¿Revolucionario o mesiánico? ¿O una combinación catastrófica de ambos? ¿O, más sencillamente, aquel a quien el apodo designa con la precisión propia del lenguaje popular: el loco?
A una semana de las elecciones presidenciales la pretendida elegancia retórica se vuelve una frivolidad riesgosa. Hay, por eso, que decirlo: ya no se trata de cuestionar el abominable -e impracticable- programa político de Javier Milei; ya no se trata solo de denunciar su carácter antidemocrático, como hemos hecho con cuidados argumentos. No: se trata de nombrar el acontecimiento a cuya sombra nos encontramos, un acontecimiento que no es sino la construcción de una escena psicótica, en la cual “el loco” pone la palabra y nosotros los balbuceos.
El discurso verbal y no verbal de Javier Milei tiene todos los rasgos de quien padece un trastorno paranoico. No sé si el señor Milei es un psicótico: el diagnóstico psiquiátrico me está vedado. Pero no me está vedado el análisis discursivo, que pone de manifiesto esos rasgos: la preocupación intensa y anormal por un solo tema, la repetición incansable de los mismos argumentos sobre un solo asunto, la incapacidad manifiesta de interesarse en otras cuestiones cruciales de la agenda pública y de la vida social, la falta de empatía, su conducta corporal, su comportamiento facial, su mirada, su biografía. Sí, también su biografía.
Nuestra sociedad, nuestro país, se abisma desde los acantilados de mármol, mientras el Guardabosques Mayor, el loco, el paranoico, el psicótico, el revolucionario, el mesías, dibuja los planos para construir la barraca de los desolladores, ese lugar al que irá llevando a la Argentina si no lo detenemos.
Construido gracias a la impúdica irresponsabilidad de los medios audiovisuales, financiado con los dineros de empresarios venales y avariciosos, acompañado por una horda de oportunistas, de resentidos o de cínicos, Javier Milei es el emergente de una sociedad disfuncional, cuyos altos cargos políticos han dado sobradas muestras de pobreza intelectual, rusticidad política y fragilidad moral.
Los candidatos de las coaliciones tradicionales, lo sabemos, carecen de toda virtud, salvo la de ser el arma que sus seguidores anhelan utilizar para derrotar a su adversario histórico. Pero es en el vacío de una pelea rastrera, en la incapacidad absoluta para entender la gravedad de la situación a la que llevaron a la sociedad, donde crece una amenaza que, en caso de ganar, hundirá los cimientos de nuestra vida material, simbólica, política y social.
No sé si el señor Milei sufre una psicosis paranoica o alguna otra forma de trastorno mental. Sé que actúa como si ese fuera el caso. Nuestra sociedad, nuestro país, se abisma desde los acantilados de mármol, mientras el Guardabosques Mayor, el loco, el paranoico, el psicótico, el revolucionario, el mesías, dibuja los planos para construir la barraca de los desolladores, ese lugar al que irá llevando a la Argentina si no lo detenemos.
“Vienne la nuit sonne l’heure”, que venga la noche, suene la hora…