Héctor Aguer, en una de sus habituales intervenciones de crítica cultural, cargó contra la periodista Luciana Peker y su condición de judía. El judaísmo en entredicho: la religión, la cultura y la ética.
I.
Deberíamos comenzar esta reflexión desde el origen mismo de nuestro tiempo. Y cuando me refiero a nuestro tiempo, hablo del tiempo cristiano. Porque la “Historia Universal” es cristiana. Una Historia que además no incluye al universo sino que es la humanización desde el cristianismo de la universalidad y del tiempo, una construcción imaginaria que determina un nuevo inicio desde el año cero que traza un antes y un después y que es determinado políticamente por un determinado paradigma religioso. Como escribió tan acertadamente Bruno Bauer cuando, al reflexionar sobre la emancipación del los judíos en la Europa moderna, estaba en realidad sacando a la luz el problema del Estado nación moderno construido sobre la base del Estado cristiano que hacía de la ya proclamada secularización una imposibilidad: “¿Quieren los judíos convertirse en «ciudadanos» en el Estado cristiano? Preguntad, por lo tanto, primero, si éste conoce ciudadanos y no solamente súbditos”.
Si la madre del Mesías encarnado como Dios en la tierra fue fecundada por obra del Espíritu Santo, entonces desde el inicio del paradigma cristiano ni el goce ni el deseo forman parte de la sexualidad femenina.
Y si la historia universal se construye cristianamente es porque la ligadura revolucionaria producto de la vida y la palabra de Jesús-Mesías como Hijo de Dios encontró en la institución política hegemónica de los tiempos posteriores al Mesías la herramienta y la forma de convertirse en Historia, Tiempo y Territorio. De igual manera, el Imperio Romano encontró en la religión naciente la fuente más profunda y radical de legitimación celestial y terrenal: si el Hijo de Dios encarnó en forma humana entonces la soberanía divina se transformó para siempre y ya no se encuentra solamente en los cielos, sino también aquí en la tierra. Dios encarnado, su palabra, es la ley que une la dimensión de lo divino con la dimensión de lo mundano. Por otro lado, esta encarnadura divina en forma humana jamás podría o puede ser parte de la tradición judía, ya que toda la historia de los judaísmos no sólo es la historia de la negación del Mesías sino también de la imposibilidad de que la soberanía divina se materialice terrenalmente. Es por ello que Flavio Josefo confundió la caracterización del judaísmo como una teocracia en su gran obra Sobre la antigüedad de los judíos, ya que el judaísmo no concibe la posibilidad de una representación o gobierno divino en la tierra, ni siquiera en la corta y catastrófica época de las monarquías bíblicas. Al contrario, la única teocracia posible es la cristiana. Más aún: nuestro tiempo histórico en realidad es la historia de las transformaciones de la teocracia cristiana.
En este contexto, es también interesante reflexionar en torno a los orígenes de la propia tradición cristiana que, como recién expuse, constituye nuestra materialidad histórica así como las formas de dominación simbólica: si la madre del Mesías encarnado como Dios en la tierra fue fecundada por obra del Espíritu Santo, entonces desde el inicio del paradigma cristiano ni el goce ni el deseo forman parte de la sexualidad femenina. En este sentido, y ante todo, Putita golosa de Luciana Peker es el polvo inicial que viene a devolverle a la historia el goce.
II.
Desde el momento en que terminé de leer el texto escrito por Monseñor Héctor Aguer sobre la literatura de género me sentí interpelado a reflexionar sobre sus palabras y, en especial, sobre su caracterización del judaísmo. En este sentido, su mirada sobre el tema no sólo es simplista sino que esconde un uso político y peligrosamente ideológico de lo judío en el que lo convierte en una totalidad que sirve para juzgar éticamente a las personas y, en este caso particular, la “condición judía” de Luciana Peker. Las palabras de Aguer son estas:
“Luciana Peker menciona su condición judía, pero no se encuentra en el libro el menor asomo de consideración ética, sino un crudo materialismo. Uno se pregunta si conocerá la Torá, los Nebiyîm, y los Ketubîm, que expresan la revelación de Dios al pueblo elegido de la Primera Alianza, y que como toda la Biblia son Palabra de Dios también para nosotros, los cristianos”.
En primer lugar, me parece llamativamente intencionado utilizar el concepto de “condición judía” para hablar del judaísmo de Peker. Digo esto porque es esta caracterización la que fue utilizada para dar cuenta del problema que lo judío representaba desde sus inicios para la Modernidad y el naciente Estado nación. La “condición judía” es el paradigma mismo de la otredad de la otredad como se veía al pueblo judío desde la mirada moderna, nacional y cristiana. Un concepto que nace como caracterización de su imposible homogenización a los valores modernos y termina siendo la causa misma de la necesidad de su exterminio en los hornos de Auschwitz.
En segundo lugar, es interesante leer la manera en que Aguer reproduce, sin aclaración alguna y dando a entender que uno es judío de una sola manera, la idea de que el judaísmo es solamente una religión y que además esta religión se reduce al texto bíblico. Esta idea que el autor utiliza para descalificar el judaísmo de Peker es ante todo una lectura reduccionista y sesgada sobre lo judío. La caracterización del judaísmo como religión es una de las transformaciones más importantes que se produjo ante la necesidad, tanto del mundo judío como del mundo no judío, de diálogo y poder formar parte de los procesos políticos de la Europa del siglo XVIII en adelante y que conocemos como Emancipación.
Hasta la Modernidad el mundo judío nunca se leyó a sí mismo como religión, y esta lectura fue consecuencia de la necesidad de convivencia en el Estado nación. Fue así como el mundo judío con todas sus contradicciones y paradojas, con su tradición bíblica, sus interpretaciones rabínicas y sus narrativas místicas, para formar parte del nuevo mundo, debió transformarse. Y esta transformación fue producto de la racionalización moderna entendida como una reducción de lo judío a una materialidad que pueda ser comprendida. De esta manera, la revelación divina quedó atrapada en forma de Ley, ya que la Ley puede comprenderse y entonces el judaísmo se volvió una religión racional. Sin embargo, esta transformación no se detuvo allí, porque si el pueblo judío tiene su propia Ley ésta puede confrontar con la Ley del Estado, y es por ello que la Ley judía se convierte en una ética que no constituye –aparentemente– problema alguno para el nuevo poder soberano.
Pensar el judaísmo como lo hace Aguer, es reproducir una lectura sesgada y reduccionista que no permite comprender complejamente los avatares propios de la historia judía sino vaciarla de sentido y transformarla en una herramienta.
Sin embargo, y como sabemos al conocer el final de la historia y su solución final, esta aparente racionalización terminó por desbordarse y visibilizó que el Estado moderno europeo no tenía las herramientas simbólicas ni materiales para incorporar al otro en su otredad, sino solamente para excluirlo. Tal vez esta razón haya que buscarla, también, en los orígenes mismos del paradigma ideológico sobre el que se levanta la Modernidad, porque cuando mirás y construir el mundo con fuerza de ley desde la exclusión del otro que no es igual a vos, el diferente jamás podrá ser bienvenido en la casa que se pretende cuidar.
El judaísmo se convierte en religión y en una ética universal que se vuelve, al mismo tiempo, la legitimación del cristianismo devenido Historia y de la Historia devenida secularización, en donde la idea de lo “judeo-cristiano” se transforma en uno de los primeros eslóganes del marketing político de la sociedad del espectáculo. Si la Modernidad es herencia o producto de lo “judeo-cristiano” entonces ambos son responsables de sus consecuencias; pero si además el cristianismo se entiende como una etapa evolutiva del sectarismo judío, entonces lo judío es lo que sobra, lo innecesario.
Con esto no quiero negar que una de las formas de leer el judaísmo, y hasta de ser judío, no sea la del judaísmo como una ética en relación con uno mismo y con el otro, sino que esta reducción de la compleja y paradójica historia de los judaísmos no debe quedar atada a la lectura moderna que, aunque posibilitó que una gran parte del pueblo judío pueda convivir junto al resto de las naciones no judías como parte de ellas, también dejó afuera otros universos que son parte de nuestros judaísmo.
Pensar el judaísmo como lo hace Aguer, es reproducir una lectura sesgada y reduccionista que no permite comprender complejamente los avatares propios de la historia judía sino vaciarla de sentido y transformarla en una herramienta. Es así que el texto de Aguer, además de sostener esta lectura, convierte a lo judío en un parámetro de eticidad en el que esconde su propia ética y que utiliza para juzgar al otro como persona.
Habría que agregar también, que en el afán de constituirse como parámetro de vida ética y desde allí juzgar a los otros, Aguer expresa que la literatura feminista está vinculada directamente con la pornografía de internet y en especial con la pornografía homosexual. En su descripción grotesca de las prácticas sexuales sadomasoquistas y fetichistas, el autor también encuentra una relación central con el narcisismo moderno y el culto por el cuerpo. Sin embargo, lo más llamativo de la lectura de Aguer y que en una primera lectura parecería hasta contradictorio, es que utilice a Platón para criticar la falta de amor en el homosexual y en la búsqueda de placer. No sólo es el mundo griego antiguo, con Platón incluido, donde distinguiendo entre el mundo de las ideas y la vida material, entendían la homosexualidad como una forma de vida vinculada fundamentalmente con la filosofía. Pero como he expresado, la utilización del mundo griego para juzgar nuevamente al otro no es arbitraria ni inocente, sino que al tiempo de usarla se está tratando de “purificar” ese mundo antiguo, y de separar el pensamiento y la vida como dos dimensiones completamente inasimilables.
III.
Retomando la lectura de lo judío de Aguer, otro elemento de su “hermenéutica de la intención” pareciera comprender la “condición judía” representada solamente por el texto bíblico, el Tanaj, conformado por sus tres partes: Torá, Neviím y Ktuvim, o sea, Pentateuco, Profetas y Escritos. En esta afirmación que utiliza el autor para desestimar “el judaísmo” de Luciana Peker queda develada la lectura cristiana y primitiva que usa para caracterizar a la tradición judía. Si hay algo que se puede decir sobre la historia de los judaísmos hasta nuestros tiempos, es que el mundo judío –en cualquiera de los movimientos que lo caracterizan hoy en día– no practica ni se ata a lo establecido en el texto bíblico sin la mediación de la interpretación, los comentarios y la historia.
El mundo judío a través de las catástrofes que atravesó y sus propias transformaciones hasta nuestros días es el resultado, especialmente, del judaísmo rabínico, esto quiere decir: un judaísmo producto de la interpretación rabínica del texto bíblico. En este sentido particular, si el punto de partida narrativo está dado por el canon bíblico compuesto de Torá, Neviím y Ktuvim, el Talmud y la codificación halájica de la Ley son más representativos de nuestros judaísmos que aquel punto de partida. La acusación y desestimación por parte de Aguer del judaísmo de Peker está fundada sobre la base de un judaísmo ficticio inventado por su cristianismo.
La ética de Aguer se encuentra escondida detrás de su caracterización de la ética judía para legitimarse. Una ética no universalista sino todo lo contrario, es una ética de la mismidad y la clausura.
Peker es judía si siente que pertenece a la tradición judía y quiere pertenecer, ya sea por la herencia familiar, por los aromas de la cocina judía de su infancia, por una transmisión ética fundada en la revelación del Sinaí, por haberse educado en una institución escolar judía o por elegir los valores judíos para su vida. Y por sobre todas las cosas, Luciana Peker es judía más allá de creer o no creer en Dios o en la Torá.
Finalmente, Aguer en su construcción sobre la ética judía termina cayendo en su propia trampa y muestra de forma clara que la “ética” para él no es sino una ética de la exclusión –que hasta podríamos pensar como superficial–, en la que no comprende la libertad del otro como parte de sus fundamentos. La ética de Aguer se encuentra escondida detrás de su caracterización de la ética judía para legitimarse. Una ética no universalista sino todo lo contrario, es una ética de la mismidad y la clausura. Es por ello que se vuelve incapaz de comprender la militancia activa por el derecho de las mujeres a elegir y decidir sobre su propio cuerpo y su propio goce como ética, y mucho menos como ética judía. Una ética sin exclusión, sin peros y que realmente busque la universalidad es aquella que respetar al otro en y con su individualidad subjetiva, porque solamente desde allí podemos construir comunidad.