La derrota en la Guerra de Malvinas y el triunfo de Alfonsín fueron los hitos de la peculiar transición democrática argentina. En días de conmemoraciones, indagaremos sobre el lugar de Alfonsín en la construcción de un orden democrático que lo tuvo como protagonista, pero que también lo trascendió.
Los artículos que conmemoraron la figura de Alfonsín en el décimo aniversario de su muerte resultan en su gran mayoría de gran interés. Como si aquel momento histórico y la figura evocada inspiraran un tipo de reflexión acorde, que encontramos cada vez menos en la prensa diaria.
Estos escritos en general vinculan a Alfonsín con sus políticas públicas, además de resaltar su personalidad. Hay consenso en ese recuento, no sólo en la enumeración de las decisiones clave, sino también en su evaluación. El Juicio a las Juntas, la paz con Chile, la creación del Mercosur, el impulso al grupo de Contadora y la ley de divorcio son -entre otras- las medidas en general vistas como positivas. El fracaso de la gestión económica – simbolizado en la hiperinflación-, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida son algunos de los hitos negativos de su gestión.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Nuestra perspectiva es que el mayor legado de Alfonsín fue su capacidad de construir una voluntad política nueva en Argentina, que a la postre resultó el fundamento de la democracia y, probablemente por eso, permitió el periodo más prolongado de vida civil en la Argentina, más de treinta y cinco años a día de hoy.[/blockquote]
Aquí quisiéramos ensayar un enfoque complementario y, por tanto, en cierto modo diferente. Nuestra perspectiva es que el mayor legado de Alfonsín fue su capacidad de construir una voluntad política nueva en Argentina, que a la postre resultó el fundamento de la democracia y, probablemente por eso, permitió el periodo más prolongado de vida civil en la Argentina, más de treinta y cinco años a día de hoy.
Hemos escrito “construir” una voluntad política nueva. Pero esa palabra no es la mejor. Alfonsín no fue el gran escultor único que modeló un nuevo país. La política no admite este tipo de gestos. Alfonsín fue sí el primero que captó algo que ya estaba en el ambiente, pero no cristalizado todavía, sino como fragmentos potenciales de un ánimo nuevo. Quizá él vio antes que otros esos fragmentos reunidos, articulados para formar un horizonte a través del cual muchos se empezaron a reconocer. Reconocer, en efecto, porque de algún modo ya éramos eso. Fue lo que nos permitió, por qué no decirlo, sacar lo mejor de nosotros como comunidad política. Trazamos una de las mejores páginas de la historia nacional en términos de vida colectiva. No porque lográramos todo, ni mucho menos, sino porque pudimos al fin edificar el pilar insustituible de cualquier ambición ulterior.
La capacidad de anticipar un futuro y hacerlo posible al proponerlo tiene un nombre en el dialecto académico: performatividad. Hacer algo nombrándolo, como cuando un ministro se convierte en tal porque jura su cargo: lo es porque lo dice en el mismo instante de hacerlo. De un modo más llano, si se quiere, podríamos llamarlo profecía autocumplida: ver las señales de cosas aún distantes. Esas cosas no son del que las ve, sólo lo es su reunión, su posibilidad como conjunto que es más que la suma de las partes. En la Argentina esas cosas ya existentes que proyectaban señales eran, sin duda, los movimientos en favor de los derechos humanos como la APDH y, sobre todo, las Madres de Plaza de Mayo, cuya lucha inicial, al desamparo en medio de una ferocidad inaudita e implacable, no les impidió el gesto éticopolítico imborrable: considerar a todos los hijos sus hijos. Pedir por todos ellos y no sólo por los propios anticipaba la comunidad política democrática -en sentido fuerte de igualdad de membresía y consideración- que de algún modo, al menos en ese gesto fundador, maternal, era ya imparable.
¿Cuándo fue que Alfonsín comenzó a percibir esas señales y, a la vez, a hacer posible su cristalización en un conjunto nuevo superador? Probablemente Malvinas fue el punto de inflexión. Al no sumarse a aquel letal manotazo de ahogado de la dictadura, estaba separando dos cosas que venían unidas en el imaginario político de las últimas décadas: los sueños políticos con la fuerza y la imposición, la coagulación del sentido comunitario a través de la militarización de la vida.
[blockquote author=»» pull=»normal»]Alfonsín pudo, quiso y supo ver, en medio del ruido de una Plaza de Mayo que aún vitoreaba la aventura, una posibilidad que incluso anidaba también en los allí presentes. Justo la opuesta: construir una vida colectiva sobre el respeto de los derechos humanos.[/blockquote]
Alfonsín pudo, quiso y supo ver, en medio del ruido de una Plaza de Mayo que aún vitoreaba la aventura, una posibilidad que incluso anidaba también en los allí presentes. Justo la opuesta: construir una vida colectiva sobre el respeto de los derechos humanos, con todo lo concreto que eso significaba tras el terrorismo de Estado, la vía armada y los años de golpes de Estado y proscripción de la mayoría política. En ese sentido, podría decirse que aquellos años reconciliaron en buena medida la democracia argentina con lo mejor del liberalismo político: la tolerancia, el respeto por el otro y la vigencia de los derechos humanos. Ese fue entonces el inédito pilar éticopolítico que hizo y hace posible el mayor período de la democracia en Argentina. Sólo una legitimidad tal permitió que la democracia proyectara con sólida luz los valores inherentes a sus reglas del juego, para que éstas pudieran encauzar crisis como las de 1987, 1989, 1991-92 y 2001, entre otras.
El rezo laico del Preámbulo de la Constitución, que no casualmente cerraba los actos; la convocatoria a las distintas —y otrora enfrentadas— identidades políticas a que se sumen al camino nuevo; la idea de asegurar la paz y la democracia para cien años fueron los momentos performativos de definición de esa nueva comunidad política. El Juicio a las Juntas quizá terminó de perfilar lo que ya estaba en marcha. Fue más resultado que causa de todo aquello.
Y tal vez la prueba más convincente de que adivinar esas señales de lo por-venir fue el máximo logro de Alfonsín es que eso que ayudó a crear acabó superándolo y escribiendo la zona gris de su gobierno. Fue acaso el testimonio más elocuente de lo que significa un legado. Aquello que tenía que durar cien años ya había sido creado.