La realidad económica es un entramado complejo, signado por muchas dimensiones importantes y por muchas interrelaciones, no siempre obvias o superficiales. Un enfoque que ignore esa complejidad está destinado al fracaso desde el inicio, porque será incapaz de realizar un diagnóstico acertado y mucho más de inspirar políticas adecuadas, como fue advertido por muchos y muchas.
El día después de la asunción presidencial, el nuevo Ministro de Economía, Martín Guzmán, anunció los trazos gruesos del plan económico a implementar por el nuevo gobierno, y sobre todo su manera de pensar la economía argentina. Ese primer planteo, sumado a las medidas que se fueron conociendo los siguientes días, permite comenzar a imaginar cómo puede desenvolverse la economía argentina en el futuro, con las salvedades de ese tipo de ejercicios.
Un primer paso para imaginar posibles escenarios futuros es tener un enfoque adecuado sobre la economía argentina. El enfoque del gobierno anterior fue centrarse casi exclusivamente en la búsqueda del tan mentado “equilibrio fiscal” (primario), a cualquier costo, acompañado de política monetaria contractiva y otra batería de medidas neoliberales, entre las que destacan la eliminación abrupta del cepo y el endeudamiento. El centro de todos los esfuerzos estuvo siempre en lograr el equilibrio fiscal, bajo la premisa, un tanto simplista, de que el déficit era la causa de los principales (y diversos) males de la economía, y por tanto que al llegar al equilibrio esos males desaparecerían. El gobierno nunca logró llegar al equilibrio, si bien se acercó bastante, y la argentina pagó el precio de la vía elegida con recesión, aumento del desempleo, aceleración inflacionaria y las devaluaciones y crisis cambiaria y (casi) bancaria de 2018-2019.
Es esperable que si un gobierno se centra en una sola variable, ignorando y/o sacrificando las demás en función de aquella, el panorama completo de la economía luzca bastante desalentador al final. La realidad económica es un entramado complejo, signado por muchas dimensiones importantes y por muchas interrelaciones, no siempre obvias o superficiales. Un enfoque que ignore esa complejidad está destinado al fracaso desde el inicio, porque será incapaz de realizar un diagnóstico acertado y mucho más de inspirar políticas adecuadas, como fue advertido por muchos y muchas.
Si un gobierno se centra en una sola variable, sacrificando las demás en función de aquella, el panorama completo de la economía será desalentador al final.
Por eso, el enfoque del equilibrio, tan tradicional en economía, es insuficiente para captar la complejidad de la situación económica actual y mucho más su posible evolución futura. A dicho enfoque le falta complejidad y dinámica, constriñe la capacidad de captar diversas dimensiones de la realidad que son parte e interactúan con la dimensión más económica, nunca separable completamente de las otras. La idea de equilibrio confunde porque le achaca inmovilismo a una sociedad que en el capitalismo es eminentemente dinámica. Esas anteojeras le impidieron ver a la elite local que estaban minando su propia supervivencia política, de manera posiblemente similar a la elite chilena.
Afortunadamente existe una serie de corrientes de pensamiento económico que toman en cuenta la dinámica y la complejidad, si bien son minoritarias, y muchas directamente no se estudien en las universidades en la que se formó “el mejor equipo de los últimos 50 años”. El nuevo ministro de economía parecía tener implícitamente en cuenta esas nociones cuando anunció su plan económico, del cual se pueden analizar muchas aristas.
En primer lugar, hizo varias veces alusión a “senderos”, “convergencia”, “proceso paulatino”, etc. Es decir, a nociones dinámicas. Si bien no profundizó en ello, la idea de “sendero” es muy ilustrativa para enfocar la situación actual y la posible evolución futura de la economía. El desafío actual no es llegar a algún “equilibrio” en alguna variable, sino lograr que las distintas variables económicas vayan, paulatinamente, convergiendo a ciertos valores “objetivo”, considerados deseables y, sobre todo, que guarden consistencia entre sí. Este proceso de convergencia paulatina llevará todo el gobierno de Alberto Fernández y más, pero podrá ir evaluándose mes a mes, trimestre a trimestre. Lo central no es tanto el punto de llegada, sino que las trayectorias de las principales variables económicas estén encaminadas en el sentido correcto, y evolucionen de acuerdo a lo planeado.
¿Cuáles son esas principales variables a alinear, y en qué senderos?
El déficit fiscal no desaparecerá en 2020, aunque no parece que vaya a incrementarse, y de hecho posiblemente se reduzca en términos reales. Irá convergiendo al equilibrio o superávit en los siguientes años. El año 2020 será un año de recesión económica por arrastre del actual, pero también será el año donde comience a verse la recuperación del PBI, quizás a mitad de año. Esa recuperación posiblemente sea modesta, como el crecimiento que esperemos continúe durante los siguientes años, pero permitirá “frenar la caída” y detener con ella la destrucción de puestos de trabajo, como primer paso para una posterior disminución del desempleo y la pobreza. Las tarifas, según anunció el gobierno, no van a congelarse, aunque restan definiciones sobre su ritmo de incremento. El Tipo de Cambio real tendrá que desplazarse por la estrecha senda que existe entre la apreciación cambiaria para evitar fogonear la inflación, y el aumento para no perder competitividad y proteger la producción nacional. Es decir, un escenario plausible es que el dólar aumente, pero menos que la inflación.
Si el crecimiento del PBI es modesto, y el dólar mantiene su competitividad real sin traccionar la inflación, entonces es esperable que las exportaciones e importaciones se mantengan en un sendero de superávit, es decir que exportemos más de lo que importamos, y por tanto sobren algunos dólares para hacer frente a la deuda renegociada y para fortalecer las reservas del BCRA. Aquí está implícito un sendero para la inflación de baja paulatina pero continua durante el próximo año y los siguientes. Sobre las tasas de interés no hubo precisiones, pero es esperable que en el marco descripto, acompañen la baja progresiva en la inflación y el ordenamiento de las demás variables, atendiendo las complejidades del stock remanente de Leliq.
El escenario planteado tiene como pre-condición una rápida y exitosa renegociación de la deuda externa pública.
Por ejemplo, dados los senderos analizados para la evolución del PBI, del dólar, los salarios reales (que podrían mejorar en forma también paulatina), las tarifas, el déficit fiscal, la emisión monetaria (que Guzmán descartó, al menos a gran escala) y las expectativas ante una deuda renegociada y una economía estabilizada que se aleja del colapso, entonces es factible esperar que la inflación baje a alrededor del 40% durante 2020. No parece un número alentador, pero implicaría bajar 15 puntos porcentuales la inflación en un solo año, además de romper con la tendencia alcista que impera desde 2017. Si el año siguiente se lograra bajar unos diez puntos la inflación hasta llegar a niveles del 30%, volveríamos a una inflación similar al promedio de 2011-2015, aún alta, pero mucho menor a al promedio de la era Macri, superior al 40%. Bajar la inflación es un problema urgente porque no es lo mismo partir de un 55% anual que de un 25-28%, en lo que respecta a espiralización y aceleración de la inercia inflacionaria, con su impacto en la (in)estabilidad general de la economía.Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente. Por ejemplo, dados los senderos analizados para la evolución del PBI, del dólar, los salarios reales (que podrían mejorar en forma también paulatina), las tarifas, el déficit fiscal, la emisión monetaria (que Guzmán descartó, al menos a gran escala) y las expectativas ante una deuda renegociada y una economía estabilizada que se aleja del colapso, entonces es factible esperar que la inflación baje a alrededor del 40% durante 2020. No parece un número alentador, pero implicaría bajar 15 puntos porcentuales la inflación en un solo año, además de romper con la tendencia alcista que impera desde 2017. Si el año siguiente se lograra bajar unos diez puntos la inflación hasta llegar a niveles del 30%, volveríamos a una inflación similar al promedio de 2011-2015, aún alta, pero mucho menor a al promedio de la era Macri, superior al 40%. Bajar la inflación es un problema urgente porque no es lo mismo partir de un 55% anual que de un 25-28%, en lo que respecta a espiralización y aceleración de la inercia inflacionaria, con su impacto en la (in)estabilidad general de la economía.
El escenario recién planteado, uno de muchos posibles, tiene como pre-condición una rápida y exitosa renegociación de la deuda externa pública. Esto permitiría que el sendero de salida de dólares por pagos de deuda sea consistente con el resto de las trayectorias previstas para las demás variables, es decir, que sea consistente con una recuperación económica del país. Una negociación satisfactoria para el país es factible, porque de hecho las cotizaciones de los bonos de deuda argentina están a niveles muy bajos, dado que tienen descontada una quita de importante magnitud. Esta situación del mercado puede fortalecer la posición negociadora de la argentina y acelerar la resolución del conflicto.
Sean cuales sean los senderos que efectivamente tengan las variables económicas analizadas, la gestión de Martín Guzman deberá cuidar que esas trayectorias temporales sean consistentes entre sí. La mención en su conferencia a la necesidad de mantener un “plan macroeconómico consistente” es una buena señal inicial. Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente.
Respecto a Cambiemos, entre 2015 y 2019 la trayectoria de la deuda y la salida de capitales eyectó al dólar de cualquier trayectoria consistente, generando a su vez una inflación desestabilizante. A mismo tiempo, la reducción del déficit y los tarifazos asociados contrajeron la economía y llevaron a la quiebra a miles de empresas, incrementando el desempleo y, paradójicamente, retrayendo la recaudación. Esta menor recaudación, junto con intereses de una deuda creciente y dolarizada, conspiraron contra el objetivo inicial. Eso es un plan inconsistente.
Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente.
Respecto al último gobierno de CFK, la inflación era elevada aunque relativamente estable, el déficit fiscal tenía una tendencia creciente, el tipo de cambio real se apreciaba continuamente y eso generaba mayores importaciones y menores exportaciones, por lo tanto la balanza comercial y la fuga de capitales tendían a empeorar, y todo ello derivaba en años de crecimiento moderado seguidos de años de recesión. La resultante para esos 4 años de gobierno es un magro 0,4% promedio anual acumulativo para el PBI, es decir, estancamiento. Por supuesto, como la escasez fue “administrada”, las consecuencias negativas se notaron menos. Pero el plan era igualmente inconsistente y tendía al estancamiento y al agravamiento de los problemas no resueltos, y no hay desarrollo posible con estancamiento.
Ni el gobierno de Macri ni el de CFK tuvieron una macroeconomía consistente. Por ello, la búsqueda de consistencia macroeconómica, sin sacrificar el todo en función de una de las partes, es valorable. Para lograr dicha consistencia se requerirá, mucho más que la “sintonía fina” anunciada pero nunca ejecutada al iniciar el segundo gobierno de CFK, una “precisión quirúrgica” en las medidas tomadas y en el alineamiento de los senderos económicos -y sociales y políticos-, para que cada variable vaya convergiendo hacia trayectorias mutuamente compatibles y sinérgicas, que nos alejen de los círculos viciosos y nos acerquen a un sendero de desarrollo integral sostenible.