El movimiento Ni Una Menos ha permitido profundizar la lucha feminista. La movilización que se produce en todo el mundo en el día de hoy, adquiere un carácter particular en Argentina.
El ya icónico #NiUnaMenos exhibe, en consonancia con la dualidad que atraviesa a sociedades capitalistas, una complejidad que desborda a quienes intentan aproximarse a él como un fenómeno unívoco o transparente. La tensión que se presenta entre lo radical y lo transversal es la invitación más rica e interesante para comprender sus fundamentos y vislumbrar sus implicancias en la agenda política global.
Los carteles que portan la consigna se multiplicaron en la Argentina para luego extenderse al resto del mundo. La masividad del reclamo trajo consigo la lógica consecuencia de que, detrás de la bandera, aparecieran los rostros más diversos. El #NiUnaMenos no conoce de fronteras políticas; todos –tanto progresistas como conservadores, liberales o socialistas- procuran tener y difundir su foto correspondiente. Sin embargo, no todos los que optan por retratarse guardan con el movimiento la misma relación. Algunos la consideran una causa justa y la hacen propia, otros creen que sería contraproducente para su imagen no apoyarla pero no están en absoluto comprometidos –o de acuerdo- con ella, los hay los que creen en principio estar de acuerdo aunque no se pregunten seriamente qué hay detrás del numeral y las diez letras, y también están los convencidos de que es un reclamo que debe desestimarse o incluso combatirse por exagerado y contraproducente.
[blockquote author=»» ]El #NiUnaMenos no conoce de fronteras políticas; todos –tanto progresistas como conservadores, liberales o socialistas- procuran tener y difundir su foto correspondiente. [/blockquote]
Como de costumbre, hay gente para todo. Lo que en todo caso vale la pena analizar es qué habilita tal heterogeneidad de respuestas. En principio, la clave parece estar en la literalidad de lo que #NiUnaMenos expresa: la exaltación de la vida, el grito de resistencia frente al más brutal de los exterminios. La pulsión de visibilizar la violencia en su máxima expresión es lo que desencadena tanto los posicionamientos de adhesión acrítica -¿se puede estar a favor de la violencia física de forma explícita?-, como los que deslegitiman la consigna: si repudiamos la violencia, ¿por qué deberíamos establecer diferencias entre quienes la padecen? –de allí proviene la reacción, para nada aislada, de oponer la leyenda “NadieMenos”-. Del mismo modo, la dimensión literal del mensaje facilita la tarea a quienes optan por adoptar una posición defensiva; si el problema es el empalamiento, la violación y el asesinato, el eje de la denuncia queda relegado a los sujetos concretos que son capaces de este tipo de aberraciones. O el reclamo es exagerado para denunciar monstruos y psicópatas, o las feministas odian a los hombres y por eso generalizan en sus juicios desmesurados.
La cara superficial del nombre del colectivo que encauza los reclamos feministas, es compatible con la lógica dual de las sociedades neoliberales. En el orden jurídico-normativo los derechos se encuentran consagrados en todas sus dimensiones. Sin embargo, su materialización no solamente está lejos de concretarse, sino que en muchos casos es puesta en tela de juicio. En este sentido, los reclamos que se formulan sobre un derecho reconocido obtienen la adhesión de actores que, aun diciéndose republicanos, no estarían dispuestos a destinar recursos para convertirlo en realidad efectiva. No es difícil pensar que, para quienes gustan de levantar banderas vacías, la profundización de los debates conlleve un “exceso de politización”.
[blockquote author=»» ]La cara superficial del nombre del colectivo que encauza los reclamos feministas, es compatible con la lógica dual de las sociedades neoliberales[/blockquote]
Como contracara de estas lecturas, están las que enriquecen. Podría pensarse que en un mundo machista, el Paro Internacional de Mujeres es un hecho maldito. Si lo literal apunta al par vida/muerte, el trasfondo político del #NiUnaMenos invita a desenmascarar la trama de relaciones sociales, económicas, políticas y culturales que configuran una realidad opresiva en la que la violencia hacia las mujeres está naturalizada. Las movilizaciones, redes, encuentros, teorizaciones y foros de debate son espacios capilares por los que fluye vigorosamente una crítica profunda a los cimientos patriarcales de nuestra sociedad. Los episodios son, por su indisimulable brutalidad, el puntapié que permite comenzar a problematizar el tejido de prácticas, sentidos y mensajes que a diario moldean las formas hegemónicas de pensar el lugar que la mujer debe ocupar en la sociedad.
Lejos de constituir una reivindicación del derecho elemental que las mujeres tenemos -como todos aquellos que habitamos este planeta- a la vida, la consigna #NiUnaMenos se erige como una suerte de caballo de Troya pretendiendo expandir y consolidar la agenda feminista en un campo absolutamente adverso. Poner en tela de juicio el ordenamiento político, económico y cultural de nuestras sociedades es el corazón radical de un movimiento que posee la curiosa característica de haberse reproducido detrás de una apariencia inofensiva y transversal.
Más allá de los y las oportunistas, los adherentes poco reflexivos y los detractores, los avances en las discusiones en torno a la feminización de la política, las reivindicaciones en el ámbito laboral, la distribución equitativa de las tareas domésticas y de cuidado, la problematización de los estereotipos de género, la denuncia de las múltiples intromisiones en el cuerpo femenino y la permanente culpabilización de la mujer por las violencias padecidas, son batallas ganadas en una lucha que, aun a siglos de haber comenzado, y probablemente a tantos otros de concluir, no deja de ser crucial e indispensable cada día de nuestras vidas.