“Todos los seres vivos quieren vivir en un mundo mejor” Karl Popper
El triunfo de Raúl Alfonsín, hace 40 años, abrió una esperanza positiva para la mayoría de los argentinos, que recuperaron su posibilidad de votar, su posibilidad de expresarse, su posibilidad de funcionamiento de las distintas organizaciones, la vigencia de los derechos humanos y el desprecio y condena a las formas dictatoriales autoritarias de los años de la dictadura. Salíamos así con mucho dolor a cuestas del período de golpes e inestabilidad institucional que había comenzado en 1930.
En esas circunstancias el Socialismo Popular, hoy Partido Socialista, a través de Guillermo Estévez Boero proponía una reformulación del Estado mediante la implementación de formas de democracia participativas, generadas a través de procesos de descentralización y de organismos como los consejos económicos y sociales.
Decía Guillermo: «Aprendimos duramente que sin formas participativas la democracia representativa es fácilmente vulnerable, por los grandes intereses económicos y por los sectores totalitarios». No se avanzó por este camino, y tras la dictadura, al recomenzar la vida institucional, todas las fuerzas políticas del país reiteraron los planteos de antes de 1976.
Sucedieron sucesivos gobiernos con distintas realidades pero donde se reiteró el funcionamiento institucional de Argentina sin tener en cuenta la necesidad de la participación ciudadana y del diálogo franco y abierto de los distintos sectores con la sociedad.
La democracia es una construcción colectiva, no la hacen ni la garantizan los funcionarios de los distintos estamentos gubernamentales, nación, provincia, municipio, sino la creciente comprensión del mundo y de la realidad que nos toca vivir, económica, social, política, por parte de las mayorías.
Se siguió con el criterio de las políticas públicas de arriba hacia abajo. Lo clásico del populismo, que niega la construcción colectiva para priorizar al líder que resuelve.
«La democracia es una construcción colectiva, no la hacen ni la garantizan los funcionarios de los distintos estamentos gubernamentales, nación, provincia, municipio, sino la creciente comprensión del mundo y de la realidad que nos toca vivir, económica, social, política, por parte de las mayorías.»
No podemos acusar livianamente a la ciudadanía de que no participa, o como ahora está de moda, de que «se ha derechizado». La responsabilidad es de los sectores políticos que han pretendido y pretenden seguir gobernando a espaldas de las necesarias reformas institucionales que abran a una real y efectiva participación ciudadana a todo nivel.
La gran responsabilidad de los que creemos en la democracia, en una democracia fuerte, es afianzar políticas institucionales que tengan su basamento en políticas sociales, en rechazar la inmoralidad de la creciente desigualdad, en poder avanzar en gobiernos de amplia coalición social y política.
Sin consenso social, sin consenso político, los sucesivos gobiernos se dedicaron a buscar paliativos frente al agravamiento de la situación económica y social, dejando de lado los problemas estructurales de nuestra realidad.
Aplicar la medicina de la primacía del mercado o la otra, la primacía de un Estado clientelar y burocrático, dejando de lado la participación y el control social, se ha demostrado incapaz de superar el crecimiento de la pobreza, la inflación, el estancamiento económico de más de 15 años para llegar a la crítica situación que padece nuestro pueblo.
«Sin consenso social, sin consenso político, los sucesivos gobiernos se dedicaron a buscar paliativos frente al agravamiento de la situación económica y social, dejando de lado los problemas estructurales de nuestra realidad.»
La falta de respuestas a esos problemas que agravaron diariamente la vida de los argentinos actúa como un factor de debilitamiento de la credibilidad en las formas democráticas y en la vigencia de la política como intermediaria. Si a eso le sumamos falta de transparencia, corrupción, negociados, la polarización “hostil y excluyente” (Natalio Botana) y la ausencia de diálogo, cede la credibilidad y la legitimidad de las instituciones.
No estamos aislados, somos parte de un mundo global que a través de la cultura del consumo y la hiperconectividad de la sociedad digital alienta una sociedad cada vez más fragmentada, que se expresa en un hiperindividualismo que conecta la idea de la libertad con lo más crudo del neoliberalismo y que niega la validez de lo social. Estamos ante la presencia de “un individuo soberano, abstraído de un espacio común” (Éric Sadin).
Los socialistas estamos convencidos que la salida siempre es de mayorías, colectiva, nunca individual.
A la libertad debemos entenderla “como mera agregación de voluntades o como construcción social de una voluntad común, según como la definamos, con una óptica liberal o republicana” (Daniel Innerarity). Por eso a través del tiempo seguimos promoviendo la participación ciudadana y la cohesión social. La idea socialista es democratizar, democratizar lo público, lo político, lo social, lo institucional.
No hay posibilidad de aventura individual y a esta altura se comprende, mucho menos de un partido político. Cualquier transformación positiva de la realidad requiere de más participación, desde la más pequeña a la más grande, desde la más simple a la más compleja, de ser capaces de generar un sujeto colectivo promotor y articulador de los cambios necesarios para mejorar nuestra calidad de vida, para que el ser humano vuelva a ser el eje central de la construcción, y no el lucro degradante y degradador.
Vivimos una sucesión de crisis que se mantienen en el tiempo, que se profundizan, que hieren las esperanzas acerca de un futuro para muchos y que impactan negativamente sobre la credibilidad en la democracia.
«Cualquier transformación positiva de la realidad requiere de más participación, desde la más pequeña a la más grande, desde la más simple a la más compleja, de ser capaces de generar un sujeto colectivo promotor y articulador de los cambios necesarios para mejorar nuestra calidad de vida, para que el ser humano vuelva a ser el eje central de la construcción, y no el lucro degradante y degradador.»
El socialismo, a través de la historia social y política de Argentina, ha expresado siempre una voluntad de transformación positiva, defensa de la vida y del valor humano, como lo sintetizó Alfredo Palacios.
Por eso nos animamos a convocar a la necesidad de la reformulación de Argentina y animarnos, dentro de los mecanismos constitucionales, a promover y crear nuevos espacios de participación y control ciudadanos.