Julien Freund era un «reaccionario de izquierda». Tras militar en la Resistencia francesa contra la ocupación nazi, desarrolló una serie de reflexiones políticas que lo hicieron tan valedor de elogios como de críticas. Polémico, audaz y concreto, Freund recuperó parte del pensamiento de Carl Schmitt -a quien consideró su maestro junto a Raymond Aron- e introdujo valiosos aportes teóricos recogidos en su libro más importante: «La esencia de lo político» (reeditado en español en 2018 por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales).
«LES PIDO QUE SE PONGAN DE PIE”
A las 2 de la tarde del 26 de junio de 1965, ante una sala colmada en la Sorbona, el director de tesis abre formalmente la defensa doctoral con las siguientes palabras: “Yo quisiera saludar [al candidato]… que va a defender esta tesis que yo considero genial, pero quisiera igualmente subrayar el hecho de que es un miembro de la Resistencia. Que un miembro de la Resistencia haya podido hacer una tesis semejante, es extraordinario. Es por eso que les pido que se pongan de pie”.
El director en cuestión era Raymond Aron; el candidato era Julien Freund. La tesis se titulaba La esencia de lo político. Hijo de padre obrero y madre campesina, durante la ocupación alemana cursaba de día como estudiante en la universidad —su tema era “El rol práctico de las ideas en Kant”— pero al caer la noche se transformaba en miembro de la Resistencia contra el régimen de Vichy.
En el verano de 1944, a la edad de 23 años, Freund, en tanto que miembro del grupo armado FTP (“Francotiradores y Partisanos”), atraviesa una experiencia que lo dejaría marcado para toda la vida. En las palabras de Freund: “El jefe de nuestro grupo FTP tenía como amante a la maestra de un pueblo cercano a nuestro campamento, al costado de Lurs. Esta maestra, una muchacha joven de 23 años, había roto con él y nuestro responsable había decidido vengarse acusándola de haberse pasado al bando de la Gestapo. Él le hizo creer a la mayor parte de los camaradas del grupo que la joven muchacha había ido a la Gestapo de Digne para denunciarlo. A las seis de la tarde fueron a arrestar a esta joven muchacha e inmediatamente se instituyó ‘un tribunal del pueblo’ para juzgarla, con un fiscal y tres jueces. Entonces yo pregunté: ‘¿Dónde está el abogado? Nosotros no vamos a continuar a la manera de Hitler. Hace falta un abogado’. Y yo decidí cumplir el papel de abogado. En mi alegato, formulé una pregunta: ‘Puesto que se afirma que ella ha ido a la Gestapo de Digne, ¿cómo saber si no estamos en relación con la Gestapo de Digne?’. Eso fue terrible. Ella era inocente y el tribunal la condena a muerte. Esa noche de espanto los partisanos la violaron en un galpón de heno. Y, al alba, ella fue ejecutada sobre una pequeña montaña llamada Stalingrado. Había un arroyuelo que corría cerca del campamento. A la mañana, mientras yo me lavaba la cara, escuché el fusilamiento. Habían pedido voluntarios. Todos fueron voluntarios. Yo era el único que no fui. Después de una experiencia tal, uno no puede tener la misma mirada sobre la humanidad. A partir de entonces, yo comencé a reflexionar sobre esta moral de la que se nos habla, mientras que éramos capaces de cosas tan espantosas”.
Habiendo sido ya rehén del invasor, refugiado, terrorista, prisionero, partisano, periodista y político, en 1952, a sus 31 años, Freund encuentra fichado bajo la palabra clave “Política” en la biblioteca de la universidad de Estrasburgo el ensayo de Carl Schmitt, El concepto de lo político. Lo lee de un tirón, pero sin conocer al autor en absoluto.
Entusiasmado con la obra, se la hace leer a su amigo Paul Ricoeur, quien le contesta: “Extraordinario, pero me he informado: este hombre es un nazi” (y no en el buen sentido de la palabra, como hoy diría Sacha Baron Cohen). Ricoeur le hace saber a Freund que Schmitt aún vive y es considerado el “Kronjurist”, el jurista principal del nazismo. Freund queda aterrado: “Yo rumiaba en silencio mi consternación, pues frase alguna de la obra me permitía presumir que el autor podía ser un nazi”.
Freund no le prestaba atención a las preguntas típicamente inquisitoriales del progresismo, tales como “¿Desde dónde lo decís?”, “¿Dónde escribís?”, “¿Con quién discutís?”. Lo importante para Freund era el contenido de lo que decía.
Así y todo, estupefacto, Freund sigue estudiando a Schmitt. Pensaba que si Maquiavelo hubiera estado vivo, también habría hecho todo lo posible por conocerlo. Tras idas y vueltas, Freund decide escribirle a Schmitt. Su carta es contundente. Le dice, en pocas palabras, que si bien eran enemigos (“yo estuve en prisión y en los campos, y usted estuvo del lado de Hitler”), no dejaba de reconocer la importancia de su pensamiento. Luego se encontrarían y entablarían una larga amistad.
El primer director de tesis de Freund había sido Jean Hyppolite, un especialista en la obra de Hegel y de Marx. Hyppolite era un hombre de izquierda que creía en la marcha inexorable de la Historia hacia el progreso y estaba convencido de que al final del recorrido, la Humanidad se reconciliaría con sí misma ya que desaparecerían la enemistad y la guerra. En otras palabras, Hyppolite creía en la posibilidad de un mundo sin política.
No es de extrañar que después de haber leído las primeras páginas del manuscrito de la tesis de Freund, Hyppolite le dijera al joven tesista: “Yo soy socialista y pacifista. Yo no puedo dirigir en la Sorbona una tesis en la cual se declara ‘No hay política donde donde no haya un enemigo’”. Cuando Freund le explicó que no podía cambiar el nervio central de su tesis, lo cual era el fruto no solamente de su reflexión sino de sus propias vivencias, Hyppolite le espetó: “Entonces le hace falta buscar otro director de tesis”.
Freund decidió en ese momento escribirle a Raymond Aron, que hacía poco había sido designado profesor en la Sorbona. Aron le contesta que su tesis le parece “muy importante” y que acepta dirigirla. Aron resultó ser para Freund un guía intelectual decisivo en los años cincuenta del siglo pasado, una época en la cual la vulgata comunista imperaba entre los intelectuales. De hecho, Freund cierra su prólogo al tratado que escribiera sobre la base de su tesis doctoral, La esencia de lo político, reconociendo: “yo he tenido dos grandes maestros”, en referencia a Schmitt y a Aron.
Ya durante los setenta, algunos militantes de izquierda y de extrema izquierda le reprocharon a Freund haber publicado en revistas consideradas de derecha o peligrosamente “conservadoras”, comenzado por la revista Contrepoint, en donde Freund se mezclaba, por ejemplo, con Raymond Aron y Raymond Boudon. Para colmo y a sabiendas del serio riesgo que corría, Freund había aceptado invitaciones para exponer en asociaciones de “nueva derecha”, como el GRECE (“Grupo de investigación y de estudio para la civilización europea”, que obviamente hacía referencia a la Grecia clásica) y el Club del Reloj.
Freund no le prestaba atención a las preguntas típicamente inquisitoriales del progresismo, tales como “¿Desde dónde lo decís?”, “¿Dónde escribís?”, “¿Con quién discutís?”. Lo importante para Freund era el contenido de lo que decía. Y, sobre todo, poder decir libremente aquello que quería expresar. En realidad, como dice Pierre-André Taguieff, Freund buscaba “escandalizar a los imbéciles, tanto a los felices (de izquierda) como los infelices (de derecha)”, entendiéndose a sí mismo como francés, gaullista, europeo y regionalista. Y cuando en los cincuenta los estalinistas lo acusaban de ser “reaccionario”, Freund replicaba serena y algo irónicamente: “Yo soy un reaccionario de izquierda”.
“LA ESENCIA DE LO POLÍTICO”
Según Freund, sin que importe cuál sea nuestra ideología política —la cual depende de nuestra decisión—, si nos interesa pensar y/o actuar políticamente, tenemos que ser conscientes de un aspecto sustancial. Y es el de que la realidad política tiene su propia “lógica” o, al decir de Freund, su propia “esencia”, que es independiente de nuestra decisión. Sea entonces que nos sintamos más cerca de la izquierda, de la derecha, de la democracia o del Imperio Austro-Húngaro, si somos razonables, antes de poner en práctica nuestros ideales, debemos conocer la esencia de lo político, ya que “si hay revoluciones políticas, no hay revolución en lo político” (prefacio a la reedición de 1978 de La esencia de lo político).
A veces, el realismo político (la búsqueda de la verdad en política), no suele tener buena prensa y suele ser denunciado, por razones no menos políticas, como diabólico o inmoral. Sin embargo, la tarea del verdadero politólogo, según Freund, es la de ser fiel a la “estricta fenomenología”. Es decir, a describir el fenómeno que tiene delante y por lo tanto “quitar el velo sobre la esencia de lo político”.
Para Freund la esencia de lo político cuenta con tres “presupuestos”. El primero es la relación de mando y obediencia. Freund la explica de la siguiente manera: “Si hiciera falta tener razón o alcanzar la unanimidad de opiniones antes de actuar, no solamente se deterioraría el orden, sino que lo político jamás alcanzaría algunas de sus metas. En estas condiciones, no hay otra solución que esta: hace falta que la decisión del mando pase por razón, es decir que conduzca a los gobernados a considerar sus decisiones como necesarias, lo que se llama tener autoridad”.
La tarea del verdadero politólogo, según Freund, es la de ser fiel a la “estricta fenomenología”. Es decir, a describir el fenómeno que tiene delante y por lo tanto “quitar el velo sobre la esencia de lo político”.
No suena muy simpático que digamos, pero la realidad es que no podemos satisfacer las “necesidades, aspiraciones, ambiciones, proyectos e iniciativas” de todos, sino que tenemos “la necesidad de regular por prioridad los problemas más urgentes antes que los otros, lo cual implica subordinación de los intereses y por lo tanto jerarquía”. Dicho de otro modo, “la coordinación es obra de una voluntad que decide la regla coordinadora […]. Se lo quiera o no, incluso en democracia, el ciudadano soporta la voluntad del mando”.
El presupuesto del mando y la obediencia se mantiene a pesar de que es un hecho que existen verdaderas revueltas políticas. Esto se debe a que, como dice Freund, “la revuelta propiamente política” es siempre provisoria, ya que debe cesar “con la desaparición de lo que ella considera como abusos, injusticias, anacronismos y privilegios, contrariamente a la revuelta nihilista que se afirma como protesta permanente”. De ahí que “no exista desobediencia alguna que pueda liberarnos definitivamente de lo político”.
El segundo presupuesto de la esencia de lo político es la “relación de lo privado y de lo público”, el cual nos permite identificar el contenido de lo político. De este modo Freund se aleja de la concepción intensiva de lo político de Schmitt, para quien cualquier ámbito podía politizarse.
Según Freund, la “relación social propiamente política es aquella de lo público y, desde este punto de vista, las otras relaciones sociales son llamadas privadas”. Pública es “la actividad social que tiene como meta proteger a los miembros de una colectividad independiente en tanto que ellos forman esta colectividad y que tienen, como tales, un bien común a salvaguardar que es la razón de ser de esta colectividad”. Privada, en cambio, es la relación social “que concierne al individuo y las relaciones inter-individuales”. En este último caso, es la autonomía personal la que decide si vamos a adherir a cierto grupo. Freund es plenamente consciente de que no debemos identificar “privado” e “individual”: “Lo que designa el término, no es […] la relación estricta del individuo con sí mismo, sino el conjunto de relaciones en el seno de las cuales él no es sino un individuo entre otros”.
La distinción público-privado no solamente cumple tareas descriptivas sino que además desempeña un papel normativo: “Lo político es solamente dueño de todo lo que es público. Asimismo, sin el presupuesto de la distinción de lo privado y de lo público y la limitación que constituye lo privado, el hombre sería el prisionero eterno de lo político” (le agradezco mucho a Fernando Suárez por haberme ayudado a entender este punto). Uno de los ejemplos que da Freund para ilustrar este punto es el del jacobinismo: “La política jacobina, tendencia que en el fondo es inmanente al pensamiento político francés, busca integrar al individuo y todas las instituciones en el Estado, es decir, identificar toda la sociedad y el Estado. Desde este punto de vista, Hitler ha sido el jacobino de Alemania”.
Merced entonces a lo privado es que evitamos “una politización integral de toda la sociedad”. Freund, sin embargo, está lejos de creer que lo público es siempre preferible a lo privado. Por el contrario, Freund sostiene que, por ejemplo, los “grupos de presión” pertenecen a la esfera de lo privado, pero no por eso deben prevalecer sobre lo público.
El tercer presupuesto de la esencia de lo político consiste en la distinción amigo-enemigo, distinción que Freund (cuyo apellido en alemán significa precisamente “amigo”) le atribuye a Carl Schmitt y la compara con el cogito de Descartes y el a priori de Kant. Al igual que Schmitt, Freund cree que la teoría política no solamente trata sobre la política o la enemistad, sino que ella misma es política (o tiene enemigos si se quiere). Esto quizás se deba en el fondo a que algunos confunden la caracterización de lo político con una recomendación. Sin embargo, Freund no se propone recomendar o justificar la enemistad, sino “comprender por qué y cómo lo político no puede prescindir del enemigo”.
Hubo un episodio que tuvo lugar durante su defensa de la tesis doctoral que ilustra claramente este punto de Freund. Si bien Jean Hyppolite se había negado, como vimos, a dirigir su tesis, luego aceptó ser jurado de la tesis (junto a Paul Ricoeur, Raymond Polin y el germanista Pierre Grappin). Como muy bien dice Jerómino Molina Cano en su estudio preliminar a la flamante reedición de La esencia de lo político del Centro de Estudios Constitucionales, “lejos de inquietarse por ello, Freund se reafirma en su doctrina: el enemigo ha de estar presente”. Durante la defensa, Hyppolite fue otra vez a la carga: “Queda la categoría de amigo-enemigo definiendo la política. Si usted tuviera verdaderamente razón, no me queda otra que cultivar mi jardín”.
La respuesta de Freund fue muy reveladora: “Yo creo que usted está a punto de cometer un error, pues piensa, como todos los pacifistas, que es usted el que designa al enemigo. Usted razona que desde el momento en que no queremos enemigos, no los tendremos más. Ahora bien, es el enemigo el que lo designa a usted. Y si él quiere que usted sea su enemigo, usted puede hacerle las más bellas manifestaciones de amistad. Pero usted es su enemigo desde el momento en que él quiera que lo sea. Y él mismo le impedirá cultivar su jardín”. A lo cual Hyppolite le respondió: “Resultado: no me queda otra que suicidarme”.
Lo político “particulariza” no solamente porque divide, sino que además no tiene sentido hablar de una comunidad política universal, absolutamente all-inclusive. Toda comunidad política incluye por exclusión, ya sea de ideas o de personas.
Freund asocia, no sin razón, la distinción amigo-enemigo con el particularismo político. Lo político “particulariza” no solamente porque divide, sino que además no tiene sentido hablar de una comunidad política universal, absolutamente all-inclusive. Toda comunidad política incluye por exclusión, ya sea de ideas o de personas. La exclusión puede ser moderada, como sucede con el principio de ciudadanía, de tal forma que quienes son ciudadanos de un Estado (o de varios) quedan excluidos de los demás (e incluidos en otros Estados). Pero la exclusión puede llegar a ser extrema, lo cual ocurre durante el ejercicio de la violencia política.
Hablando de violencia política, Freund se lamentaba de que “la mayor parte de los análisis contemporáneos”, “no tienen otra meta que justificar o disculpar las filosofías que las justifican: ellas condenan entonces una especie de violencia, la de su enemigo ideológico, y consideran ‘saludable’ otra, la que se ejerce en nombre de su propia ideología”. En este sentido, “cuando el marxismo usa como pretexto la existencia de la violencia en los regímenes liberales para excusar la suya, hace trampa. Lo queramos o no, el liberalismo es una de las raras doctrinas que ha intentado limitar la violencia”.
Ciertamente, la revolución, al igual que el Estado, cuenta con sus propios idólatras. Sin embargo, a pesar de que “se presenta como la liberación del hombre y la libertad del espíritu”, la revolución, dice Freund, “muy rápidamente […] se da un estilo semi-reaccionario y dogmático por la desconfianza que ella manifiesta respecto a la crítica, el juicio libre y la opinión adversa. Ella se funda sobre la razón educadora del género humano, enemiga de los prejuicios, del fanatismo, pero al mismo tiempo ella hace apelación durante el curso de su desarrollo a las fuerzas más oscuras y más irracionales del hombre, sin retroceder ante el crimen y las atrocidades”.
En cuanto a la “teleología” o la “finalidad” de lo político, Freund se conforma frugalmente con “la concordia interior y la seguridad exterior en la amistad”. Esto no implica que Freund no se interese, por ejemplo, por la distribución del ingreso, sino que está hablando de los fines esencialmente políticos, que corresponden a toda comunidad política que se precie de ser tal.
Tal vez la gran lección que podemos aprender de este “reaccionario de izquierda” es que si deseamos cambiar la realidad, primero debemos conocerla. El realismo debe ser siempre el primer paso en el camino hacia la utopía. Como dice ese pasaje de Maquiavelo en una carta a Guicciardini, que a Freund tanto le gustaba citar: “Este sería el verdadero modo de ir al Paraíso: aprender la vía al Infierno para huir de ella”.