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De Bergoglio a Francisco: avatares de un camino sinuoso

por | Abr 22, 2025 | Mundo | 0 Comentarios

El fallecimiento del Papa Francisco ha sacudido al mundo. Su papado, signado por su peculiar impronta personal y su compromiso social, ha pasado a la historia. Su camino eclesiástico previo a su ascenso final resulta interesante para entender quién fue Jorge Bergoglio antes de sentarse en el trono de Pedro. 

Es probable que la muerte del Papa Francisco potencie la construcción de representaciones sobre su liderazgo e influencia. A partir de imágenes, palabras o actitudes puntuales se volverá fuente de inspiración o contraejemplo perfecto de lideres religiosos y políticos. Como ocurrió desde su nombramiento en 2013, su trayectoria será ajustada y aplanada hasta hacerla encajar en los discursos que circulan en las disputas de cada presente político. Francisco será sinónimo de compromiso social y simbolizará al profeta que denunció las injusticias del mundo actual, pero también al político hábil que jugó con soltura en las tramas de poder del Vaticano. Para algunos seguirá recordando el “doble juego” de la Iglesia argentina durante la dictadura, mientras otros se esforzarán por ampliar la lista de los “salvados por Francisco”. Muchos lo invocarán como el “Papa peronista”, invirtiendo la lógica de esa “afinidad electiva” que habría vinculado al catolicismo y al peronismo, mientras otros recortarán de su trayectoria una veta republicana que habría aflorado en sus momentos de tensión con el kirchnerismo. Algunos, en fin, lo seguirán recordando por lo bajo como el “enviado del maligno en la tierra”, mientras muchos más construirán formas de compromiso social bajo su impronta.

Francisco será sinónimo de compromiso social y simbolizará al profeta que denunció las injusticias del mundo actual, pero también al político hábil que jugó con soltura en las tramas de poder del Vaticano. Para algunos seguirá recordando el “doble juego” de la Iglesia argentina durante la dictadura, mientras otros se esforzarán por ampliar la lista de los “salvados por Francisco”.

En los últimos años las ciencias sociales intentaron participar en los debates públicos sobre su figura aportando lecturas con mayor rigor y distancia. En nuestro país las investigaciones ubicaron al Papa en la larga senda del catolicismo social, pero repararon en las novedades que introdujo en ese viejo cuerpo de pensamiento, calibraron mejor el impacto de sus discursos frente al capitalismo y reconstruyeron las redes de militancia que se forjaron en torno a su figura.

Es evidente que, más allá de los intereses que pueden mover a las distintas interpretaciones y valoraciones sobre el papa Francisco, su propia trayectoria fue lo suficientemente compleja como para seguir invitando al debate público, a la indagación en sede académica y a la apropiación de su figura en las luchas políticas.

JORGE BERGOGLIO ANTES DE SER FRANCISCO: ETAPAS DE UNA TRAYECTORIA ECLESIÁSTICA NO LINEAL

Del joven sacerdote Jorge Bergoglio al Papa Francisco.

El Papa Francisco fue, primero que nada, un hombre de la Iglesia, un obispo formado en sus instituciones. Sería un error pensarlo como un constructor individual o un elegido predestinado a ocupar el “trono de Pedro”. A fines de la década de 1980 ni siquiera era seguro que pudiera alcanzar el nombramiento como obispo. Hay una dimensión inicial en su trascendencia política que es producto de las posibilidades que brindan las instituciones y estructuras eclesiásticas, especialmente en sociedades como la argentina en la que los intercambios entre religión y política son parte de una lógica aceptada. Pensemos en la suerte que corrieron grandes figuras de la Iglesia argentina -aquellas que entraban y salían con frecuencia de la Casa Rosada, se reunían con autoridades militares o intermediaban en alguna disputa- cuando sus carreras se eclipsaron en medio de conflictos políticos o político-eclesiásticos. Las trayectorias de obispos como Santiago Copello o Jerónimo Podestá expresan, de cierta manera, cuánto de la proyección política de un obispo es inherente a las posiciones que ocupan en una institución que se constituye como un actor de poder. Claro que Bergoglio mostró capacidad para alcanzar posiciones de importancia y luego desplegó desde allí sus dotes personales, aunque no siempre haya concretado sus objetivos.

Si la trayectoria de Bergoglio no fue lineal, si no expresó una estrategia de encumbramiento sólida y si hubo momentos, como el extenso “exilio” cordobés, en los cuales el nombramiento episcopal parecía un destino poco probable; también hubo algunas etapas que se revelan particularmente interesantes para bucear en sus atributos. Por ejemplo, su nombramiento como Provincial de la Compañía de Jesús en 1973 y sus primeros años como obispo bajo la protección de Quarracino en la década de 1990 pueden revelar esos momentos en que, en la interacción con las restricciones, institucionales, comenzaba a brillar su impronta personal.

Bergoglio fue electo como Provincial de la Compañía de Jesús en 1973 cuando tenía 36 años. El cargo era de suma importancia por la relevancia en sí de los jesuitas en la Iglesia, pero, además, porque se trataba de un religioso joven que debía asumir en un contexto sumamente desafiante para el catolicismo argentino y para la propia Compañía de Jesús, cruzada por conflictos y debates. Algunos de esos conflictos estaban asociados a las tensiones que atravesaban a la institución eclesiástica entre distintas formas de compromiso social y político, visiones contrapuestas sobre el lugar que debía ocupar la Iglesia en la sociedad y concepciones encontradas sobre el orden jerárquico y la autoridad. Otros problemas eran propios de la Compañía como el escaso diálogo entre sus diferentes instituciones que muchas veces funcionaban como compartimentos estancos, escasamente integrados. Bergoglio mostró capacidad para intervenir en ese entramado complejo y tensionado y aprovechando un escenario político y eclesial favorable a la restitución del orden logró aplacar los efectos más estridentes de los debates y discusiones.

Si la trayectoria de Bergoglio no fue lineal, si no expresó una estrategia de encumbramiento sólida y si hubo momentos, como el extenso “exilio” cordobés, en los cuales el nombramiento episcopal parecía un destino poco probable; también hubo algunas etapas que se revelan particularmente interesantes para bucear en sus atributos. Por ejemplo, su nombramiento como Provincial de la Compañía de Jesús en 1973 y sus primeros años como obispo bajo la protección de Antonio Quarracino.

Si cualquier política de disciplinamiento -y no sólo en la Iglesia- se benefició, aunque sea de manera indirecta, del ambiente represivo que se configuró a mediados de la década de 1970, el paso de Bergoglio como provincial quedó asociado a un hecho que podía interpretarse como de complicidad explícita: la desaparición de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics. El tema fue planteado tempranamente en la postdictadura y Emilio Mignone lo desarrolló en su libro Iglesia y Dictadura publicado en 1986. Desde entonces fue objeto de debate -incluso entre militantes de organismos de DDHH-, fue replicado por Horacio Verbitsky en sus libros y artículos sobre la Iglesia, mereció respuestas de periodistas y militantes católicos e incluyó el paso de Bergoglio, en calidad de testigo, por los estrados judiciales. En definitiva, fue uno de los aspectos más polémicos de la trayectoria de Bergoglio antes y, sobre todo, con posterioridad a su elección como Papa. Difícilmente se arribe a definiciones concluyentes sobre este aspecto de su trayectoria en la medida en que la distancia y la conexión que existió entre las políticas ensayadas por las autoridades eclesiásticas en cada espacio, diócesis o institución y la represión implementada por las autoridades militares fue realmente variable e incluyó, como señaló Soledad Catoggio, desde situaciones donde este disciplinamiento se solapaba con la protección institucional hasta diversas formas de complicidad con los militares.

El otro momento que quería destacar es el de la etapa en que Bergoglio se desempeñó como obispo auxiliar de Buenos Aires. En su llegada al cargo mucho tuvo que ver el arzobispo porteño Antonio Quarracino, un personaje de lo más polémico que, a comienzos de la década de 1990, se mostraba como la figura eclesiástica más cercana al poder menemista. Si bien Bergoglio se mantuvo alineado con Quarracino poco a poco fue tiñendo su rol institucional con ciertos tonalidades propias, estrechando el diálogo con el clero, participando en actividades y aportando una mirada social que apuntaló a los grupos que desarrollaban distintas formas de compromiso entre los sectores populares y en las barriadas pobres de la Capital y el conurbano bonaerense.

El vínculo con Quarracino resulta de los más interesante y todavía requiere de indagaciones porque, a pesar de su cercanía personal, parecían representar visiones encontradas del lugar que debía ocupar la iglesia en aquellos años ’90. De todas maneras, es probable que el contraste entre estas dos figuras se haya alimentado, más allá de acentos y matices, de la proyección hacia el pasado de las representaciones construidas sobre Bergoglio con posterioridad. Si bien la trayectoria Bergoglio al frente del arzobispado porteño le dio sustento a una imagen bastante contrastante con la de un Quarracino aliado al poder, era ostensible su afinidad personal y algunas coincidencias doctrinarias. Así, ambos compartían cierto conservadurismo en términos de género y moral y un acento en la cuestión social que, en el discurso público y periodístico, los había terminado asociando a una sensibilidad peronista de la que nunca renegaron.

EL PAPADO DE BERGOGLIO

Todavía resulta prematuro hacer un balance del papado de Francisco I, pero las múltiples repercusiones públicas entre políticos y celebridades nos dan una idea de su impacto. No obstante, debemos tomar cierta distancia para poder realizar un análisis de su legado y, sobre todo, ver la profundidad de las transformaciones que inició. Como sabemos, estos procesos tampoco son lineales ni irreversibles, la renovación papal puede traer continuidad o, tal vez, todo lo contrario. A la vista está su potente discurso en favor de los sectores más desfavorecidos y una intensa iniciativa política para reformar la institución eclesiástica.

Es probable que ese acento social -junto a un aceitado manejo de las riendas del poder eclesiástico- haya sido uno de los rasgos constantes del desempeño de Bergoglio como Papa. La idea de una Iglesia abierta, comprometida y movilizada, que “haga lío”, está asociada a ese perfil.

Es probable que ese acento social -junto a un aceitado manejo de las riendas del poder eclesiástico- haya sido uno de los rasgos constantes del desempeño de Bergoglio como Papa. La idea de una Iglesia abierta, comprometida y movilizada, que “haga lío”, está asociada a ese perfil. De todas maneras, como ha señalado Diego Mauro, ello no implicó la reproducción de las viejas ideas de la Doctrina Social de la Iglesia. Se trató, más bien, de una reelaboración a través de la cual buscó que poner al Vaticano en la superficie de debates actuales sobre el desarrollo capitalista y sus efectos en términos de desigualdad y exclusión.

Mariano Fabris

Mariano Fabris

Doctor en Historia (UNMdP) e Investigador del CONICET. Es autor del libro "Iglesia y democracia. Avatares de la jerarquía católica en la Argentina posautoritaria" (Prohistoria, 2012).