Sucede. Parece mentira. 35 años después, las escuelas, las seños, los profes, se los arrebatan. Se los disputan. A ellos, a los ex combatientes. Los acosan. Los persiguen. Les ruegan.
Desde hace unos pocos años, nuestros gurises o nuestros docentes, por suerte, por fin, los llevan al aula. Para que se sepa lo que pasó. Para que lo cuenten ellos.
Y así, un par de días antes del 2 de abril, o a veces después, los combatientes de la verdad van a las escuelas.
No hace tanto era un sueño. Algunos se acuerdan. (Armando, Quico: ¿recuerdan aquella vez primera con los entonces estudiantes de Profesorado, los futuros docentes, los mismos que ahora se los arrebatan, ya en el aula?).
Y es que ahora, por suerte, por fin, en estos días, es común verlos en las aulas, en los salones de actos, en los patios. A ellos. A nuestros ex soldados, a los que estuvieron en las Islas, a los que vieron la muerte de frente.
A esos mismos que al volver se encontraron con que andaban por su pueblo, por sus calles, por sus grandes urbes, con vergüenza: con temor de una sociedad que les dio la espalda luego de aplaudir al dictador que los envió.
A ésos que caminaban (o se encerraban en sus casas, quienes la tenían) «como con bronca y junando».
[blockquote author=»» pull=»normal»]Aprendieron cómo se sobrevive cuando la guerra no te la hace el enemigo, sino la ingratitud de un país inmaduro.[/blockquote]
A esos mismos que se reorganizaron para decir sus verdades, tan libres como los pájaros pese a los pactos de silencio de los genocidas; a aquellos casi adolescentes que aunque no eligieron estar en medio de una guerra, una vez allí, lo asumieron como gladiadores, como quienes «saben que su oficio es morir».
A esos gurisitos inexpertos que ahora son padres, algunos abuelos, y que de pronto se enfrentan a sus propias cuerdas vocales que no quieren seguir hablando y se quiebran, de emoción, de vida, de solidaridad. Para retomar con más fuerza el diálogo con las nuevas generaciones.
Estos aún combatientes a los que seños y profes, ahora sí, por suerte, por fin, los invitan a sus aulas para educar a los chicos, para que multipliquen el mensaje y el recuerdo de aquellos como Daniel Sirtori, que debieron seguir peleando en condiciones aun más injustas; a esos que sin aportes de nadie enseñan no sólo que las islas son parte del territorio nacional, sino además, que son el cementerio de muchos hermanos; a estos docentes de la vida que aprendieron cómo se sobrevive cuando la guerra no te la hace el enemigo, sino la ingratitud de un país inmaduro al que le cuesta mucho, demasiado, ir creciendo para entender la estatura de éstos, nuestros héroes de carne y hueso, nuestros únicos héroes en este lío: estos hombres que ahora ven las lágrimas en los ojos de la profesora que los invitó, que no puede, no sabe, cómo expresar todo su agradecimiento.
Estos soldaditos viejos, estos jóvenes inmensos, eternos, que reciben el saludo de directores de instituciones, que les dan la mejor condecoración al decirle: «Fue un enorme honor para nosotros que vinieras a dar esta charla. Te lo agradezco en nombre de nuestra comunidad educativa», como escucharon, por ejemplo, esta semana.
Estos, nuestros Armando, Ulises, Ricardo, Andrés, Julio y todos aquellos cuyos nombres quedaron escritos en las cruces de aquellas islas del sur lejanas, de quienes aprendimos cada 2 de abril, por insistencia, un ayudamemoria que dice:
- Reivindicar la soberanía en Malvinas.
- No olvidar repudiar a quienes la usaron.
- Honrar a quienes dieron la vida allá.
- Pero también a quienes volvieron y fueron maltratados.
- Y de nuevo, repudiar eternamente a quienes los usaron.
Que sigan yendo a las escuelas, que se los sigan arrebatando los profes y las seños, porque son los únicos que saben de qué hablan cuando abren sus bocas para mencionar esas islas, aquella de la que ya sabemos que «mientras el barco patrio no ancle entre sus alas, se seguirá llamando Soledad».