La Marcha Nacional por la Educación planta bandera frente a la crisis en la que se encuentra la educación superior y el sistema científico. El ajuste llevado adelante desde el gobierno ha aunado a diferentes sectores que, a pesar de lo legítimo de su reclamo, todavía no logran cuajar un discurso que interpele a la sociedad en su conjunto.
La escena para repetirse al igual que en la película “El día de la Marmota” (1993). Al despertarnos, y chequear los medios, nos encontramos con el mismo escenario una y otra vez: un ofrecimiento salarial que no cambia, facultades tomadas, universidades en crisis, rectores en malestar constante. Así, para aquellos que transitan el sistema de educación superior y el sistema científico en Argentina las últimas semanas los encuentra en el intento de sortear una situación que poco a poco se torna angustiosa y donde la búsqueda de buenos augurios parece resultar casi una quimera. El gobierno, por su parte, intenta reducir el reclamo a una mera lucha corporativa por los salarios, desmintiendo el ajuste en la medida de lo posible.
Son momentos como este, contrariamente a lo que uno imagina, cuando resulta central poder generar una perspectiva que nos permita comprender cómo se arribó a este punto conflictivo. Una perspectiva que no sólo abarque los últimos meses y, de alguna forma, busque un origen al conflicto que el día 30 de agosto tendrá un hito importante en la Marcha Nacional por la Educación que promete ser multitudinaria.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Desde el año 2016 resulta dificultoso encontrar alguna noticia que refiera en forma positiva tanto a las políticas de educación superior en particular, como a las de ciencia y técnica en general.[/blockquote]
Desde el año 2016 resulta dificultoso encontrar alguna noticia que refiera en forma positiva tanto a las políticas de educación superior en particular, como a las de ciencia y técnica en general. Sin ir más lejos, fue justamente dicho año el que nos encontró frente a una toma del CONICET y el primer vaticinio de lo que sobrevendría: una drástica reducción en los ingresos de nuevos investigadores a la institución.
Posteriormente, aunque en forma menos visible, las noticias adversas continuaron. Menos subsidios, falta de insumos, ahogo presupuestario, dificultad para avanzar en los planes de infraestructura. Paralelamente, el gobierno avanzó desde lo mediático y dio lugar a una discusión “clásica” acerca de la educación superior y su “utilidad” o “eficiencia”, poniendo en tela de juicio sus señas identitarias principales: la de ser pública y gratuita.
Así, nos encontramos frente a un escenario que expone crudamente la crisis estructural de nuestro sistema de educación superior, ciencia y tecnología. Paradójicamente, frente a ese embate, se hacen patentes las dificultades que tenemos quienes formamos parte para encontrar consignas claras y un mensaje que permita permear masivamente a gran parte de la sociedad que, quizá involuntariamente, se hace eco de algunas de las descalificaciones que sufren nuestros científicos y docentes desde distintos sectores del oficialismo. Es en este contexto, y frente a una tensión creciente, que resulta fundamental asumir la complejidad del conflicto y las limitaciones de nuestros discursos, para así poder avanzar en la construcción de un mensaje masivo y claro.
¿Cuál es el punto aquí? El punto es político, el punto es la política. Aunque parezca ilógico, mientras la crisis avanza, una gran masa de integrantes del sistema científico-técnico se muestra incapaz de analizar las “políticas heredadas”, sus virtudes y debilidades. La impericia en algunos aspectos de quienes gobernaron hasta 2015 no debe quitar el foco de las conquistas alcanzadas y la idea, mejorable por cierto, de una política científica coherente, que permitió cierta previsibilidad y permitió vislumbrar algunos avances concretos en materia tecnológica. Lo mismo cabe para las políticas universitarias, aun cuando se puedan realizar críticas retrospectivas a la discrecionalidad o falta de criterio en la administración presupuestaria.
[blockquote author=»» pull=»normal»]El gobierno avanzó desde lo mediático y dio lugar a una discusión “clásica” acerca de la educación superior y su “utilidad” o “eficiencia”, poniendo en tela de juicio sus señas identitarias principales: la de ser pública y gratuita.[/blockquote]
Pensar en los logros y avances fue lo que también llevó, promesas mediante, a pensar en continuidades (cuya garantía era el ministro Lino Barañao). Tal vez, por primera vez, en ilusiones y no en desencantos. Poco a poco, aquellas ilusiones se fueron esfumando. Hoy el escenario nos muestra nuevamente repitiendo la frase más temida, aquella que habla de que la ciencia y la técnica deberían ser “política de Estado” y la educación superior publica, gratuita y de calidad. Sin embargo, al margen de las consignas, el mensaje no parece tener la potencia suficiente.
Contrariamente al sentimiento que podría despertar la amenaza de volver a un pasado -no tan lejano- oscuro, hoy la política científica pareciera ser un campo de batalla, de lógicas mezquinas, de estrategias individuales de salvación, de merecimientos propios y atajos ajenos. Asistimos así a debates que poco tienen que ver con el centro de los reclamos, con el peligro real que corre todo nuestro sistema científico. Situación que las movilizaciones recientes están logrando revertir, o al menos eso es lo que se intenta.
Asistimos a un escenario en el cual una parte de la comunidad parece mostrar dificultades para comprender que lo poco o mucho realizado está siendo destruido, y que cualquier flaqueza, yerro o desliz es realzado por parte de quienes nos gobiernan en pos de legitimar una política de ajuste. Cada día que pasa, la situación se agrava. Las acciones de protesta deben traer masividad al reclamo, pero sobre todo contundencia y claridad para hacer llegar el mensaje allende los claustros. Un escenario en cual la frase dicha por Jorge Sábato hace ya varias décadas vuelve, lamentablemente, a tomar relevancia: “Se necesitan quince años para crear una institución científica de primer nivel, pero solo dos para destruirla”.