La candidatura de Pichetto y la incorporación de Massa al «Frente de Todos» han terminado por desmembrar al tercer espacio de algunos de sus nombres más rutilantes. La persistencia de Lavagna cobra otro sentido en este contexto, la tercera vía sobrevive a pesar de todo.
La respuesta a la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente del espacio kirchnerista demoró unos días, pero finalmente se hizo pública. Miguel Ángel Pichetto, sempiterno hombre de las roscas legislativas, fue nombrado por Mauricio Macri como su candidato a vicepresidente. Al mismo tiempo, el kirchnerismo aceleró sus negociaciones con Sergio Massa y lo que restaba del Frente Renovador, solo basta ver cómo encuadrara al tigrense en la nueva coalición ampliada. Esos movimientos fueron interpretados por muchos analistas como parte de una estrategia en espejo que conjuga dos facetas: la mitigación de los rasgos más sectarios de cada uno de los espacios políticos y, como contraparte, una carta de intención de conquistar a los dirigentes y electores que bregaban por una tercera alternativa.
En principio, ni Fernández ni Pichetto parecen aportar un caudal de votos propios, de adhesión directa a sus figuras, por el contrario vienen a ofrecer una nueva variante a la grieta que atraviesa la política argentina: cambiar algo para que nada cambie. Ambos se ofrecen como posibles polos de atracción para el amplio elenco de gobernadores, en su mayoría peronistas, que durante estos años se han mostrado prescindentes con respecto a la polarización y, en cierta medida, de la política nacional. Siendo garantes de gobernabilidad a través de sus legisladores, pero no a modo de aliados estables sino dispuestos a cooperar con el mejor postor. Siendo oficialistas u opositores según las circunstancias así lo indicaban. Rasgo que tiene menos que ver con la inescrupulosidad de estos actores que con las distorsiones e incentivos que nuestro curioso ensamblaje institucional de raíz federalista ofrece. Los gobernadores negocian por conveniencia, no necesariamente por convicción.
[blockquote author=»» pull=»normal»]En principio, ni Fernández ni Pichetto parecen aportar un caudal de votos propios, de adhesión directa a sus figuras, por el contrario vienen a ofrecer una nueva variante a la grieta que atraviesa la política argentina: cambiar algo para que nada cambie.[/blockquote]
Los vaivenes, trascendidos y rumores políticos de estas últimas semanas han ganado otro sentido a raíz de estas últimas definiciones. El portazo de Roberto Lavagna y la ratificación pública de su candidatura en el espacio Consenso 19 se veía como un desplante del veterano economista, preso de sus veleidades personalistas y su negativa de competir en una PASO con los otros referentes del peronismo alternativo. Los movimientos posteriores de sus otrora compañeros de ruta –cuyo corolario fue la candidatura de Pichetto pero que tuvo otros episodios previos– dejaron en claro la poca voluntad dentro de Alternativa Federal para preservar al tercer espacio y la intención de algunos de ellos por formar parte de las fuerzas que han retroalimentado la polarización política. Lavagna, tras su intempestiva salida, enfatizó su discurso anti-grieta y mostró cierta lealtad a sus aliados progresistas que, hasta el momento, han sido su más importante baza.
La intención de las dos principales fuerzas de la política argentina por esquilmar las posibilidades de un tercer espacio se ha vuelto manifiesta y han tenido relativo éxito en lo que respecta al reclutamiento de dirigentes que, antes que eso, miraban con interés una posible alternativa o, tal vez, se mostraban indecisos frente a la trampa que les representaba la grieta tal y como estaba planteada. La imagen muestra, a primera vista, que Lavagna quedó como un perro solitario ladrándole a la grieta, mientras sus compañeros, desconfiados, huyeron cual roedores a la busca de cobijo frente a la tormenta que se avecinaba. El candidato de Consenso 19 mostró cierta coherencia durante todo el proceso, pero es bien sabido que esa es una virtud que no necesariamente da rindes en las contiendas electorales.
El renombrado Consenso Federal 2030 logró unir las candidaturas de Lavagna y Urtubey, y aunar así los restos de una tercera vía menguada. El desafío para el nuevo frente es grande, pero también lo puede ser la ganancia ante un espacio que pasó de estar sobrepoblado a quedar completamente desguarnecido. En primer lugar, es perentorio que fortalezca su construcción política y territorial, debe avanzar en el reclutamiento de algunas de las figuras que durante el breve momento de apogeo de Lavagna se interesaron en posar junto a él e intercambiar pareceres. El mismo proceso de integración de las figuras de Alternativa Federal a los otros espacios puede dejar algunos heridos en el camino (Graciela Camaño es una de ellas), será fundamental tener la ambulancia pronta para recogerlos. En segundo lugar, está la inquietud con respecto al electorado, que puede no responder del modo esperado ante los movimientos de camarilla que dieron forma a dos fórmulas y que aspiran a aumentar la polarización desde la ampliación de los espacios respectivos. El volumen de ese electorado indeciso o reactivo a la polarización y su capacidad de sobrevivir a la pugna durante dos vueltas electorales que alentará sistemáticamente el voto útil por la negativa es donde radica la esperanza de subsistencia de ese tercer espacio que, huelga decirlo, no vive sus mejores momentos.
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La candidatura de Lavagna y la prosperidad de Consenso Federal 2030 están atadas a un sinfín de condicionales futuros (el primer estadio será la elección santafesina), de su capacidad de reacción frente a un escenario político que se reconfiguró pero sin cambiar en lo sustantivo. La opinión de algunos analistas es que el efecto centrípeto de la polarización terminará por ahogar las posibilidades de esa tercera vía, así lo señala la literatura. Esto ha mostrado sus efectos en los dirigentes, pero resta por verse qué ocurrirá con el electorado. En la pervivencia de esa porción de los votantes, que se mostraron particularmente persistentes en 2015, residen las posibilidades –pocas o muchas– para Lavagna y Consenso Federal 2030. Sus aliados miran la candidatura como un medio más que como un simple fin, como la posibilidad de conquistar representación parlamentaria y relanzar un espacio progresista con vocación nacional, el optimismo inicial fue virando hacia un más llano realismo, sobre todo luego de la incorporación de Urtubey a la ecuación.
En el trajín de estas últimas semanas se sellaron los acuerdos para ampliar y redefinir a los espacios que alimentan la polarización política argentina: «Frente de Todos» y «Juntos por el Cambio» son los sellos renovados para un nuevo capítulo de la misma disputa. Consenso Federal 2030 viene a llenar el lugar que el extinto Frente Renovador ocupó en 2015, su caudal electoral está por verse, pero será decisivo para la configuración del escenario en las primeras dos vueltas y un hipotético ballotage, el ninguneo que le prodigan algunos de los protagonistas de los otros espacios esconde un temor cierto con respecto a este último punto. Ya sonó el disparo de largada, resta ver quiénes van a llegar y en qué condiciones.