Se cumplieron 140 años del nacimiento de uno de los intelectuales más influyentes de América Latina: José Ingenieros. Además fue uno de los referentes fundamentales del reformismo universitario.
Es probable que para muchas personas, sobre todo jóvenes, el nombre de José Ingenieros no signifique demasiado. En todo caso, se lo asocia con un libro ya clásico que todavía merece alguna reedición: El hombre mediocre. Pero este personaje, que no sin razón Horacio Tarcus definió como “el último de los grandes polígrafos latinoamericanos” y del cual se cumplieron en estos días los 140 años de su nacimiento, fue un intelectual tan polifacético como controvertido.
Giuseppe Ingegnieros nació el 24 de abril de 1877 en la ciudad de Palermo, en Italia. La familia formada por Mariana Tagliavia y Salvatore Ingegnieros llegó a Sudamérica en 1880, primero a Montevideo y luego, a Buenos Aires. El joven Giuseppe, prontamente castellanizado José y, para los amigos, “Pepe”, heredaría de su padre su adscripción al pensamiento político de izquierda y su temprana incorporación a la masonería.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Ingenieros sería una de las voces más audibles en el coro del antiimperialismo latinoamericano.[/blockquote]
Cuando todavía era estudiante en la Universidad de Buenos Aires, en 1894, fue el mismo Juan B. Justo quien lo invitó a incorporarse al naciente socialismo, partido en el cual ocupó algunos cargos y donde representaba una tendencia libertaria y revolucionaria, junto con su amigo de juventud Leopoldo Lugones. De esa época son artículos políticos, como “¿Qué es el socialismo?” (1895) y “Cuestión argentino-chilena. La mentira patriótica, el militarismo y la guerra” (1898). Aunque se desvinculó tempranamente del partido (en 1902), nunca dejó de preocuparse por “la cuestión social”. Por eso, fue convocado para integrar el equipo que formuló, a pedido del ministro Joaquín V. González, el primer Proyecto de Ley Nacional del Trabajo. Aunque esta ley no se aprobó, Ingenieros publicó en Francia La legislación del trabajo en la República Argentina, dedicado a su amigo Alfredo Palacios, ya por entonces el primer diputado socialista.
Su juventud fue prolífica: en esa época, el plan de estudios de la carrera de Medicina en la UBA estaba organizado de tal modo que Ingenieros obtuvo una primera titulación como farmacéutico, lo cual le permitió, desde muy joven, colaborar con el sustento familiar. Entre el estudio y las inquietudes políticas, se hizo tiempo también para compartir andanzas con sus amigos, sobre todo en la época en que llegó a Buenos Aires el poeta Rubén Darío, con quien formó una suerte de cofradía bohemia denominada “La Syringa”. La integraban, además de los mencionados Ingenieros, Darío y Lugones, otros personajes que luego se destacarían, en mayor o menor grado, en el mundo de la cultura. Además de compartir y promover bromas (algunas demasiado pesadas, según los contemporáneos), este grupo tuvo mucho que ver con la difusión de la estética modernista en Buenos Aires que, en gran medida, fue cobrando forma en las páginas y las redacciones de los diarios de aquella época. Por ejemplo, en La Nación, donde se ganaba el pan otro de sus amigos: Roberto Payró. Pero, bromas aparte, Ingenieros trabajaba mucho (algo de lo que siempre se enorgulleció): además de tener sus pacientes regulares, atendía un consultorio médico gratuito en la Sede del Centro Socialista Obrero y, después de su graduación en 1900, se incorporó como profesor a la Facultad de Medicina, a las cátedras de Enfermedades Nerviosas (cuyo profesor titular era José María Ramos Mejía) y Medicina Legal (Francisco de Veyga), además de estar adscripto al laboratorio de Neurología que dirigía Cristofredo Jacob. Fue parte, además, de la cátedra de Psicología Experimental en la recientemente creada Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad. Rápidamente su figura fue cobrando visibilidad y, en 1901, pasó a ser médico del Servicio de Observación de Alienados, un emprendimiento conjunto, podríamos decir, de la Policía de Buenos Aires y la cátedra de Medicina Legal. En 1907, el ministro Joaquín V. González creó el Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional y lo nombró su director. Ingenieros tenía poco más de 30 años cuando presidió, en 1909, la Sociedad Médica Argentina y, en 1910, la Sociedad de Psicología. Algo antes, en 1905, había sido enviado al V Congreso Internacional de Psicología que tuvo lugar en Roma, nada menos que como representante científico de la Argentina. Aprovechando la duración de los viajes de esa época, recorrió varios países conociendo a figuras del arte, la ciencia y la política, en un itinerario que más o menos se puede reconstruir gracias a las crónicas que remitía periódicamente al diario La Nación de Buenos Aires.
Ingenieros volvería a Europa en 1911, cuando cerró su consultorio y se fue del país tras un problema en la provisión de cargos docentes para la cátedra de Medicina Legal. Con el inicio de la guerra del 14, regresó, ya casado con Eva Rutenberg. De ese matrimonio nacerían sus cuatro hijos: Delia, Amalia, Julio José y Cecilia.
Médico de formación, prontamente derivó hacia disciplinas afines: el alienismo, la psicología y la criminología. Pero a medida que avanzaba en edad se inclinó cada vez más por la filosofía, desde una posición inicialmente afín al pensamiento positivista pero con muchos matices y modulaciones. Ya hacia el final de su vida –recordemos que murió imprevistamente en 1925, por una enfermedad que resultó fulminante– retomaría su inclinación por la política, al convertirse en una de las voces más audibles en el coro del antiimperialismo latinoamericano.
[blockquote author=»» pull=»normal»]José Ingenieros fue el primer intelectual de las masas argentinas, claro exponente de nuestra modernización cultural y acérrimo defensor de la secularización ideológica.[/blockquote]
Las múltiples inquietudes intelectuales de Ingenieros pueden verse con cierta claridad en los emprendimientos editoriales en los que participó. Las revistas científicas y culturales fueron una esfera constante de su actuación: fundó La Reforma. Periódico literario estudiantil (1893) y, con Leopoldo Lugones, La Montaña. Periódico socialista-revolucionario (1897). Fue secretario de redacción, desde 1899, de La semana médica, fundada por su amigo y colega Francisco de Veyga en 1894. Dirigió, por más de una década, los prestigiosos Archivos de Psiquiatría, criminología, medicina legal y ciencias afines (1902 – 1913). Desde 1915 hasta 1925 llevó adelante la Revista de Filosofía, que continuó su discípulo Aníbal Ponce hasta 1929. Y en 1923, también fue miembro fundador del Boletín Renovación, el órgano de la Unión Latino Americana. Pero además, pareciera que no había revista de la época en la cual Ingenieros no se prodigara, con temas científicos o filosóficos, desde El Mercurio de América o Ideas hasta Nosotros, la Revista de Derecho, Historia y Letras o los folletos de la colección La novela semanal.
Muchos de sus escritos que aparecían en estas revistas se convertían, andando el tiempo, en libros. Así nacieron, por ejemplo, Los tiempos nuevos, su Sociología Argentina, o el publicado póstumamente como Tratado del amor. Otros títulos, que hablan de la diversidad de sus intereses, son la Simulación de la locura (su tesis doctoral), los Principios de Psicología, Criminología, Hacia una moral sin dogmas, Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía, La evolución de las ideas argentinas, La cultura filosófica en España, etc. Para Ingenieros, el libro fue siempre un medio de educación. Uno de sus más ambiciosos proyectos editoriales (en el que invirtió muchísimo dinero personal) fue la colección La cultura argentina, una empresa que compartió con Severo Vaccaro y que consistió en la publicación de 144 títulos, a precios populares, de obras literarias, históricas y sociológicas.
Si los eventos del año 1914 lo sacaron de la temática científica para escribir “El suicidio de los bárbaros”, la invitación al Segundo Congreso Científico Panamericano de Washington (1915), que le cursó la Fundación Carnegie, lo motivó para escribir un texto que sería inspirador de algunos puntos de la Reforma Universitaria de 1918: “La Universidad del Porvenir”. Apoyó esa Reforma con la misma esperanza con que, en 1917, había defendido la revolución rusa. Su conferencia “Significación histórica del movimiento maximalista”, pronunciada días antes de que se desatase la semana trágica del año 1919, lo convirtió, como en sus tiempos de juventud, en un sospechoso ante las fuerzas del orden, y así se encontró cambiando de domicilio media docena de veces en menos de un año… En la época de entreguerras, apoyó con firmeza la labor del grupo pacifista Claridad y desde 1922 hasta su muerte en 1925, participó en la Unión Latino Americana, junto con el intelectual mexicano José Vasconcelos, volcándose cada vez más a la prédica antiimperialista.
Dice Jorge Panessi que José Ingenieros fue “el primer intelectual de las masas argentinas”. Claro exponente de nuestra modernización cultural y acérrimo defensor de la secularización ideológica, trascendió prontamente las fronteras nacionales para convertirse, en palabras del ecuatoriano Julio Endara, en un “maestro de América”.
PARA AMPLIAR
Las crónicas de José Ingenieros en ‘La Nación’ de Buenos Aires (1905 – 1906) (Mar del Plata, Martin / UNMDP / ANPCyT, 2009) [disponible en: http://humadoc.mdp.edu.ar:8080/handle/123456789/202]
Hojas al pasar. Las crónicas europeas de José Ingenieros (Córdoba, Buenavista, 2012) [disponible en: http://humadoc.mdp.edu.ar:8080/handle/123456789/206]
Cristina B. Fernández: ttps://conicet-ar.academia.edu/CristinaBeatrizFernandezh