No es novedad que la situación económica argentina pasa por momentos difíciles en la actualidad y que acumula un largo ciclo de recesión. Ese escenario, no obstante, no debe precipitarnos a buscar soluciones mágicas que, como la dolarización prometida, es el camino a la catástrofe.
En la economía capitalista el precio cumple una función esencial: si la demanda de un bien o servicio excede a la oferta, el precio sube, más personas o empresas lo ofrecen, algunos menos lo compran, y se alcanza el equilibrio entre lo que se produce y lo que se logra vender; lo opuesto sucede si la demanda es menor a la oferta. Por ello, todos los precios son importantes. Pero hay uno que es, podríamos decir, “el precio de los precios”: el tipo de cambio, la relación de nuestra moneda con las divisas extranjeras.
Este precio regula nuestro intercambio con el resto del mundo: con un tipo de cambio alto (divisas extranjeras caras) conviene más producir en el país, y menos, importar, propendiendo al pleno empleo y al crecimiento económico; pero si es demasiado bajo, como lo fue con Martínez de Hoz (1976-1981) y Cavallo (1991-2001) destruye la producción nacional, generando alto desempleo y un déficit de divisas que termina produciendo una crisis de deuda externa y una crisis económica general, como sucedió en ambos períodos.
Un tipo de cambio adecuado, entonces, es esencial para el pleno empleo y el equilibrio de la balanza de pagos internacional. Y su valor va en relación a la productividad del país: un país muy eficiente, de alta productividad (digamos, Alemania), puede tener una moneda apreciada, y a sus habitantes les resultará barato, por ejemplo, viajar al exterior; mientras que un país de productividad más baja, como Argentina, necesita una moneda menos apreciada, y viajar al exterior nos debe costar más caro. Recordemos cómo terminó nuestra economía en los dos períodos citados, en que nos resultó muy barato viajar por el mundo.
Un tipo de cambio adecuado, entonces, es esencial para el pleno empleo y el equilibrio de la balanza de pagos internacional. Y su valor va en relación a la productividad del país: un país muy eficiente, de alta productividad (digamos, Alemania), puede tener una moneda apreciada.
Por estos días se habla mucho, demasiado, de reemplazar nuestra moneda por el dólar; algo muy parecido a la convertibilidad, pero más radical, y de muy difícil retorno. A esta idea descabellada se le oponen sensatos argumentos, comenzando por el muy atendible de que, simplemente, no tenemos dólares. Pero supongamos que esos dólares se consiguen, hipotecando vaya a saberse qué bienes comunes, y supongamos también que el tipo de cambio al cual hacemos la conversión de pesos a dólares es adecuado para el momento en que se concreta la dolarización. ¿Qué pasaría después?
En primer lugar, una economía con la inercia inflacionaria de la nuestra, en los primeros años tendrá inflación, aún en dólares, como sucedió en la convertibilidad: entre su comienzo, el 1/4/1991, y el 31/10/1993, acumulamos un 52,8% de inflación, mientras EEUU no llegó al 8%. A Ecuador le fue mucho peor cuando dolarizó, el 9/1/2000: su inflación acumulada, en cuatro años (2000-2003), fue del 254%, mientras que la inflación de EEUU alcanzó sólo al 10,5% en ese mismo período.
De manera que, ya durante los primeros años de la dolarización, la inflación incrementará los costos de nuestra producción, haciendo caer nuestra competitividad. ¿Pero qué sucederá además?
EEUU tuvo una tasa de crecimiento, en los últimos 45 años, que más que triplica a la nuestra; y entre 2011 y 2021, su PIB por habitante creció un 14,8%, mientras el nuestro cayó un 12,7%. La tasa de inversión promedio anual de ese país, para este período, fue del 20,7%, mientras la nuestra fue sólo del 16,8%; en consecuencia, la productividad de EEUU crece a un ritmo mucho mayor que la de Argentina, situación que responde a factores estructurales que no pueden revertirse, mágicamente, en pocos años. Por ello, nuestra competitividad sufrirá un deterioro continuo, primero por la mayor inflación, y desde el principio y durante años, por el dispar crecimiento de la productividad de nuestra economía respecto de aquella cuya moneda adoptamos. Eso implica tener mayores costos, y por ende, en el contexto de apertura económica liberal que se propone, lleva a importar cada vez más, y a exportar cada vez menos, porque no podemos competir en precio; de modo que se producirá un déficit creciente de divisas, absolutamente insostenible. ¿Y cómo se resuelve ese déficit? Pues devaluando nuestra moneda, para reducir las importaciones y aumentar las exportaciones; pero no podemos, porque adoptamos el dólar de EEUU, que lo maneja conforme a sus necesidades, y no a las nuestras.
NOS ENCERRAMOS EN UNA JAULA, Y TIRAMOS LA LLAVE…
Igual que en la convertibilidad. De la cual salimos con una devaluación fuerte, y un año después, a partir de 2003 y hasta 2007, estábamos creciendo al 8% anual por habitante. Pero de esta aventura dolarizadora no podríamos salir así; el déficit de divisas hará que los dólares se vayan del país para pagar importaciones y deudas, pero como esos dólares serán también nuestra moneda, se producirá una gran iliquidez, que empeorará aún más la grave recesión generada por la pérdida de competitividad y el consiguiente desempleo. En estas circunstancias, el equilibrio se recupera con una fuerte deflación, es decir, gran baja de precios y salarios, empobrecimiento de trabajadores y empresarios, y quiebra generalizada. Parecido al fin de la convertibilidad, pero mucho más profundo, y casi imposible de revertir.
En estas circunstancias, el equilibrio se recupera con una fuerte deflación, es decir, gran baja de precios y salarios, empobrecimiento de trabajadores y empresarios, y quiebra generalizada. Parecido al fin de la convertibilidad, pero mucho más profundo, y casi imposible de revertir.
Es verdad que las dos coaliciones que se presentan como alternativa al aventurero que nos propone este Titanic fracasaron recientemente: entre 2011 y fin de 2023, el PIB por habitante habrá caído alrededor de un 10%. Pero también es cierto que no fueron ambas lo mismo: mientras los dos gobiernos peronistas contribuyeron con 2,1 puntos a esa caída, Cambiemos aportó 7,8 en sólo cuatro años, además de dejarnos un endeudamiento descomunal, y el lastre del Fondo Monetario.
Argentina necesita un enfoque económico distinto, aunque el mismo no aparece aún en la propuesta de los candidatos con posibilidades de ganar una elección presidencial.