un desprendimiento del feminismo y el movimiento de mujeres, pero también con sus peculiaridades: ¿Cómo pensás esa revolución?
Yo creo básicamente que el siglo XX tuvo muchas revoluciones sociales, pero que, sin dudas, una de las más importantes, junto con el movimiento por los derechos civiles y la igualdad racial, fue el movimiento feminista. Empezando en el año 49 con el libro de Simone de Beauvoir, El segundo sexo, que se considera el principio de lo que se considera el feminismo moderno. Fue una gran revolución, sino “la” gran revolución del siglo XX, históricamente hablando. Y yo diría que, en ese sentido, lo que hizo fue que, por primera vez, las mujeres se replantearan a sí mismas como mujeres. Es decir, su papel en la sociedad y en una sociedad básicamente patriarcal. Y lo que hicieron fue deconstruir, cuestionar y reivindicar el papel de las mujeres dentro de la sociedad. Pero al hacer esto, como consecuencia inevitable también, cuestionaron el sistema de género. El género es un concepto básicamente relacional. Entonces, al cambiar la concepción de feminidad tradicional, pues sin duda cambiaron también el concepto de masculinidad y empujaron, de algún modo, obligaron en sentido positivo, a muchos hombres a replantear su propia identidad de género.
Y yo diría que esta revolución, que empieza con la segunda oleada feminista, prosigue hasta el presente y cada vez más lo que ha hecho es que el concepto de masculinidad se ha visto replanteado, cuestionado y revisitado tanto por mujeres como por los propios hombres, que se dan cuenta que ya no pueden seguir como antes, porque básicamente sus relaciones de pareja, sus relaciones de amistad, tanto con mujeres como con hombres, están determinadas por cambios fundamentales. Como, por ejemplo, la entrada de la mujer al mercado laboral masiva; el cambio en los roles en la crianza de los hijos; el cambio en la paternidad, en la maternidad y en múltiples niveles. Eso ha cambiado radicalmente el papel y el rol de la mujer como esposa y madre solamente, y ello ha obligado inevitablemente, ha conducido a que los hombres tuvieran que replantearse ese papel. Pero yo diría que, al hacerlo, algunos hombres han actuado reaccionando en contra de estos avances, como una resistencia, pero otros hombres se han dado cuenta que también pueden mejorar sus propias vidas. Un ejemplo que pongo en el libro, en el capítulo sobre nuevas paternidades: el hecho de que el hombre participe de manera igualitaria en la crianza de los hijos también mejora, no solo las relaciones con sus parejas o con sus propios hijos, sino también la riqueza emocional de sus propias vidas, de manera que los padres dejen de ser una figura distante, autoritaria y represiva.
La última pregunta general apunta a esta cuestión que vos marcás, sin rehuir a los problemas que presenta, que los estudios de las masculinidades son herederos de, por un lado, el feminismo más clásico y, por otro lado, las teorías queer, que hoy están visiblemente tensionados entre sí. ¿Cómo trabajaste está cuestión? ¿Cómo se puede pensar desde las masculinidades esta tensión que está tan presente?
Es muy buena pregunta, porque realmente la teoría queer ha revolucionado de algún modo lo que se conoce como “estudios de género”. Digamos que, en primer lugar, por citar brevemente la historia de los estudios de género, sabemos que todo empieza con el feminismo: estudios sobre mujeres, hechos sobre todo por mujeres y para mujeres. Y eso se produce desde el principio, nos podemos hasta el siglo XIX con la primera ola feminista, pero la segunda ola continúa bastante el foco en las mujeres, puesto que ellas han sido, y siguen siendo en la mayoría de casos, las principales víctimas del patriarcado, de la opresión y de la discriminación por género. Pero a partir de los años 80 cada vez más, cuando empiezan los estudios sobre masculinidad, lo que ocurre también es que las mujeres provocan que los hombres se den cuenta que ellos también son personas marcadas por el género y que ya no puede considerarse al hombre como ejemplo de universalismo o de neutralidad, como, digamos, el paradigma de humanidad. Y a partir de ahí empieza también a cuestionarse el rol de los hombres en tanto seres dotados de un género específico. Y eso sigue así más o menos hasta los años 80, cuando se produce una gran revolución a raíz del trabajo de Michel Foucault, sobre todo en La historia de la sexualidad. Allí, este filósofo francés lo que hace por primera vez es cuestionar el mismo concepto binario de sexo, es decir, la división entre varón y mujer, macho y hembra. Foucault en La historia de la sexualidad, en el primer volumen, lo que dice es que básicamente la propia división binaria entre sexos puede ser el producto de una construcción social también y el habla de una producción discursiva. Y que, realmente, la división binaria entre hombres y mujeres puede ser, por tanto, deconstruida. Que no hay nada natural, ni biológico, ni esencial para dividir a la humanidad en dos categorías binarias, hombres-mujeres. Y a partir de Foucault, empieza toda la ola de los que es el posestructuralismo, sobre todo a través de Francia (Inglaterra y Estados Unidos más tarde) con figuras como Jacques Derrida. A partir de allí se empieza a cuestionar el binarismo biologicista entre hombre y mujer del cual bebe gran parte de la teoría queer actual. Que lo que ha hecho, y eso ha sido una revolución fundamental en los estudios de género, es deconstruir la supuesta identidad masculina y femenina, y empezar a hablar de la “fluidez del sujeto”, de lo que entendemos por sujeto.
Eso ha creado una gran tensión porque todo el feminismo tradicional, de los años 50 hasta los 80, no había cuestionado la identidad misma de hombre y mujer, de hecho lo que hacía era reivindicar la identidad femenina e incluso la diferencia, como hizo el llamado “feminismo de la diferencia” francés. Y lo que hace la teoría queer, pues, es poner en duda, en tela de juicio, esas categorías binarias y empieza a hablar de géneros en plural y de la fluidez del género. Ello desemboca, finalmente y más recientemente, en lo que son los estudios trans y transfeministas, que lo que dicen es que el género es una opción y que uno puede cambiar, no solo de género, sino también de sexo, del sexo entendido como elemento biológico de división. Eso ha causado en España, y aquí también según me has comentado, enormes divisiones entre feministas más tradicionales (en España está, por ejemplo, Amelia Valcárcel) y teóricos y teóricas queer que dicen que uno puede ser hombre o mujer por elección, o que hay un número indefinido de géneros, incluso el no-binario. Esto ha causado malestar porque, de algún modo, ha cuestionado los cimientos del feminismo tradicional basados en la identidad. Es un debate abierto, del que yo no tengo la respuesta. Plantea sin dudas problemas -que no rehuyo tampoco, creo que queda claro- en términos de cuotas, de derechos de acceso al mercado laboral, de competiciones deportivas de alto nivel, de cárceles de hombres y mujeres, etcétera. Y, bueno, los argumentos todos los sabemos: por un lado, los argumentos biologistas, basados en la división binaria, defendido sobre todo por el feminismo tradicional y, por el otro, teóricas y teóricos queer que abogan por la disolución de la identidad, hablar de géneros (femenino, masculino, no-binario) y la fluidez y la maleabilidad del género e incluso del sexo. Es un debate que en España incluso produjo un cisma entre el Partido Socialista y Podemos, que son coalición de gobierno, y algunas feministas como Carmen Calvo, que era vicepresidenta en ese momento, se vieron obligadas a dimitir por la presión de Irene Montero y el Ministerio de Igualdad, de Podemos, que era más pro-trans. Sigue siendo un debate muy controvertido. Si bien el anteproyecto de la llamada “Ley trans” en España sigue su curso, y creo que se terminará aprobando, sigue generando muchas resistencias. En muchos casos nos damos cuenta que, paradójicamente, en muchos postulados algunas feministas coinciden con los postulados de partidos de ultraderecha o conservadores, es decir, Vox, por ejemplo, pues defiende que uno nace niño y muere niño, o nace niña y muere niña, y no hay discusión posible que es, básicamente, lo que argumentan algunas feministas. Y eso es lo que resulta paradójico. De hecho, hay un libro bastante famoso en España ahora mismo, no le quiero dar publicidad, que se llama Nadie nace en un cuerpo equivocado, que ha vendido bastante, y el prólogo curiosamente, dado que por el título se intuye que los postulados son bastante conservadores, está elaborado por Amelia Valcárcel, una gran feminista. De modo que, creo yo, es el tema que más división ha causado en el feminismo y en los estudios de género.
Es curioso también, que lo cito en el libro, es que Simone de Beauvoir fue la primera que dijo “una no nace, sino que se hace mujer”, la gran feminista. Ahora, de algún modo, lo que dicen algunas feministas es “una nace mujer”, otra vez. Está creando unas paradojas enormes, tensiones y disputas políticas.
Unas de las ideas centrales del libro es esta que las masculinidades están omnipresentes y, al mismo tiempo, invisibles. Y creo que eso está también vinculado con tu opción por trabajar mucho en torno a las representaciones en la literatura y en el cine, y no tanto análisis desde la sociología o la antropología (si bien recurrís a ellos). ¿Cómo se relacionan estas dos cuestiones?
Primero voy a decir que yo soy un humanista, yo vengo del campo de la literatura y el cine, soy profesor de literatura. Y siempre me han interesado lo que son los estudios de género, dentro del ámbito literario y fílmico, de representaciones. Y con el tiempo, de algún modo, me he dado cuenta que cada vez más y con mi trabajo, que gran parte de la construcción del género bebe y deriva directamente e interactúa con el mundo de la representación. Eso también sostiene Teresa de Lauretis, en un libro que se llama Technologies of Gender, en donde dice que la construcción del género es su representación. Por no citar también a Judith Butler con todo el concepto de “performatividad”. Entonces, si entendemos que el género es representativo, representacional y performativo; la literatura y el cine, en tanto que representaciones culturales, ofrecen un espacio yo creo que privilegiado de análisis, crítica, construcción y deconstrucción de modelos de género. Y yo creo que la relación entre construcciones sociales y representaciones es, de algún modo, recíproca, hay una retroalimentación. Es decir, el género se construye a través de representaciones, pero las representaciones también influyen en la construcción del género, y al revés. Y sobre todo, aquí cito a un escritor americano que se llama Tim O’Brien que dice: “La ficción es la mentira que nos ayuda a comprender la verdad”. Y realmente yo creo que los textos literarios o fílmicos, cualquier tipo de construcción, como los medios de publicidad, comunicación o moda juegan un papel fundamental en lo que entendemos como modelos de género: cómo debe ser un hombre, cómo debe ser una mujer, qué modelos se proponen. Y también para reflexionar sobre ellos y para deconstruir, a veces ofreciendo alternativas y cuestionando la norma hegemónica.
«Si conseguimos cambiar las relaciones paterno-filiales estamos, de algún modo, cuestionando también al patriarcado o, es decir, la institución del patriarcado. Dicho lo cual también, intento insistir en que el patriarcado existe. Que sigue siendo un elemento muy poderoso, muy influyente y muy importante, tanto en culturas occidentales como en no-occidentales».
Yendo a los tópicos que trabajás, una de las cosas que aparece fuertemente en el libro es el tema de la emoción y su correlato político. Uno de los problemas que vos ves, y que tiene que ver con la historia del feminismo, se refiere a cómo una revolución que parece acotada al ámbito de lo privado, de cambiar prácticas cotidianas, se ve traducido en la esfera pública: ¿Puede la emocionalidad estructurar y articular una opción política?
De eso intento hablar también en el libro, por lo que se ha dicho sobre el lugar de las emociones. Se ha criticado mucho, por ejemplo, el trabajo de grupos de hombres porque decían: “es un trabajo a nivel grupal, pero con implicaciones políticas muy limitadas”. Porque básicamente, sostienen estas críticas, los hombres aprenden a expresar sus emociones, hacen talleres para relacionarse de otra manera entre ellos y con otras personas, pero se quedan mucho en un ámbito privado, emocional y por tanto alejado de lo que es el cambio social y político. Se ha creado entonces normalmente esa dicotomía entre emoción, por un lado, y política, por el otro. Y lo que yo intento demostrar que, si bien es cierto que en algunos casos el impacto político del trabajo emocional, terapéutico o personal es limitado, pero que, por otro lado también, como diría el feminismo: “lo personal es político”. Y que muchas veces hay determinadas prácticas emocionales, “estructuras de sentimiento” (por usar el término de Raymond Williams), que pueden tener impacto político y social. Y que, de hecho, gran parte del trabajo político y social que se ha hecho, por ejemplo, en derechos humanos, en derechos por la lucha de igualdad racial o de género, comienzan por, por ejemplo, el enfado. Lo que la teórica Audre Lorde llamó anger, el enfado o la rabia. Puesto que lo que eso hace es que movimientos por los derechos civiles empezaron, de algún modo, cuando alguno es discriminado y llega un momento donde dice: “¡Basta!”. Y digamos que es esa emoción la que está en el germen, de algún modo, de muchas de las luchas políticas más importantes. Y yo creo que también en el feminismo y lo que es el cambio en los hombres, que lo emocional puede ser político, y muchas veces es político, y que no hay política sin emoción tampoco. Y que es esa parte emocional, tras mucho tiempo contrastando la racionalidad masculina con la emocionalidad femenina, la que descubrimos. Porque las emociones no tienen género y pueden llevar a un cambio político y social concreto, en este caso a un avance en la igualdad. Deconstruir esta oposición es la tarea.
Una de los conceptos claves, que vos lo usás también durante todo el libro y que, por lo general, se objeta por fuera de la perspectiva feminista o los estudios de género es el de “patriarcado”. Más allá de su alcance general, vos dedicás una parte importante del libro a discutir sobre las paternidades, como raíz de esa categoría, y cómo estas pueden ser un lugar central para discutir las masculinidades.
El patriarcado, si vamos al sentido etimológico del término, viene de padre, de pater. Entonces, la figura paterna ha sido tradicionalmente en las sociedades clásicas la figura patriarcal: el padre como autoridad que tenía un derecho de propiedad sobre mujeres e hijos. La autoridad del padre era incuestionable. Que tiene que ver también con lo que dice la Biblia, si nos remontamos allí, y la figura del Dios Padre. Punitivo, autoritario, distante.
Es por eso que me parecía importante el tema de las nuevas paternidades para cuestionar la figura paterna, la figura del padre, y con ello también el patriarcado, el concepto de patriarcado. Yo creo que la figura del padre está en la raíz de lo que se entiende por patriarcado. Entonces, si conseguimos cambiar las relaciones paterno-filiales estamos, de algún modo, cuestionando también al patriarcado o, es decir, la institución del patriarcado. Dicho lo cual también, intento insistir en que el patriarcado existe. Que sigue siendo un elemento muy poderoso, muy influyente y muy importante, tanto en culturas occidentales como en no-occidentales. Pero también intento, de algún modo, como hace Butler, no universalizar el patriarcado y hablar de cada caso en concreto según contexto y el momento histórico. Es decir que el patriarcado es igual en todas partes, pero que toma distintas formas y distintos grados. Entonces, el patriarcado está basado en la opresión y la superioridad del hombre sobre la mujer, eso es un hecho. La mayoría de las culturas del mundo son patriarcales, pero el grado de opresión patriarcal y las formas que esta toma no son siempre iguales. Para poner un ejemplo, en Argentina, España o Arabia Saudita no es idéntico. De modo que también creo que es importante no usar el concepto patriarcado con mayúsculas, como incuestionable, como monolítico, como incontestable, sino ver en cada contexto cómo opera, en qué grado y qué forma asume. Y sobre todo no confundir “hombres” con patriarcado. Creo que es importante distinguir entre varones y patriarcado, porque hay también mujeres patriarcales. El patriarcado también se internaliza tanto en hombres como en algunas mujeres, por lo cual creo importante distinguir esto.
Me interesó muchísimo del capítulo sobre la amistad masculina a dos niveles: por un lado, algo que se menciona mucho en los estudios y talleres sobre el tema, el lugar que tiene el “grupo de pares” como espacio de reproducción de ciertas prácticas y, por el otro, la evolución de los espacios de homosocialidad (con su componente homoerótico) a espacios muchas veces misóginos, como la sociabilidad deportiva. ¿Cómo se da puede dar un proceso de transformación de estos espacios? En ese sentido, tu mirada parece optimista en cuanto a sus posibilidades.
Esa es también una pregunta muy interesante y un gran interrogante. Lo que yo intento mostrar en el capítulo es que la homosocialidad, las relaciones de amistad masculinas, entre hombres, tienen un potencial y una dualidad. Por un lado, pueden servir, y a menudo sirven, para reafirmar y potenciar relaciones patriarcales tradicionales, que no cambian nada. Eso ocurre, como has comentado, en muchísimo ámbitos misóginos donde, como decía Barbara Ehrenreich, que es una teórica americana: los hombres en grupos de hombres, son hombres en mala compañía. Y, de hecho, así ocurre en muchos contextos, como, por ejemplo en España, tenemos el infame caso de “la manada”. Con lo cual, todos esos ejemplos nos pueden servir para sostener que la homosocialidad fomenta la misoginia y la homofobia.
Pero también es cierto, y es allí donde tengo mi dualidad, que hay un potencial al menos para que determinados espacios homosociales puedan contribuir también a fomentar relaciones homoeróticas y otras relaciones que deconstruyan lo que se entiende por masculinidad hegemónica. Y sobre todo la idea de que no ha habido siempre una oposición, es decir que homosocialidad y misoginia no siempre tienen por qué coincidir y que hay un determinado potencial en las amistades y en las relaciones entre hombres para también contribuir a la igualdad de género en determinados casos. Yo usaba como ejemplo el caso de la poesía de Walt Whitman, que hablaba de la capacidad de crear sociedades más democráticas y más igualitarias a través de amistades entre hombres de distintas clases sociales, etnicidad o nacionalidad.
Y también creo que es importante señalar que el concepto de homosocialidad ha estado siempre muy cerca del concepto de homoerotismo y que muchas prácticas homosociales son más o menos homoeróticas. Es importante porque creo que hay una tensión constante entre lo que son contextos homosociales y contextos homoeróticos, que tienen el potencial de cuestionar el heterosexismo dominante. Estoy pensando, por ejemplo, en el caso de un partido de fútbol, que es un contexto muy misógino, muy homosocial. Pero cada vez que se marca un gol, todos los futbolistas se abrazan y establecen relaciones de amor muy íntimas corporalmente hablando. Y hay muchos otros ejemplos también que demuestran que hay una línea muy fina, como habla Eve Kosofsky Sedgwick en su libro, entre homosocialidad y homoerotismo.
Vos también señalás como esa frontera es una cosa más bien reciente, como atestigua, como mencionás en el libro, la relación entre David Hume y Adam Smith. Esto pareciera ser menos rígido en el mundo de la amistad femenina y mucho más severo en los hombres, sobre todo a nivel público.
Eso también lo menciona Sedgwick en varios de sus libros. De hecho, la sexualidad y el erotismo femenino han sido siempre más fluidos que el masculino. De hecho hay muchísimos ejemplos de relaciones de amistad entre mujeres que han tenido también relaciones sexuales u homoeróticas como mínimo. Si bien en el hombre sí que es verdad que se produce una dicotomía muy clara entre homosocialidad y homoerotismo, mientras que entre las mujeres las relaciones de amistad y de amor han sido muchas veces mucho más confusas.
El tema de la homosexualidad sigue siendo tema tabú en muchas sociedades. En nuestra propia cultura hay determinados actores o cantantes no han “salido del armario” o han salido muy tarde porque han visto peligrar su carrera si declaraban públicamente su homosexualidad. Ricky Martin es un ejemplo claro y bastante reciente, Pablo Alborán en España, y otros. Pero hay otros cantantes o incluso futbolistas sobre los que se cierne una sospecha sobre si son gays, pero que no se permiten hacerlo público. En el deporte profesional cada caso es muy sonado y, al mismo tiempo, relevante en este proceso de deconstrucción.
En el último capítulo, que es también uno de los más densos, presentás el tema de la violencia que es quizá el problema más palpable y vívido para analizar las masculinidades. Es también donde el feminismo tradicional se posiciona con mayor dureza asociando violencia con masculinidad y acuñando consignas como la de “muerte al macho”. Vos asumís esa afinidad electiva entre masculinidad y violencias, pero, al mismo tiempo, te proponés desarmar esa díada conceptual y empírica. ¿Cómo proponés hacerlo?
Es una pregunta difícil. Esta mañana, por ejemplo, di una charla para el Hospital Garrahan y me comentaban que en Argentina había un femicidio cada día. Por tanto, es complicado porque hay una relación muy directa entre masculinidad y violencia, desgraciadamente sigue estando allí. En España también tenemos muchísimos casos de violencia de género y violencia machista, que es realmente el término, o violencia vicaria, y todo tipo de violencias ejercidas por hombres. Pero también es importante, creo, entender que los hombres ejercen, en general, violencia contra las mujeres, pero que también los hombres son víctimas de violencia. Es decir, que los hombres son tanto verdugos como víctimas. En muchos casos la violencia es ejercida por hombres contra otros hombres y no solo contra mujeres. Por lo tanto, digamos que, en primer lugar, la violencia machista es una lacra social que sigue allí, pero que muchas veces los hombres también son víctimas. Y eso es importante tenerlo en cuenta.
Dicho esto, es evidente que la violencia machista está basada en unos postulados patriarcales, sexistas, de superioridad y de dominio sobre la mujer, y que la única forma de poner fin a esta violencia es ir al origen, a la raíz del problema. Y la raíz del problema es la construcción patriarcal de la masculinidad. Y mientras no consigamos cambiar esa noción de que el hombre es superior a la mujer y tiene derecho a violar, a maltratar o pegarle a una mujer, va a ser imposible cambiar la raíz del problema. Y por eso creo que es importante también el trabajo, como se está haciendo aquí en la Argentina, con programas orientados a hombres maltratadores, destinados a cambiar, a rehabilitar y reinsertar a estos hombres. Dándoles algunos cursos específicos sobre concienciación, reinserción y rehabilitación.
Y, por tanto, a mí me resulta fundamental la educación en igualdad desde la escuela, desde la más tierna infancia y la adolescencia, durante todo el proceso vital. No solo en las familias, sino también en lo que es la escuela. Y educar en igualdad, que parece muy fácil, pero es muy complicado. Hacer entender que uno no puede ni debe abusar de nadie, hombre o mujer, y fomentar la no violencia como elemento fundamental de la igualdad y de relaciones sanas entre individuos.
Yo creo que muchos programas se han orientado, y me parece muy bien que así sea, en las víctimas de violencias, en dar apoyo emocional y económico. Eso tiene que seguir, es fundamental que siga así. Pero las mujeres no son el problema, las mujeres son víctimas de un problema. Y, si el problema es el hombre, el varón, lo que hay que hacer para poner fin a esta lacra es cambiar la mentalidad del varón y hacerle entender que esto es inaceptable.
«Un hombre puede empatizar con la opresión o la discriminación de la mujer, pero normalmente no va a sentir o no va a vivir lo que es el miedo a la violación o el volver a casa a las tres de la madrugada sola. Entonces, es muy importante tener eso en cuenta: podemos y debemos solidarizarnos, empatizar y declararnos feministas, pero vamos a seguir siendo hombres y, por lo tanto, tenemos que tener muy en claro nuestra posición».
Durante todo el libro vos ofrecés una perspectiva analítica y, al mismo tiempo, proactiva ante esta agenda académico-política. En ese sentido: ¿Cómo podemos pensar las masculinidades desde el movimiento feminista y, al mismo tiempo, cómo podemos recrear una versión no patriarcal de masculinidades? ¿Qué elementos te llevan a ser optimista y cuáles a ser escéptico?
En el libro queda claro que soy bastante optimista por naturaleza. Yo creo que es fundamental, porque mi propia salud mental, ser optimista en general. Pero, al margen de eso, creo que hay elementos para el optimismo y querría mencionar dos elementos fundamentales.
En primer lugar, hay muchos movimientos reaccionarios en contra del feminismo o en contra de los movimientos LGTBIQ+, es cierto. Pero yo diría la aparición de esos movimientos (en España, la ultraderecha como Vox) de resistencia al cambio se da justamente en los momentos de mayor expansión de los movimientos feministas y pro-LGTBIQ+. Por lo tanto, yo creo que es importante tener en cuenta que esa misma reacción es un síntoma de que estamos haciendo las cosas bien. Es decir, que cada vez se está avanzando más, que se está avanzando muy rápido, y a veces lo que causa esto es un vértigo, un miedo. Esto hace que determinados movimientos –la mayoría de ellos encabezados por hombres blancos y heterosexuales– lo interpreten esto como una pérdida de privilegios y poder. Lo que Michael Kimmel ha llamado “los hombres blancos cabreados”, Angry White Men. Es decir, que lo que hacen es reaccionar para intentar de algún modo recuperar los privilegios que creen que son suyos en pleno derecho.
Pero, en segundo lugar, es muy importante reconocer que cada vez más hay un involucramiento de hombres, tanto gays como heterosexuales, en la lucha feminista. En España lo estamos viendo muchísimo, no solo con grupos de hombres, sino también con asociaciones como AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género), que participan cada vez más activamente en todo lo que son campañas contra la violencia contra las mujeres. Estos grupos no solo participan en estas actividades, sino que también se declaran feministas y pro-igualdad. Y en las manifestaciones feministas en España hay cada vez más hombres, y no solo hombres gays, sino hombres heterosexuales y de todo tipo. Por lo cual, yo creo que ese es un claro ejemplo de como hay concientización cada vez mayor de que los hombres pueden y deben participar de las luchas contra este tipo de opresión patriarcal. Están también las famosas campañas del lazo blanco, que empezaron en Canadá con Michael Kaufman. Y yo creo que la idea de que todos deberíamos ser feministas, puesto que es un principio ético basado en la igualdad, me parece que se ha tornado obvio. Y pienso que cualquier persona que crea en la igualdad como principio ético se debería declarar feminista, sea hombre o mujer.
Vinculado a eso, ¿cómo ves las posturas más segregacionistas, que rechazan la participación de los hombres en las manifestaciones feministas? ¿Cómo se puede lidiar con eso desde una postura respetuosa y, al mismo tiempo, con vocación de modificar esa situación?
Es fundamental entender que cuando hablamos de la participación de los hombres en el feminismo hay que ser cuidadoso con, al menos, dos factores. Por un lado, evitar, o intentar evitar, siempre lo que se conoce como “apropiación”. Lo que quiero decir es que uno puede y debe ayudar en esa lucha, pero no se puede apropiar de ella, porque lo que acaba haciendo es invisibilizar a las mujeres una vez más, aunque sea sin mala intención. Por eso hay que tener mucho cuidado para que, por ejemplo, los recursos para estudios de género sigan yendo principalmente a las mujeres, etcétera.
Pero, por otro lado también, yo creo que es muy importante tener en cuenta que uno puede ser feminista, pero es más difícil que uno sea mujer. Es decir, la relación de las mujeres con el feminismo no va a ser nunca idéntica ni la misma que la de los hombres con el feminismo. Lo cual no quiere decir que los hombres no podamos ser feministas, pero hay que tener en cuenta la posición desde la que partimos. Para poner un ejemplo muy evidente y claro: un hombre puede empatizar con la opresión o la discriminación de la mujer, pero normalmente no va a sentir o no va a vivir lo que es el miedo a la violación o el volver a casa a las tres de la madrugada sola. Entonces, es muy importante tener eso en cuenta: podemos y debemos solidarizarnos, empatizar y declararnos feministas, pero vamos a seguir siendo hombres y, por lo tanto, tenemos que tener muy en claro nuestra posición. Nuestra relación con el feminismo puede y debe ser distinta, y nunca debemos olvidarnos de ello.
QUIÉN ES
Josep M. Armengol es doctor en filología inglesa por la Universidad de Barcelona y desarrolló su investigación posdoctoral en el Center for the Study of Men and Masculinities de la Stony Brook University (EE. UU.). Actualmente dirige el primer Máster en Estudios sobre Masculinidades de España en la Universidad de Castilla-La Mancha y es editor de la revista estadounidense «Men and Masculinities».
Habitualmente colabora como experto en género y masculinidades para medios nacionales e internacionales, y ha participado como editor de La masculinidad a debate (2008), Masculinidades alternativas en el mundo de hoy (2014), Masculinities and Literary Studies (2017) y Aging Masculinities in Contemporary U.S. Fiction (2021), además de ser autor de las monografías Richard Ford and the Fiction of Masculinities y Masculinities in Black and White.