Francia va a las urnas en un contexto económico y social complejo. La extrema derecha lidera las encuestas pero el primer turno electoral está abierto.
La carrera hacia las primera ronda de las elecciones francesas llega a su fin. Los distintos candidatos se medirán hoy, domingo, intentando llegar a la segunda ronda electoral. Las encuestas, que se han modificado con el correr de la campaña, no indican resultados evidentes. El escenario, por tanto, está abierto.
Marine Le Pen, la candidata de la extrema derecha, se presenta como la cara visible del “patriotismo”. La reaccionaria Le Pen, antieuropeísta y profundamente crítica de la inmigración “legal e ilegal”, como ella misma lo ha dicho, es la única favorita para pasar a la segunda ronda electoral. Le Pen ha convulsionado la política francesa con el partido fundado por su padre, el Frente Nacional. Nacido como una organización de extrema derecha –de características tradicionalistas y en su momento claramente antisemitas– ha derivado en una formación política de la derecha radical que, amparada en los valores del “patriotismo”, ha sabido hacerse de nuevos enemigos. El antisemitismo fue reemplazado por la islamofobia, y el discurso político de Le Pen ha apuntado a reivindicarse como la representante de los perdedores franceses de la globalización. En tal sentido, Le Pen, ha conseguido minar parte del espacio de la izquierda. En algunos departamentos amenazados por la desocupación y la pobreza –donde tradicionalmente ganaba la izquierda– Le Pen pica en punta. Evidentemente, sus posturas “patrióticas” tienen un claro enemigo: la inmigración y, particularmente, la proveniente de países musulmanes. Su cruzada contra el llamado “islam radical”, le ha permitido desempolvar el laicismo y las ideas republicanas pero incorporándolas en una mirada peligrosa en la que esas ideas se ven trituradas por una visión reduccionista de derecha.
Entre las diversas posiciones reaccionarias de Le Pen se encuentra la propuesta de derogación del matrimonio igualitario si gana las elecciones. Sus posiciones antiliberales mezclan conservadurismo social con proteccionismo económico. Sus discursos sobre la reindustrialización y de reivindicación de la clase trabajadora francesa le han granjeado muchos apoyos de los sectores populares. Evidentemente, sus posturas sobre la Unión Europea también son radicales: reclama salir del euro y, claro, de la Unión Europea, institución que según ella niega la soberanía francesa y subsume al país en una burocracia elitista.
Emmanuel Macron, jóven de 39 años, se presenta como el candidato por una nueva formación política. Su movimiento “¡En marcha!” que lleva las mismas iniciales de su nombre, pretende hacerse con un lugar en la segunda ronda electoral. Macron, ex ministro de Francois Hollande, es un liberal-progresista para quien las etiquetas “izquierda y derecha” carecen de sentido. A diferencia de otros miembros o ex miembros del Partido Socialista Francés, ha tenido el valor de sincerarse. Considerado como una “marca blanca” del sistema político, Macron ha recogido el apoyo de diversos legisladores y representantes del Partido Socialista que, contraviniendo la decisión adoptada en la interna, han dado la espalda al candidato del partido del puño y la rosa, Benoît Hamon. Defensor a ultranza de la Unión Europea (en sus actos suelen ondearse las banderas francesas junto a las de la UE), es quien más fuertemente ha atacado el euroescepticismo duro de Le Pen y el blando de Mélenchon.
Crítico del estado “elefantíasico”, Macron propone reducciones importantes del gasto público, así como de reducir los impuestos a las finanzas y de cargos y empleados públicos. Las medidas se encuentran en consonancia con su anterior “trabajo”: banquero de la Rothschild. Sin embargo, Macron afirma que pondrá en marcha paquetes de políticas sociales progresistas para mejorar la situación de los grupos más vulnerables de la sociedad. De una u otra manera, aspira a hacerse tanto con un voto por derecha como por izquierda, lo que le ha granjeado críticas de los otros candidatos. El mote de “populista”, un clásico de la campaña y de los últimos tiempos, no ha tardado en llegar para él.
Por su parte, François Fillon, el candidato de la derecha tradicional (Los Republicanos, anteriormente UMP), parece complicado. Diversos escándalos de corrupción (habría favorecido a familiares con dinero público) hicieron trastabillar su candidatura. Las últimas encuestas lo dan por debajo de Macron y Le Pen, aunque parece haber acortado la distancia que lo separa de ellos durante las últimas jornadas. Sus políticas parecen ser bastante claras: reducción del Estado y supresión de una buena cantidad de funcionarios públicos. Además, este derechista tradicional católico se propone aumentar el IVA y la edad de jubilación.
En cuanto a la política inmigratoria, Macron no tiene mucha más misericordia: aunque representa a la derecha moderada, su discurso se acerca a una política de puertas cerradas basada, sin embargo, en cupos migratorios que deberían ser insertados en la Constitución del país. Aún cuando no se trate de un euroescéptico del calado de Le Pen y tampoco de Mélenchon, el ex jefe de gobierno durante la presidencia de Sarkozy, no ve con buenos ojos la actual construcción europea. En ocasiones ha deslizado críticas que habilitan a pensar que propugnará reformas en la misma.
Durante las últimas semanas, otro candidato al Eliseo ha crecido exponencialmente en las encuestas. Se trata de Jean-Luc Mélenchon, la apuesta izquierdista del frente “La Francia Insumisa”. Ex miembro del Partido Socialista –al que se integró luego de un breve paso por una organización trotskista-, Melénchon fue un decidido defensor de François Mitterrand durante los gobiernos del socialdemócrata, llegando incluso a reivindicar con vehemencia el Tratado de Maastricht y la construcción europea. El hombre parece haber cambiado bastante. Ahora, este ex miembro del ala izquierda del Partido Socialista, se encuentra conformando una alianza con el Partido Comunista y con otras formaciones políticas que tienen, como principio fundamental, una crítica de la socialdemocracia a la que consideran una fuerza pervertida por los principios neoliberales. Según Mélenchon, la socialdemocracia ha adoptado el discurso de la derecha y ya no es una fuerza progresista en su país. Él, en cambio, ha adoptado también otro discurso: el que lo llevó del europeismo y de la izquierda a defender posturas vinculadas a la “soberanía popular”.
Sus propuestas de acabar con la liberalización y las privatizaciones, se complementan con su idea de una Europa Social. Esta nueva construcción no tiene, sin embargo, demasiadas posibilidades sin otros triunfos en el resto del continente. Mélenchon lo sabe y por eso afirma que si no se produce un cambio que priorice las políticas sociales y ecológicas, Francia responderá a la Unión Europea dejando de aportar dinero al presupuesto. Según este admirador de los gobiernos “nacional-populares” de América Latina (ha propuesto incluso acercarse al bloque del ALBA), Europa ha sido colonizada por lo que el denomina “veneno germano”, en referencia a las políticas neoliberales y de austeridad. Con un estilo histriónico, el candidato de la “Francia Insumisa” propone frente a sus fieles seguidores, aumentar los impuestos a las grandes fortunas, además de aumentar el gasto público y acabar definitivamente con la energía nuclear.
Por debajo de todos estos candidatos, corre otro izquierdista. Es el joven Benoît Hamon, representante del Partido Socialista. Miembro del ala izquierda de la histórica formación socialdemócrata, ha debido cargar con la herencia del mal gobierno de Hollande. Tras triunfar sobre el social-liberal Manuel Valls en las internas partidarias, el ex ministro de educación francés se dio a la tarea de renovar el ideario partidario. Sin embargo, fue abandonado por muchos de sus compañeros que, con maniobras desleales, dieron su apoyo a Emmanuel Macron. Su bajo perfil ha conspirado contra él en el marco de una campaña de personalismos y grandes discursos. Con seriedad, Hamon parece ser el único de los candidatos que permanece firme en una idea de izquierda que defienda la ampliación de los derechos sociales junto a la reivindicación de los valores individuales.
Es europeísta e internacionalista pero crítico del neoliberealismo y de la captura de las estructuras de la Unión Europea por parte de la tecnocracia. Es socialdemócrata pero de carácter progresivo: plantea medidas como la renta básica universal, impuestos a los robots, reducción de la jornada laboral de 35 a 32 horas semanales, aumento del IVA a los productos y servicios de lujo, y hasta una nueva ley “antitrust” para los medios de comunicación. Su progresismo –atestiguado en su renuncia al gabinete de Hollande por las políticas de austeridad neoliberal– parece inobjetable: a diferencia de los candidatos que plantean el cierre de las fronteras francesas, Hamon promueve el derecho de los extranjeros a votar en las elecciones locales, la creación de la “visa humanitaria” y transformar al país en un lugar de asilo para refugiados. Sin declaraciones grandilocuentes ni la verborragia del otro candidato de izquierdas (Jean-Luc Melénchon) Hamon no ha conseguido conquistar al electorado. Aunque ha conseguido el apoyo de importantes dirigentes partidarios –entre ellos, la alcaldesa de Lille, Martine Aubry– y de intelectuales como Edgar Morin y Thomas Piketty, parece improbable que consiga un pase a la segunda ronda electoral.
En una sociedad lacerada por la amenaza terrorista, la desocupación y unas políticas de austeridad que han contribuido a empobrecer a la población, la propuesta de Hamon parecía la más favorable para los intereses de la ciudadanía. En su último acto, Hamon lo dijo con seriedad: “He resistido”. Pidió “un voto libre y no un voto útil”, en referencia a Emmanuel Macron, quien le ha robado parte de su electorado.
Hoy, en cualquier caso, se sabrá que elegirá Francia. En un contexto complejo, con el peligro de un gobierno de extrema derecha, el mundo entero mirará hacia allí.