El humor de Bruno Bauer es un fenómeno novedoso en la escena cultural argentina. En sus historietas y sus tiras, combina risa, izquierda, y crítica de las identidades políticas. Su libro «Lenin y Vos» resultó un suceso para el mundillo que apela a esa pasión de reír y reflexionar. Ahora despunta con su peculiar historia de la Revolución Rusa que realiza para La Vanguardia en entregas mensuales. Como es nuestro colaborador, fuimos a buscarlo y le hicimos esta entrevista.
Bauer querido. Desde hace un tiempo tus dibujos se transformaron en un objeto de culto para un micromundo (ya bastante importante) cultural, de la izquierda, de la intelectualidad. Cuando se lo mira con algo de atención, parece haber una serie de influencias, entre ellas la de Robert Crumb en términos de dibujo, y la de una cultura de las identidades de izquierda en términos ideológicos. Contanos si entre algunas de las influencias, hubo alguna concreta que reuniera ambas dimensiones. En definitiva, si son aspectos desgajados o si están unidos o si, por el contrario, aparecen desgajados.
Tendría que decirte que es una sola cosa porque queda bien el monismo pero en realidad son dos cosas desgajadas. Al no ser un historietista de carrera, hay una parte de crítica del pensamiento que tengo al margen. Como dibujante me siento mucho más inseguro. Mi gran influencia es Robert Crumb pero no llego ni ahí. Crumb es perfecto. Vos ves sus borradores y parecen obras definitivas. Sí me gusta ese tipo de dibujo que es complejo y claro. No es Breccia que cuesta a veces entender las viñetas pero tampoco es Hergé ni el lineaclarismo. Mi modelo es Podetti. Lo reivindico como símbolo. Es un tipo que se preocupó por hacer un humor que no renunciara a cierta“profundidad” pero que no renunció al humor tampoco. Lo que pasó desde fines de los 90 hasta acá es que se llenó de humoristas que no hacen reír. El ejemplo básico es Liniers. Es un humorista pero te cuesta encontrar el remate. O el último Quino que es más un moralista con chistes lacrimógenos que no hacen reír. En cambio Podetti es un tipo que nunca renunció al chiste ni al remate. La función social del humor es hacer reír y si renunciás a eso ya no hacés humor.
El tiempo político que estamos viviendo parece estar marcado por cierta solemnidad. Hay mucha corrección política, poco espacio para patear el tablero. ¿Crees que eso afectó al humor?
Mirá, yo creo que en el fondo, de lo que se trata es del culto a los muertos. Y yo eso lo tengo que admitir aun a costa de mí mismo porque yo como ciudadano soy mucho más solemne de lo que soy como dibujante. Pero no podés laburar desde ahí. Yo sé que hay muchos chistes que hago que se ubican en un lugar que yo no ocuparía como ciudadano. Yo no soy tan cínico ni tan pedorro, pero no podés hacer reír ni desde la solemnidad ni desde el homenaje. Eso lo tengo muy claro. La verdad es que pago el costo de hacer un chiste brutalmente antikirchnerista y que me digan gorila (y yo no me siento gorila) o de hacer el Pibe Altamira y que me puteen por izquierda. Toda esta situación política generó dos reacciones muy de mierda. O el humor provocador por la provocación misma –la incorrección política sin trasfondo– y un humor que renuncia a la provocación y se pone en un lado fácil. Es el caso de Rudy y Paz, a quienes admiro mucho, pero que se colocan en un lugar desde el que ellos son buenos y entonces piensan: vamos a criticar al oligarca que tiene bigotes y es un estanciero, etc. Son un conjunto de figuras que funcionan un rato. Todo esto es evidente que hizo mal. La instalación de la solemnidad tiene que ver, sin embargo, con una deuda. La década del 90 estuvo muy buena pero se metió mucha basura abajo de la alfombra y lo reprimido siempre vuelve. Ahí hubo una generación que se la tuvo que comer doblada y cuando volvieron al poder te la pusieron y te metieron el Museo de la Memoria en cualquier lado. Te crearon la Estación Santucho, la estación Rodolfo Walsh, y un largo etcétera, porque se están cobrando diez años de silenciamiento. A ver: en los 90 no es que se decía que la guerrilla fue mala, es que no se decía absolutamente nada. Acordate que el menemismo no generaba una crítica política. Generaba una crítica ética y estética. Se le criticaba mucho más el peluquín y los casos de corrupción que su gestión. Y ahora pasa un poco lo mismo. Acá se le llama humor político al humor sobre la conducta de los políticos profesionales. Ese es un humor ético. Yo no quiero hacer eso sino humor sobre discursos, sobre identidades políticas. Yo no voy a hacer un chiste sobre que Cristina se compró una cartera o que Carrió usa un crucifijo, porque estaría criticando la conducta de una persona y no una identidad determinada.
¿Cambió algo ahora, en tiempos de Macri? ¿Cuál es, si es que la hay, la encrucijada humorística?
El humor en el macrismo entra en una disyuntiva: por un lado, el macrismo te vacía la plaza. A diferencia del kirchnerismo, que tendía a sobreinterpretar y manipular símbolos, el macrismo tiene una pobreza semiótica que hace difícil hacer más chistes que los obvios. Incluso el humor macrista, por caso, Nik, trabaja en ese registro: son fundamentalmente chistes boludos.
Por otro, esa pobreza simbólica del macrismo afecta al humor opositor: parece que no podemos salir de Macri gato, cheto y eso. Que son balas que no sé si les llegan, funcionan más para la tribuna propia. En ese sentido, el desafío del humor político hoy es el mismo desafío de la política: desentrañar al macrismo, explicar por qué a la gente le gusta esto. Con la ventaja de que el humor, a diferencia de la militancia,no tiene porqué controlar daños colaterales. Podemos ser fuego amigo, 100% destructivo.
[blockquote author=»» ]La pobreza simbólica del macrismo afecta al humor opositor: parece que no podemos salir de Macri gato, cheto y eso.[/blockquote]
Lo de la solemnidad venía a cuento del kirchnerismo y vos lo mencionabas recién. ¿Qué te parece que sucedió con esa experiencia política?
Es complejo. Yo creo que el kirchnerismo construyó su cárcel de oro. Desde el 2008 se posicionaron en un lugar de izquierda, cuando ése no era el plan –eran una rama del duhaldismo– y tuvieron que ir desarrollando una gestualidad cada vez más izquierdista de la que hoy no pueden salir. El caso más claro es lo de la “sintonía fina”. En 2011 estaban todas las condiciones para un ajuste blando y no lo pudieron hacer. A mí lo que más me preocupa es la gente que se comprometió y que quedó en off-side. Primero porque me da lástima. Yo sé que la pasaron re bien estos años pero me da lástima. Segundo porque es una mano de obra desocupada y disponible que después los tenés rompiendo las pelotas en cualquier lado.
Una de los temas que más abordás en tus dibujos es el de las identidades políticas. ¿En que lugar te encontrarías vos?
Lo primero que tengo que decir –sobre todo en un medio como éste– es que en el campo de las ideas políticas es muy difícil ver el volantazo de la socialdemocracia. Fijate que Engels da un giro democrático pero sosteniendo los principios. A Bernstein, incluso, le toca un poco el lugar de villano pero, si lo leés, no encontrás traición al socialismo. Al contrario: es una estrategia muy clara y el objetivo seguía siendo beneficiar a la clase trabajadora. Lo que es bastante espantoso es lo que hace la socialdemocracia de Giddens y compañía. Yo me podría encontrar ahí. En una posición de liberalismo de izquierda. Aunque, tengo que asumir que, a pesar de que la aplicación podría ser improbable e incluso desastrosa, sigo reivindicando la crítica radical de izquierda. Creo que en el terreno de las ideas el marxismo occidental marcó una agenda que obligó a los tomadores de decisiones a seguirla y a adoptar medidas interesantes. Yo sé que a Perry Anderson, Hobsbawm, Della Volpe, los ponías en el gobierno y se fundían en dos días. Pero marcaban una agenda y pensaban qué hacer con temas específicos: el militarismo, la burocracia, las minorías. Estos son temas que no vienen de la postmodernidad, como se considera ahora. Ya había teóricos marxistas trabajando esos temas.
Esa pretensión de crítica de la izquierda radical que defiendo es interesante en el marco del mundo de las ideas. Ahora, si vos me preguntás en que gobierno me sentiría más comodo. Y…te digo… yo prefiero vivir bajo un gobierno de Harold Wilson que bajo uno de Mao.
En tus dibujos también aparece una crítica a la idea de la ruptura permanente de las izquierdas. Quizás ahí se trasluce algo de un pensamiento de izquierdas que quiere manejarse en un marco social medianamente aceptable ¿no?
Sí, quizás porque creo que la aplicación del pensamiento a la historia es desastrosa. Vos podés reivindicar una postura disolvente ultracrítica desde el pensamiento sin renunciar a la construcción política. Creo que nosotros como seres humanos necesitamos vivir en una comunidad. Y una comunidad necesita reglas, necesita regularidades, necesita religión –en términos de algo que nos religue, que nos haga recordar que tenemos que vivir todos juntos. Creo que está bien marcar un enemigo y dinamizar la política a partir del conflicto pero nunca hay que olvidar esto. Dentro de ese marco creo que es posible problematizar todo. Esto es algo que los antiguos lo tenían más asumido con una sociedad de sacerdotes que funcionaba perfectamente y con el poeta que era el marginal que cuestionaba todo. Nosotros como modernos tenemos esa tentación de llevar la ultracrítica a la práctica. Y quizás lo que estoy diciendo es reaccionario o ultra-claudicador pero yo creo que no: que nunca hay que dejar de construir. Para mí la revolución permanente es la destrucción de lo que nos permite vivir juntos.
[blockquote author=»» pull=»normal»]A mí me llamaba la atención esa combinación de discurso radical de izquierda con argumentos de la derecha más prejuiciosa. Y me pregunté: ¿qué pasa si hay un tipo que alimenta los prejuicios desde el mismo lugar pero los aplica para la izquierda[/blockquote]
Hablemos de ese personaje que se popularizó tanto que es el Pibe Altamira.
El Pibe Altamira es la historia de la izquierda. Y la historia de la izquierda es una historia de derrotas. Es, básicamente., una historia menottista: No importa si perdimos, lo que importa es que jugamos bien. Uno, que tuvo cercanía con eso, se crió escuchando las derrotas. Trotsky, la Guerra Civil Española, la Revuelta Espartaquista y un largo etcétera. La idea es: ¿Sabés porque somos buenos? Porque perdimos. Yo lo que hice fue recrear todo eso pero no poniendo la derrota en el lugar de causa histórica, sino ubicando en ese lugar a un tonto. Es el personaje clásico del humorismo. Lo que pasa es que lo monté a un relato de la épica de la izquierda. En ese sentido, me hago cargo de que alimento una serie de prejuicios. Pero no me hago cargo de que es una burla directa y frontal a Jorge Altamira. El que piensa eso es un pelotudo.
En un reportaje en la Revista Paco hiciste mierda al Che Guevara. Lo definiste, además, como el antivillano. En términos de identidades políticas, que es sobre lo que trabajás, el Che parece no tener mucho que hacer porque no forma parte de lo que podríamos denominar el “pensamiento” de izquierdas.
Comparto. El Che no forma parte del pensamiento. Está todo bien. Pero era un pibe cheto que la historia lo puso en un lugar que nunca se hubiera pensado. Si le preguntabas al Che a los veinte años: ¿Che, vos te ves como Ministro de Economía en un gobierno comunista en Cuba? Te contestaba: Sí, dale, convidame de la que fumaste. Y, sin embargo, a veces terminás ahí donde no pensás. Es un poco lo que pasa en El fin de San Petersburgo de Pudovkin. La idea de la conversión individual. El tipo común al que la historia lo pone en un lugar de héroe que hubiera sido impensado. Si a Jesús no le decían: Che, sos el hijo de Dios, capaz que seguía siendo carpintero. Pudovkin muestra eso: un tipo común, medio lumpen, que termina casi inmolandosépor la Revolución Rusa. El Che es eso. Es más el mérito de la historia que lo puso ahí que el de él. Si lo ponés en contexto lo entendés. En ese momento era una respuesta al héroe tipo Bertolt Brecht, ese militante ultraprofesional que mientras está garchando piensa en su misión, que no afloja nunca. Yo creo que ese modelo en un momento asfixió y mucho más en culturas latinas. Eso a una sociedad protestante le puede cerrar pero a nosotros no y, bueno, optamos por el rugbier.
¿Creés que su modelo dañó a las izquierdas?
Sí, creo que sí. En primer lugar porque para mí el héroe del pensamiento de izquierdas es cualquier persona que haya mantenido el pensamiento crítico y el villano es cualquiera que lo haya negado. Y, por supuesto, el más peligroso es el que lo niega por llevarlo a la práctica. En el caso de Guevara hay otra cosa, además: está la idea del alma pura, de la idea ética, del tipo que se inmola por la causa. Todo eso mezclado con la mochila, la moto y el mate. Lo entiendo, era producto del momento histórico. Algo así como la aplicación del socialismo humanista de los 60. En su momento ese modelo pudo haber sido útil pero ese modelo nos asfixió porque nos llenamos de conversos y humanistas que terminan fusilando gente. En ese sentido es como decía Carl Schmitt: Los crímenes más inhumanos son los que se cometen en nombre de la humanidad.
[blockquote author=»» ]Prefiero vivir bajo un gobierno de Harold Wilson que bajo uno de Mao[/blockquote]
Uno de los personajes más interesantes sobre los que laburás es el del Ciruja Comunista, un tipo que reproduce muchas ideas ¿De dónde viene ese personaje?
El Ciruja son mi abuelo y mi viejo. Mi abuelo es un tipo que siempre trabajó en aserraderos, un isleño de Tigre que de repente te reivindicaba a la Unión Soviética sin mayor información que la idea de “allá trabaja todo el mundo y no hay negros vagos”. Y a mí me llamaba la atención esa combinación de un discurso radical de izquierda con argumentos de la derecha más prejuiciosa. Mi viejo con un poco más de ilustración le dio como otra vuelta pero también pasaba lo mismo. Yo me acuerdo que una vez, a mediados de los 90, que estaba caminando por La Paternal y me crucé con unos chatarreros que estaban tomando vino y uno le decía al otro: ¿Sabés lo que se necesita acá? y no le salía el nombre de la persona a la que se quería referir. Entonces el otro le dice ¿Un Pinochet? Y el primero le contesta: No, no, un Fidel Castro. Claro, para los tipos era lo mismo. Era un gobierno que viniera a “poner orden”. El Ciruja Comunista trata de eso. Y además es la contrapartida de otro lugar común que es el del tachero facho. Hay gente que piensa que todos los tacheros son fachos porque se conectan con lo peor de la sociedad y alimentan los prejuicios más grandes. La pregunta que yo me hice fue: ¿qué pasa si hay un tipo que alimenta los prejuicios desde el mismo lugar pero los aplica para la izquierda? Fijate que El Ciruja Comunista son siempre seis o siete viñetas, en las que en las primeras cuatro te presenta al tipo alimentando un prejuicio de derechas por el cual que lo lógico es que termine concluyendo en una posición ultra-reaccionaria y termina saliendo con frases como: Esto se soluciona con un gobierno obrero.
En términos de prejuicios aparece otro de tus personajes: El Profesor Lombroso.
Claro. Es que el profesor Lombroso sos vos y soy yo y cualquier persona que tiene el enano fascista racionalizado. La corrección política, hay que entenderlo, no es de ahora. Ya en la década del 90, en medio del silenciamiento de todo conflicto, también había un conjunto de prejuicios que quedaron completamente descartados. A pesar de había un gobierno de signo conservador había cosas que no se decían. Y eso ocultó bajo la alfombra sentidos comunes construidos sobre prejuicios. Es curioso que, mientras la izquierda estaba tratando de luchar contra el concepto de villero, Pablo Lescano se tatuaba “100% villero” el pecho como diciendo “yo no tengo ningún problema con ser villero”. Y así como hoy quieren crear el “día de los valores villeros”, yo no sé si la gente que vive en las villas quiere que se los reivindique. Porque para ellos no son valores, es su vida. El Profesor Lombroso trata de reponer eso, todo ese conjunto de prejuicios reprimidos salen ahí ordenados como los ordenaba el mismo Lombroso.
¿Militaste alguna vez?
No, nunca milité. Fui un votante relativamente regular del PO en la década del 90. Ése era un voto cobarde, pero creo que tenía sentido. Me parecía un partido de izquierda bastante orgánico. Ahora estoy en una deriva medio rara. Si hoy me decís: Che, el PO tomó el poder, ya estoy sacando un boleto para irme a laburar de lavacopas a Uruguay.