El grupo madurista se declara heredero del chavismo y del «Socialismo del siglo XXI» mientras pretende echar por tierra lo mejor que dejó Chávez: la Constitución bolivariana del 99.
Porque se ha hecho costumbre llamar «Socialismo del Siglo XXI» al desastre implantado en Venezuela, se hace indispensable recordar que las ideas originales con ese nombre no corresponden a Hugo Chávez Frías, y mucho menos a Nicolás Maduro Moro, sino que fueron expuestas por el alemán Heinz Dieterich Steffan, quien fuera asesor de Chávez y terminó separándose de él, precisamente porque lo que éste venía haciendo se distanciaba cada vez más de aquellas ideas.
Ya he escrito en otras oportunidades sobre el tema. Lo hago con conocimiento de causa, pues tuve la oportunidad de relacionarme con aquel movimiento y conocer personalmente a Dieterich, discutir esas ideas y sus basamentos científicos y participar junto a él en dos eventos internacionales en el 2006 y en el 2007, en Bolivia y en Ecuador, respectivamente, donde expusimos y debatimos públicamente las ideas esenciales del «Socialismo del Siglo XXI».
Tales eran tres:
1- la democracia participativa y decisoria, con presupuestos participativos locales, cada vez más directa gracias al desarrollo de Internet, con respeto a las libertades y derechos civiles, elecciones periódicas, y referendos revocatorios y para las leyes principales;
2- el estímulo al desarrollo de las formas asociativas, autogestionarias, cooperativas de producción, y
3- el intercambio de equivalentes en el mercado, tratando de minimizar los efectos de la Ley de Oferta y Demanda.
Chávez inicialmente gustó del nombre de «Socialismo del Siglo XXI». Se asesoró unos años con Dieterich, en 1999 generó la Constitución democrática bolivariana, con garantías para los derechos civiles y los tres poderes independientes, en la que se establecían principios básicos de la democracia participativa directa, y empezó a estimular el desarrollo de cooperativas de todo tipo, ofreciendo financiamiento. Igualmente apoyó el establecimientos de procesos autogestionarios bajo control de los trabajadores en algunas empresas estatales.
En cambio, ni Fidel Castro ni su hermano Raúl apoyaron jamás esas ideas y nunca mencionaron las palabras «Socialismo del Siglo XXI». En el año 2007 personalmente dejé en las oficinas de ambos, en La Habana, sendos CD que incluían un conjunto de trabajos e investigaciones -realizados junto con otros compañeros- sobre la necesidad de desestatizar la sociedad cubana y especialmente la economía, con el fomento del cooperativismo y la autogestión empresarial.
Nunca recibí siquiera acuse de recibo. Siempre supe de la oposición castrista al poder del pueblo y los trabajadores, pero entonces intentábamos influir desde dentro, aprovechando el auge de aquella ideas impulsadas por el líder venezolano, con la esperanza de que podrían lograr simpatías en Cuba.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Las ideas esenciales eran tres: la democracia participativa con respeto a las libertades civiles; las formas autogestionarias y cooperativas de producción; y el intercambio de equivalentes para minimizar la ley de oferta y demanda.[/blockquote]
Pero fue al revés. Chávez, bajo el influjo de Fidel, se fue separando cada vez más de las ideas del «Socialismo del Siglo XXI», aunque siguió usando el nombre -como asimismo han hecho los Castro con el vocablo «socialismo»- mientras las cooperativas que financiaban se convirtieron en fuentes de corrupción, las empresas inicialmente convertidas a la cogestión fueron totalmente estatizadas, y se impuso la idea general del estatalismo asalariado, característico del estalinismo y el castrismo, pero que, como puede apreciarse, nada tienen que ver con los tres puntos centrales del «Socialismo del Siglo XXI».
A pesar de lo incómoda, por lo democrática, el entonces presidente de Venezuela se mantuvo fiel a los principios de la Constitución bolivariana que enarbolaba constantemente, demostrativa de la legitimidad de su gobierno.
Sin embargo, luego de su muerte, con el chavismo ya en decadencia como se mostró en su intento reeleccionista, el poder fue traspasado a Maduro, un procastrista empedernido, que ganó la primera elección por una diferencia que siempre trajo suspicacias, pero en vez de tener en cuenta la correlación de fuerzas, todo cuanto hizo después solo sirvió para acrecentar el desastre económico, aumentar la oposición y profundizar la división del chavismo, trayendo como consecuencia la pérdida de la mayoría en la Asamblea Nacional en las elecciones de 2015.
El “Socialismo del Siglo XXI” defendido por Maduro no estaba siendo más que una versión venezolana del estatalismo voluntarista cubano, con todas sus desastrosas consecuencias en la economía y en la sociedad. Su posterior oposición al constitucional referendo revocatorio, el precipitado movimiento para controlar el tribunal supremo de justicia antes de que tomara posesión la nueva Asamblea de mayoría opositora y los intentos de desconocerla, vienen a coronarse con su reciente llamado a una nueva Constitución, a todas luces, destinada a excluir de la Asamblea a la oposición y evitar la convocatoria a elecciones presidenciales.
En fin: todo ello para tratar de garantizar el control del poder por el grupo madurista, que declarándose heredero del chavismo y del «Socialismo del siglo XXI», pretende echar por tierra lo mejor que dejó Chávez: la Constitución bolivariana del 99.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Chávez se mantuvo fiel a los principios de la Constitución bolivariana, demostrativa de la legitimidad de su gobierno.[/blockquote]
De esa manera Maduro y su grupo, evidentemente asesorado por La Habana y tratando de repetir la esencia antidemocrática de la Constitución “socialista” castrista de 1976, traicionan definitivamente el legado de Chávez y las ideas originales del «Socialismo del Siglo XXI» que siguen enarbolando con el mismo descaro que los Castro han hablado de socialismo en todos estos años.
Ese paso, junto a la salida de Venezuela de la OEA y la intención de armas a miles de chavistas, en una sociedad muy dividida, marcada por la violencia y los asesinatos, se perfila como el preámbulo de una agudización de las contradicciones en Venezuela y en la región de consecuencias terribles, no solo para los venezolanos.
Se trataría, a la vez de un intento por frenar, a la fuerza, la caída en picada de la ola populista estatalista -incluida la debacle del gobierno castrista-, iniciada con la llegada de Chávez al poder y el estímulo de Fidel Castro a una segunda intentona de establecer en la región, esta vez por vía democrática, un polo de poder antiestadounidense, supuestamente antimperialista y socialista, sustentado en el poder económico derivado del petróleo venezolano y apoyado por potencias europeas.
Pero el mundo ha cambiado. La contradicción fundamental que lo mueve hoy no es izquierda-derecha ni capitalismo-supuesto socialismo, sino democracia-dictadura. Los que no se percaten de ello y pretendan seguir imponiendo dictaduras descubiertas o disfrazadas, pagarán las consecuencias, más temprano que tarde.