Macri apostó por un discurso que no renegó de su carácter político: reconoció el carácter artificioso, polémico e inacabado de los acuerdos políticos. Además, imaginó un horizonte de posibilidad: “Puede funcionar. Está funcionando”, dijo el presidente en el epílogo de su discurso. ¿De verdad está funcionando?
El discurso de apertura de las 136º sesiones ordinarias del Congreso Nacional fue la escena en la que se consolidó, luego de dos años y medio de gobierno y en plena crisis de legitimidad, un nuevo locus de enunciación política en la Argentina. Y, puesto que donde hay un líder hay un orador (y no a la inversa), puede decirse que en este discurso el presidente se reveló (porque, como se sabe, el liderazgo solo es aprehensible en su “revelación” pública) como un líder con voz propia.
En términos ideológicos el discurso presidencial ubica al proyecto de Cambiemos en un intersticio que, como parece haber diagnosticado con agudeza el gobierno, se encuentra vacante en Argentina: un liberalismo político de centro-derecha. El gobierno da señales de comprender que ese espacio ideológico amerita ser ocupado y explotado mediante una agenda capaz de recoger (y de disputar) las grandes demandas del progresismo (con el aborto en el centro de la escena) y las de un liberalismo no conservador con sensibilidad social. No es casual que el discurso haya priorizado el anuncio de objetivos de impronta social y política sobre propósitos específicamente económicos. Y de allí también que se haya mostrado compasivo en la evocación de ese tercero invisibilizado y no parlante que es el trabajador informal (el que “hace lo que puede y no lo que quiere”) que, como otros (padres, mujeres, vulnerables), es excluido de un anhelado “mundo de iguales”. Poco queda en este discurso de aquella meritocracia individualista pregonada en alocuciones previas.
[blockquote author=»» ]El discurso presidencial ubica al proyecto de Cambiemos en un intersticio que se encuentra vacante en Argentina: un liberalismo político de centro-derecha.[/blockquote]
Indudablemente, este giro puede despertar sospechas y resquemores: ¿se trata acaso de un engaño, de una táctica de ocasión, en respuesta a una opinión pública cada vez menos vigorosa en sus expectativas? ¿cómo conciliar este tono ideológico con los debates recientes (seguridad, inmigración) impulsados por sectores del gobierno, orientados en sentido inverso?
Se ha hipotetizado, y eso permite explicar en parte la doble faz del discurso de Cambiemos, que el gobierno es eficaz en la fragmentación de la agenda política, al instalar (y/o hacerse eco de) al menos un doble set de temas y debates, con destinatarios y mecanismos diversos: la agenda mediática, que el gobierno parece usar instrumentalmente y en cuyo barro no mete los pies; y la agenda propiamente política, en la que, contrariamente, se exhibe el compromiso personal de los funcionarios del gobierno. Es que el discurso macrista es más que la suma de sus enunciadores individuales: se trata de un artefacto complejo, multifacético y polifónico, cuyo vértice visible, el que ocupa el presidente, busca consolidarse como la encarnación de un liberalismo posible en la Argentina post-kirchnerista.
Esa figura de liderazgo toma cuerpo en una impostura (que no por ello es una simulación) discursiva en permanente construcción. Se dijo mucho sobre la imagen de Macri como líder: futbolero pero no barrabrava, popular pero no populista, empresario pero no calculador, millonario pero no soberbio. Se ironizó mucho sobre sus gestos no buscados, sus torpezas y sus gaffes. Pero en este discurso Macri se hizo eco de esos estereotipos y se mostró despojado de ingenuidad: “Yo sé” parece haber sido su postura, una que afirma y concede, que avanza y retrocede, en un gesto dialoguista y optimista pero no iluso. Es decir: una postura política.
Porque este fue, a diferencia de otros, un discurso que no renegó de su carácter político: reconoció el carácter artificioso, polémico e inacabado de los acuerdos políticos (“estoy a favor de la vida, pero también estoy a favor de los debates maduros y responsables”, “existe una tensión entre seguridad y democracia”) y porque imagina un horizonte de posibilidad: “Puede funcionar. Está funcionando”, dijo Macri en el epílogo, casi como una auto-revelación.
[blockquote author=»» ]“Puede funcionar. Está funcionando”, dijo Macri en el epílogo, casi como una auto-revelación.[/blockquote]
Esa impostura es menos la de un gurú o la de un cheerleader que la de un entendido: un ingeniero que alude metafóricamente a la construcción de un edificio, con sus vigas y sus bases de hormigón, pero también alguien que vivió en carne propia a la “mala policía” y conoce la doble cara del poder; en suma, un líder político que conoce el verso y el reverso de las cosas.
Desde esa posición de enunciación Macri le habló este 1º de marzo a un auditorio amplio y sin mayores divisiones. Si, tradicional y reglamentariamente, los destinatarios oficiales del mensaje de apertura de sesiones son los legisladores allí presentes. Pero por momentos Macri designó –como suele ocurrir– destinatarios adicionales, a los que interpeló en segunda persona (“ustedes, los argentinos que me están escuchando”) y entre los que, en muchos casos, se incluyó (“nosotros los argentinos sabemos”). Es que el lenguaje nos permite fragmentar al auditorio, informando y dando entidad al sujeto político allí invocado. Ese sujeto aparece en este caso como indiviso y despojado de tensiones irreconciliables.
Los adversarios son, en el corto plazo, designados como una mera parte segmentable del universo político. Estos son, a grandes rasgos, dos: los aceleracionistas y los conservadores, los que cuestionan el gradualismo y los que no quieren que nada cambie, los que esperan transformaciones radicales y los que quieren mantener los restos (que son los logros) del pasado. En el largo plazo, el adversario es en cambio más feroz: el desequilibrio fiscal lleva “décadas de desorden”, hace 70 años que la inflación es “instrumento de la política”. Es en ese tiempo largo donde debe operar, entonces, el cambio. Explorar y transitar los matices de ese nuevo locus político en el que un líder, sus seguidores y una lógica de ideas (es decir, una ideo-logía) hacen sistema es el desafío de Cambiemos en vistas a su consolidación como fuerza política en los años venideros.