La victoria de Emmanuel Macron calmó los ánimos de los franceses con respecto a las posibilidades reales del Frente Nacional. Sin embargo, la campaña de desdiabolización de la formación de Marine Le Pen ha logrado calar en parte de la ciudadanía francesa. El presente no debería engañarnos: el futuro es muy incierto.
El pasado 7 de mayo, Emmanuel Macron se alzó con la victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Francia con más de 65% de los votos. Del otro lado, con casi 35 puntos, Marine Le Pen tuvo que admitir una derrota un poco más contundente de lo esperada. A su manera, sin embargo, ambos salieron ganadores de la contienda, alterando profundamente el mapa político francés: si Macron se convirtió a los 39 años en el presidente más joven de Francia -habiendo dejado fuera del juego a los partidos tradicionales y sin transpirar una gota de sudor durante los últimos tres meses de la campaña-, Le Pen se llevó a su casa nada menos que el mejor puntaje obtenido por el Front National en toda su historia, reforzando el proceso de limpieza al que ha sometido al partido de su padre durante los últimos años y dejando en evidencia que la noción del frente republicano es cada vez menos eficaz.
Quizás sea demasiado temprano para entender las consecuencias de las elecciones presidenciales en Francia, pero a todas luces se abre un proceso de cambio político de envergadura. Marine Le Pen anunció rápidamente su intención de continuar con el proceso de desdiabolización[1] del Frente Nacional realizando un cambio nombre, a lo que pronto se sumó la renuncia a la vida política de Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine, representante de los sectores más reaccionarios del partido y tradicionalmente defensora de la identidad tradicional del partido ante los intentos de modernización conducidos por su tía durante los últimos años. Hacia la izquierda del espectro político, Benoît Hamon ha anunciado su intención de fundar un movimiento transversal que ya ha recibido el apoyo del ecologista Yannick Jadot. La derecha republicana intenta reponerse de la candidatura fallida y sufrida de François Fillon, afectada por la escandalosa revelación del empleo ficticio de su esposa en el parlamento.
[blockquote author=»» ]El cambio de cara y de retórica ha provocado que el Frente Nacional genere cada vez menos alarma entre los franceses.[/blockquote]
En un panorama marcado por la incertidumbre, la diferencia de 30 puntos entre Macron y Le Pen merece un análisis equilibrado. Ciertamente, el amplio margen con el que el ex ministro de François Hollande se llevó la victoria permite matizar los miedos y ansiedades que circularon durante las semanas anteriores acerca de un posible triunfo del Frente Nacional, en especial antes del debate televisado en el que, según los sondeos, Macron dio una imagen eminentemente más sólida. Pero la brecha entre ambos candidatos no debe engañarnos a punto tal de creer que el orden político francés goza de salud plena.
La abstención en la segunda vuelta electoral, de poco más del 25%, fue la más alta desde 1969. Efectivamente, si se compara con la segunda vuelta de 2012, cuando la abstención rozó el 20%, o con el 20% de las elecciones de 2002, la diferencia no parece ser tan significativa. Pero este dato merece matizarse.
[blockquote author=»» ]El amplio margen con el que Macron se llevó la victoria permite matizar los miedos y ansiedades. Pero no significa que el orden político francés goce de salud plena.[/blockquote]
En primer lugar, porque tanto en 2012 como en 2002, al igual que en todas las elecciones de las últimas décadas, la abstención se redujo entre la primera y la segunda vuelta. En cambio, estas elecciones vieron una merma de 3 puntos en la participación entre la primera y segunda instancia. En pocas palabras: mientras que la segunda vuelta tradicionalmente alienta a los franceses a ir a las urnas, la configuración de estas elecciones, en cambio, produjo el efecto negativo.
En segundo lugar, porque a la alta abstención debemos sumar el mayor nivel de votos blancos y nulos en la historia de la V República: más de 11% de los votos, el doble que en 2012.
Más interesantes son estos datos si se tiene en cuenta que la diferencia programática entre Macron y Le Pen es muy significativa. En 2002, más del 82% de los franceses decidió votar en la segunda vuelta a un candidato eminentemente de derecha, Jacques Chirac, contra la candidatura de extrema derecha de Jean-Marie Le Pen. Entre la primera vuelta y la segunda, Chirac cuadriplicó su voto, mientras que el candidato del Frente Nacional apenas cosechó un punto más. Comparadas con este escenario, las elecciones de mayo de 2017 ofrecen un panorama más preocupante, en especial considerando que el joven Emannuel Macron, pese a la continuidad de su política económica y sus intenciones de flexibilizar el mercado de trabajo, dista de ser un candidato de derecha como lo era Chirac.
Una interpretación posible de estos resultados debe apoyarse al menos en dos fenómenos. Por un lado, en la eficacia de la estrategia de desdiabolización del Frente Nacional conducida por Marine Le Pen y Florian Philippot durante los últimos años: el cambio de cara del partido, sumado a la moderación de su retórica y de su imagen general, han tenido como resultado que el Frente Nacional genera cada vez menos alarma entre los franceses. En este contexto, la idea del frente republicano, la alianza electoral transpartidaria para evitar el acceso al poder de la formación de Le Pen, tiene evidentemente cada vez menor pregnancia, algo que se hizo evidente con la aparición en Francia durante las últimas semanas de un amplio debate sobre la abstención, y con la resistencia del candidato de izquierda Jean-Luc Mélenchon a llamar abiertamente a votar por Emmanuel Macron en la segunda vuelta.
[blockquote author=»» ]Ls elecciones de mayo de 2017 ofrecen un panorama preocupante, en especial considerando que Emannuel Macron, pese a su política económica y sus intenciones de flexibilizar el mercado de trabajo, dista de ser un candidato de derecha como lo era Chirac.[/blockquote]
Algunas voces sostienen que el debilitamiento del frente republicano y el alza de la abstención son fenómenos razonables ante la moderación del Frente Nacional. En otras palabras: si el Frente Nacional ya no es un partido de extrema derecha, es esperable que un potencial gobierno de Marine Le Pen no produzca las mismas reacciones. Vale la pena preguntarse si la interpretación de estos analistas, sin embargo, no es también evidencia de que la estrategia de desdiabolización de los últimos años ha sido exitosa. Y cabe señalar que, pese al real aplacamiento de la formación de Le Pen, el contenido de sus propuestas sigue siendo radicalmente antiliberal y conservador. Se trata, pese a los intentos de renovación, de una formación que pone en duda la responsabilidad de los franceses durante los años de la ocupación nazi, que estigmatiza sistemáticamente al Islam y sus practicantes, que propone hacer imposible la regularización de los extranjeros ilegales y facilitar su expulsión, privar de atención médica a los extranjeros en situación irregular y eliminar el matrimonio para personas del mismo sexo, entre otras medidas.
Quizás haya que interpretar estos resultados de otro modo. En el contexto de una crisis europea persistente y del debilitamiento de los partidos tradicionales, tal vez sea necesario leer el nivel récord de voto en blanco y nulo, la tasa histórica de abstención y el resultado más alto del Frente Nacional en su historia como signos de un mismo fenómeno: el alto nivel de escepticismo que prima entre el electorado francés cada vez más desconfiado ante el sistema existente. Un fenómeno que, si tiene el potencial de alimentar nuevas alternativas políticas y estimular la imaginación de los franceses, conlleva también el riesgo de provocar calamidades más allá de las fronteras del hexágono.
[1] El término recurrente en francés es dédiabolisation.