Hay quienes nacen en tiempos desmemoriados. El recuerdo es un ejercicio lingüístico, de preguntas y respuestas. Pero también uno elige qué recordar y qué olvidar, qué trasmitir y qué silenciar. ¿Qué recuerda el que nació en una época en la que se negaba la evocación del pasado? Esto es Infancia y Memoria… (segunda parte).
Nací en una época sin memoria: demasiado lejos de la Shoá y demasiado cerca del fin de la última dictadura militar en Argentina como para recordar. Mi memoria fue inducida por mi tradición y mi condición de hijo de sobrevivientes. Todos somos sobrevivientes: mis padres lo eran, sus padres lo eran, sus hermanos lo eran también.
Nací en una época sin memoria, pendular: entre el olvido del pasado o el recuerdo del horror. En mi casa se hablaba más de los muertos en Auschwitz que de los desaparecidos en la ESMA. Se hacía silencio, no porque no tuviéramos una parte de nosotros en esta historia, sino porque prefirieron no decirme. Vengo de una familia marcada por el Terrorismo de Estado, con un desaparecido en nuestras espaldas, tres torturados y devueltos, un desaparecido-aparecido que luego fue preso político, que pasó ocho años en cautiverio y que murió poco después de ser liberado por Alfonsín, con el cuerpo y el alma destruidas por los golpes y el dolor. Crecí en un exilio interior, en Bariloche, junto a mi familia, al que fuimos poco tiempo antes de terminar la última dictadura militar. Me costó muchos años recuperar la memoria familiar. Fragmentaria y difusa, como toda memoria. Entiendo a mis padres, demasiado marcados por los azotes del pasado.
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El recuerdo es un ejercicio lingüístico, de preguntas y respuestas. Pero también uno elige qué recordar y qué olvidar, qué trasmitir y qué silenciar. Imagino que es difícil ser padre (porque aún no lo soy), y que una de sus dificultades es elegir qué transmitir, porque en el fondo de uno mismo debés saber que esas palabras seguramente marcarán parte de la vida de un hijo.
Mi tradición nos enseña que ya no somos culpables de los errores de nuestros padres, pero lo que no nos enseña es cómo lidiar con el pasado y el miedo. Ellos, mis padres, eligieron transmitirme primero los horrores por los que atravesó mi pueblo durante el siglo XX. Eligieron transmitirme el lugar al que pertenecían en el universo de la historia. Historia universal que fue causa y consecuencia de su nacimiento en este país, al sur del continente y del mundo, a miles de kilómetros de la Polonia de mis abuelos. Y los entiendo: porque desde pequeño comprendí que soy parte de esa transmisión de generación en generación que murió asesinada entre los años 30 y 40, y que revivió en los exilios hacia lugares inimaginados.
Habitar el mundo es habitar los horrores. Habitar el mundo es habitar entre las huellas del temor y el olvido, entre el recuerdo y la esperanza. Mis abuelos nacieron en Polonia y murieron en Argentina. Fueron torturados acá, en el mismo lugar en el que hoy trato de llevar adelante, día a día, una vida que no me deja escapar de las huellas de su memoria.
[blockquote author=»» ]Habitar el mundo es habitar los horrores. Habitar el mundo es habitar entre las huellas del temor y el olvido, entre el recuerdo y la esperanza. [/blockquote]
Pero nací en una época sin memoria, sin grandes victorias, sin batallas grandilocuentes, como esas que aparecen en los libros que me gustan leer los sábados por la tarde. Nací bajo la estrella del horror y el silencio, de la memoria lejana y ajena.