El gobierno de Cambiemos tiene su propio relato. Intenta mostrarlo como la antítesis del kirchnerista y se vincula a la idea de «empresarios» y «voluntarios» que abandonan su zona de confort par dedicarse a los asuntos públicos.
¿Se acuerdan de la crisis de 2001? Sí, la misma. Esa que, todavía hoy, sigue siendo percibida como un acontecimiento rupturista. Esa que operó con fuerza en el imaginario kirchnerista pero que hoy sigue retumbando sobre las cabezas de los nuevos dirigentes gubernamentales. La crisis de 2001 opera en el imaginario fundacional del PRO en la medida que contribuye a estructurar fronteras y a proyectar una serie de parejas axiológicas. La idea que la crisis evidenció que las opciones políticas clásicas dejaron de dar respuesta y que la dicotomía izquierda – derecha no constituye una opción, debido a impericias o mala fe, es utilizada a la hora de legitimar el hecho de que la llegada del mero ciudadano a la política, desde fuera de ella, garantiza la ausencia tanto de impericias como de mala fe.
[blockquote author=»» ]El relato del PRO contiene la idea de un grupo empresario y de voluntarios que abandonan su zona de confort para “meterse en política”[/blockquote]
El PRO llega al poder en coalición con casi todo el espacio no peronista. Portador de un proyecto civilizatorio bajo su propia idea de “país normal”, teniendo como su principal aliado a la UCR. Así se llevó adelante la formación del “gran equipo”. Apenas instalado en el poder, la coalición Cambiemos alimentó su alteridad favorita: el kirchnerismo. Lo reeligió como su otro, blanco de estigmas y afrentas.
De Parménides a Heráclito, la filosofía muestra la hesitación del concepto de identidad: el principio fundante presupone la idea de “distintivo” y evolutivo: nadie se baña dos veces en el mismo río. La identidad es un concepto simultáneamente dramático y descriptivo, se establece por criterio de relaciones y de interacciones. Es a través del actor que opera la transición entre la escena del teatro de la muerte al del teatro social. Asimismo, lo social es discurso, entendido como una totalidad relacional de secuencias significativas. Esto equivale a que lo social no existe a priori del lenguaje que lo nombra, es decir, que el universo de relaciones sociales que conocemos es una construcción discursiva. La polarización como construcción se sustenta en la idea de que todo discurso construye la identidad a partir de opuestos. Por lo tanto, a la hora de crear la propia imagen se pone en marcha un proceso simbólico que se traduce en la combinación de una presentación positiva del ‘nosotros’ y una presentación negativa de ‘los otros’. Partiendo de esto, nos encontramos con otra cuestión de importante calado persuasivo: se trata de la construcción de la imagen del político como líder, como sujeto modelo representante de ese “nosotros” que se ha creado mediante la polarización de la identidad.
[blockquote author=»» ]Cambiemos alimentó su alteridad favorita: el kirchnerismo. Lo reeligió como su otro, blanco de estigmas y afrentas. Su ima[/blockquote]
El tiempo transcurrido exhibe una redefinición de los límites de lo decible y reformulación de representaciones que pretenden establecer un nuevo sentido de orden vinculado al núcleo del imaginario liberal, el cual ocupó zonas periféricas durante la última década, pero que actualmente recuperó centralidad y decibilidad legítima. Este núcleo tiene dos componentes muy claros que son, por una parte, la interpretación de lo social, lo cual se traduce en la afirmación de que las posiciones de privilegio únicamente obedecen al esfuerzo y al talento del individuo (el Estado en su rol de igualador se encuentra afuera) y como contrapartida, la justificación de la exclusión por carencias propias del individuo, quien es responsable de transformar su situación adversa. Un segundo componente observable resulta de los tópicos ligados, mediante la constatación del clima de época, a la fetichización del significante cambio, a través del cual encuentra eficacia simbólica para una amalgama aporética que reúne a la felicidad y el mercado,y por otro lado, interpela a los sujetos desbordados por la política y la inclusión.
La idea de cambio, en su constitución como significante vacío, adecua el escenario político sobre la base de una división de la sociedad en dos campos, así, el discurso político se sustenta a partir de la narración de una acumulación de elementos negativos que continúan configurando un presente deficitario para la economía, construyendo a su alteridad, el kirchnerismo, como un gobierno moralmente reprochable y con un hacer deliberadamente dañino. Daños referidos a la desprotección del pueblo, pero también con “trabas” al sector empresario. A partir de estas premisas, Cambiemos ha tenido la capacidad de alcanzar el reconocimiento de distintos sectores sociales, identificando algunas de las nuevas tópicas que lo caracterizan. Un discurso de verdad en el que se prioriza lenguajes económicos, valores pathémicos o fórmulas que recurren a términos como felicidad, desafío, oportunidad. Por otro lado, representaciones negativas del Estado, como continuación del antagonismo con el kirchnerismo y el retorno al mito del “mercado libre”. Todo esto tiene como resultado el trazado de anchas fronteras con múltiples sujetos que ya dejan de tener relevancia (militancia, actores destinatarios de políticas de inclusión, universidades públicas, etc.). Se establece una clara frontera entre el pasado y el futuro vinculado al cambio, retorno de la metáfora menemista “Estado elefantístico”. Así se establecen las nuevas formas de la sociedad: no-política, organizada en torno a las propiedades del individuo recién llegado a la política o en el ethos del empresario, ambos vinculados desde el éxito del emprendedor.
[blockquote author=»» ]Cambiemos desarrolla representaciones negativas del Estado, como continuación del antagonismo con el kirchnerismo y el retorno al mito del “mercado libre”.[/blockquote]
Esta formación discursiva ha construido una equivalencia semántica entre política y kirchnerismo, mediante una sinécdoque que le permite tomar una parte y emitir una reputación negativa a actividades muy diferentes, como por ejemplo cualquier tipo de militancia, mientras que se enfatiza por oposición la actividad filantrópica de ONGs. Esto tiene como consecuencia directa la calificación negativa a cualquier forma de participación, erigiéndola como una amenaza directa a la sociedad. Esta densa trama discursiva, poblada por conceptos con pretensiones de ortopedia social, apela al imaginario de quienes imploran la restitución del “orden” a través de nociones como: reordenar, eliminar ñoquis, normalizar, etc. Apartado especial para la referencia metafórica “pesada herencia”, pilar en la construcción de fronteras. De este concepto se parte a la hora de reseñar la “hiperpolitización” del período anterior, lo cual ha llevado a malograr todos los ámbitos (fundamentalmente económico, pero también educativo y mediático) lo que hace necesario un conjunto de medidas correctivas para volver a la “normalidad”.
Imaginariamente vaciado de política y de Estado, el nuevo orden es regulado por saberes puramente técnicos de Ceos, empresarios y consultores en comunicación, que buscan implantar la idea de “normalizar” sin dejar que otra palabra logre inscribirse en este nuevo régimen de verdad, el cual cuenta con menos sujetos políticos capaces de disputar contiendas por mayor igualdad. Esta configuración muestra como anacrónico el orden político, social y económico de la última década y pretende sustituirlo por una no-política, en términos de Ranciere, por una posdemocracia donde la disputa ya no tiene lugar. Las referencias tanto a las identidades partidarias como a las identificaciones ideológicas se presentan como obstáculos para la acción política entendida como un hacer, traducida en una vocación al servicio de la gente, ausente de problemas como intereses corporativos ni pretensiones de poder. Esto no significa que las fronteras que configuran su identidad son difusas, sino que implican que éstas se resignifican apelando a un lenguaje vinculado a la corrupción, la crisis de representación y la ineficiencia de los políticos a la hora de solucionar problemas. A partir de esto, se lleva adelante la ruptura con el pasado, mostrándose como una fuerza política incontaminada de ideologías de izquierda o derecha. La idea de “unir a los argentinos” busca desactivar los anteriores antagonismos, debilitar identificaciones ancladas en una lógica casi schmittiana.
No hay acciones, ni objetos ni relaciones que no se inscriban en el discurso porque todo lo que se nos presenta produce un sentido y ese sentido es histórico, cultural y arbitrariamente instituido. Por lo tanto, los conflictos sociales son siempre disputas por la fijación del sentido, por la nominación del mundo. Toda lucha, en definitiva, confronta diferentes modos de nombrar a los contendientes y a los objetos en juego. Cualquier discurso político que una sociedad construya sobre su propia realidad está conformado por una multiplicidad de voces, aunque no todas producen los mismos efectos. Las retóricas presidenciales, debido a la posición institucional de quien enuncia y al liderazgo que desde allí puede construirse, siempre tiene un poder propio. Sin embargo, dependiendo de la coyuntura, ellas tendrá mayor o menor influencia y relevancia en la conformación del discurso político. En este discurso, el Estado no se vincula a los derechos, sino a la eficiencia y es desde ese lugar donde se pretende establecer la norma de evaluación. Constantemente se apela a que a pesar de su rol y dimensión no ha cumplido todos sus objetivos sociales. Sin embargo, se nota también, que si bien la palabra “derechos” ha desaparecido del lenguaje programático del oficialismo, los planes sociales son esencialmente una continuidad escasamente reexaminada. Es tal la implicancia de la coyuntura que el macrismo no recorta todo lo que quiere el gasto público, ni reduce la carga tributaria, ni privatiza empresas, no porque carezca de ambiciones sino que es lo suficientemente inteligente para reconocer los límites que el peronismo, las organizaciones sociales y la opinión pública le imponen a su voluntad, la cual es tan refundacionalista como toda posición ideológica enfrentada al gobierno de la última década.
Si pensamos una estructura política populista, necesariamente referimos a la figura retórica de pueblo, el cual se constituye como desencadenante de múltiples transformaciones en el estatus quo. Frente a este concepto y a la lucha por la igualdad – que siempre es colectiva – se opone un ordenamiento pospolítico, en el que la figura del pueblo se disuelve, el Estado es reformulado y las subjetivaciones militantes son reemplazadas por iniciativas individuales. Simbólicamente: sin política y sin pueblo. Sin embargo, debe lidiar con las demandas que ya estaban acumuladas pero también con un incremento muy grande de los recursos públicos destinados a ese “mundo popular”, formal e informal, que le es tan ajeno. Las políticas sociales siguen constituyendo un pilar muy importante dentro del entramado social, sea desde lo formal o desde lo informal, pero ahora en recesión. Quizás la realidad sea el principal problema de Cambiemos. Choca con una sociedad que dista mucho de ser endeble, indefensa y en busca de identidades. Por el contrario, debe enfrentar a un sujeto activo que lo vigila muy de cerca.