Perdimos el colectivo. Ahora es cuando el tango de Castillo y Troilo encuentra el sentido definitivo ¿Cuál es el trole que hay que tomar para seguir? Y no lo sabemos. Ni siquiera sabemos si pasa por donde vamos caminando. Aún así, iremos a votar y votaremos por lo menos peor, porque sabemos lo que…
Perdimos el colectivo. Ahora es cuando el tango de Castillo y Troilo encuentra el sentido definitivo.¿Cuál es el trole que hay que tomar para seguir? Y no lo sabemos. Ni siquiera sabemos si pasa por donde vamos caminando. Aún así, iremos a votar y votaremos por lo menos peor, porque sabemos lo que está en juego.
El desierto de los “bienpensantes». El final de una era que nos crió bajo la ilusión de ser parte de algo que parece ya no ser o que se ha convertido en mil pedazos en los que muchos ya no nos reconocemos ¿En qué esquina nos juntamos todos los que sentimos lo mismo y tenemos culpa, si, culpa de votar por una candidata que nunca pensamos que íbamos a votar?
Al final. El borgeano epílogo de la unión por el espanto, termina siendo la verdad más dura, más difícil de digerir: El domingo muchos, la mayoría, vamos a ir a las escuelas a votar lo que no hubiéramos votado jamás.
Crecimos con la democracia como quienes crecen en un barrio. Y supusimos, que nunca, nunca más, alguien vendría a ponerla en duda. Defendimos la libertad, para que ahora algunos vengan a blandirla para reivindicar el oprobio y las dictaduras.
Yo era, en explícito pretérito, de “Centroizquierda». Si me juzgo con los valores por lo que siempre creí que ocupaba ese lugar en el extinto mapa ideológico de finales del siglo XX y comienzos del XXI, debería seguir siéndolo: Creo en el Estado como pacto y como único factor de regulación de las inequidades. Soy militante de la Educación pública, laica y gratuita. Defiendo con los dientes la salud pública, creo en la justicia como único modo de resolver mis diferencias con el otro. Soy partidario de las mayores libertades individuales si en ese ejercicio no le jodemos la vida al otro. Creo en el Estado separado de las liturgias religiosas. Y sobre todo, creo en la democracia liberal, porque es la mejor que la humanidad conoció desde que la humanidad se agrupó en sociedades.
Crecimos con la democracia como quienes crecen en un barrio. Y supusimos, que nunca, nunca más, alguien vendría a ponerla en duda. Defendimos la libertad, para que ahora algunos vengan a blandirla para reivindicar el oprobio y las dictaduras.
Nos comprometimos con valores que creímos inalterables, hasta que algunos usaron esos valores para convertirlos en banderas sectoriales, y se apoderaron de ellos, y nos excluyeron de esos valores, si no nos sumábamos al resto de las condiciones sectoriales.
Siempre supimos que este era un país injusto, pero no fuimos conscientes de lo mucho más injusto que podía ser, ya no como consecuencia del accionar de “los malos de siempre», sino de nuestra propia imbecilidad. De nuestras propias erróneas convicciones: Los libros nos enseñan muchas cosas, pero a la hora de hacer política, de gestionar, la vida es mucho más jorobada. Y no sabíamos nada, y por eso no supimos entender a los pocos, muy pocos, que se animaron a proponer cambios razonables que nos hubieran conducido a un presente mejor.
Perdimos el colectivo de la inteligencia. Tenemos genios creadores de semillas que le ganan a la sequia, por ejemplo, pero terminamos apoyando desde la más profunda ignorancia a quienes creen que esas semillas representan al “capitalismo salvaje»
Perdimos el colectivo de la educación pública. Empobrecimos y embrutecimos a los docentes, permitimos que le quitaran calidad y funcionamiento a las escuelas. No actualizamos metodologías ni programas, ni comprendimos el valor que tiene la escuela para pensar cualquier futuro con algún mínimo sentido de igualdad de oportunidades.
Le regalamos las calles a los narcos, a los violentos, a los mercaderes de la muerte, y a ellos, les dimos el futuro de nuestros pibes, que hundidos en la pobreza, cambian unas zapatillas nuevas por balazos en la esquina, que salen de otros chicos que vienen a pelearles el territorio.
REHACER ESTE PAÍS DEMANDA MUCHA GRANDEZA. ADEMÁS DE POLÍTICAS GRANDES.
Demanda una o dos generaciones de políticos que pongan por encima de sus ambiciones personales, los intereses generales.
Demanda decencia extrema, flexibilidad de ideas y una enorme creatividad.
Fracasaron todos, fracasamos todos. Y si nos queda una mínima cuota de compromiso con el futuro de los que nos siguen, deberíamos ser capaces de pactar, y recomenzar sin tanta estupidez discursiva, sin tanta laraca ideológica y sin tanta emocionalidad inútil.
Somos un país muy pobre, con mucha riqueza debajo de la tierra. Extraer esa riqueza, demandará generosidad y mucha comprensión de los sectores que están acostumbrados a vivir de las impresiones monetarias que se fueron quedando sin respaldo, porque el país se quedó sin respaldo.
Fracasaron todos, fracasamos todos. Y si nos queda una mínima cuota de compromiso con el futuro de los que nos siguen, deberíamos ser capaces de pactar, y recomenzar sin tanta estupidez discursiva, sin tanta laraca ideológica y sin tanta emocionalidad inútil.
Perdimos el bondi que nos llevaba al paraíso, y si el domingo se impone un tal Milei- que no es otra cosa que la expresión más acabada de nuestro fracaso- es probable que empecemos a cumplir aquella metáfora de Tato Bores, que convertido en el argentólogo alemán Helmut Strasse, buscaba en los confines del mundo, los restos de un país y se preguntaba: ¿Por qué desapareció Argentina?