El nombramiento en Ambiente de alguien sin antecedentes muestra que las dirigencias de la Argentina, más allá de discursos, siguen sin comprender la cuestión ambiental. Siguen creyendo que es un lujo de progres o un capricho de hippies.
Todo gobierno, todo Estado, es un territorio en disputa. Lo atraviesan miradas distintas y sobre todo, intereses diferentes, a veces contrapuestos. El nuevo Gobierno también será un territorio en disputa. Pero las líneas centrales en relación a lo ambiental parecen claras: la apuesta sigue siendo Vaca Muerta, el extractivismo, Monsanto, Syngenta, la Barrick Gold.
Pero el punto que me interesa destacar es el siguiente: imaginen que el presidente Alberto Fernández hubiera puesto a Juan Cabandié al frente del Ministerio de Economía. O en el de Salud. O en Educación. Sería impensable ¿no? A nadie se le ocurriría que en ministerios como esos se nombrara a alguien sin ningún antecedente, sin una mínima preparación en el tema. Una persona cuyo único antecedente para el cargo reside en ser “uno de los principales armadores del reencuentro entre Alberto Fernández y Cristina”. Ni los medios más afines al nuevo Gobierno logran mencionar un solo antecedente que justifique su designación. Absolutamente nadie comprendería, ni defendería una decisión así en cualquier otro ministerio.
Sería impensable que el presidente Alberto Fernández hubiera puesto a Juan Cabandié al frente del Ministerio de Economía. O en el de Salud. O en Educación. Eso revela el lugar que le asignan a la cuestión ambiental.
Pero es en Ambiente. No pasa nada.
(Claro que esto no es de ahora. El gobierno anterior puso a un rabino en ese lugar, sin antecedentes en la temática).
¿Imaginan un rabino o Cabandié en Economía?
Claro, es en Ambiente. Entonces no pasa nada. Nadie hará una marcha ni pondrá el grito en el cielo por eso.
Esa sencilla analogía es una prueba más de algo que ya sabíamos: la dirigencia política, social, sindical, empresarial, académica, científica, de nuestra Argentina de hoy, al igual que ocurre con la mayor parte de los líderes regionales, no tiene a la cuestión ambiental como prioritaria. No entiende el asunto. No ha captado la gravedad de la situación, no importa si se lo gritan más de 11.000 científicos de todo el mundo, si se lo implora el secretario general de las Naciones Unidas o si lo reclama Greta Thunberg. El ambiente, más allá de discursos, no les interesa. Siguen creyendo que la cuestión ambiental es un lujo de progres o un capricho de hippies. Es la triste verdad. La que no tiene remedio.
Hay dos cuestiones más sobre este tema que se pueden decir desde la filosofía. La primera: el Ministerio de Ambiente, valga el juego de palabras, no es ni siquiera medio ambiente. El ambiente entero se define en el resto de los ministerios. Como dice Guillermo Priotto, una de las personas que más sabe de educación ambiental en nuestro continente, “en la medida que ambiente sea un organismo más, se contribuye a la fragmentación, y se reduce lo ambiental a un solo aspecto. El ambiente no está solo en ambiente, sino en todos los organismos de gobierno, muy especialmente en producción y desarrollo”.
Lo central entonces es si quienes han sido designados en esos otros lugares comprenden la cuestión ambiental y tienen planes al respecto, o si son parte del «consenso de las commodities», el consenso del fracking, del extractivismo, de los agronegocios, etc.
Entonces, el problema con Ambiente no es solo que se haya nombrado ahí a una persona que no tiene ni idea del tema. El problema de Ambiente es (sobre todo) a quién se nombró en Ciencia y Tecnología, a quién se nombró en Agricultura, a quién en Minería, a quién en Producción. Por ejemplo, si revisamos, el flamante ministro de Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza, fue junto con el saliente Lino Barañao quienes defenestraron a Andrés Carrasco, aquel inolvidable científico, vicepresidente del Conicet, pionero en denunciar los riesgos para la salud que implica el uso del glifosato.
Por eso la analogía del comienzo: a nadie se le ocurriría poner a Cabandié en Salud, Economía o Educación. «Ponelo en Ambiente, total a quién le interesa ese tema». Paradójicamente, el que quedó en el camino, Sergio Federovisky, es autor de un libro de 2007, titulado de ese modo: «El medio ambiente no le importa a nadie».
Lo central entonces es si quienes han sido designados en esos otros lugares, comprenden la cuestión ambiental y tienen planes al respecto, o si son parte del entramado de intereses de quienes producen energía basada en hidrocarburos, del agro, la industria y la ciencia al servicio de un modelo que se nos ha impuesto en toda América Latina sin discusión: el «consenso de los commodities», el consenso del fracking, del extractivismo, de los agronegocios, etc. El problema entonces es mucho más grande. El problema es que ni siquiera se discute el problema.
En este marco, todo lo que se diga sobre «sustentabilidad», es como se dice popularmente, para la gilada.
Para que haya futuro es necesario que eso alguna vez cambie. Buena parte de las nuevas generaciones lo entiende bien: parecen ser los únicos que lo entendieron, los únicos que le hacen caso a la mejor ciencia disponible en la actualidad, que advierte que nos quedan ocho años, sí, ocho años, para hacer las cosas bien y frenar no la muerte del planeta, que va a seguir girando alrededor del Sol, sino la muerte de nuestra especie, quizás la primera en la historia de la vida que vio venir su extinción y no quiso hacer nada para evitarla. Quizás esas nuevas generaciones logren que las dirigencias también lo entiendan algún día. Ojalá no sea tarde.