Nacido como parte de la tradición socialista y con una concepción democrática, el 1 de mayo ha atravesado períodos históricos complejos. A su concepción original se añadieron otras que, desde perspectivas políticas diversas, pretendieron por distintas vías, valerse del imaginario obrero. El sentido del «Día de los trabajadores» sigue siendo objeto de disputa.
“…poco hay en el mundo
que me haga así vibrar.
En mi alegría
se esconde siempre un lagrimón
sé que todo termina
y que hoy juega hoy…”
Amor profundo. Jaime Roos
(fragmento del “Zurdo” Bessio)
EN EL PRINCIPIO ERA PARÍS
Si un militante de las izquierdas del 1900, sea un obrero manual o un trabajador intelectual (el término es de época), preguntara a inicios del siglo XXI por los protagonistas de las celebraciones del 1º de Mayo en Argentina, se encontraría con respuestas algo extrañas para su cultura política. Ésta había cobrado forma al instalar en su corazón al que fuera tal vez el principal mito fundacional del socialismo moderno: la decisión del Congreso Internacional Obrero celebrado de París, en 1889, de celebrar anualmente desde el año siguiente “en todos los países, en todas las ciudades al mismo tiempo” una manifestación para reclamar a los poderes públicos por la jornada legal de 8 laborales diarias de trabajo. Sin lugar a dudas, esta resolución de la organización que luego se conocerá como la Segunda Internacional –a propuesta de un representante de los sindicatos franceses, que se inspiraba a su vez en una decisión de la Federación Americana del Trabajo en homenaje a la causa de los obreros ejecutados en Chicago en 1886– tuvo consecuencias impensadas para sus modestos orígenes en el Hyde Park de Londres, en Viena o…en el Prado Español de Buenos Aires y las calles de Rosario.
¿Qué expresaba entonces esta fecha, que naciendo como reclamo obrero se convertiría en un símbolo resignificado año tras año? Por de pronto, no era lo mismo para los primeros Partidos Socialistas que se organizaban en Europa (y aun fuera de la misma) bajo el paraguas de la Internacional, que para los anarquistas que también se encargaron de hacer suya la iniciativa, o para aquellos sindicalistas que no comulgaban con ninguna de estas tendencias. Si para los primeros se trataba fundamentalmente de interpelar a las autoridades mediante un reclamo legal (presentación de peticiones a las cámaras legislativas o proyectos de ley de aquellos partidos que tuvieran representación parlamentaria), expresar la solidaridad internacional de los trabajadores y rechazar las crecientes tendencias del militarismo de los Estados; para los segundos la clave protestataria se impuso tempranamente, en general reivindicando la memoria de los “mártires de Chicago”. El escenario dio lugar, por ejemplo, a importantes olas represivas de unos gobiernos contagiosamente temerosos del fenómeno novedoso que representaba la “cuestión social”. De allí que muchos 1º de Mayo se asocien a la violencia y a matanzas como la de Fourmies en Francia (1891) o la de la “semana sangrienta” de 1909 en Argentina. En este sentido, el que comenzó a conocerse como “Día del Trabajo” se erigió en un capítulo fundamental de las luchas obreras por el reconocimiento de sus demandas y de sus organizaciones políticas y gremiales. No resulta casual que muchas de las historias del movimiento obrero, de los partidos socialistas e incluso en autobiografías de referentes de aquellos construyan desde los primeros 1º de Mayo una suerte de historia primordial, un relato que discurre entre un origen heroico y un futuro de emancipación.
NOSOTROS TAMBIÉN TENEMOS SENTIMIENTOS
En las narrativas del 1º de Mayo, construidas al mismo calor de sus sucesivas celebraciones, la carga de sentido se ubicaba en el futuro antes que en el pasado, y se reconfiguraba así –con un fundamento doctrinario que se preciaba de ser “científico”– un horizonte de expectativas utópico que ya había animado al socialismo decimonónico. Un motivo por el cual la “Fiesta del Trabajo” se impuso a otro mito obrero, el de la Comuna de París, que remitía primero a una derrota política (puso fin a la Primera Internacional) y, luego, era un acontecimiento…muy francés. En cambio, la celebración que se consolidará en la década de 1890 se transmitía en una clave mucho más ecuménica y esperanzada. Sin ese trasfondo profundamente emocional y optimista, las identidades de la izquierda no habrían sobrevivido a sus recurrentes derrotas.
[blockquote author=»» pull=»normal»]No resulta casual que muchas de las historias del movimiento obrero, de los partidos socialistas e incluso en autobiografías de referentes de aquellos construyan desde los primeros 1º de Mayo una suerte de historia primordial, un relato que discurre entre un origen heroico y un futuro de emancipación.[/blockquote]
La “fiesta” del Primero de Mayo (tal como había sido concebida por los socialistas de la Segunda Internacional) era el día entre los días: el más significativo del calendario socialista de cada país. Era incluso más importante que cualquier instancia electoral. En esa jornada se mostraba un esfuerzo mancomunado a nivel mundial, una demostración hacia sus “otros”, pero fundamentalmente hacia sí mismos. La conmemoración actuaba así como una nueva Primavera de los Pueblos, lo cual para el hemisferio norte, donde predominaban los festejos, era más que una metáfora de la vida nueva: la estación de las flores se materializaba en el decorado de asambleas, bailes, desfiles callejeros que pronto fueron de miles y decenas de miles de personas, así como conferencias políticas, configurando una estética donde el color predominante era el rojo, como aún puede verse en las reconocidas obras del artista inglés Walter Crane. La célebre bandera roja completaba la estética de los festejos y anunciaba la Aurora de la sociedad del futuro que superaría al injusto orden capitalista: el emblema que no era de ningún país, podía ser el de todas las mujeres y los hombres del mundo que se unían.
El 1º de Mayo tenía aristas mesiánicas. Prefiguraba la emancipación de la humanidad, expresaba una sacralidad terrenal diferente a las de las religiones tradicionales, por lo que consignas como las de “Pascua Obrera” o “Día de Redención” eran recurrentes y complementaban el trasfondo racional y cientificista del discurso socialista. Basta recorrer los números especiales confeccionados por el órgano oficial del Partido Socialista argentino, La Vanguardia, que se anunciaba meses antes y requería contribuciones para costear un mejor papel que el de costumbre, grabados a color y contribuciones de los militantes, para vislumbrar todo lo este día entre los días transmitía. Las mujeres, los hombres y los niños socialistas participaban en todas esas instancias con poesías alusivas al día, los orfeones interpretaban La Internacional con los acordes de la Marsellesa, el Himno de los Trabajadores del italiano Filippo Turati o el Himno del español Rafael Carratalá y se actuaba en obras de teatro dramáticas y en comedias, en donde predominaban los temas sociales.
En Argentina, hacia la segunda década del siglo XX el festejo ya estaba consolidado mucho más allá de Buenos Aires, llegando a las provincias cuyanas y del noroeste, al litoral y a los lindes con la Patagonia, evidenciando variaciones y adecuaciones a las sociedades locales. Algunos historiadores, evaluando las experiencias europeas, vieron en esta trama alternativa una contracultura de izquierdas al modelo de la sociedad burguesa, pero también se incorporaban repertorios de la alta cultura (obras de Verdi y Puccini, paseos en bote o en los bosques periurbanos) con el objetivo de “elevar al pueblo trabajador”. El 1º de Mayo combinaba sensatez y sentimiento, lucha y esperanza, temores y alegrías de un proyecto civilizatorio.
CREAR DOS, TRES, MUCHOS 1º DE MAYO
El período de entreguerras transformó brutalmente esa cultura de izquierdas. El 1 de mayo, al igual que otras experiencias y memorias obreras, no salió indemne de ese proceso. El ejemplo paradigmático al respecto fue la incorporación de la celebración por parte de los movimientos que marcarían buena parte del siglo: los fascismos y los comunismos. En un libro notable, De alemanes a nazis, el alemán Peter Fritzsche demostró cómo el nacionalsocialismo comprendió los mecanismos, pero también las emociones y los temores propios de una moderna política de masas, al ofrecer otro horizonte de redención para las mismas, paralelo y diferente al de las elites liberales y al de los partidos socialistas y comunistas. La potencia de la interpelación de nazis y comunistas, una vez llegados al poder en el Tercer Reich y en la Unión Soviética, residía en que ese anhelo de una sociedad alternativa que se condensaba en el 1º de Mayo era posible, pero al precio de ocluir la promesa de libertad encarnada en la utopía de los socialistas de la Segunda Internacional.
El 1º de Mayo en Argentina no sería la excepción, y a los tradicionales desfiles de socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios se sumaría –con obvios parecidos de familia– la conmemoración comunista de la fecha. La novedad fue que en 1925 el presidente radical Marcelo de Alvear reconoció que aquel debía ser un festivo “día de los trabajadores” y lo declaró asueto para los empleados públicos, aunque restándole combatividad al caracterizarlo como de “solidaridad social” y “paz espiritual”, al asociarlo a la fecha de sanción de la Constitución liberal de 1853. Esto explica el hecho de que, luego del primer golpe de Estado exitoso en el país, se produjera en 1936 una manifestación inédita: una que unió a socialistas, radicales, comunistas y demócratas progresistas, en sintonía con los “frentes populares” antifascistas formados en Europa al reclamar por la democracia y contra el fraude electoral que imperaba. Si bien ya desde algunos años antes nacionalistas y católicos comenzaron a realizar esfuerzos por dotarlo de nuevos contenidos conservadores, el peronismo marcó un antes y un después para el 1º de Mayo porque, como todo símbolo cargado de sentidos, aquel fue objeto de disputa.
[blockquote author=»» pull=»normal»]El 1° de mayo es, ahora, una caleidoscópica conmemoración de las esquirlas de la fractura peronista y, al mismo tiempo, el objeto de disputa de diversas agrupaciones de izquierda, con sus diversos actos. [/blockquote]
En su notable estudio titulado Mañana es San Perón, el historiador Mariano Plotkin desentrañó la reconversión de la celebración, desde su significado como protesta y festividad de las izquierdas hasta devenir parte de la liturgia oficial del régimen instaurado por el coronel Perón. En esta nueva mitología política vernácula, el ritual anual comenzó a exaltar una pretendida unidad nacional y un momento en que se visibilizaba el vínculo del “líder” con el “pueblo peronista”. La exigencia de nuevos derechos se transformaba en una jerárquica muestra de agradecimiento por su satisfacción. Para unas fuerzas de izquierdas diezmadas por la represión, el exilio, la cooptación o innumerables querellas intestinas, el 1º de Mayo no trascendía las editoriales o algún esforzado acto que se veía inevitablemente opaco por la liturgia de la religión política peronista.
Desde la década de 1950, el Día del Trabajo pasó a formar parte de la turbulenta historia de las efemérides peronistas, incluso mucho más que del recorrido de las izquierdas, que en el mundo se reducían a los actos oficiales de los militarizados regímenes comunistas en la Plaza Roja de Moscú o la de la Revolución Cubana en La Habana. Como muestra, un botón: fue durante la celebración del 1º de Mayo de 1974 que se terminó por decantar el latente enfrentamiento a muerte de las distintas versiones del movimiento, al expulsar el general Perón desde los balcones de la Casa Rosada al sector de la juventud revolucionaria que le espetaba que “está[ba] lleno de gorilas el gobierno popular”. Llegado ese punto, el peronismo había clausurado todo aquel horizonte de expectativas que había dinamizado la historia del 1º de Mayo al anclarlo en las disputas del presente y dejar prácticamente en un lugar marginal a la izquierda.
El panorama actual de la celebración de una fecha atraviesa las historias y las memorias del siglo XX. El 1° de mayo es, ahora, una caleidoscópica conmemoración de las esquirlas de la fractura peronista y, al mismo tiempo, el objeto de disputa de diversas agrupaciones de izquierda, con sus diversos actos. A ello se suma una discreta concentración, algo más que protocolar, del socialismo de gobierno que abre anualmente las sesiones de las cámaras legislativas en la provincia de Santa Fe.
¿Qué pensaría hoy un militante de 1900 si pisase, cual extraterrestre, la Argentina contemporánea? Probablemente, detenido en la Plaza de Mayo, se preguntaría que fue de su futuro – anhelado y soñado – que se anunciaba en el pasado. Esa demanda de sentido no debería perderse. Menos aún para una fuerza que, como la socialista, apostó siempre a la mirada del porvenir. Recuperar una identidad y una imaginario no parece una mala tarea. Tal vez, la imaginación sea lo último que nos dejemos arrebatar.