Hernán Vanoli, Pablo Semán y Javier Trímboli se preguntan, en un libro de reciente aparición, qué quiere la clase media. El trabajo, que cuenta con prólogo de Hinde Pomeraniec, merece especial atención, lectura y análisis.
Pero, ¿existe la clase media?
El epicentro de ¿Qué quiere la clase media? (Capital intelectual, 2016) es que la pregunta sobre lo que quiere la clase media funciona como un espejo necesariamente desviado, un pacto de solidaridad epistemológica inevitable y diplomático para afrontar la pregunta verdadera: ¿existe la clase media en Argentina? Y si existe, ¿cómo lo hace? Estas, por otro lado, son preguntas que en el horizonte mundializado de la cultura y la economía cargan una densidad menos material que simbólica ‒y esa cualidad cuantitativa de lo intangible no es azarosa‒, motivo por el cual quienes suelen formular sus inquietudes sobre la clase media (y quienes necesitan respuestas) son quienes también integran las regiones más nebulosas de esa galaxia irregular que José Natanson y Martín Rodríguez llaman en su prólogo ‒donde aceleran sin contemplación la lectura de la historia argentina para llegar al escenario del siglo XXI‒ “una mayoría blanca”. Como punto de partida, entonces, la pregunta por la clase media surge, intenta definirse y aspira a resolverse dentro de la clase media ‒es decir, con las aspiraciones, el lenguaje y las fantasías de la clase media‒, lo cual supone dificultades metodológicas insalvables ‒o en un lenguaje más narrativo: supone ironías y paradojas insalvables‒ entre el objeto interrogado y la mirada interrogadora. Desde ahí, los tres ensayos breves de Hernán Vanoli, Pablo Semán y Javier Trímboli en ¿Qué quiere la clase media? enfrentan con perspectivas diversas algunas de estas dificultades.
[blockquote author=»» ]La clase media surge, intenta definirse y aspira a resolverse dentro de la clase media.[/blockquote]
La voz desnuda del marketing
A pesar de la silueta académica del título, de lo que se ocupa Hernán Vanoli en La clase media ha muerto, que viva la clase media. Cine y representaciones del antagonismo en la Argentina kirchnerista no es tanto del análisis de las categorías de representación de la clase media en las películas de Szifrón, Mitre y Rejtman ‒para llegar a una oposición entre “la clase media arty y la clase media politizada”‒ sino de diluir ciertos clichés sedimentados sobre la conceptualización de la clase media. En ese sentido, el énfasis en las coordenadas históricas del kirchnerismo es crucial no tanto por lo que ocurrió durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández ‒una expansión del consumo y un rediseño inclusivo de la pirámide social inconsecuente con la marcha planetaria de la economía (por lo que Vanoli define a aquella época como “un espejismo”)‒ como por lo que pasó después, es decir, la llegada al poder del macrismo y su exitoso revival liberal de las aspiraciones del ascenso social y la meritocracia.
En un contexto de inflación en alza, retracción de la economía, restricción del ahorro, reducción del empleo público y pauperización de todas las clases sociales ‒en especial la media, licuándose hacia arriba y sobre todo hacia abajo‒, el dato clave es que, si bien el 80% de los argentinos suelen definirse como miembros de la clase media, solo el 48% de la población posee “un nivel de ingresos de clase media en un país donde ser de clase media y ser asalariado pueden ser perfectamente sinónimos”. ¿Y no son estas condiciones más que pertinentes para preguntarse por la clase media? Es ahí cuando, ante los límites del aparato conceptual clásico de la sociología, Vanoli abre el telón para una voz distinta: la voz desnuda del marketing, con su reconocible ideología de la desideologización. Ni las referencias eruditas al economista estadounidense Tyler Cowen ni las lecturas del economista francés Thomas Piketty ‒al que Alain Badiou, que aspira a reconstruir el comunismo, calificó de tibio idealista‒ resultan tan iluminadoras como el testimonio directo de alguien identificado como “C” (que trabaja “en la consultora Mildred Brown”). Para el caso, no importa quién es “C” ni cuál es la consultora “Mildred Brown”: esa voz, señala Vanoli, es la voz personificada del mercado, y esa y no otra es la voz con el poder para restablecer la percepción e incluso el lenguaje que hoy le da sentido al asunto. Para el marketing, dice entonces “C”, la clase media no es más que “esa porción de la población que está entre el 5% más rico y el 5% más pobre”. Y ni siquiera se trata de una porción a la que el marketing considere “clase media” sino “C amplio”, es decir, un conglomerado entre la clase media alta, la clase media típica y la clase baja superior en el que las identidades y las filiaciones culturales forman estilos de vida que se definen por el universo amplio de los consumos antes que por el universo estrecho de los ingresos. Con el eco de un personaje de Michel Houellebecq, las palabras de “C” retratan por qué es el discurso del consumo y no el de la producción el que define nuestra experiencia económica: “Ya no hay largo plazo en la vida. La verdad es que hoy no se hacen apuestas al futuro. Y quien crea que sí tiene visión de largo plazo porque invirtió dinero en una casa, lo que en realidad hizo fue, solamente, fondear un bien”. Establecida la advertencia y renovando el mapa conceptual, Vanoli desmonta entonces lo que la clase media significa en tres películas planteadas desde un sesgo industrialista, un sesgo aristocrático y un sesgo esteticista.
[blockquote author=»» ]Ante los límites del aparato conceptual de la sociología, Vanoli abre el telón para una voz distinta: la voz desnuda del marketing.[/blockquote]
Alejandro Fantino y Tulio Halperin Donghi
Lo que no acapara Vanoli permite que avancen a tientas los ensayos restantes. Y así es como en Las clases medias y la imposibilidad de parar de sufrir, la propuesta colorida de Pablo Semán acerca de que “el stand up es a las clases medias lo que un pastor evangélico es a las clases populares” se extingue rápido frente a la constatación de que, al menos en Buenos Aires, nunca existió ni logró desarrollarse tal cosa como el stand up (sin desmedro de la buena voluntad de los actores que tarjetean sus monólogos en el Paseo La Plaza). ¿De qué stand up se trata, entonces? Aunque habría sido necesario hacerlo, esto no se explica ni se historiza. Claro que, por otro lado, tampoco cuesta verificar la existencia de un discurso general de la queja alrededor de lo que Semán llama “los demonios de la realidad”, una voz cuyas “dramatizaciones catárticas” son sin dudas sintomáticas del malestar social. La pregunta, en tal caso, es si resulta posible definir a la clase media mediante un fenómeno “catártico” que, vinculado a “la imposibilidad de parar de sufrir”, puede verificarse también, con alguna u otra distinción, en el Jockey Club y en la Villa 1-11-14. En este punto convendría tal vez considerar que las atribuciones de clase que Semán atribuye a un stand up indeterminado sí existen en otra zona del discurso contemporáneo: las redes sociales en general y Twitter en particular, la versión pluralista de lo que Jaime Durán Barba llama “el círculo rojo”. El principio activo de la propuesta, sin embargo, adquiere forma plena con otra afirmación que Semán plantea alrededor de las voces sufrientes de Tomás Abraham y Alejandro Fantino: “pese a la recuperación de ciertos horizontes de trabajo y consumo, pertenecer a la clase media cuesta muchísimo más trabajo que antes, pero da muchísimas menos satisfacciones y seguridades” (aunque pertenecer a la clase alta tampoco es cómodo para lo que Semán llama la “conducción espiritual” del macrismo, algo que se verifica en el particular dolor del gobierno ante la acusación de “gobernar para los ricos”).
[blockquote author=»» ]La pregunta es si resulta posible definir a la clase media mediante un fenómeno “catártico” que, vinculado a “la imposibilidad de parar de sufrir”, puede verificarse con alguna u otra distinción, en el Jockey Club y en la Villa 1-11-14.[/blockquote]
Por último, a través de ciertos pasajes de la vida de Tulio Halperin Donghi, en Casi reina Javier Trímboli apela a la astucia del biógrafo para ocuparse otra vez de la condición misma de indefinición de la clase media. Trímboli desnuda así algunas de las contradicciones, las culpas y las disputas entre el peronismo de origen obrero y la “mayoría blanca” a la que se alude en el prólogo. Y ahí está probablemente el mérito principal de esta última intervención: tal como la presenta Trímboli, la figura intelectual de Halperin Donghi se presenta a través de un tipo de distancia que logra vibrar sobre el escenario político actual con una inteligencia que le permite, incluso, obviar las alusiones directas.