La biografía de Javier Pradera escrita por Jordi Gracia ofrece un fresco de la España de la segunda mitad del siglo XX. Entre políticos, periodistas e intelectuales, Pradera fue una figura peculiar.
El nombre de Javier Pradera puede resultar ajeno a gran parte del público argentino y, es cierto, es una figura española, de bajo perfil y afecto más a las sombras que a las luces. Pero esta primera impresión cierta, puede atenuarse cuando notamos que la historia de Pradera es, al mismo tiempo, la de sus compañeros de ruta, sin duda célebres, y las de su legado. Puede que a muchos que este nombre no les dice nada hayan tenido en sus manos algún libro de bolsillo de editorial Alianza. Otros, que tampoco están familiarizados con el personaje en cuestión, sabrán muy bien quiénes son o fueron Fernando Savater, Jorge Semprún, Juan Luis Cebrián o Rafael Sánchez Ferlosio, amigos o compañeros de ruta más célebres que Pradera, pero cuyas vidas están anudadas a la de este.
El libro de Jordi Gracia, Javier Pradera o el poder de la izquierda (Anagrama, 2019), es una biografía en pleno derecho, minuciosa y documentada, pero también es un atractivo ensayo sobre la España tardofranquista y democrática de la segunda mitad del siglo XX, alumbrada a través de un personaje omnipresente y, en cierto sentido, oculto. Gracia maneja con maestría el registro del ensayo y su lograda escritura vuelve sumamente amena la lectura de un libro sin dudas extenso. Sin notas ni referencias bibliográficas, la obra ofrece no obstante una interpretación minuciosa de una época a través de un círculo acotado de personas y sociabilidades, la de una izquierda cultural española, tan idiosincrática como inasible.
El Javier Pradera de Jordi Gracia es presentado como una figura ubicua y, a la vez, invisible de la política española, fundamental y, al mismo tiempo, misteriosa.
Javier Pradera fue un animador cultural más que un intelectual, un editor y editorialista más que un escritor, más de las bambalinas que del centro del escenario. Aunque podría haber sido cualquiera de las otras cosas, tensión que Gracia refleja muy bien en su libro. Pradera se vinculaba con intelectuales, ya sea a través de Alianza o de Claves de razón práctica, pero se rehusaba a ser uno: escribió solo dos libros y ambos fueron publicados de forma póstuma. Pradera se interesaba por la política, fue el más influyente editorialista político de El País, y considerado por muchos el sostén intelectual de la hegemonía “felipista” –en referencia a Felipe González– en España. Odiado tanto por la derecha rancia como por algunos sectores de la izquierda, Pradera se erigió como crítico de aquellos que, enceguecidos por el fulgor de sus convicciones, olvidaban el sobrio peso de sus responsabilidades, en una democracia todavía demasiado joven y frágil.
El Javier Pradera de Jordi Gracia es presentado como una figura ubicua y, a la vez, invisible de la política española, fundamental y, al mismo tiempo, misteriosa. Un escritor que no escribía (o que lo hacía investido de cierto anonimato), un político sin cartera, un izquierdista irredento pero heterodoxo. Otro de los aspectos que sobresalen en el libro es la peculiar personalidad de Pradera, en especial su instinto irónico e incisivo. Un personaje con una infinidad de amigos y allegados, pero al mismo tiempo distante y solitario. Crítico e implacable con sus amigos, feroz y despreciativo con sus enemigos. En fin, un ciudadano español más, un izquierdista más, un periodista más, un editor más: pero, claro está, no uno cualquiera.
La primera pregunta es general: ¿Por qué elegiste hacer su biografía? ¿Cuál es tu traducción del sugerente título «Javier Pradera o el poder de la izquierda»?
La causa inmediata es intentar acercarme al enigma de un sujeto que aparecía mencionado en centenares de libros desde que empecé a saber de él (es decir, a finales de los años ochenta) y sin embargo en todos ellos se repetía lo mismo sin aportar casi nada nuevo. Había demasiada intriga detrás como para no resultar decididamente tentador: había estado en casi todos los sitios clave de medio siglo de historia política, cultural y civil.
En cierto sentido, Pradera parece por momentos una excusa para hacer un fresco de la España tardo-franquista, la transicional y la democrática desde la izquierda. ¿Por qué Pradera resulta una figura significativa para hacer ese relato? ¿Su trayectoria es representativa o, por el contrario, ilustra desde la excepcionalidad?
Las dos cosas a la vez: contarlo a él exigía a la vez contar los diversos avatares de la izquierda político-cultural porque buena parte de su función consistió en enlazar y crear sinergias entre grupos aislados o separados en una ancha franja de sensibilidades. Pero también Pradera fue quien actuó de forma más valiente y razonada en la salida de la izquierda utópica y retóricamente revolucionaria para ayudar a hacerla izquierda de poder transformador. Y eso dejó a más de uno en estado de shock, o directamente fuera de la realidad, como a veces parecía estarlo el recientemente fallecido Julio Anguita.
Uno de los puntos interesantes de Pradera, al igual que Dionisio Ridruego (a quien también dedicaste un libro), es el tránsito desde el seno de una familia franquista hacia la izquierda (primero comunista orgánico y luego socialista escéptico). ¿Este tipo de trayectorias sirven para poner en cuestión el remanido lugar común de las «dos Españas» irreductibles e impermeables?
En efecto, y quizá el tercer tótem de esta falsificación sería Jorge Semprún, gran amigo de los dos también. Pero contestaré por vía indirecta. Cuando Pradera leyó el manuscrito para Taurus del libro de Santos Juliá sobre los intelectualesdel XIX y el XX le preguntó si quería vender libros o publicar un estudio. Si quería las dos cosas juntas, debía titularlo Historia de las dos Españas, a sabiendas de la falsedad que comportaba ese título (desmentido poco menos que en cada página del propio libros de Juliá): un fetiche reduccionista que no ha hecho ningún bien.
«Pradera fue quien actuó de forma más valiente y razonada en la salida de la izquierda utópica y retóricamente revolucionaria para ayudar a hacerla izquierda de poder transformador».
Vinculado a ello, y hoy día visto con mucho recelo, aparecía la idea de «reconciliación» como una condición fundamental para la reconstrucción democrática, incluso promovida desde los partidos de izquierda: ¿Qué implicaba esa reconciliación? ¿Por qué Pradera y otros la defendieron hasta el final?
Porque era la única vía ética y civil para lograr una base de conformidad con los distintos proyectos políticos activos en la democracia en lugar de seguir repitiendo por otros medios las mismas batallas a muerte real yo figurada de los antepasados. Era la única vía para abortar desde el origen una nueva guerra civil: significaba aceptar un campo de juego en el que las culpas de los padres o los abuelos no inhabilitasen para la acción política y social a los hijos y los nietos.
Una de las cuestiones que más ponés en discusión, sin desconocer sus aspectos verídicos, es la lectura que establece que la relación entre el PSOE felipista y el diario El País (con Pradera como eje) fue una sociedad monolítica. ¿Cuáles eran los puntos de acuerdo entre ambos y cuáles sus disensos más notorios? ¿Cuánto contribuyó el relato de ciertos comunicadores de derecha (y cierto izquierdistas también) para exacerbar los términos y alcances de ese vínculo?
No puedo contestar con la precisión que quisiera: fue muy particular y muy hermética la relación personal entre Felipe González y Pradera, pero lo que es seguro es que la confianza mutua estuvo basada en el hallazgo compartido de la socialdemocracia, primero, y en la libertad de la discrepancia de uno y la libertad política del otro. Esa sociedad particular funcionó bien, o muy bien, desde mediados de los años setenta hasta 1990, a pesar de que Pradera ejerciese la libertad de juicio que exihibió en las páginas de El País desde 1976, primero de forma casi siempre anónima y desde 1987 con su propia firma.
La labor de Javier Pradera como editor tiene un lugar central en el libro y, por lo que tengo entendido, era tu interés original. ¿Qué representó Javier Pradera como editor en la cultura española? ¿Se puede decir que, desde un lugar más o menos invisible, «formó a una generación»?
Sí se puede decir porque fueron al menos un par de generaciones las que crecieron (crecimos) con los libros de Alianza editorial en las manos, en particular los de El libro de Bolsillo y Alianza Universidad. Él quitaba mérito a la operación: en 1966 estaba todo por hacer, y por tanto el éxito de una colección de bolsillo estaba asegurado. La verdad no es tan simple, pero Pradera estuvo a los mandos de esa nave inagotable de libros de calidad, de espectro universal, y precios tirados.
Intelectual y políticamente hablando ¿Cuáles fueron sus amigos más cercanos? Y, por otro lado, sus enemigos jurados.
El núcleo duro fue cambiante con los años pero la lealtad fraterna fue incombustible con Clemente Auger, Ferlosio, Juan Benet, Jesús Aguirre hasta que al duque de Alba se le sube la aristocracia a la cabeza, Juan García Hortelano y más tarde el entorno periodístico de irreemplazables como Miguel Ángel Aguilar, Joaquín Estefanía, José María Ridao (pero es injusto dejar solo estos nombres que deberían valer como indicadores de áreas, por decirlo así). Sus enemigos son otra cuestión, y casi me vas a permitir que los omita o deje solo uno de los personajes más siniestros y dañinos del ecosistema mediático no de la transición sino de la democracia, Pedro J. Ramírez.
«La verdad no es tan simple, pero Pradera estuvo a los mandos de esa nave inagotable de libros de calidad, de espectro universal, y precios tirados».
Javier Pradera parece el representante de una España y una izquierda que, por diversos motivos, no existe más. ¿Fue Pradera el último de una estirpe? ¿Quién ocupa el lugar que él supo tener de acompañante leal pero implacable de la izquierda española realmente existente?
Lo que ha cambiado es la función político-intelectual en la sociedad de los últimos veinte años al menos, y no, la estirpe de Pradera no ha desaparecido de golpe: es que ha sido siempre exigua por definición porque ese papel es siempre raro y único, como fue rara y única la situación en que funcionó imprevistamente la autoridad moral de un intelectual sin libros y sin otro aval que sus artículos pero editor vocacional. Una figura que puede actuar con algo de esa lealtad a la izquierda y a la vez distancia de la izquierda más sumisa puede ser Javier Cercas en su faceta tanto de articulista como de novelista.
Finalmente, y remitiéndonos a otros de tus libros, que titulaste provocativamente Contra la izquierda (Anagrama, 2018): ¿Cómo ves el panorama actual de las izquierdas? ¿Cuánto hay de las preguntas pendientes del siglo XX para reflexionar todavía en el siglo XXI?
Lo subtitulé Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI para quitarle cuanto antes el efecto sorpresa y también porque no tengo receta alguna pero sí alguna convicción. No figuro entre los melancólicos deprimidos ante la actual izquierda porque prefiero la izquierda posible, reformista, pactista y gradual que cualquier forma de la abstracción ideológica y retórica condenada al irredentismo y abstencionista por escrúpulos de pureza ante los infinitos resortes de poder de que dispone hoy el Estado. O la izquierda es acción política y pragmática o es religión y milagrería, mientras todo sigue igual. O dicho de otro modo, o la izquierda está en crisis crónica, o no es izquierda, y eso me parece una buena noticia.
QUIÉN ES
Jordi Gracia es ensayista, profesor de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y colaborador en el El País. Ha escrito varios libros sobre la historia intelectual y literaria de España en el siglo XX y las biografías de Cervantes (2014) y de José Ortega y Gasset (2016).
Ha publicado varios libros, entre los que se destacan Estado y cultura (1996), La resistencia silenciosa (2004), La vida rescatada de Dionisio Ridruejo (2008) y A la intemperie (2010). Más recientemente publicó los ensayos El intelectual melancólico (2011) y Contra la izquierda (2018).