A 45 años de su fundación, recordamos algunos hitos del Partido Socialista Popular en su historia.
No se trata de hacer de la fecha una efemérides autocelebratoria. Viene al caso la aclaración, porque fui uno de los protagonistas de aquella jornada; más aún: su primer orador. Pero lo cierto es que esa fecha tuvo importancia. Me refiero al 23 de abril de 1972, cuando se fundó el Partido Socialista Popular (PSP) en el marco de un entusiasta acto en el salón de la sociedad Unione e Benevolenza de la todavía llamada calle Cangallo.
Los cuarenta y cinco años transcurridos verifican que fue para los socialistas de este país, el hecho más importante, porque sentó las bases de una nueva realidad cuyos efectos, bien o mal, se proyectaron en el tiempo y llegan hasta hoy.
Sin aquel 23 de abril, las fuerzas que expresaban casi simbólicamente la historia del socialismo en la Argentina hubiesen sucumbido. Tal vez esto no sea compartido por muchos, por lo me permito, muy modestamente, invitarlos a reflexionar, desapasionadamente y con espíritu crítico -como cabe a los socialistas- sobre lo que venía pasando, y pasó después.
Sin aquel 23 de abril, las fuerzas que expresaban casi simbólicamente la historia del socialismo en la Argentina hubiesen sucumbido.
Cuando en 1958 se dividió el Partido Socialista fundado en 1896 por Juan B. Justo (fue la tercera división importante: la primera fue después de la Revolución Rusa que determinó la creación del Partido Socialista Internacional, luego Partido Comunista y la segunda en 1928 que dio a luz al Partido Socialista Independiente), quedaron en la Argentina dos partidos Socialistas con sendos aditamentos que copiaban una nomenclatura de uso en Italia desde 1948 con su propia división: el Partido Socialista Democrático (PSD) y el Partido Socialista Argentino (PSA). Cuando hacia 1972 se permitió recrear la existencia de los partidos políticos, disueltos por la dictadura de Onganía, tanto uno como otro estaban en un proceso de franca decadencia, más el segundo que el primero.
El PSD, que había llegado casi a justificar el golpe de Estado de 1966 por la incapacidad del gobierno radical de Arturo Illia de eliminar químicamente al peronismo, se deslizaba por una pendiente liberal de la mejor tradición manchesteriana que lo llevaría en 1976 a apoyar abiertamente a la dictadura militar de Videla. Sin embargo supo preservar su caudal electoral en algunas localidades del interior bonaerense como Mar del Plata en la que ganó todas las elecciones municipales que se sucedieron a partir de 1958 y hasta 1976: Teodoro Bronzini, Jorge Lombardo y Luis Fabrizio fueron, con los interregnos de los gobiernos militares, elegidos intendentes básicamente sustentados en su excelente y transparente capacidad de gestión. Supo mantenerse unido, salvo aquel pequeño número de jóvenes afiliados a los que nos avergonzaba nuestra pertenencia a un partido que hacía del antiperonismo, del anticomunismo y del anticastrismo un dogma de fe y que se encargaba en cuanta oportunidad podía, de condenar a los movimientos de América Latina, Asia y África que luchaban por su liberación nacional. Discreta y silenciosamente creamos el llamado Grupo Evolución que renegó rápidamente del legado ghioldista y nos hizo pasar la década de los sesenta y parte de los setenta alentando ideas progresistas y de transformación social y de esperanza con la experiencia chilena. De allí en más el PSD no tuvo más escisiones. Los que quedaron acompañaron al partido en su apoyo a la dictadura, aceptaron embajadas y altos cargos en el gobierno y terminaron, en 1983 en una alianza electoral que encabezó como candidato a presidente, otro connotado “procesista”, el embajador de Videla en Roma, Rafael Martínez Raymonda. Debo dejar constancia –porque así me consta- que en todo ese período un grupo de jóvenes del PSD repudió este apoyo a la dictadura del mismo modo que en 1983 haberle ofrecido la candidatura presidencial a Martínez Raymonda.
De su parte el Partido Socialista Argentino, el que aparecía como el más consecuente heredero de las tradiciones de la Casa del Pueblo y de la línea izquierdista del antiguo partido (no en balde quedó en sus filas la más emblemática figura del socialismo en nuestro país, Alfredo L. Palacios), se fue dividiendo en partes como una ameba hasta llegar a su virtual disolución, producto no sólo de una diferente consideración de la situación política interna, sino también de los modos de desarrollar sus acciones para llevar adelante el ideario socialista: desde los que querían reunificarse con el socialismo democrático, hasta los que proponían la lucha armada.
El socialismo había perdido el apoyo de los trabajadores, y sólo cuando el peronismo quedaba proscripto alcanzaba representación parlamentaria.
Tanto una como otra de la partes del viejo partido, tenían en sus filas prestigiosas personalidades, muchas de ellas con una impecable y trascendente trayectoria en la historia política y social de la Argentina. Más allá de Palacios, los nombres de Alicia Moreau de Justo, Nicolás Repetto, José Luis Romero y Carlos Sánchez Viamonte alcanzan para dar fe de esta afirmación.
Pero el socialismo había perdido el apoyo de los trabajadores, y sólo cuando el peronismo quedaba proscripto, alcanzaba representación parlamentaria. Pero a fines de la dictadura de Onganía – Levingston – Lanusse, con el peronismo electoralmente habilitado, no quedaba espacio para hacer siquiera ensayos electorales para poner socialistas en el congreso.
Los grupos que se escindieron del socialismo argentino fueron entremezclándose con otras fuerzas de izquierda, algunas trotskistas, otras cercanas al Partido Comunista, y hasta con el comunismo de orientación maoísta. Otros hicieron “entrismo” con el peronismo revolucionario.
Finalmente, con sus jirones, Jorge Selser llevó al PSA a la llamada Hora del Pueblo, que era un punto de encuentro que incluía a peronistas, radicales y democristianos, consiguiendo de ese modo un protagonismo político que excedía lo que en realidad era aquel partido. Pero aún así, esta política de Selser no era compartida por la mayoría del partido, al que pese a su progresismo, no aceptaba tan cercanos tratos con el peronismo y de hecho, en el último de sus congresos, el día anterior a dejar de ser Partido Socialista Argentino, un Congreso partidario lo retiró de la Hora del Pueblo.
Para colmo de males, la nueva ley de los partidos políticos prohibía a éstos el empleo del aditamento “argentino” y exigía obtener la personería jurídica en cinco distritos electorales del país con por lo menos el 4 por mil de afiliados de los empadronados en cada uno de ellos, extremo que no era muy fácil de alcanzar, salvo en distritos con pocos habitantes. Por su parte, el PSD, que se había mantenido unido y organizado, tenía un horizonte más esperanzador, por lo menos para subsistir.
En estas condiciones, un grupo del interior llamado MAPA (Movimiento de Acción Popular Argentino), liderado por Guillermo Estévez Boero y con una fuerte presencia en el movimiento universitario reformista -sobre todo en las universidades del Litoral, de Rosario y de Córdoba, al punto de que uno de sus más connotados afiliados, Ernesto Jaimovich, era el Presidente de la Federación Universitaria Argentina (FUA)-; firme y centralmente organizado con una estructura de cuadros leninista y autodefinido como socialista; irrumpió en este escenario con una propuesta de unidad que sedujo a algunos y espantó a otros, pero que no dejó indiferente a nadie en el no muy amplio universo socialista, con excepción del PSD que siguió su rumbo de afirmación ultra liberal al calor de su más destacado dirigente: Américo Ghioldi.
Guillermo Estévez Boero nunca había estado afiliado al PS y su militancia política más destacada la había tenido en el Partido de los Trabajadores, una singular experiencia izquierdista, que había llegado a tener representación en la Convención Constituyente de Santa Fe de 1957 y que tenía como figura más destacada a Juan Carlos Deghi. A la pluma de Estévez Boero se debió la más dura objeción a la legitimidad de aquella Convención y la afirmación de la vigencia de la Constitución de 1949.
Si alguien considera que este derrotero socialista tuvo aspectos positivos debe honrar la figura y el recuerdo de Guillermo Estévez Boero, verdadero numen de aquel 23 de abril.
El MAPA entusiasmó a parte de la conducción del PSA, sobre todo a aquellos que, como su Secretario General, Jorge Selser, no le hacían asco a sentarse a trabajar con el peronismo y los radicales. Sin embargo a otros, o porque preferían seguir los pasos del Partido Comunista, o porque quería reunificarse con el PSD, o porque directamente desconfiaban de la intencionalidad del MAPA, no les entusiasmaba la idea. Este grupo tenía una base militante de envergadura –de la que los otros sectores carecían- lo que hacía suponer que en cualquier elección interna se iban a quedar con la mayoría, y además no existía en este grupo una explícita adhesión a la tradición histórica del viejo Partido Socialista. No estaba organizado por Centros, sino por Frentes, su organización era centralizada y su formación de cuadros se sustentaba en las lecturas de Marx, Engels, Lenin, los espartaquistas alemanes y Gramsci, ajenas por principio a la tradición histórica del PS, cuya adscripción al reformismo de la Segunda Internacional, había sido hasta entonces un dogma. El MAPA era definidamente latinoamericanista y en el sancta sanctorum de su ideario lucían José Carlos Mariátegui, Manuel Ugarte, Julio Antonio Mella y Salvador Allende aún presidente de Chile. Es cierto también que el trabajo escrito por Estévez Boero “Realidad Política Argentina”, que los militantes del MAPA distribuían como la clave de interpretación de la realidad nacional, no nombraba ni una vez ni a Juan B. Justo ni a Alfredo L. Palacios.
De todos modos con el impulso del MAPA, la estructura y la tradición del PSA, más la presencia de otros dos grupos, Militancia Popular y el Grupo Evolución, este último integrado por jóvenes, el 23 de abril de 1972 se fundó el PSP. En el acto inaugural un telón de fondo lucía el rostro de Alfredo Palacios. En el centro y abajo, Juan B. Justo. Sobre el escenario, a la derecha, el Che Guevara y a la izquierda Salvador Allende. No era una síntesis, era un acuerdo. Hablaron Carlos Constenla (Grupo Evolución), Andrés Lopez Acotto (Militancia Popular), Guillermo Estévez Boero (MAPA) y Víctor García Costa (PSA). Mis recuerdos no hallan disonancias ideológicas en aquella primera presentación. Cuando Estévez Boero dijo que «los reaccionarios no había podido todavía eructar el 45» algunos dirigentes se retiraron del acto. Entre ellos Alicia Moreau de Justo. Los militantes del MAPA, que eran mayoría en aquella jornada, portaban tacuaras con banderines rojos cruzados por cintas celestes y blancas. Las ansiedades y dudas crecieron, pero se siguió adelante.
Lo que sigue, con muchos incidentes políticos es otra historia. Para no apartarme de la invitación a escribir estas líneas quiero ir ahora a los efectos:
Decía al principio que este fue un hecho importante. Siempre tuve para mí que el único que sabía qué era lo que estaba haciendo en la plenitud de su conciencia era Estévez Boero, y supongo que alguno de sus allegados, no muchos, también. Eso explica la coherencia de su desarrollo. Porque aquella idea unificadora, que yo conocí con otros compañeros de nuestro grupo en Cañada de Gómez una tarde de noviembre de 1971, fue afianzándose a la vez que adecuándose a la realidad (siempre compleja) que la Argentina presentaba. Las sucesivas rupturas y deserciones en el partido, si bien implicaron grandes batallas judiciales y peligrosas incidencias personales por la época que se vivía, con el terrorismo de Estado como telón de fondo, el núcleo central del PSP siguió creciendo, sobre todo a favor de su sólida organización interna. A tal punto que, cuando los últimos tiempos de la Dictadura Militar fue abriendo el juego a la política, el PSP vuelve a reunir los que lo habían abandonado en otra organización que le serviría para ocupar un papel en el retorno a la democracia: PSP – Confederación Socialista – PS del Chaco, concurrieron a elecciones con la personería del PSP. Para entonces el PSP había sido convalidado con una nueva conducción, la membresía en la Internacional Socialista, presidida entonces por Willy Brandt y que contaba con la fulgurante participación de un joven Felipe González.
Dos años después se conforma, por primera vez, la Unidad Socialista con el PSD. Y se da la paradójica situación que muchos de los más severos críticos de las posiciones del PSD se afiliaron a este partido político que le había dado embajadores, funcionarios y colaboradores a la Dictadura Militar para no quedar fuera del socialismo, pero que no se animaban a sumarse al PSP, no ya por cuestiones ideológicas -habida cuenta del compromiso social democrático de este último-, sino para no confrontar con una base militante más disciplinada y organizada que auguraba seguras derrotas en eventuales elecciones internas. La unidad de los dos partidos con el nombre del PS (2002) fue el resultado final de aquel curso iniciado en 1972. Ya prácticamente no hubo espacio para otras formaciones socialistas, salvo de muy poca entidad o bien del campo trotskista. Y no fue por casualidad que fuera precisamente primero en Rosario y después en la Provincia de Santa Fe, en la que el PS alcanzaría sus mayores logros. Incluso la inédita experiencia de que uno de aquellos originarios militantes del MAPA, llegase a ser el primer gobernador socialista de la República Argentina.
Estoy fuera de la militancia política desde hace muchos años, aunque conservo mi afiliación. Tengo una mirada crítica hacia el PS, y ante una generosa invitación relaté algunos recuerdos e impresiones de primera mano y me permití reflexionar sobre un hecho histórico para el socialismo de la Argentina. Aunque sé que incurro en una impostación contrafáctica, creo que todo lo que sucedió en el socialismo desde aquel 23 de abril, hubiese sido muy distinto y me animo a decir que mucho peor.
Como se advierte, esta no es una remembranza autocelebratoria; pero de todos modos, si alguien considera que este derrotero socialista tuvo aspectos positivos –y yo soy uno de ellos, a pesar de mi inducida deserción militante- debe honrar la figura y el recuerdo de Guillermo Estévez Boero, verdadero numen de aquel 23 de abril.