La palabra “marxismo” merece ser entrecomillada en señal de alerta, por el hecho –¿conocido?– de que existen tantas versiones diferentes del “marxismo” que resulta verdaderamente poco serio intentar asignarle un contenido homogéneo. Se trata en realidad de “marxismos” que abarcan múltiples corrientes de interpretación del legado de Marx, y maneras extremadamente diversas de concebir la “ortodoxia marxista”.
Uno de los referentes principales dentro de esa amplia tradición es, sin duda, Antonio Gramsci, quien entre los y las “marxistas” se destaca hoy como ninguno por la propagación y la vigencia de sus principales contribuciones teóricas. Para comprobarlo basta con echar un vistazo a la cantidad de títulos dedicados a su pensamiento que se han venido publicando año a año, desde que aparecieran las primeras ediciones de lo que escribiera durante su prisión política de una década bajo el régimen fascista mussoliniano (que acabaría definitivamente con su precaria salud un 27 de abril de 1937, a pocos días de haber conseguido la libertad condicional, con sólo 46 años). Esos escritos carcelarios, lúcidamente redactados bajo condiciones deplorables y heroicamente arrebatados al fascismo, venían a sumarse a los textos producidos durante los trece años previos, de intensa labor en la prensa obrera y la dirigencia política socialista y comunista. Pero es en aquéllos donde el pensamiento de Gramsci alcanza su mayor riqueza y madurez.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Gramsci es quien, entre los y las “marxistas”, más se destaca por la propagación y la vigencia de sus principales contribuciones teóricas.[/blockquote]
Fueron dados a conocer por primera vez como las Cartas desde la cárcel y los Cuadernos de la cárcel, a caballo entre los años ’40 y ’50 del siglo pasado, por el masivo Partido Comunista de Italia cuando este país se organizaba por primera vez como república. Como señalábamos, ya a partir de tal primera edición (hubo otras más cuidadas y completas), las obras de Gramsci no han cesado de difundirse y de suscitar una infinidad de estudios. No sólo en Italia o en italiano, sino en todo el mundo y en numerosos idiomas. Y no únicamente dentro del campo de la teoría política, sino atravesando y enlazando las disciplinas humanísticas y sociales más diversas: de la pedagogía a la lingüística, de la antropología a las relaciones internacionales, de la filosofía a la historia, de la sociología hasta la comunicación social, etc. (Puede consultarse en línea la completísima –y aun así no exhaustiva– Bibliografía Gramsciana que John Cammett comenzara a recopilar arduamente hace ya tres décadas). Pero su figura y su pensamiento no sólo se vienen dando a conocer bajo la forma de libros y artículos que se cuentan ya por decenas de miles, sino también en los más diversos espacios de formación académica y extra-académica, en la prensa, los medios audiovisuales, las redes sociales, los muros e incluso –como en el caso famoso del “Che” Guevara– las camisetas y otras variadas formas de iconografía popular.
Esta popularidad de Gramsci no puede sorprendernos si nos adentramos en el estudio de su obra, cuyo contenido y cuyo destino han estado siempre marcados precisamente por el desafío de la autocomprensión y la autotransformación de la vida popular, con toda su insondable complejidad cultural y su historia jamás escrita, sus miserias, sus riquezas, su creatividad, sus lenguajes, sus potencialidades, sus resistencias, sus luchas, sus sueños. Y es que él sabía perfectamente que el lema griego “conócete a ti mismo” sólo cobra verdadera relevancia histórica –y hasta se torna revolucionario– cuando es asumido por los grupos sociales que él llama “subalternos”, quienes día a día construyen el mundo pero bajo una dirección ajena, esto es, bajo la “hegemonía” de las clases dominantes, sin lograr pensar y actuar por sí mismos a partir del reconocimiento de sus propias necesidades y de su propia fuerza colectiva. En efecto, para Gramsci no puede ser coherente una teoría revolucionaria que no se traduzca en la cohesión práctica concreta de los sectores populares oprimidos. Sabe que no se puede pretender borrar de un plumazo el “sentido común” imperante en estos grupos, o hacer como si no existieran sus tradiciones y sus variopintos saberes y creencias, procurando sencillamente imponer por pura lógica una nueva doctrina ya lista y cerrada. Muy por el contrario, él asume que la necesidad de dialogar con ese “sentido común” constituye inevitablemente el punto de partida de toda ideología que aspire realmente a “prender en las masas” convirtiéndose así en un verdadero “poder material” (como dice el joven Marx) que transforme efectivamente la realidad en sentido emancipatorio. La teoría crítica-revolucionaria no puede permanecer como monopolio de ninguna vanguardia, de ninguna élite, de ningún partido político –en la estrecha acepción institucional del término–, sino que tiene que lograr articularse como una lógica prolongación de los sanos “núcleos de buen sentido” que habitan ese mismo “sentido común” tan plagado de experiencias e ideas contradictorias: conservadoras, progresistas, reaccionarias, libertarias, cavernarias, modernas, etc. En suma, no puede haber una verdadera revolución social sin una previa revolución cultural, sin una “reforma intelectual y moral” de las mayorías, o bien, dicho de otro modo, sin la construcción de una “hegemonía” desde abajo, de carácter “nacional-popular”:
«Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos ‘originales’, significa también y especialmente difundir críticamente verdades ya descubiertas, ‘socializarlas’, por así decirlo, y por lo tanto hacer que se conviertan en base de acciones vitales, elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. El que una masa de hombres sea conducida a pensar coherentemente y en forma unitaria el presente real es un hecho ‘filosófico’ mucho más importante y ‘original’ que el hallazgo por parte de un ‘genio’ filosófico de una nueva verdad que permanece como patrimonio de pequeños grupos intelectuales.» (A. Gramsci, Cuadernos de la cárcel, vol. 4, Era, México, D. F., 1986, Cuaderno 11 <§ 12>, p. 247).
Tal construcción de un inédito sentido común coherentemente socialista desde lo nacional-popular, no se logra, pues, promoviendo la existencia de vanguardias iluminadas, sino desde una “guerra de posición” desde las diversas “trincheras” de la compleja “sociedad civil”, en donde cotidianamente tiene lugar la “lucha cultural para transformar la ‘mentalidad’ popular y difundir las innovaciones filosóficas que demostrarán ser ‘históricamente verdaderas’ en la medida en que se vuelvan concretamente, o sea históricamente, universales” (Ibid., Cuaderno 10 <§ 44>, p. 209). En esa batalla de ideas todos somos de algún modo soldados-intelectuales, aunque no todos tengamos el mismo entrenamiento para este tipo de combate.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Para Gramsci no puede ser coherente una teoría revolucionaria que no se traduzca en la cohesión práctica concreta de los sectores populares oprimidos. [/blockquote]
El principal legado de Gramsci pasa sin duda por esta contribución a la ampliación del concepto de la política hasta abarcar toda la vida social y su organización, desde la producción material hasta la cultural, plagada de conflictos y “relaciones de fuerzas” siempre inestables. Es por eso que siempre puso el énfasis mucho menos en aquello del “condicionamiento material de la conciencia” que en el desafío político de crear una “hegemonía” de signo verdaderamente popular, una “voluntad colectiva” de emancipación de los grupos “subalternos”, como único motor posible de una auténtica “praxis” revolucionaria, la cual –hoy lo vemos con una claridad que no podía tener Marx hace 170 años– jamás va a brotar espontáneamente del mero desarrollo de las fuerzas productivas y su supuesta incompatibilidad con las relaciones de producción burguesas.
Podemos sentir orgullo de que la Argentina haya sido el primer país en donde comenzaron a traducirse y publicarse en castellano los Cuadernos de la cárcel, ya en los años ’50, aún antes de que acabaran de aparecer en Italia los seis tomos de su primera edición, hoy conocida –y cuestionada– como la “edición temática”. Luego, hubo que esperar hasta 2000 y 2003 para poder contar con una versión castellana integral de la “edición crítica” de los Quaderni del carcere (1975) y de las Lettere dal carcere (1996), gracias a la editorial mexicana Era. En cuanto a la publicación en nuestra lengua de los volúmenes que reúnen todos sus escritos precarcelarios, en los últimos años ha habido un gran avance con la aparición de los tres primeros, que abarcan lo publicado por Gramsci como periodista entre 1913 y 1919: Crónicas de Turín (2014), La ciudad futura (2015) e Il nostro Marx (2016). Antes contábamos con unas pocas antologías valiosas pero incompletas. Estas flamantes ediciones dicen mucho sobre la juventud y la vitalidad de Gramsci en pleno siglo XXI, en Argentina, en América Latina y en el mundo entero.