El autor de “Envenenados” alerta sobre la presencia de glifosato en los suelos de la Argentina, cuestiona la desidia de los gobiernos y la irresponsabilidad de producir sin hacerse cargo del problema que se ocasiona. A la vez, se esperanza en la resistencia de las comunidades que ven peligrar su vida así como, paradójicamente, en las exigencias de los países compradores de materia prima, cuya demanda de alimentos orgánicos obligaría a ir hacia un sistema agroecológico.
Patricio Eleisegui es periodista y escritor. En este diálogo –mantenido poco después de que diera a conocer en su blog un estudio que reveló los niveles de presencia de glifosato en la Argentina, muy superiores al promedio mundial (ver nota “Veneno en el suelo”)– denuncia la desidia de los gobiernos actuales como anteriores y la irresponsabilidad de empresarios y productores que no quieren reconocer el problema que ocasionan. Sin embargo, Eleisegui dice que hay esperanza y la fundamenta en dos aspectos: en primer lugar, la resistencia creciente de las comunidades que ven peligrar su vida, cobran conciencia y cuestionan el modelo; por otro lado, en algo que resulta paradójico: las exigencias que realizan los países compradores de materia prima (los mismos que impusieron este sistema productivo), que cada vez demandan más alimentos orgánicos. Esas exigencias, dice Eleisegui, obligarían “más tarde o más temprano” a nuestros productores a avanzar hacia un sistema agroecológico.
¿Cuál es el dato central del estudio que diste a conocer?
El trabajo del Conicet, de la Universidad de La Plata y el espacio Interacción Ambiental de La Plata, lo que hace es exponer que el glifosato no se estaría degradando, sino todo lo contrario: sigue acumulándose desde hace un buen tiempo, porque la utilización del paquete tecnológico en el uso de los pesticidas ha hecho disminuir a los microorganismos que trabajan sobre la tierra para hacer desaparecer al glifosato. Todo eso pasó a segundo plano cuando se conoció la concentración amplísima en ciudades como Urdinarrain, pero es por el mismo efecto de esto. Se cayó otra arista del glifosato, el mito de que es biodegradable que intentó instalar la misma industria agroquímica. El glifosato provoca cáncer, esto no se discute en términos de fe ni en cuestiones ideológicas, está comprobado por las pruebas científicas. El científico argentino Andrés Carrasco se ocupó de establecerlo hace años. Lo que tuvimos en los últimos tiempos es la acumulación de pruebas científicas que ponen en entredicho a un producto que la industria se ocupó de instalar como ‘inocuo’, como ‘el herbicida que no produce nada, que es biodegradable’.
Se llegó a decir que se puede tomar como un vaso de agua. Y el ministro de Ciencia del anterior gobierno, que también lo es del actual, afirmó que es “como agua con un poco de sal”.
Sí. Una sarta de barbaridades que cuando uno confronta con alguien de la industria se cae enseguida porque es insostenible. Me ha pasado en entrevistas con ejecutivos de Monsanto en la Argentina, pero en verdad ninguno de ellos salió a decir todo eso. Y eso es uno de los aspectos que sorprende, porque los representantes de las compañías y organizaciones del campo son más papistas que el Papa. Son ellos los que dicen que no pasa nada, cuando en realidad las mismas empresas reconocen que sí, que está ocurriendo algo. Entonces si éstos son –en teoría– los herbicidas buenos ¿cómo será el resto? Porque además estamos usando una batería de productos que son más tóxicos que el glifosato.
Otro argumento usual de los defensores de estos productos es que si se usan de acuerdo a las recomendaciones técnicas incluidas en las etiquetas de los productos y en los manuales, no debería haber problemas de ningún tipo. Incluso hacen una analogía con la lavandina, que en función del uso en determinadas cantidades también podría generar estragos.
Sí, se lo escuché decir a los representantes de esa industria. Pero con ese tipo de argumentos lo que hacen es minimizar un problema, poniéndolo al lado de otro. Es como decir ‘la educación argentina es un desastre, pero peor están en África’. Esto lo discutí con gente de la Sociedad Rural en Buenos Aires. Uno puede tener una botella de lavandina abierta en la casa y no habrá problemas, pero ¿quién tiene abierto un bidón de glifosato en la casa? Y cuando pedís explicaciones las argumentaciones, verdaderamente, caen en el terreno de la pavada. Vemos a organizaciones como la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (CASAFE), la cámara que reúne a los fabricantes de agroquímicos en la Argentina, que postea en su misma página web cuáles son sus requisitos para usar este mismo tipo de productos. Y cuando uno observa la protección que debe usar el aplicador, es un auténtico traje espacial (ver imagen). Entonces si hablamos de inocuidad, que alguien me explique por qué esta Cámara está alertando sobre esta protección para la utilización de esas aplicaciones.
[blockquote author=»» pull=»normal»]“Cuando uno observa la protección que debe usar el aplicador, es un auténtico traje espacial. Entonces la pregunta es más amplia: ¿qué tienen que hacer las poblaciones que viven al lado, si quien está fumigando se tiene que disfrazar así?”.[/blockquote]
Traje espacial que, por otro lado, nadie usa en las poblaciones rurales.
Así es. Pero a su vez la pregunta es más amplia: ¿qué tienen que hacer entonces las personas que viven al lado de un campo, si la persona que está fumigando se tiene que disfrazar de astronauta? ¿Qué tienen que hacer las maestras y sus niños sobre los cuales, permanentemente se descargan aplicaciones de glifosato? Y ahí no hay discusión posible porque es la misma industria la que está mostrando que esto no es inocuo, que no es gratis la utilización y que es necesario poner en práctica muchísimas medidas de protección. Por algo la utilización de agroquímicos está estipulada como una manipulación de productos peligrosos, por lo que la mayoría de los municipios, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, tiene algún tipo de legislación especial.
Teniendo en cuenta que YPF es una de las empresas que comercializa este producto que tantos problemas trae, y siendo que el 51 por ciento de sus acciones pertenecen al Estado ¿qué se puede hacer para modificarlo?
Lamentablemente, ése es el lado B de estas cuestiones. YPF importa el glifosato granulado desde China, y lo que hace acá es transformarlo en la versión del bidón que conocemos, poniéndole la etiqueta. Es como que compra un genérico. El problema es que es un modelo de producción impuesto a través del Estado, desde el Estado Nacional hasta los municipios y las provincias, generando por medio de empresas del Estado regalías a través de la venta del glifosato, anunciando inversiones de Monsanto en el país, estableciendo convenios como hizo YPF para trabajar en Vaca Muerta. Por eso es que no podemos esperar una solución desde arriba. Es más, ahora el mismo ministro (de Ambiente y Desarrollo Sustentable) Sergio Bergman achicó las distancias de las fumigaciones a cien metros de las zonas habitadas, lo que no debe sorprendernos de una gestión como ésta.
No se puede esperar que esta gestión lo aborde.
No, claramente. En nuestro país podés tirar millones de litros de cianuro en un río y no tendrás problemas, como lo hizo la la Barrick Gold. Si pensamos que durante el kirchnerismo, que fue la etapa ‘progresista’ declarada del país, el consumo de agroquímicos aumentó un mil por ciento, y se aprobaron una veintena de semillas transgénicas, si con ellos que –en teoría– se mostraban más renuentes a la inversión extranjera tuvimos esas respuestas ¿qué puede esperarse de una gestión como ésta, cuyo discurso es diametralmente opuesto? Por ende las responsabilidades están en las comunidades, en los sectores más chicos y en generar desde abajo formas de resistencia a este tipo de políticas. No queda otra alternativa, y es lo que puede verse en los colectivos que surgen en nuestras comunidades, en diferentes lugares de la Argentina.
[blockquote author=»» pull=»normal»] “Las responsabilidades están en las comunidades, en generar la resistencia desde abajo. No queda otra alternativa, y es lo que puede verse en los colectivos que surgen en nuestras comunidades”.[/blockquote]
Europa sigue debatiendo la prohibición del uso de glifosato, y recientemente se produjeron casos en los que compradores alemanes devolvieron cargas completas de miel al Uruguay por encontrar ese producto contaminado con glifosato (ver nota: Apicultores acusan al modelo de agro por contaminación de la miel). ¿Crees que ese tipo de situaciones pueden llevar a que se revise el modelo productivo en el que estamos inmersos?
Sí, creo que puede haber un cambio a raíz de las exigencias de los mismos compradores. Porque hemos armado nuestra estructura económica para proveer al mundo, pese al paso de los siglos siempre entregamos materias primas, no generamos valor agregado, y en el Primer Mundo están tomando cierta conciencia de la calidad de la alimentación. Eso explica que Alemania haya devuelto toda la partida de miel a Uruguay, lo cual fue una señal muy fuerte en ese país. Hay que añadir que Europa tiene una legislación muy dura en el uso de pesticidas, de hecho hubo una controversia muy fuerte en Alemania y Holanda por una partida de huevos contaminados por un hormiguicida que se llama fipronil, que se puede comprar en la Argentina a través de Mercado Libre, sin ningún tipo de problema. Tenemos un nivel de desmadre en la legislación local. En Europa, en cambio, le dan permisos muy acotados al uso del glifosato, y acá no tenemos una sola legislación de alcance nacional que establezca, por lo menos, algún tipo de control a estos productos; estamos a contramano, y somos el país que más cantidad de agroquímicos ocupa por cantidad de habitantes en todo el mundo.
[blockquote author=»» pull=»normal»]“Los productores tendrán que mudarse a otro modelo porque el mundo ya empieza a exigir otra cosa, alimentos orgánicos. Europa no es tonta. Habrá que elegir, caso contrario nos caeremos del planeta”.[/blockquote]
Sería paradójico que quienes impusieron este modelo, sean a la postre quienes nos obliguen a dejarlo de lado.
Cuando hicimos el trabajo para la televisión italiana, a ellos no les importaba la situación dramática de la salud de nuestra población. Y es lógico. No es que a Italia le importa lo que ocurre en una ciudad de Entre Ríos como Urdinarrain o San Salvador. Lo que sí les importa es el producto que les estamos vendiendo; las estadísticas les dicen que somos los que más harina de soja les vendemos, que se utiliza para las pastas que comen ellos, entonces empezaron a revisar qué es lo que le vendemos y cómo se produce. Por eso yo digo que la Argentina tendrá que ajustar su mecanismo de producción y terminar con la utilización de pesticidas a mansalva, porque el mundo está pidiendo otro tipo de alimentación y, si no cambiamos el rumbo, nos quedaremos afuera de la torta económica. De manera que los productores, por más que les duela, tendrán que mudarse a otro modelo productivo porque el mundo ya está empezando a exigir otra cosa. El mundo no es tonto. Por más que acá hablemos de la evolución de la transgénesis y los productos que hacemos en el campo con la modificación genética y demás, los países que llevan las banderas económicas están pidiendo cada vez más productos orgánicos, menos manipulación, productos surgidos de la agroecología. Por lo tanto, en un momento habrá que elegir si vamos a querer seguir haciendo plata como se hace ahora, o deberemos cambiar a ese tipo de producción. Caso contrario nos caeremos del planeta.
QUIÉN ES
Patricio Eleisegui nació en 1978. Es escritor y periodista. Autor de los libros “Envenenados” (2014) y “Fruto de la Desgracia” (2015), dos trabajos sobre el uso indiscriminado de pesticidas, sus consecuencias y su relación con el trabajo infantil y mano de obra esclava. Fue dos veces finalista del Premio Clarín de Novela. Especializado en temas ambientales, dialogó con el programa “En la Víspera” (Radio Nacional Concepción del Uruguay) tras dar a conocer en su blog el estudio coordinado por un investigador del Conicet, Damián Marino, que se publicó en medios internacionales y reveló que el suelo de Entre Ríos tiene la acumulación más alta de glifosato a nivel mundial.