Hace rato que nos venimos acostumbrando a llamar periodismo a algo que no lo es, a una forma de informar mezclada con show-business. Lo de Jorge Lanata es el ejemplo mejor acabado de esta cuestión. Pero no es el único.
Ante todo, el periodismo es una posición hacia el poder. Se trata de cómo nos paramos frente a la realidad y cómo la contamos. El periodismo es libre. Caso contrario es una farsa, como decía Rodolfo Walsh. Hace rato que nos venimos acostumbrando a llamar periodismo a algo que no es eso, a una forma de informar que es apenas información mezclada con show-business. Jorge Lanata es el ejemplo mejor acabado de esta cuestión. No es el único. Hay muchas otras ramificaciones de un tronco cuyo fin último, parece, es servir a los intereses del poder económico, político y mediático. Eso no es periodismo. Es apenas un chiste de mal gusto.
No son pocos los que comparan al Polaquito con Barbarita. Dos “descubrimientos” de Lanata que involucraban niños en situación de vulnerabilidad. Sin embargo, la diferencia es visceral. Barbarita necesitaba, en tanto representante de los niños con hambre en nuestro país, que se sepa su historia. Sacarla de la invisibilidad tocaba la fibra íntima de los televidentes, al tiempo que apretaba al poder de turno. Hoy, la cosa es diferente. No se visibilizó al Polaquito, se lo escrachó. La utilidad no era mostrarlo como una víctima del poder, sino como un victimario, como la excusa perfecta para envalentonar al poder y a la «Secta del Brote Verde», ávidas de cargar sobre esa clase social y ese grupo etario los peores resabios de racismo, odio de clase y violencia cultural.
Para peor, Juan Grabois, referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos y de la Corriente de los Trabajadores de la Economía Popular (aunque Clarín prefiera “líder piquetero” y “amigo del Papa”), denunció que Lanata y su productora habían coaccionado y amenazado al niño de 11 años para decir lo que dijo. También involucró a Diego Kravetz, secretario de Seguridad de Lanús, quien ya había tenido una participación estelar en la represión con tortura a un comedor del MTE en el partido del sur. Está en cada uno creerle o no a Grabois, lo mismo con Lanata. Entre un militante reconocido por todos los movimientos sociales y defenestrado por los multimedios, y el showman estrella del Grupo Clarín, con varias defraudaciones en su haber, desde estas líneas elegimos a Grabois.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Del combativo fundador de Página/12 para enfrentar al menemismo, queda sólo un recuerdo lejano, que mi generación no conoce. [/blockquote]
La ¿entrevista? realizada por parte de Lanata y su equipo a Grabois es un excelente ejemplo de la caricatura en la que se ha convertido el conductor. Simplemente escucharlo cerrar una nota con un “andate a la mierda, Grabois”, es suficiente para entender que su intención nunca fue hacer periodismo sino montar un show, donde él y sus amigotes le dieran a su tribuna lo que querían: incongruencias, chicanas (“un camporista en el Vaticano”) e insultos. Lanata mostró toda su frialdad, repitiendo como robot que no le importaba la denuncia, porque ellos “ganaban todos los juicios”. Grabois, por su lado, volvió a lucir que no se achica con nadie, como ya había dejado claro cuando le dijo a Longobardi que él y sus pares “viven extorsionando gobiernos para obtener negocios”. El dirigente de la CTEP dejó algunas perlas, algunas verdades que a varios nos gustaría decirle a Lanata, porque “no todos estamos tan enfermos de megalomanía” como él. Un cross a la mandíbula.
Del Lanata de los 90’, el combativo fundador de Página/12 para enfrentar al menemismo, queda sólo un recuerdo lejano, que mi generación no conoce. Lo mismo pasa con otros periodistas enfrentados a la cosmovisión lanatista. Basta ver el pobrísimo papel del trío C5N, Roberto Navarro, Gustavo Sylvestre y el más decepcionante Víctor Hugo Morales, en las entrevistas a Cristina Kirchner (donde cumplieron un rol paupérrimo) y a Florencio Randazzo (queriéndole guionar las respuestas al entrevistado). La entrega a mansalva de pauta oficial a cambio de cooptar medios para hacer «klarinismo» resulta hoy en vaciamientos de Grupos enteros, dejando gente en la calle o luchando por cobrar los sueldos adeudados. Sergio Szpolski, Matías Garfunkel (Grupo 23), Cristobal López (Indalo Media), el Grupo Electroingeniería son ejemplos nefastos de la denigración a la que viene siendo sometido el periodismo en nuestro país.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Lo mismo pasa con otros periodistas enfrentados a la cosmovisión lanatista. [/blockquote]
El prime-time se llenó de show y de parafernalias. Ya no hay lugar para la ética, o por lo menos eso nos muestra ¿O acaso es correcto levantar audios de los servicios de inteligencia, obtenidos ilegalmente, para levantar la audiencia? ¿Es profesional armar un informe sin chequear ningún dato sobre la supuesta corrupción en el INCAA? ¿Qué clase de entrevistador no escucha las respuestas del entrevistado y tergiversa permanentemente? ¿Qué nos queda a nosotros, los jóvenes periodistas, si vemos que en la profesión que elegimos convencidos, la profecía de Osvaldo Bayer no se cumple y la ética no siempre triunfa?
Lanata, Longobardi, Sylvestre, Navarro, Del Moro, Kohan, Majul, Szpolski, Garfunkel, Feinmann, Fantino y la lista sigue. Son las caras de aquellos que bastardearon la profesión. Los culpables de enterrar sobre escombros lo que tanto les costó conseguir a los Walsh, los Bayer, los Arlt y los García Lupo: la noción de que el periodismo puede cambiar la realidad, que está para eso. Que es una forma de escupirle en la cara al poder y decirle que acá estamos nosotros, los periodistas. Que no nos vamos a cansar de buscar e investigar cada cagada que hicieron, cada cabo suelto que dejaron. Que elegimos esto porque no estamos dispuestos a dejarnos manipular ni a que ellos decidan quién habla, qué dice, dónde se publica y cuándo sale.
Mientras se fortalezca el SiPreBA, mientras a Tiempo Argentino lo recuperen sus trabajadores, mientras en Radio del Plata la lucha continúe, la esperanza sigue intacta. La ilusión de que ser periodista signifique, de una vez y para siempre, estar del lado de los más débiles y no junto a los poderosos.
Porque el periodismo es ante todo una posición hacia el poder. Y, si no es libre, es una farsa.