Pascual Vuotto y su hija Themis siempre estuvieron por una cinta roja. La que él le envió mientras estaba en la cárcel por un único delito: ser anarquista. Una historia de los años 30. Una historia de poesía, cárcel y lucha social.
La cinta roja ya no es tan roja, y hasta parece más larga que hace algún tiempo. Deben ser los nudos y desata nudos de todos estos años. Ahí están esas cartas que más que cartas son poesías. Themis vuelve a agarrarlas una vez más y a maldecirlas. Su padre, Pascual Vuotto las escribió en aquella fría celda de Bragado con un amor que nunca pudo demostrarle cuando la tuvo enfrente. La lucha anarquista en aquellos convulsionados años 30 en la Argentina le habían obligado a crear una costra protectora a su corazón, que también le había vedado el amor hacia su hija.
Themis nunca dudó de la inocencia de su padre pero tampoco dejó de culparlo. Sabía, sin necesidad de pruebas, que su padre no había puesto en la casa de José Blanch aquel explosivo que terminó con la vida de la hija y la cuñada del dirigente del Partido Conservador. Ni él ni los otros cuatro militantes anarquistas que terminaron en la cárcel habían participado del atentado en el mediodía del 5 de agosto de 1931. Pero sí lo sabía culpable de haber puesto en primera línea sus ideales sociales aún a riesgo del amor de sus hijos, algo que Pascual nunca se cuestionó. Ni siquiera cuando ya viejo y enfermo seguía puteando a los conservadores mientras las escaras le carcomían el lomo.
Aquel cajón de manzanas repleto de explosivos fue puesto en la casa de Blanch por un perturbado opositor en la interna del Partido Conservador, Rafael Chulivert, quien recién confesó el crimen muchos años después. Los policías prefierieron seguir sus prejuicios ideológicos, aunque en varios meses de tortura no lograron ninguna confesión de los dirigentes anarquistas. La Justicia también prefirió creer en lo que quería creer y los condenó. No había pruebas de su participación en el atentado pero eran obreros y anarquistas, eso ya los acercaba a la condena.
Después de 11 años de reclusión, Julián Ramos, Reclus De Diago, Juan Rossini, Santiago Mainini y Pascual Vuotto salieron del presidio. La presión popular había logrado la reducción de una pena a todas luces injusta, basada en las declaraciones del médico policial, el mismo que fue el encargado de supervisar las torturas. Las secuelas de esos tormentos habían hecho estallar el ojo izquierdo de Pascual y lo tenían mal “de los nervios”, como decían sus vecinos.
En febrero de 1993 Pascual murió pocos meses antes de cumplir 90 años. En sus últimos días, cuando su cuerpo parecía copiar hasta los pliegues de las sábanas y su delgada voz no dejaba de repetir consignas anarquistas, Themis esperó unas palabras de amor que la injusta Justicia le había alejado cuando era niña. No llegaron.
Fueron los nietos quienes le permitieron a Themis superar la obcecada militancia paterna y la convencieron, casi obligaron, a presentar el 7 de junio de 1995 en la Corte Suprema de Justicia una demanda contra la provincia de Buenos Aires. El dinero no le devolvería una infancia sin padre pero permitiría una reparación económica a un dolor invaluable.
«Con mi padre, me enfrenté desde que tenía un año. El poco tiempo que lo podía ver tenía que estar en un costado de la cárcel porque él tenía que hablar por su libertad. Entonces, no supe lo que era la caricia, el beso, la explicación de un padre”, contó Themis al diario La Nación.
Para Pascual Vuotto, el amor por su hija Themis estaba incluido en el amor a una sociedad de iguales, que lo obligaba a gestos combativos, entrecejos endurecidos y dureza afectiva. La poesía solamente floreció en las cartas y la dulzura únicamente se desplegó en el papel que Themis leía todas las semanas con avidez y que envolvió en una cinta roja que ya no es tan roja.