La elección francesa expresó que la nueva polaridad política en Europa se produce entre liberales y nacionalistas. La socialdemocracia vive su declive.
Ni Marine Le Pen ganó en Francia, ni Geert Wilders en Holanda. Una tendencia que parecía arrolladora no los fue tanto en este ciclo de elecciones europeas que debe esperar hasta la segunda mitad del año para continuar en Alemania. Allí tampoco ganarán los neonazis. El crecimiento electoral de los nacionalistas es evidente y constituye un fenómeno característico de la política en el mundo occidental contemporáneo, sin embargo, ello no describe con precisión la situación actual. Por el contrario, Europa se ha precipitado sobre una novedosa polarización entre liberales y nacionalistas, que han extremado las diferencias políticas internas, combinándose con una caída electoral vertiginosa de la socialdemocracia. Algo inédito desde la posguerra. Esta nueva situación, encontró eco ayer en el resultado de las elecciones francesas. Las enseñanzas que deja este ciclo de elecciones europeas pueden ser importantes para pensar la realidad política Argentina y el rol de la socialdemocracia.
LA NUEVA POLARIDAD LIBERAL-NACIONALISTA
En los medios de comunicación globales se impuso un viejo y conocido argumento: los nacionalismos son monstruosidades que vienen desde fuera del sistema político, contra el sistema político, como producto de anormalidades culturales que se apoyan en una crisis económico transitoria. Tentador, pero no, gracias.
Cuando la monstruosidad funciona como un principio explicativo, mientras que la sociedad, con sus características y su dinámica, permanece oculta, silenciada y en el lugar narrativo de una suerte de víctima, algo, en el razonamiento, anda evidentemente mal.
Se replica, en términos generales, el mismo problema que observó Hannah Arendt en su cobertura del juicio del criminal de guerra Adolf Eichmann, y que luego se convirtió en el conocido ensayo filosófico, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Allí Arendt descartaba explícitamente explicar el problema del nazismo como una extrañeza monstruosa, es decir, mistificada. Como indicó Hegel, algún tiempo antes, no se trata de la maldad de los hombres, sino de la libertad de los mismos, que, en este caso, se expresa en el voto universal y secreto. Es cuestión, sobre todo, de interpretar lo ocurrido.
En este sentido, diremos que:
En primer lugar, Europa puso de manifiesto que no vivimos el embate de un nacionalismo monstruoso nacido en ninguna parte, sino que, por el contrario, lo que puede observarse es una nueva polaridad cultural y política entre dos formas extremas y opuestas de identidad.
Por una parte, una tradición liberal, basada en la ética del consumo, donde la mercancía cosmopolita y luminosa se convierte en la Biblia de Neón de sus más furiosos partidarios. Pero liberal también en lo cultural, es decir, más tolerante frente al problema inmigratorio y multiculturalista, lo cual se expresa en un ferviente apoyo a la integración global y fundamentalmente europea.
[blockquote author=»» ]Europa se ha precipitado sobre una novedosa polarización entre liberales y nacionalistas, en desmedro de la socialdemocracia.[/blockquote]
Por otra parte, el nacionalismo xenófobo, que reivindica para sí la restauración de la comunidad, la identidad y la tradición como mecanismos primarios de integración económica y cultural. La recuperación del estado en lo económico, el pleno empleo y la seguridad social, se conjugan con una identidad cerrada y excluyente que no sólo se opone con violencia a la inmigración sino también a la “globalización salvaje”. La idea de “Francia para los franceses”, es lo suficientemente elocuente, con su no tan sutil xenofobia, para pintar de cuerpo entero a la autodenominada “canditate du peuple”.
MINORÍAS INTENSAS EN LA FORMACIÓN DE MAYORÍAS ELECTORALES
Estas dos tradiciones opuestas tienen algo en común: para ambas la política es secundaria y se subordina a un sujeto metapolítico: o el individuo o el soberano. Ni las vanguardias nacionalistas, ni las vanguardias liberales mantienen buena relación con los partidos políticos, o cualquier otra organización de la vida popular. Sindicatos, cámaras empresariales, cooperativas, centros de estudiantes, vecinales, etc. fueron siempre amenazas para estas tradiciones. En el plano electoral, una vez que éstas estructuran el escenario político, ello supone una subordinación de los partidos tradicionales, es decir, de las estructuras partidarias que quedan fuera de juego. Luego, en muchas ocasiones, estas últimas, son simplemente puestas en alquiler.
En el caso francés fue notable: la construcción del candidato liberal Emmanuel Macron, que se apoyó, básicamente, en los medios masivos de comunicación y en la intervención en las redes sociales, requirió dos movimientos audaces que fueron aplicados sin piedad alguna: por una parte, la ruptura con el Partido Socialista y la formación de un movimiento independiente, ¡En Marche!, que terminó precipitar al Socialismo hacia el abismo electoral. Y, luego, la desacreditación total y absoluta del carismático candidato del partido centro-derechista Los republicanos, François Fillon, mediante el conocido affaire, en que se lo acusa haber metido de «ñoqui» a su esposa Penelope en el parlamento. El Penelope Gate, con una agresividad notable, dejó fuera de la segunda vuelta al otro partido tradicional francés.
Sin embargo, ¿quiere decir esto que las sociedades contemporáneas se reparten entre extremos liberales y extremos nacionalistas? Pues, naturalmente, no. En rigor, liberales y nacionalistas constituyen minorías intensas que, bajos contextos específicos, pueden, eventualmente, articular mayorías electorales. Esto también es notable para el caso francés. Sólo la existencia de una segunda vuelta es lo que le permitirá al futuro ganador articular dicha mayoría.
El liberal Macron pasó con el 23,7% de los votos y la candidata nacionalista, con el 21,5%. El 50% de los franceses no se identifica con estas opciones electorales. La mayoría se impondrá por la fuerza del sistema de representación electoral. Muy similar a la Argentina.
[blockquote author=»» ]Liberales y nacionalistas constituyen minorías intensas que, bajos contextos específicos, pueden eventualmente, articular mayorías electorales. [/blockquote]
En todo caso, en Francia, el clivaje político electoral, se basó en los cuadrantes de dos ejes centrales:
- Liberalismo económico vs nacionalismo proteccionista
- Liberalismo cultural o multiculturalismo vs nacionalismo xenófobo
Como se indicó, las posiciones extremas (liberal/liberal y nacionalista/nacionalista) estructuraron la campaña y obtuvieron la mayoría de votos. Los secundaron las dos opciones restantes, el liberal conservador Fillon (liberal/nacionalista), con 19,9% y el neo(?)-comunista Jean-Luc Mélenchon (nacionalista/liberal), que sobre el final de la campaña y debate televisivo mediante, descolló robando la base electoral al candidato socialista Benoît Hamon y, en parte también, a la propia Marine Len. Una ayuda de último momento que los medios masivos supieron aprovechar y explotar al máximo.
De todos modos, como en el caso holandés, quedó claro que la polaridad político-cultural entre liberales y nacionalistas pone la pelota en el lado de la cancha de los equipos de estrategia electoral y de campaña liberales. La capacidad de extremar posiciones y, al mismo tiempo, cerrar el sistema sobre las dos opciones más radicalizadas, junto con una movilización electoral elevada, han garantizado, por ahora, el triunfo de los partidos liberales. Nuevamente, similar a la Argentina.
EL MOVIMIENTO SILENCIOSO DE LA SOCIEDAD
Una de las claves del ciclo de elecciones europeas sido el llamado a la participación electoral, sobre todo por parte de los liberales que saben que ello es indispensable para articular una mayoría. Pero ¿qué significado tiene esto?
Entre los científicos políticos se lo conoce como el problema del voter turnout (participación electoral). Y puede resumirse en una idea esquemática y simple: la participación electoral, cuando la economía va bien, es decir, cuando el desempleo es bajo y los salarios crecientes, es más alta entre los ricos y más baja entre los pobres. Pero la cosa se invierte, cuando la economía va mal, es decir, cuando hay desempleo, crecimiento de la pobreza y de la inequidad.
En todo caso, el problema de la participación electoral nos sitúa en el cruce de los ejes que estructuran la representación político electoral y los clivajes socioeconómicos. Luego, la afinidad y el comportamiento electoral definen lo que puede esperarse en el futuro.
En este sentido, sostendremos que la integración económica de la población (al modelo de economía social de mercado) y el nivel educativo son los principales clivajes socioeconómicos que estructuran actualmente la escena política europea. Los jóvenes educados y sin empleo, fueron el eje identitario del comunismo, los adultos que sufrieron la globalización y la descomposición del estado, los de Le Pen. Los sectores altos globalizados y educados los de Macron y los sectores medios liberales y conservadores los de Fillon. De manual. La población de la periferia no forma parte aún de la disputa cultural y simbólica política. Al menos no directamente y con sus propios representantes.
[blockquote author=»» ]Los jóvenes educados y sin empleo, fueron el eje identitario del comunismo, los adultos que sufrieron la globalización y la descomposición del estado, los de Le Pen.[/blockquote]
En todo caso, la larga crisis social y económica que durante la última década ha vivido la sociedad europea ha tenido como consecuencia el incremento de la población (blanca y cristiana) que no ha podido integrarse a la economía social de mercado, despertando de este modo nuevas formas de identificación política. La creciente desconfianza con el sistema político, que fue el lenguaje con el que Europa articuló a la sociedad para ingresar en la globalización, hizo que el propio sistema político sufra las consecuencias. Los extremos hicieron su aparición desembarazándose de ellos. Sin embargo, el comportamiento electoral no es homogéneo, los nacionalistas están naturalmente movilizados. No así los posibles votantes liberales, sobre todo entre la periferia y los sectores medios empobrecidos que no van a votar por el nacionalismo: entre ellos predomina naturalmente la abstención.
La segunda vuelta se basará precisamente en este punto: movilizar a la población a las urnas. Tres de cada cuatro votarán por Macron, independientemente de su condición social o elección previa. Sólo los votantes radicalizados comunistas no irán a votar y muchos, quizá, pongan en el sobre la papeleta del Frente Nacional. No debería sorprenderle.
EUROPA, BIENVENIDOS AL MUNDO SIN SOCIALDEMOCRACIA
Pero más allá de los resultados electorales es posible observar dos hechos políticos claves y relacionados entre sí: la debacle electoral de la socialdemocracia y la preferencia por parte de más del 40% de los franceses por partidos que proponen salirse de la Unión Europea (Frexit) (nacionalistas y comunistas, fundamentalmente).
El primer fenómeno se registra en toda Europa. Desde la desaparición del Pasok en Grecia, hasta el desplome del PvdA en Holanda, pasando por la crisis profunda del PSOE en España. Pero el segundo, se da con particular intensidad en Francia. Un socio mayor subordinado en el esquema económico político de la Unión. Los socios menores, como los argentinos en el 99, temen (y con razón) a la devaluación de sus monedas locales si ellas retornan.
En todo caso, la socialdemocracia perdió, con esta nueva posición, toda su base electoral. Aun cuando el programa presentado por Benoît Hamon se basaba en un abandono de la austeridad, aunque en el marco de una integración más democrática de toda Europa. Fue leído como una verdadera y, en el mejor de los casos, ingenua, utopía. Thomas Piketty acompañó esta propuesta aplaudiendo en las gradas del meeting de campaña del PS.
Debe tenerse en cuenta que, precisamente, los Partidos Socialistas Europeos sintetizaron la expresión política del acuerdo de los sectores obreros, medios y bajos de incorporarse al nuevo orden económico social y político de la globalización. Ello no fue inocuo ni para Europa ni para la socialdemocracia.
Por su parte, Europa, evitó los resultados más negativos de empobrecimiento generalizado, destrucción de la seguridad social y de los servicios públicos e incremento la desigualdad que vivió, por ejemplo, Estado Unidos. Un país sin socialdemocracia, que ingresó a la globalización de la mano de Ronald Reagan y Paul Walker. El propio Piketty lo refleja con claridad en el gráfico expuesto.
Para el Partido Socialista ello significó participar activamente del gobierno de la sociedad europea articulando las tensiones generadas por dicho modelo. Pero a diferencia de los partidos extremistas, que hacen pagar a la sociedad sus propias contradicciones, los socialdemócratas saltaron como fusible cuando el modelo que ayudaron a construir desarrolló sus propias contradicciones.
Evidentemente, en este contexto, el resultado de Hamon era más que probable. Sin embargo, ello no debe desalentar la idea que el PS Francés abrazó en su última interna: una reivindicación de la tradición socialdemócrata y una rectificación política contra la austeridad en un marco de mayor democracia.
[blockquote author=»» ]A diferencia de los partidos extremistas, que hacen pagar a la sociedad sus propias contradicciones, los socialdemócratas saltaron como fusible cuando el modelo que ayudaron a construir desarrolló sus propias contradicciones.[/blockquote]
Si, como es de esperar, los liberales llegan al poder y optan por el camino de la profundización de la crisis, se abrirán dos opciones posibles: o el nacionalismo tomará definitivamente las riendas o la socialdemocracia podrá regresar un programa posible, ambiciosos y creíble que saque a Europa de la crisis económica sin abandonar la democracia política.
Los argentinos sabemos qué significa vivir en un país sin socialdemocracia, no así los franceses de menos de 72 años. Es importante para todos que no se acostumbren.