El yacimiento de Vaca Muerta resuena hace tiempo como la esperanza de la golpeada economía argentina. Su explotación ha dado los primeros resultados pero eso todavía no se plasma en una mejoría en los términos de intercambio.
Al día de hoy Vaca Muerta es el tercer reservorio energético de Sudamérica, después de la franja del Orinoco en Venezuela (cuya explotación, por otra parte, no parece estar garantizada dada la continua caída de la producción en ese país) y los recursos pre-salt en el mar de Brasil.
Vaca Muerta representa ya una séptima parte de la producción de petróleo de Argentina, y más de un tercio de la de gas. Su explotación va a tender a bajar los precios del gas en el Cono Sur (incluso en Brasil, si es que vuelve a ser nuestro cliente). Ya lo hace en Argentina, donde permite evitar importarlo a precios más elevados, así como en Uruguay e incipientemente en Chile, como veremos más adelante.
La producción del yacimiento crece rápidamente y la Secretaría de Energía proyecta que la industria de los hidrocarburos pudiera realizar exportaciones por un monto comparable al del complejo agroindustrial.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Vaca Muerta representa ya una séptima parte de la producción de petróleo de Argentina, y más de un tercio de la de gas. Su explotación va a tender a bajar los precios del gas en el Cono Sur.[/blockquote]
¿Será esto, realmente, lo que se llama tener la vaca atada? Si bien la estimación oficial tiene bastante de hipotética, el potencial de Vaca Muerta merece atención. Aquí voy a introducir dos temas: la situación de YPF y las exportaciones de gas, ya que en otra parte me he referido al sobreprecio pagado a algunos productores para consumo interno.
YPF, ¿CLAVO U OPORTUNIDAD?
YPF es la empresa más grande de la Argentina y una de las más antiguas. Es la iniciativa industrial más importante del Estado nacional y siempre fue un activo sólido desde el punto de vista financiero, al punto de que fue utilizada como garantía para préstamos al Tesoro durante la última dictadura militar.
Cuando fue convertida en sociedad anónima y privatizada, YPF produjo dividendos por cientos de millones de dólares cada año, superando los mil millones en un par de casos. Esto sucedió incluso con una producción menguante y un precio interno del barril de petróleo inferior al internacional, situaciones que se han revertido en gran medida.
Sin embargo, desde que el control de la empresa pasó a manos del Estado dicha cifra se redujo drástica e inmediatamente (35 millones el año pasado). Podría pensarse que conserva un valor positivo por un mero simbolismo contable y su incidencia en la cotización de las acciones, pero en la práctica la ganancia es cero.
Para poner estas cifras en perspectiva, recordemos que el Tesoro pagó 6.000 millones por cerca de la mitad del paquete accionario -como indemnización por la expropiación-, y que por lo tanto, promediando los beneficios obtenidos desde entonces, tardaría unos tres o cuatro siglos en recuperar ese monto.
Podría interpretarse que esta caída en la rentabilidad se debió a una política que prioriza la inversión, y probablemente ésta sea parte de la explicación. Después de todo, la producción ha crecido. Sin embargo, la misma se estancó en el último año y medio.
Dicho amesetamiento es compatible con que la empresa representa hoy sólo la mitad de la producción nueva (era cerca del 90% en 2014). Una muestra de cómo las nuevas perforaciones se reparten entre cada vez más jugadores se puede ver en el cuadro que presentamos aquí.
Está claro que la llegada de algunos norteamericanos a Neuquén era inevitable si se pretendía avanzar rápidamente con el fracking, ya que eran los únicos en el mundo que dominaban el procedimiento. El kirchnerismo lo entendió así y habilitó la participación de Chevron, y luego de algunas empresas más, pues la capacidad financiera y operativa de YPF era limitada. Cambiemos no hizo más que seguir la tendencia, y así la parte de mercado de YPF parece tender a reducirse más aún.
La gestión actual de la empresa afirmaba hace un año tener un plan quinquenal para bajar los costos un 20%, aumentar la producción un 25, repartir utilidades y desendeudar la empresa…
PIERDE EL INTERMEDIARIO
Las grandiosas proyecciones de exportación de gas del gobierno pasan más por remitirlo en barco hacia otros continentes, pero no deja de ser interesante considerar la realidad más inmediata.
El saber popular suele señalar que el intermediario es quien se queda con la mejor parte. Sin embargo, no es el caso de la Argentina en el comercio del gas natural. En efecto, el país está volviendo a hacer de puente entre Bolivia y Chile, pues le compra al primero y le vende al segundo, perdiendo plata en el camino. Pero para enfocar el tema daremos un pequeño rodeo.
El análisis se basa en que, a diferencia del petróleo, el gas natural es difícil de transportar por barco. Ello requiere un previo proceso de conversión al estado líquido (licuado) y luego otro de regasificación, lo que aumenta mucho los costos en relación al transporte por gasoducto.
Ahora bien, al mejorar la producción en Argentina, Uruguay pudo evitar instalar una planta de regasificación, como proyectaba hacer, y consigue efectivamente un mejor precio en el gasoducto que cruza el puente Paysandú-Colón.
Pero en la República Oriental casi nadie tiene gas natural, es un mercado de sólo 50.000 hogares y unas pocas industrias, aunque tal vez llegue a desarrollarse más. Chile es un mercado más importante: consume hoy 15 millones de m3 diarios, una octava parte que Argentina. Sin embargo, llegó a utilizar 30 millones hacia 2004, antes de que la caída en nuestra producción convencional nos inhibiera de seguir exportándoles. Lo de Chile puede no parecer mucho, pero recordemos que la presencia del gas natural en la matriz energética argentina no tiene equivalente en Sudamérica, y que consumimos más que Brasil; de hecho, la mitad del gas natural que se quema en el continente ocurre en nuestro país.
Así fue que Chile debió instalar dos plantas de regasificación y traer barcos desde costas lejanas para suplir, parcialmente, la merma argentina.
Sin embargo, el incremento en la producción de Vaca Muerta y el consecuente sobrante hizo posible que este verano se retomen, después de 11 años, las exportaciones a Chile, y la tendencia es que Argentina vuelva a convertirse en su principal proveedor del fluido.
Dichas exportaciones se están haciendo a un precio de unos 4,20 dólares por millón de BTU, según los resultados de las licitaciones convocadas por los importadores chilenos. El tema es que mientras tanto Argentina está importando gas natural desde Bolivia a 7, según estipulan los mecanismos de ajuste del precio establecidos en el contrato firmado con ese país.
[blockquote author=»» pull=»normal»]El saber popular suele señalar que el intermediario es quien se queda con la mejor parte. Sin embargo, no es el caso de la Argentina en el comercio del gas natural. [/blockquote]
El contrato con Bolivia tiene vigencia hasta 2026, por lo que el desbalance tiene para rato. Así las cosas, tal vez convendría realizar otro tipo de contrato en la exportación a Chile, cuya realidad hoy es la importación de gas licuado a un precio que ronda los 8, obteniendo un gran ahorro dadas las condiciones vigentes de transferencia desde nuestro país (50%). Bajo el esquema actual, el único beneficio que obtiene el Estado argentino de esta exportación son las retenciones correspondientes, es decir cuatro pesos por dólar, un 11% al cambio actual, a lo que se agrega lo que pueda sumar el impuesto a las ganancias (recordemos que las exportaciones no pagan IVA, por lo que el fisco obtiene menos que con la venta al mercado doméstico).
Es más, al día de hoy Argentina todavía importa una pequeña cantidad de gas desde Chile en época invernal, a un precio 28% superior al boliviano pues el primero ha sido licuado y viene de otro continente, lo que necesariamente lo encarece. Es decir que exportamos al país trasandino a cerca de 4 e importamos de él a más de 9. Esto sucede porque el volumen exportado es por ahora interrumpible (en caso de requerirlo la demanda interna) mientras que el importado es firme. Pero también porque YPFB tiene el monopolio de la exportación boliviana, mientras que dos docenas de productores y potenciales exportadores argentinos compiten entre sí; tal vez la situación sería diferente si la exportación estuviera centralizada, como lo está la importación.
El Estado argentino podría afinar la puntería para optimizar los beneficios que obtiene de Vaca Muerta, pues las fuerzas del mercado no lo harán por sí mismas.