México parece mostrar una de las pocas novedades políticas a contramano del «giro a la derecha» que muchos divisan en América Latina. Sobre el triunfo de AMLO y sus múltiples desafíos dialogamos con Elisabetta Di Castro.
México es un país lejano y, al mismo tiempo, cercano a la Argentina. Con una historia que tiene muchos hitos en común, se convirtió además uno de los países más acogedores para los muchos exiliados que partieron allí en épocas oscuras de nuestro país. México y Argentina fueron, en conjunto y por separado, dos faros culturales e intelectuales fundamentales del mundo hispanohablante. A pesar de la lejanía, México y sus vicisitudes tienen, o deberían tener, para nosotros una importancia significativa.
Apostado en el «patio de atrás» de los Estados Unidos, México es un gigante continental a la sombra de uno mucho mayor. Por otro lado, su peculiar régimen político, alumbrado por una emblemática revolución, hizo que México viviera durante décadas bajo la hegemonía de un único partido, un sistema dentro del sistema, afectado por el autoritarismo y la corrupción. El proceso de apertura de ese régimen se fue dando paulatinamente, pero lo cierto es que ha dejado un legado capilar que atraviesa toda la estructura estatal y a todos sus niveles que no es tan sencillo de desmontar.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (más conocido como AMLO) ha representado una novedad a muchos niveles para México y, huelga decirlo, la única aparente buena noticia para el progresismo continental. Los desafíos del gobierno son muchos y no alcanza con una verborrea fundacionalista. Sobre estas cuestiones conversó con La Vanguardia la doctora Elisabetta Di Castro, profesora titular en la UNAM y especialista en filosofía política.
La elección de AMLO en México resulta, visto desde fuera, un verdadero quiebre en la historia política mexicana reciente. ¿Cuál es el sustento de esta épica fundacional que el propio presidente alimenta? ¿Resulta realmente una novedad de esa magnitud?
La elección de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) representó un parteaguas en la historia política reciente de México. Después de la Revolución de 1910-1940, todas las elecciones presidenciales del siglo pasado fueron realizadas dentro de un régimen de partido de Estado, en donde el Partido Revolucionario Institucional (cuyo antecesor fue el Partido Nacional Revolucionario creado en 1929) se mantuvo en el poder. En 2000 se inició un proceso de democratización en México con el triunfo de la opción conservadora conformada por el candidato del Partido de Acción Nacional, Vicente Fox Quesada. Las grandes expectativas que la alternancia despertó en un país que contaba con una larga tradición autoritaria se vieron frustradas, aunque en 2006 el partido en el poder conservó la presidencia con su candidato Felipe Calderón Hinojosa, quien según el conteo oficial ganó por mínima diferencia al candidato opositor de izquierda Andrés Manuel López Obrador. Éste exigió recuento de votos que le fue negado por las autoridades electorales, lo cual sembró una duda que marcó la presidencia de Calderón, cuyo gobierno declaró la guerra al narcotráfico y desencadenó una ola de violencia, sin precedente en el país, que continua hasta nuestros días. La crisis económica de 2009, la política económica aplicada y el deterioro social derrumbaron la escasa legitimidad del PAN y el PRI logró recuperar la presidencia en 2012. El retorno del PRI con Enrique Peña Nieto aumentó la violencia del crimen organizado y la corrupción promovida desde el poder, que llegó a límites jamás vistos. El bajo desempeño económico y el continuo deterioro social terminaron por desacreditar la opción priista, al grado de que Peña Nieto terminó su gobierno con el más bajo nivel de aprobación en la historia del país. En este contexto de crisis política y falta de legitimidad de las opciones del PRI y PAN, en 2018 la opción de izquierda representada por AMLO ganó los comicios de manera abrumadora, también sin precedente en el país. El triunfo de AMLO representa por primera vez en la historia de México el acceso al poder de la izquierda; su programa anticorrupción pone en cuestión uno de los sustentos de las instituciones estatales. Un elemento clave de su legitimidad es el compromiso con los sectores más desfavorecidos, los cuales constituyen una prioridad de su programa de gobierno. AMLO representa una opción popular y nacionalista que busca refundar el Estado y dar aliento a la democracia, más allá de los partidos tradicionales en crisis. Su organización política Movimiento de Renovación Nacional (MORENA), más que un partido es una gran alianza de movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil, que van desde grupos financieros y empresarios, interesados en la expansión del mercado interno, hasta movimientos populares y sectores medios ilustrados. No toda la izquierda está con MORENA, pero sin duda un sector importante se dio cita en esta organización.
[blockquote author=»» pull=»normal»]AMLO representa una opción popular y nacionalista que busca refundar el Estado y dar aliento a la democracia, más allá de los partidos tradicionales en crisis.[/blockquote]
La política mexicana presenta algunos problemas estructurales, como el narcotráfico y la violencia, que parecen muy difíciles de desterrar. ¿Cuáles cree que son los principales desafíos que enfrenta el nuevo gobierno desde esa perspectiva?
Sin duda, entre los graves problemas estructurales del país se encuentra el narcotráfico y una escalada de violencia que han puesto en cuestión el Estado de derecho, e incluso han llevado a hablar de un Estado fallido. Entre los principales desafíos que enfrenta el nuevo gobierno destacan la estructuración de una fuerza pública y legítima capaz de poner fin a la delincuencia organizada. Pero no se trata sólo de que el Estado ejerza el monopolio de la violencia legítima sino también que se sujete a un marco institucional adecuado que observe el respeto a los derechos humanos. Para dimensionar la índole del desafío baste señalar que actualmente la corrupción es una de las bisagras que vincula a los poderes del Estado, la élite política y empresarial con la delincuencia organizada. Otro gran desafío que el propio AMLO ha planteado son las deplorables condiciones de pobreza y marginación que caracterizan a más de la mitad de la población y crea condiciones para que especialmente la juventud sin opciones laborales y educativas quede presa de la intimidación y extorsión del crimen organizado, sobre todo en las regiones donde el fenómeno ha echado raíces. Para enfrentar estos problemas que involucran a grandes y diversos intereses tanto nacionales como extranjeros y poder definir las estrategias y políticas adecuadas, es necesario que AMLO cuente con el apoyo de diversos sectores de la sociedad civil y política. Su gran ventaja es que llega a la presidencia con más de 60 % del electorado, y tras la cancelación reciente de la construcción de un nuevo aeropuerto en el área metropolitana de la Ciudad de México, y la lucha contra la delincuencia organizada para acabar con el robo del combustible, que supuso el racionamiento y escasez de gasolina en diversas regiones, no sólo no ha mermado su respaldo popular sino que el índice de aprobación ha aumentado en 14%. Se espera que de continuar con ese índice de aceptación contará con mayores oportunidades para enfrentar la corrupción y el crimen organizado. Un tercer desafío radica en articularse con los movimientos sociales ajenos (y algunos críticos) de MORENA, quienes tienen demandas puntuales o locales y con frecuencia pertenecen a la llamada «izquierda social», como es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, (CNTE) o grupos de autodefensa en las regiones dominadas por el narcotráfico. Un cuarto reto se localiza en lidiar con el accionar de la derecha, que desde los medios de comunicación y redes sociales, intentan desacreditar al nuevo gobierno. Al respecto, hay que señalar que los cambios propuestos por AMLO atienden a problemas nacionales originados por las reformas neoliberales, y en algunos casos las ha cancelado, como la reforma educativa, pero en la mayoría se trata de cambios de política que no implican modificaciones constitucionales, lo que podría representar sólo un cambio temporal cuya permanencia queda pendiente a que MORENA logre conservar el poder en los siguientes comicios. En este sentido, México comparte los mismos riesgos del retorno al programa neoliberal como Argentina y Brasil.
Uno de los rasgos distintivos de muchos gobiernos de la región durante el llamado, quizá exageradamente, “giro a la izquierda” mostraron un marcado perfil reformista, aunque de diferente alcance (desde políticas públicas puntuales hasta reformas constitucionales) ¿Cuál considera que será el perfil que asumirá AMLO y cuáles los principales obstáculos que le pondrá la oposición?
El triunfo de AMLO en la elección presidencial es sin duda con un proyecto reformista, aunque como él insiste, pretende impulsar reformas radicales. México ha sido un país de revoluciones, y AMLO se propone lograr cambios de ese alcance de manera gradual y pacífica, y en una permanente comunicación con los principales actores políticos y sociales. Ni AMLO, ni MORENA, proponen una alternativa al capitalismo sino la estructuración de una sociedad democrática, equitativa y solidaria. De acuerdo al discurso de campaña y las primeras semanas de gobierno, pareciera que un rasgo del nuevo régimen será la libertad política y el respeto al estado de derecho, algo que en el México postrevolucionario es insólito (y tiene sus costos que parece que está dispuesto a asumir, como las presiones de los grupos financieros afectados por medidas del nuevo gobierno). Así, desde julio pasado, cuando AMLO ganó la presidencia, la derecha ha desatado una campaña mediática contra él y, no obstante, sus índices de aprobación, como comentamos, han aumentado. Si bien las expectativas levantadas por AMLO son enormes y las promesas muy ambiciosas, tiene a su favor un intenso diálogo con el sector financiero y empresarial, así como un esfuerzo por mantener una relación respetuosa con Estados Unidos, sin demérito de la posición de México sobre los transmigrantes centroamericanos y el rechazo a la intervención en Venezuela.
En ese mismo sentido, las peculiaridades de la historia política mexicana alumbran una serie de problemas institucionales relativamente acuciantes ¿Cuáles considera que son las reformas más urgentes en términos de estatalidad y sistema político-institucional?
Frente a la escalada de violencia que acumula ya más de 300,000 homicidios dolosos y más de 30,000 mil desaparecidos, así como el reconocimiento público y social del control ejercido por el crimen organizado de regiones enteras del país, la primera reforma que ha impulsado AMLO ha sido la creación de una fuerza del Estado integrada por el ejército, la marina y la policía federal con un mando civil. El tema ha suscitado un gran debate por la participación de las fuerzas armadas en una tarea que corresponde a la autoridad civil y los riesgos que ello implica para la preservación y respeto de los derechos humanos. Si bien el argumento oficial es que se carece de una fuerza civil calificada y confiable, libre de corrupción, el tema de la aprobación legislativa de una Guardia Nacional ha despertado reservas sobre su pertinencia y se exige que al menos se fijen plazos para que las fuerzas armadas regresen a los cuarteles. Un segundo gran cambio, que no exige una reforma constitucional, es el replanteamiento de las relaciones Estado-mercado, es decir, recuperar la rectoría del Estado y la conducción de los mercados. En el ámbito energético propone fortalecer a la empresa estatal (PEMEX) y favorecer la oferta de gasolinas y la exploración y extracción de petróleo, lo que marca un gran contraste con la reforma neoliberal del gobierno anterior. Asimismo, plantea incrementos reales a los salarios, sin efectos inflacionarios, lo que supone acuerdos y compromisos con el sector empresarial. En tercer lugar, pretende fomentar la libertad sindical en un país en donde el corporativismo fue la piedra angular del ejercicio del poder, tanto del PRI como del PAN. En cuarto lugar, busca recuperar el liderazgo del Estado en la creación de infraestructura sin incurrir en déficit fiscal a través de una alianza con el empresariado nacional. En quinto lugar, el proyecto de una política educativa y cultural de nuevo tipo; por un lado, crear un sistema educativo con una fuerte formación cívica, científica y técnica, en los ámbitos básico, medio superior y superior, con acceso universal y gratuito; en el campo de la cultura propone fortalecer la actividad editorial pública y un programa de difusión masiva de libros con el propósito de crear una cultura popular más amplia. En salud pretende fortalecer las instituciones publicas y ampliar la cobertura hasta universalizarla con gratuidad y calidad. AMLO propone mecanismos de democracia directa a través de consultas sobre temas cruciales de la vida pública nacional, que incluyen incluso la revocación del mandato a medio periodo, para ello deberá reformar las leyes correspondientes y ampliar las funciones de la autoridad electoral que deberá hacerse cargo de esas consultas. Las dos consultas que se han realizado a la fecha han sido cuestionadas por falta de un marco legal y la deficiente organización. Por último, algo que el proceso electoral de 2018 dejó en claro, es la necesidad de una nueva reforma electoral que atienda problemas de gran importancia: el desgaste y falta de credibilidad del sistema de partidos, la emergencia de candidaturas independientes y el lugar que corresponde a los movimientos sociales. Asimismo, se debe replantear el papel de las autoridades electorales, como el Instituto Nacional Electoral mismo y el Tribunal Federal Electoral, que han sido incapaces de regular y sancionar la corrupción, la infiltración del narcotráfico en las finanzas de partidos y la violencia política que se expresó en el asesinato de más de 100 candidatos a puestos locales y personalidades políticas.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Mientras México articula hacia la migración centroamericana una política solidaria y respetuosa de los derechos humanos que lo confronta con Estados Unidos, guarda silencio con relación a la política estadounidense hacia los mexicanos que residen en ese país. [/blockquote]
México ha tenido desde siempre una relación de cercanía, por vecindad y dependencia, con los Estados Unidos. Donald Trump ha asumido un perfil agresivo frente a México, en particular con los inmigrantes. ¿Cómo impacta esta situación en las relaciones bilaterales? ¿Qué posición puede tomar AMLO frente a esto?
La relación de México con Estados Unidos es una relación compleja, dinámica y asimétrica, en la que México históricamente ha tenido que idear formas y mecanismos diversos para sostener cierta política exterior independiente a pesar de su dependencia económica. En particular, la migración internacional se ha convertido en uno de los puntos más delicados y sensibles de la agenda bilateral. México sigue reconociendo el derecho estadounidense de fijar de manera unilateral su política migratoria, tanto en relación a los migrantes mexicanos con destino a ese país como a los 12 millones que viven en Estados Unidos, la mitad de los cuales carecen de documentos exigidos por la autoridad migratoria para permanecer y trabajar en ese país. Este ha sido una de las decisiones fundada en el nacionalismo metodológico que tiene altos costos para México. Por otra parte, la creciente corriente migratoria de centroamericanos que pasan por México con destino a Estados Unidos, ha creado una situación enteramente nueva que coloca a México en una situación complicada porque, por un lado, reconoce el derecho de los transmigrantes y, por el otro, se estrella contra la política migratoria de Estados Unidos que insiste en ver a los migrantes, tanto mexicanos como centroamericanos, como una amenaza a su seguridad nacional. Mientras México articula hacia la migración centroamericana una política solidaria y respetuosa de los derechos humanos que lo confronta con Estados Unidos, guarda silencio con relación a la política estadounidense hacia los mexicanos que residen en ese país. México debe ampliar su política migratoria de defensa de los derechos humanos de los connacionales que viven en Estados Unidos, rechazar el muro en la línea divisoria internacional y hacer una alianza con otros países emisores de migrantes en las negociaciones con Estados Unidos y en foros multilaterales. En el reciente acuerdo sobre el comercio libre con Estados Unidos y Canadá, México logró términos que no le son tan desfavorables con relación a las expectativas y demandas del presidente Trump en la negociación. Canadá fue un aliado tácito de México, y redujo el peso de la influencia estadounidense en las negociaciones. Sin embargo, la revisión del acuerdo comercial reveló que el antiguo Tratado de Libre Comercio aumentó la dependencia comercial de México hasta el 70% de su comercio exterior con Estados Unidos. Asimismo, los flujos de inversión extranjera en México son principalmente estadounidenses y el mercado bursátil mexicano, ya internacionalizado, está vinculado estrechamente a Wall Street. En consecuencia, el desafío de México es diversificar sus mercados de bienes y capitales para reducir la influencia estadounidense en la marcha de la economía nacional y buscar alianzas regionales que permitan crear nuevos espacios de comercio e inversión, es decir, mirar hacia América Latina y Europa. México también debe aprovechar la emergencia de otras potencias comerciales y financieras, como China.
La trayectoria de AMLO política resulta a primera vista un tanto errática y cambiante ¿Puede ser considerado hoy día un gobernante de izquierda? ¿Considera que puede convertirse en un líder regional para los sectores progresistas huérfanos en América Latina?
¿Qué es ser de izquierda en México en 2018? Es una pregunta difícil de contestar pero algunos componentes ideológicos y políticos sí los podemos definir. El primero es oponerse al neoliberalismo, al debilitamiento del Estado y la integración indiscriminada al sistema global. El segundo es luchar por un orden democrático, libre de corrupción y lo más alejado posible de los poderes fácticos. El tercero es la lucha por la igualdad y con ello la crítica a la concentración de la riqueza en un puñado de familias. Otro es el compromiso con los sectores populares y colocarlos en el centro de la agenda de la transformación social. AMLO es un hombre de izquierda y no es marxista ni socialista, se opuso al neoliberalismo desde que renunció al PRI en 1988. Desde entonces ha sostenido una resistencia política desde las organizaciones de izquierda, una de las cuales fue fundador y presidente. Militó a lado de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y fue un candidato de oposición que le ganó al PRI de manera abrumadora la Ciudad de México en el año 2000. En 2006 fue el candidato de la oposición de izquierda que, como dijimos, perdió la presidencia según la versión oficial por unos miles de votos. Su consecuencia política, su lucha contra la élite financiera y la corrupción política, su defensa del nacionalismo, la justicia social y la democracia lo identificaron como el líder político de izquierda más consecuente. AMLO no se propone ser un dirigente de América Latina, sino respetar la autodeterminación de los pueblos y oponerse al dominio de las grandes potencias. Sí está interesado en el ejercicio de una diplomacia que asegure la soberanía de las naciones y su autodeterminación. Rechaza intervenciones militares y acciones encubiertas de las grandes potencias, asuntos de gran trascendencia especialmente en América Latina, como es ahora en el caso de Venezuela.
[blockquote author=»» pull=»normal»]AMLO es un hombre de izquierda y no es marxista ni socialista, se opuso al neoliberalismo desde que renunció al PRI en 1988. [/blockquote]
Usted ha trabajado en profundidad la obra de Norberto Bobbio, recordando sus “promesas incumplidas de la democracia” ¿Cuál cree que es hoy día el saldo de esas deudas democráticas en México y América Latina?
En su conocido libro El futuro de la democracia, Norberto Bobbio propuso una definición mínima de esta forma de gobierno y analizó los contrastes entre la democracia ideal y la real, entre lo que prometían los ideales democráticos y lo que efectivamente se ha realizado. De esta manera, destacó seis promesas no cumplidas que, aunque este autor llegó a considerar que no son posibles de cumplir, deberían ser la agenda de trabajo para quienes creen que la democracia representativa aún tiene oportunidades en la sociedad contemporánea. Entre estas promesas no cumplidas, pueden destacarse dos que tienen gran relevancia hoy para el caso de México y América Latina: 1) la derrota del poder oligárquico: Uno de los principios fundamentales del pensamiento democrático, y con el que se pretendía eliminar la distinción clásica entre gobernados y gobernantes, fue la libertad como autonomía, es decir, como capacidad para darse leyes a sí mismo. La democracia representativa, la única existente y que para Bobbio puede funcionar para las sociedades complejas como la contemporánea, no sólo es una renuncia a este principio sino también propicia la conformación de élites en el poder; y 2) la educación de los ciudadanos: ésta se presentaba como una consecuencia de la propia práctica democrática ya que el desarrollo de un régimen democrático exigía una cultura participativa en la que los electores, en lugar de orientarse por los beneficios que pudieran obtener del sistema político, se consideraran partícipes en la articulación de demandas y en la formación de decisiones colectivas. Sin embargo, Bobbio destacó cómo en las democracias más consolidadas irrumpe el fenómeno de la apatía política, los ciudadanos no sólo no participan ni siquiera esperan obtener beneficios, son desinteresados, y en donde la participación aún es alta hay una tendencia al aumento del voto por beneficio. Así, la democracia se sostendría principalmente por el voto de acuerdo a los intereses personales y no con base en una opinión pública. La formación de élites políticas y la apatía o el voto por interés personal son algunos de las más perniciosas características de nuestras jóvenes democracias, pero si volteamos a ver a las viejas, advertimos que no están mucho mejor. Hoy es evidente que la democracia está sometida a un profundo cuestionamiento no sólo por las promesas no cumplidas señaladas por Bobbio, sino también por las nuevas realidades del siglo XXI que dicho autor no podía ni imaginar; entre ellas destacan la globalización, la interdependencia de los países y el vaciamiento mismo de la democracia de los Estado-nación ante instancias supranacionales y poderes transnacionales. Esto significa que la educación tendrá un papel cada vez más importante para que las futuras generaciones pongan en juego la imaginación y el legado de la democracia en la construcción de un sistema político que dé respuesta a las nuevas realidades y demandas nacionales y globales.
El avance de las derechas y los llamados, quizá con cierta laxitud, populismos en Europa y EEUU han precipitado a los analistas a diagnosticar una “latinoamericanización” de la política noroccidental ¿Coincide con esta lectura? ¿O, por el contrario, encuentra rasgos originales?
Vivimos en una crisis de la democracia liberal, como acabamos de comentar, así como de la globalización en su versión neoliberal. De hecho, desde hace una década estamos viviendo una transición que no sabemos su desembocadura. El discurso neoconservador de los llamados «populismos» en Europa y Estados Unidos son una respuesta a esa crisis que busca restablecer las disputas y hegemonías nacionales: «volver a ser grandes». Paul Kennedy en su libro Auge y caída de las grandes potencias plantea muy bien las complejidades de la transición de un sistema mundial bipolar, -cuyo quiebre podemos ubicar en los años ochenta del siglo pasado-, a otro de policentros cuyo resultado desconocemos y no podemos prever. En este sentido, el discurso «populista» conservador en Europa y Estados Unidos no tiene nada que ver con una «latinoamericanización» de la política noroccidental, por más que formalmente podemos encontrar algunas similitudes. En América Latina, el populismo como categoría política refiere a un discurso y una forma de ejercer el poder, la cual no necesariamente supone reformas que alteren el sistema económico, el régimen político o la inserción en el sistema mundial, sino más bien a cambios institucionales para hacer posible la aplicación de sus políticas económica, social y cultural, ya sea de derecha o de izquierda, y esa no es la característica de la actual derecha europea ni norteamericana.
QUIÉN ES
Elisabetta Di Castro es Doctora en Filosofía por la UNAM. Se desempeña como Profesora Titular e investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Además de diversos artículos en revistas especializadas y capítulos en libros, entre sus publicaciones destacan los libros de Razón y política. La obra de Norberto Bobbio y La razón desencantada. Un acercamiento a la teoría de la elección racional. Asimismo, cuenta con los siguientes libros como coordinadora: Racionalidad y ciencias sociales; Pensar la filosofía; Debates sobre la justicia distributiva; La vigencia del republicanismo; Homenaje a Norberto Bobbio; entre otros.