Según el presidente turco, las mujeres no deben tener los mismos derechos que los hombres. Pero la izquierda y el movimiento feminista piensan de una manera muy diferente.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, sostuvo en varias ocasiones que las mujeres no pueden ni deben ser iguales a los hombres. Las mujeres, suele decir, son antes que nada madres.
De acuerdo con un informe del Ministerio de Familia, 86% de las mujeres turcas sufrieron violencia física o psicológica de sus parejas o familiares.
Menos de un tercio de las mujeres turcas obtienen ingresos propios, y Turquía es el país de la OCDE donde mayor es la brecha salarial y donde es menor la participación de las mujeres en el mercado laboral.
En esas extremadamente adversas condiciones, la experiencia del Partido Democrático del Pueblo (HDP, por sus siglas en turco) resulta una de las más enriquecedoras y ejemplares respecto al rol que cabe a la izquierda en el combate contra las desigualdades estructurales.
Nacido de la fusión de las distintas corrientes de la izquierda en Turquía, con epicentro en las organizaciones representativas de la minoría kurda, el HDP intentó desde su creación rebalsar la agenda de estas, y representar los intereses de todos los sectores oprimidos del país.
Si aquellas intenciones no son novedosas para ninguna izquierda, reformista o revolucionaria, sí lo es llevar aquella agenda a práctica en el seno del partido. El HDP adopta un cupo estricto de 50% en las listas parlamentarias, mientras que todos los cargos ejecutivos del partido, nacionales, provinciales o municipales, son integrados mediante co-liderazgo, por un varón y una mujer. Por otra parte, en lugar de las tradicionales ramas femeninas, el Congreso de Mujeres del partido se organiza en forma independiente, y reconociendo la disparidad de ingresos, las mujeres aportan una cuota sustancialmente menor que los hombres para postularse a cargos partidarios.
El éxito del partido en las elecciones de junio de 2015 llevó a que pudiera traspasar por primera vez la barrera de entrada del 10%, y a que el parlamento turco tuviera la mayor representación femenina de su historia, mientras su representatividad en las regiones de mayoría kurda llevó a la elección de co-alcaldes mujer y varón para dirigir varias ciudades importantes.
Conocemos la historia posterior. Tras el éxito de la izquierda, que terminó con su mayoría parlamentaria, Erdoğan decidió recuperarla montado en un discurso paranoico y belicista, y embarcase luego en una escalada autoritaria.
[blockquote author=»» ]La única derrota relevante del gobierno de Erdogan provino del movimiento de mujeres.[/blockquote]
Su recuperación, por supuesto, fue una mala noticia para la agenda de las mujeres.
Las co-alcaldesas electas, junto a sus pares masculinos, fueron reemplazados en las ciudades kurdas más importantes por fiduciarios del gobierno central, invariablemente hombres. Académicas, periodistas y dirigentes políticas se cuentan entre las víctimas más notables de la represión estatal, y la líder femenina del HDP, Figen Yüksekdağ, fue despojada de su banca parlamentaria tras ser condenada por expresarse libremente.
En este panorama sombrío, sin embargo, la única derrota relevante del gobierno desde que recuperó su mayoría parlamentaria provino del movimiento de mujeres.
Aún con números holgados, el oficialismo debió ceder en su pretensión de legalizar el avenimiento en los casos de abusos contra adolescentes. Las manifestaciones callejeras y las voces de repudio superaron el Estado de Emergencia vigente y por primera vez en mucho tiempo, el gobierno debió obedecer una voz distinta de la del jefe.
Como en todo el mundo, ninguna izquierda puede ser tal si las mujeres no están en la vanguardia.