Con los resultados de las PASO en la mano, la Argentina entró otra vez en estado de incertidumbre. Entre una economía que no da respiro y un futuro incierto, un nombre resuena: Roberto Lavagna. De bomberos y estadistas será lo que viene.
Llamémosle como queramos. Fin de ciclo. Fin de juego. Fin de algo. O más: ¿fin de la grieta? Acá siempre estamos terminando algo. Porque siempre queremos empezar algo nuevo. Alberto Fernández diciendo: “vamos a terminar con la palabra venganza”. Macri diciendo: “tengo unos pesos, ahora se los doy, como moneditas lanzadas al aire”. Alberto Fernández ganó. Perdieron las encuestas. Pero por ahora, el país sigue perdido. Con esperanzas, pero perdido.
El gobierno era como la canción del inefable Ignacio Copani: lo tenía todo atado. Pero con alambre. Pero la ciudadanía llevó el fuego: lo puso sobre el metal y el alambre se empezó a desatar. Entonces, Macri hizo esto: se desencajó, planteó un discurso extorsivo, mostró su vocación de otorgarle dádivas a los que siempre les sacó. Era (es) su último intento desesperado por lograr una victoria pírrica, un triunfo sobre tierra arrasada. El comportamiento de Macri fue el de un bombero piromaníaco, pero ya sin manguera.
[blockquote author=»» pull=»normal»]¿Por qué ahora, todos, de nuevo, lo nombran? ¿Por qué Alberto dice que lo quiere? ¿Por qué Macri le dice: «dale, tirame una soga»? Lavagna está en boca de todos: a veces como un murmullo, como un rumor, como un espectro, como una sombra omnipresente.[/blockquote]
El oficialismo está atrapado frente a una elección que no definió nada (“no existió” vociferaba Miguel Ángel Pichetto) y, al mismo tiempo, parece haber definido todo. Alberto Fernández parece obligado a comportarse como un estadista (como el “Presidente Fernández”), aunque todavía sea candidato, entrampado entre el triunfalismo de sus bases y la prudencia de sus asesores. El tono es clave y en los últimos días, las declaraciones de Alberto Fernández lo demuestran: no será sencillo no socializar los costos de esta crisis incierta, la cantinela de la “pesada herencia” parece estar agotada. Es con “todos” también es “todos vamos a hacer esfuerzos”. No por igual, pero todos.
¿Y “el otro”? ¿Qué pasó con ese tercero, con ese que asoma la cabeza calva, que dice: «acá estoy yo por el fin de la grieta»? Ahora, de nuevo, lo nombran todos. Es el nombre de una apuesta electoral que pareció (por el momento) fallida, pero cuyas credenciales fulguran cada vez que el panorama se vuelve más oscuro: Roberto Lavagna.
¿Por qué ahora, todos, de nuevo, lo nombran? ¿Por qué Alberto dice que lo quiere? ¿Por qué Macri le dice: «dale, tirame una soga»? Lavagna está en boca de todos: a veces como un murmullo, como un rumor, como un espectro, como una sombra omnipresente.
“La grieta nos va a llevar a todos puestos” –había dicho, tiempo atrás. Se mantuvo ahí, quizás creyendo que Alberto no la cierra del todo. Tiene un tercer espacio y busca un segundo tiempo. Los que lo quieren como candidato y los que no lo quieren como candidato, coinciden en algo: es un imprescindible. ¿Qué ofrece? Como algunos de sus socios (los progres, para entendernos) se para de manos con dos atributos módicos, pero que no abundan en un país neurótico y cortoplacista: la credibilidad y la sensatez. Su primer aporte fue cambiar algunas coordenadas de la disputa política y la polarización, Alberto Fernández y Miguel Ángel Pichetto intentaron modular desde adentro, en el lenguaje de la grieta, lo que Lavagna impulsó desde fuera. Parece que no fue suficiente.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Como algunos de sus socios (los progres, para entendernos) se para de manos con dos atributos módicos, pero que no abundan en un país neurótico y cortoplacista: la credibilidad y la sensatez.[/blockquote]
Lavagna volvió a estar en boca de todos, con nombre propio. Alberto Fernández agradeció públicamente su llamado y lo propuso, como ya habían hecho algunos de los principales referentes de su espacio, como Ministro de Economía. El macrismo mira sus votos de reojo, mientras el círculo rojo de empresarios y periodistas miran con añoranza esa templanza de hombre de Estado, o al menos eso filtraron a los medios y redes sociales. El resultado electoral no parece condecirse con ese clamor, pero allí está Lavagna, llamando al orden y a la compostura, intentando construir la balsa mientras los demás sacan el agua con baldes. El tercero excluido parece volver a ser parte, la sobrevida del tercer espacio.
El estallido económico es el escenario de fondo, con un presidente alienado (como lo advirtió Pagni), un candidato peronista triunfante (aunque todavía no ganó) que debe evaluar si usará el manual de Antonio Cafiero o el de Carlos Menem, y Lavagna, otra vez, en boca de todos. La grieta gana elecciones y precipita crisis, la estabilidad se engendra con cautela. Los que siembran vientos cosechan tempestades, recordó Pablo Gerchunoff. Ante el incendio, hay que llamar a los bomberos y, curiosamente, Lavagna se parece mucho a uno. Ahora es preciso enviar un mensaje: la grieta está desnuda –parafraseando el título del gran libro de Martín Rodríguez y Pablo Touzón– y el rey también. En el desmadre perderemos todos. No hay margen para “vamos por todo” ni para “podemos ser Venezuela”. Alberto parece haber tomado nota. Macri –a diferencia de algunos de los suyos– no tanto. ¿No tiene mucho para aportar a eso también la presencia de Lavagna? Somos Argentina y eso ya es suficiente desafío.