¿De dónde salió Milei? ¿Por qué el ascenso? ¿Cómo lo hizo? ¿Cambio de fondo o fenómeno pasajero? ¿Ruptura del consenso del ’83? El polítólogo e investigador Julio Leónidas Aguirre avanza en el análisis sobre un fenómeno que amenaza el proyecto de un país democrático y con paz social.
En el 40 aniversario de la democracia argentina, asistimos atónitos al acelerado ascenso de la extrema derecha. Con sus claroscuros, la democracia en Argentina se consolidó como régimen político “desde abajo”, empujada por el nunca más y permitiendo procesar nuestras múltiples y duras diferencias políticas sin un baño de sangre. Una innovación humanitaria y civilizatoria en nuestra historia.
Sin embargo, el régimen no ha logrado procesar consensos suficientes para estabilizar modelos económicos y sociales que logren imprimirle bienestar material a los sueños de paz social democrática. La crisis deviene en crónica, y con ello socava las bases del régimen. En un entorno tan inestable e incierto, emerge la extrema derecha con un desempeño electoral nunca antes visto en nuestro país. Esto despierta alarmas.
En este contexto, es imposible hacer escenarios precisos, los sesgos de todo tipo son ineludibles. En lo que sigue, trato de presentar algunas conjeturas que ayuden a comprender el ascenso de Milei. Estas conjeturas están sesgadas para sobredimensionar el potencial crecimiento de la derecha radical y, a la vez, orientadas hacia aspectos del fenómeno que, creo, no están siendo adecuadamente considerados. Estos sesgos no obedecen a una disposición inconsciente, si no a una intensión: sobre estos asuntos considero que, irónicamente, una posible exageración puede ser el camino más prudente para despertar la reflexión crítica y llamar a la razón práctica, anticuerpos fundamentales de la política democrática.
1. UN LUGAR EN EL PANORAMA AMPLIO
Comprender a Milei implica, primero, ubicarlo en un marco más amplio de la política global, asociado a algunos procesos de cambio profundo que están experimentando las democracias occidentales. Muchos análisis están avanzando en esta dirección, haciendo una correcta y pormenorizada incorporación del fenómeno Milei en el marco general del ascenso de las nuevas derechas radicales y el desplazamiento de las anteriores, imprimiéndole rebeldía, novedad y, sobre todo, votos, a estos partidos.
Esta lectura es adecuada y pertinente. Sin embargo, para entender su éxito en Argentina hay al menos dos dimensiones sociopolíticas del fenómeno que es preciso profundizar: por un lado, el progresivo deterioro en las condiciones de vida de amplios sectores sociales; por otro lado, el proceso de “desplazamiento” de los de asalariados y las clases medias como sujeto histórico de la narrativa política progresista.
En amplios sectores populares y de clases medias se evidencia un profundo malestar con el sistema económico, político y social actual. Este malestar se basa en efectivas pérdidas materiales y de estatus evidenciadas, por un lado, en la imposibilidad de ascenso social intergeneracional (estar mejor o al menos igual que nuestros padres), asociada a dificultades de acceso a vivienda, consumo creciente y acumulativo, ocio, perspectivas de retiro, entre otros. Por otro lado, el debilitamiento de la hegemonía cultural de ciertas “mayorías” y su consiguiente pérdida de estatus social frente a nuevos actores sociales, interpretados como “minorías” y reivindicados de manera creciente por el discurso político progresista como el nuevo sujeto histórico que empuja el cambio social y corporiza las reivindicaciones políticas. Estas minorías irrumpen en la escena política visibilizando sus privaciones históricas y alterando así la agenda política.
Las derechas postulan la existencia de un nosotros virtuoso, “la mayoría que produce”, que se ven perjudicados por el modo en el que “los políticos”, “las izquierdas”, “el Estado”, extraen recursos de la sociedad (“nuestros” recursos) para financiar los privilegios de minorías, no sólo las élites, sino también las minorías reivindicadas por el discurso progresista (minorías sexuales, étnicas, raciales, ideológicas, inmigrantes, etc.) que se benefician de nuevas formas de acceso material y de estatus.
Este fenómeno, que observamos tanto en las Américas como en Europa, es interpretado de manera novedosa por las nuevas derechas que articulan la “falta de oportunidades materiales” con el desplazamiento cultural (de los hombres blancos y trabajadores formales), para construir un argumento que parece interpelar cada día a más personas: esta pérdida de estatus y bienestar material es leída como una privación relativa creciente producto del ascenso de grupos “minoritarios” que acceden a diversos esquemas de políticas afirmativas o inclusivas impulsadas por el Estado.
En otras palabras: las derechas postulan la existencia de un nosotros virtuoso, “la mayoría que produce”, que se ven perjudicados por el modo en el que “los políticos”, “las izquierdas”, “el Estado”, extraen recursos de la sociedad (“nuestros” recursos) para financiar los privilegios de minorías, no sólo las élites, sino también las minorías reivindicadas por el discurso progresista (minorías sexuales, étnicas, raciales, ideológicas, inmigrantes, etc.) que se benefician de nuevas formas de acceso material y de estatus. Metafóricamente: “los últimos de la fila avanzan a nuestras expensas, nos sobrepasan asistidos por políticos y burócratas, desplazándonos de nuestro lugar, y ahora quedamos nosotros al final de la fila”.
Esta suerte de subversión en la que la redistribución es leída en clave regresiva, reorienta los cañones de la acción política, trasladando el foco de las élites económicas, los ganadores de siempre, a las “minorías” (raciales, étnicas, sexuales, los inmigrantes), los supuestos “ganadores” de ahora, y a las instituciones públicas y sus actores (no sólo los políticos, también las burocracias y trabajadores del Estado) que habilitan este juego distributivo. Así, frente a la incertidumbre y el sentimiento de empeoramiento progresivo de sus vidas y expectativas, este esquema político brinda una lectura maniquea en la cual encontrar un enemigo ideal, una agenda de gobierno y, con ello, un discurso identitario fuerte; o sea, buena parte de lo que necesita un movimiento político para levantarse.
Cualquier semejanza con el modelo político del populismo, de izquierdas o derechas, en esta y otras latitudes, no es coincidencia.
2. NO SÓLO VOTO BRONCA
El buen desempeño electoral de La Libertad Avanza (LLA) para las elecciones presidenciales, la distribución geográfica del voto y, asociado a ello, el mal resultado obtenido por las demás fuerzas políticas fue una sorpresa para muchos. La primera reacción fue casi al unísono: los argentinos y argentinas “cacerolearon” las urnas. En otras palabras, la primera explicación se orientó hacia el famoso voto bronca. Otros fueron un poco más allá, retomando una tesis que viene, lamentablemente,
informando decisiones y estrategias hace varios meses: la Argentina simplemente “giró a la derecha”. Ciertamente algo de cierto hay en esas lecturas, pero considero que son incompletas si queremos comprender un poco más qué hay detrás de LLA y del éxito de Milei, y cuál es su posible proyección en la política argentina.
Primero, un punto de partida: el voto es multidimensional, está orientado por sentimientos (como el enojo o la tristeza), intereses (“me/nos conviene que gane” -esto puede o no basarse en los planes de gobierno), identidades (peronista, radical, liberal) y estrategias (voto A para que no gane B). Y todas esas dimensiones son variables y contextuales, o sea, pueden cambiar dependiendo de diversas circunstancias, incluso días antes de una elección. La reducción del voto a LLA únicamente al voto bronca puede ser un simplismo enceguecedor.
La campaña de las dos coaliciones “principales”: improvisación, falta de liderazgo, rencillas míseras y, lo peor, una absoluta ausencia de empatía frente al sufrimiento cotidiano de un país inserto en una crisis crónica.
Veamos algunas cuestiones de contexto para luego avanzar a otras de fondo. Sobre el contexto, lo primero es ponderar la mediocridad de la campaña de las dos coaliciones “principales”: improvisación, falta de liderazgo, rencillas míseras y, lo peor, una absoluta ausencia de empatía frente al sufrimiento cotidiano de un país inserto en una crisis crónica. Respecto a esto último, es interesante destacar que los datos disponibles sugieren que las principales preocupaciones de los/as argentinos/as son la economía (en especial la inflación) y la seguridad. Los candidatos de las principales coaliciones son el actual ministro de economía, con una gestión de evidente y lacerante fracaso, y una ex ministra de seguridad con una gestión que sólo defienden los propios. ¿Como podrían estos candidatos, en este contexto, presentar esperanzas de estar mejor y, con ello, activar sentimientos, intereses, identidades o estrategias de los electores?
Dicho así, que ambas coaliciones hayan tenido un caudal electoral muy cercano a sus “pisos” electorales mínimos, no debería sorprender a nadie.
Buena parte de lo anterior podría ser revertido con una estrategia de campaña menos miope. Sin embargo, hay algunas cuestiones de fondo que quizás sea importante analizar de manera pormenorizada, no sólo para explicar los resultados electorales si no, también, para reflexionar sobre posibles procesos que, debajo de lo visible, pueden estar reorientando la política en la Argentina.
3. ¿UNA NUEVA CONFIGURACIÓN IDEOLOGICA? LA LIBERTAD COMO SIGNIFICANTE VACÍO.
La noción ‘significante vacío’ refiere a un conceptos cargados de legitimidad política pero con una pluralidad de significados posibles, incluso contradictorios, tales como democracia o populismo, en el que distintas personas pueden ver reflejadas sus interpretaciones de sentido y que por ello permite amparar bajo sí una heterogeneidad de actores, ideas y demandas. En política, permiten decirlo todo sin decir nada; y eso es lo que hace LLA cuando habla de libertad.
Una idea heterodoxa y difusa de libertad puede ser, para la Argentina post pandémica, equivalente a la idea de inclusión post 2001. Esto es, una idea ambigua pero potente, que nos interpela señalando a los que parecen ser los principales problemas de nuestro tiempo, y que cada uno puede interpretar desde su particular lugar en el mundo. Apropiarse y dar contenido al concepto de libertad, en tanto significante vacío, es parte de la lucha política fundamental que LLA está dando en la política argentina. Pero ¿cómo busca “llenar” LLA ese significante vacío?, ¿cuál es la metáfora que empuja su interpretación potencial?
La derecha global llega a la Argentina actual con una narrativa que permite que muchas/os proyecten la esperanza de “estar mejor”, empujada por el ataque a los motores de la privación relativa: “reventar a la casta y los que viven del Estado”.
Volvamos a algo dicho antes. El empeoramiento de las condiciones materiales y el desplazamiento cultural, gracias a políticas que favorecerían a “minorías” (aquí, la casta y sus seguidores) a expensas de “mayorías” (los “que producen”), donde las privaciones de la parte “sana” de la sociedad alimentan los privilegios de minorías ilegítimas (privilegios financiados «con la tuya contribuyente”). Esta lectura que motoriza a buena parte de la derecha global llega a la Argentina actual con una narrativa que permite que muchas/os proyecten la esperanza de “estar mejor”, empujada por el ataque a los motores de la privación relativa: “reventar a la casta y los que viven del Estado”. En su esencia, esta narrativa capta algo fundamental de las luchas políticas modernas: nuestras privaciones son sus privilegios, acabemos con sus privilegios y acabaremos con nuestras privaciones.
Así, se genera un mito con mucha potencia política: la libertad, y el éxito individual que ella cobija, emergen en ausencia de las cadenas externas de lo colectivo, creadas por la casta y el Estado. Este mito es perfectamente representado por el “hacerse solo/a con mi trabajo”, logrando expresar un sincretismo de época, liberal y posmoderno, que permite acceder a un compás moral que ayuda a distinguir lo bueno de lo malo en tiempos de complejidad e incertidumbre, a la vez que potencia la esperanza de estar mejor, pues orienta la acción política hacia los enclaves de obstáculos que configuran las privaciones/privilegios relativos. Todo eso engloba la idea de libertad.
4. EL GOBIERNO COMO AMENAZA
Nada de lo anterior es particularmente novedoso o específico del fenómeno bajo análisis. ¿Por qué cobra fuerza ahora? Creo que la principal explicación está en una coyuntura histórica marcada por tres factores: el leviatán sanitario, el porteño-centrismo y la partidocracia alejada de la gente. Estos tres factores se pueden ejemplificar con una escena de nuestro tiempo: tres políticos porteños de distintas trayectorias partidarias, sentados en una mesa, en cadena nacional, estableciendo un confinamiento en todo el territorio nacional, incluidos pueblos muy pequeños y aislados donde no había casos de COVID. El Estado central forzó así que cierren negocios, que se bloquee la posibilidad de actividades laborales y relaciones sociales fundamentales, y que sólo mantengan inalterados sus ingresos los trabajadores del Estado (incluidos, por supuesto, los políticos).
Así, la Pandemia ayudó a la configuración de un Leviatán Sanitario, un Estado con ribetes bestiales, que puede privarnos de nuestro sustento y nuestros afectos, y está legitimado por una emergencia sanitaria que, en el fondo, se alimenta del más primario de los miedos: a la enfermedad y la muerte. Este Leviatán Sanitario es conducido por élites porteñas, lejanas a la inmensa mayoría del territorio nacional, cuya mirada eclipsada por el obelisco parece agotarse en la General Paz, impidiéndoles así mirar los “problemas de la gente” del interior. Así, el Gobierno, indistinguible del Estado o de “los políticos”, se erige en una amenaza como nunca antes en épocas democráticas. La “fiesta de olivos” imprime una potencia cruel sobre esta imagen, y la inflación galopante marca el ritmo de un proceso que parece empeorar cada día.
No hay aquí apreciación de ninguna índole sobre la política de aislamiento obligatorio, o sus efectos para evitar una situación sanitaria catastrófica, tampoco una postura relativa a la capacidad de los habitantes de la CABA de conducir políticamente al país; simplemente es un señalamiento de tres procesos simbólicamente significativos, agravados por la Pandemia, sin los cuales no podemos entender la política actual: (1) un Estado muy presente para regular y castigar, pero ausente para resolver o prestar servicios. (2) Un sistema político institucionalmente macrocefálico y, en los últimos años, dominado por políticos de la Ciudad de Buenos Aires con escasa vocación de diálogo político federal. (3) Una agenda política reproducida en los medios “nacionales” (de la Ciudad de Buenos Aires) que parece haberse alejado por completo de la cotidianeidad de los/as ciudadanos/as.
Esta situación, sumada al carácter ya crónico de la crisis económica, ayuda a comprender por qué estas narrativas ideológicas de la derecha avanzan y por qué la distribución geográfica del voto marca una fuerte disociación entre el AMBA y el resto del país. La pregunta ahora es: ¿esto es algo momentáneo, un fenómeno coyuntural?, ¿o estamos frente al surgimiento de una nueva configuración ideológica que lucha por moldear el sentido común de la política argentina?
5. UN NUEVO SENTIDO COMÚN
Unos días antes de la elección varias personas, muy distintas entre sí, me argumentaron con palabras más o menos similares lo siguiente: “si los mismos de siempre no paran de fracasar y hundir al país, es de sentido común votar a quien quiere hacer las cosas distinto, aunque parezca un loco. Lo verdaderamente loco es seguir votando a los mismos”.
La idea de sentido común es de gran importancia en política. Quién logra conquistar el sentido común de su época, darle contenido, dominarlo ideológicamente, pude afectar las ideas de la ciudadanía en niveles profundos que anteceden a la evaluación sobre cualquier narrativa o programa de gobierno.
Cuando el “sentido común” indica que hay que romper con el estado actual de las cosas, se encarna con la rebeldía y se convierten en un motor de acción política poderosa. LLA parece estar capitalizando esto: rebeldía y lucha contra el status quo. Estas, junto a la libertad como significante vacío que permite dar más sofisticación a ese sentido común, orientarlo hacia consideraciones relativas a los distintos temas públicos y, así, darle horizonte práctico a la rebeldía, son una combinación de factores que abren una ventana de oportunidad para una fuerte irrupción en la política. A la par, permiten crear expectativas refundacionales, sostenidas en propuestas técnicamente débiles pero fáciles de comprender y directamente vinculadas al nuevo sentido común: dejar de hacer lo mismo e ir en contra de los argumentos (deseos, intereses) de la casta. Otra vez, cualquier semejanza con el modelo político del populismo, no es coincidencia.
La sumatoria de este perfil rebelde, la interpelación a luchar contra un status quo que solo evidencia fracasos, las propuestas simples y fáciles de entender, ideales para las redes sociales, que se articulan con una convocante idea de libertad, crean una sinergia fantástica. Cuando miramos en la historia, es la base de buena parte de los proyectos políticos que logran exitosamente hegemonizar una época, cambiar el eje de la dinámica electoral y reconfigurar la gramática de la política, al menos en esa coyuntura. Por eso, lo que podemos esperar en los próximos meses es que todo el debate político pase por discutir esas “ideas de la libertad”, esas propuestas técnicamente débiles, incluso demenciales, pero hoy de “sentido común”, y al hacerlo se ayude a consolidar ese nuevo sentido común.
La sumatoria de este perfil rebelde, la interpelación a luchar contra un status quo que solo evidencia fracasos, las propuestas simples y fáciles de entender, ideales para las redes sociales, que se articulan con una convocante idea de libertad, crean una sinergia fantástica.
Así, Milei está logrando controlar la agenda pública, con ello fortalece la idea de que ya es ganador, lo que lo acerca a una victoria profunda, incluso si por los designios del Ballotage (diseñado para evitar el ascenso de extremistas) y los instintos de autopreservación de la “casta”, pierde la -muy probable segunda vuelta electoral.
Quizás asistimos a la génesis de nuevos clivajes políticos en la Argentina. Entonces, denunciar “giros a la derecha” será insuficiente.
6. LA DESMESURA COMO VIRTUD
Lo anterior podría ayudar a entender las razones del éxito de las nuevas derechas radicales en Argentina. Pero, ¿por qué Milei? Sin caer en adjetivaciones de semejante personaje, hay que focalizarse en su performance, la puesta en escena, el show. En ella hay una sinergia entre el modo en el que su imagen, incluidas sus “rarezas”, alimentan el perfil de rebeldía aludido más arriba, y el modo en el que sus modales expresan el hastío y malestar reinantes.
Los modos violentos, de plano rechazados por el sentido de lo políticamente correcto imperante, y sus narrativas llanas y enfáticas, vulgares, irrumpen como un grito de gol en la deliberación pública, como un insulto ineludible para representar las frustraciones populares, asfixiadas por un debate político que busca imprimirle parsimonia a la desesperación existencial, que avanza a ritmo de hiperinflación. Una deliberación pública más preocupada por los modos del lenguaje inclusivo que por las pasiones de la urgencia cotidiana. Irónicamente, estas narrativas disruptivas, históricamente configurativas del ethos popular del peronismo, hoy son expresadas por una suerte de celebrity mediático de última hora; un “machito” gritón de traje y corbata. Su puesta en escena no sólo es particularmente potente para vehiculizar las narrativas de la nueva derecha, sino que también se convierte en un producto potente para redes sociales, específicamente focalizado en un público deseoso de expresar esos improperios a viva voz, pero que se sienten silenciados por una corrección política percibida como sofocante.
Si el socialismo buscó a sus intelectuales orgánicos entre docentes y artistas, las nuevas derechas los han encontrado exitosamente entre influencers y hordas de anónimos con más predisposición a la controversia en línea que a la deliberación pública tradicional.
Esa performance parece diseñada deliberadamente para adaptarse a las nuevas formas de militancia en el universo de las redes sociales. El activismo político permeado por la cultura digital ha generado nuevas formas de militancia que parecen tener mucho éxito para integrar la difusión de ideología con las nuevas formas de socialización en red. Prácticas como el “troleo”, con su impostación de la violencia como humor, o el carácter lúdico de creativos memes y videos, insertan exitosamente a jóvenes “despolitizados” y descreídos de las prácticas habituales de la política de partidos, en formas intensas de politización y militancia, generando comunidades en línea que son un refugio del hastío existencial, una fuente de sentido de pertenencia y el acceso a interpretaciones rápidas, sencillas y relativamente condescendientes para dar sentido al malestar.
Si el socialismo buscó a sus intelectuales orgánicos entre docentes y artistas, las nuevas derechas los han encontrado exitosamente entre influencers y hordas de anónimos con más predisposición a la controversia en línea que a la deliberación pública tradicional. En este entorno, estas derechas lograron darle una estética moderna y convocante a una retórica reaccionaria que ahora llega mucho más allá que sus viejas bases electorales.
En estos contextos discursivos, tan lejanos de las condiciones ideales para la deliberación democrática, incluso un personaje excéntrico como Milei puede ser quien realmente logre una conexión empática con audiencias frustradas. La performance es otro de los hilos que conectan Milei con Trump o Bolsonaro.
7. ¿EL LEÓN DE LA GENTE?
El fenómeno de Milei puede crecer en escala si logra, efectivamente, configurar un espacio en el que sientan que tienen voz aquellos que hoy se sienten silenciados; que son muchos, muchísimos más de la política parece reconocer.
La “rebelión del coro”, como la llamó José Nun, es la operación política fundamental por la cual erigen la voz “los silenciados” por sobre los “habilitados para hablar”. El coro de los subaleternos es siempre fragmentado, múltiple, heterogéneo, cacofónico, hasta tanto encuentra, políticamente, una armonía que permita encausarlo, dando sentido a sus prácticas cotidianas. Esa posibilidad siempre implica una tensión con los canales institucionales vigentes, pues éstos reproducen el silencio, por ello en la capacidad de conducir el coro radica la potencia que encarnan los líderes y movimientos populares.
¿Puede Milei conducir estos procesos? Las afirmaciones anteriores, relativas a que el discurso de LLA está configurando nuevos esquemas ideológicos que arraigan cada vez más en el sentido común de grandes sectores de la sociedad, puede ser exagerada, hiperbólica. Pero si en ellas reside una probabilidad, entonces la pregunta no es si Milei puede hacerlo, si no, más bien, cuándo lo habrá logrado. Por ello, independientemente de la coyuntura electoral, el desafío que expresa LLA está en lograr construir una opción política popular que realmente logre alejar el fantasma del extremismo que tantas veces en la historia ha sabido dirigir a la rebelión del coro.