El escritor Hernán Vanoli ha publicado recientemente El amor por la literatura en tiempos de algoritmos (Siglo XXI Editores). Se trata de una exploración del impacto que la tecnología digital y el marketing individual tienen en el campo cultural y en la producción literaria. En esta entrevista, analiza algunos de los principales puntos de su trabajo.
Un fantasma recorre el sentido común contemporáneo, la creencia general de que en nuestras sociedades se lee menos. A contrapelo de este lamento, Hernán Vanoli problematiza el lenguaje, el mercado editorial y la literatura a partir de las mutaciones en condiciones de producción y circulación cultural en las sociedades de hoy. Sobre el espectro de Marx, Vanoli construye once hipótesis de trabajo –y tres bonus track– que van de la privatización de internet a las industrias culturales bajo el signo de la economía de plataformas, del escritor como “obra de arte bioporfesionalizada” al escritor como “nanoactivista” y de las experiencias de Roberto Art a César Aira.
Autor de la novela Cataratas, una aventura que se adentra en el mundo CONICET, la selva misionera y la capilarización de la tecnología digital, con la demencia de James Graham Ballard. Y también de Los dueños de la Argentina, escrito en colaboración con Alejandro Galiano, una etnografía del empresariado argentino que cultiva su fortuna entre la especulación inmobiliaria, las biotecnologías y las fintech. El amor por la literatura en tiempos de algoritmos puede leerse como la continuación de esta línea de trabajo. Una exploración del impacto que la tecnología digital y el marketing de sí mismo tienen en el campo cultural en general y en la producción literaria en particular.
Lejos de cualquier propensión moral, Vanoli expande el análisis de la performatividad en internet, o la relación de la contracultura con la publicidad de Thomas Frank, para construir un texto que va más allá de la “secta literaria” al dar cuenta de las mutaciones en los procesos subjetivación contemporáneos.
Pertenecés a una generación que se educó en la cultura analógica, vivió el proceso de digitalización de la vida cotidiana, prolifero en los blogs, y hoy tiene el raro estatuto de ser un punto de junción de dos modelos de humanidad (uno alfabético y post-alfabético o digital). ¿De qué forma internet cambió la forma de percibir el mundo?
Es interesante eso que decís de las generaciones porque creo que a cada generación la modificó de una manera diferente. La mía, en particular, fue creciendo al ritmo de desarrollos técnicos acelerados. Conocí el teléfono de línea, el fax, el cassette. Entonces la conectividad casi total que vivimos hoy en día nunca termina de ser naturalizada, como pasa con los más jóvenes. Por otro lado, el papel también tiene otras funciones, moviliza otros afectos. Me gustan las librerías y las bibliotecas. Pero si estoy en un lugar sin internet me siento ahogado y aislado. Internet, entonces, amplió el campo de lo mirable y las posibilidades de expresión. Horizontalizó cierto acceso a contenidos, es cierto. Pero esto no significa que los haya democratizado, porque la sociedad aún no pudo producir el espacio para pensar quiénes son los nuevos actores sociales que en gran medida desarrollan el cambio tecnológico de acuerdo a valores y a objetivos que son financieros y que nunca de discuten. Quiero hacer hincapié en esa paradoja: un cierto acceso y una cierta horizontalidad en los protocolos de producción y de distribución de los contenidos no implica democratización. La internet es cada vez más monárquica, y unas pocas empresas, las plataformas de extracción de datos, poseen todo el poder y cobran por eso sin entregar ni una décima del valor social que extraen.
Un cierto acceso y una cierta horizontalidad en los protocolos de producción y de distribución de los contenidos no implica democratización. La internet es cada vez más monárquica
Luego está la cuestión del lenguaje. El lenguaje mutó al digitalizarse. Y no sólo hablo de que vivimos leyendo y escribiendo, mucho más que en cualquier otra época, sino en que el lenguaje fue parametrizado. Al volverse digital, el lenguaje cambió. Cambió su régimen de circulación, sus criterios de ambivalencia, cambiaron sus límites. ¿Qué pasa si un libro o un autor no están en Google? ¿Hasta qué punto podemos hablar de diseminación del sentido cuando los buscadores reducen la incertidumbre y jerarquizan el acceso a las diferentes ideas? ¿Qué pasa con esos horribles sistemas predictivos que nos completan las palabras? Todas estas cuestiones abren nuevos campos de discusión que tardamos en procesar porque toda la tradición del pensamiento sobre el lenguaje es pre-digital.
En “El amor por la literatura en tiempos de algoritmos” planteas que la lectura de literatura es una de las pocas actividades no monetarizable por los sistemas masivos de extracción de datos. ¿Cuál sería la función de la literatura en los contextos digitales? ¿Una práctica de sí? ¿Un laboratorio de utopías sociales? ¿Una sofisticada combinación de ambas?
Una sofisticada combinación de ambas. La literatura es el espacio de la multiplicidad en un contexto donde la multiplicidad es parametrizada por las plataformas de extracción de datos. La literatura, dijo alguna vez Roland Barthes, expresaba en forma opaca el desgarramiento de la conciencia burguesa, pero ese desgarramiento hoy aparece expresado sin cesar en la vida digital, con una demanda fuerte de sinceridad y un parcelamiento identitario que es funcional a los sistemas de valorización financiera. Por eso la puesta en funcionamiento de la imaginación que propone toda lectura literaria se hace cada vez más importante. Ahora bien, está también la cuestión de qué es lo político hoy. Existe una idea de que lo personal es político y uno no puede dejar de estar de acuerdo con eso. Sin embargo, ¿qué es lo personal? ¿Una ética del cuidado? ¿Una serie de performances de sinceridad? La literatura modifica sus condiciones de autonomía en un tiempo en el cual lo público adquiere nuevas configuraciones, y junto a lo público cambia el estatuto tanto de lo privado como de lo íntimo. Le sucede al arte en general, y tengo la sensación de que el arte será arte activista o no será nada, o será quizás arte turístico. El vínculo entre arte y activismo es uno de los territorios más urgentes a explorar por la literatura.
En el libro señalas que, dentro de la cultura literaria, el shock técnico en las capacidades humanas de publicación de escritura implicó que todos se volvieran escritores. En este sentido ¿dónde reside la especificidad de lo literario? ¿Implica este contexto una expansión de la cultura literaria? ¿O estamos ante su desavenencia absoluta?
Creo que no hay ni una expansión ni una desavenencia, sino más bien una mutación en curso donde las tradiciones están en crisis y diversas formaciones y escritores operan selectivamente sobre ella, como hubiera dicho Raymond Williams. La cultura literaria está regida por una serie de convenciones, creencias, rituales, vías de acceso a la gracia literaria e infraestructura. Dentro de este marco uno podría ubicar a lo residual, a lo arcaico, a lo hegemónico y a lo emergente. El problema es que lo residual y lo arcaico son fáciles de identificar, pero la corrosión de los centros de construcción de poder literario y de legitimidad hace que tanto lo hegemónico como lo emergente sean problemáticos. Te podría decir que la literatura feminista es hegemónica hoy, y eso es una buena noticia, aunque por supuesto abre también muchas preguntas.
Si uno, por otra parte, piensa las implicancias de tu pregunta en términos formales, uno podría decir que la literatura entra menos en tensión con el modelo de la gran industria cultural del siglo XX que con las formas imperantes en la internet. La literatura como opuesta a un sistema de medios centralizado y a un cine mainstream, es decir como un apéndice poco problemático de la cultura indie que al mismo tiempo es una tecnología imaginaria del yo sería en cierto punto lo residual. La literatura en tensión con las formas de sinceridad de la web sería en un punto lo hegemónico. Creo que cada vez más la literatura va a tender hacia una antropología de los procesos mentales y las cadenas de construcción de sentimientos colectivos capaz de unir biografía e historia, concentrándose más en aquello que Netflix ni Google pueden contar. Una suerte de sinceridad de las formas sociales, como en cierta manera había planteado Gombrowicz, o una antropología de los malentendidos, como había planteado Puig, pero en tensión con el activismo, como hubiera deseado Cortázar.
¿Qué implica que todo escritor es un nanoactivista y su relación con la sinceridad?
Todo escritor es un nanoactivista porque está condenado a un tipo de diseño de sí mismo que ocurre en la internet y está atravesado por corrientes de afectividad política que lo obligan a tomar posiciones binarias. En este sentido, las redes sociales operan a favor de la polarización política con respecto a casi cualquier tema, porque su economía es la del “me gusta” o “no me gusta”. Con respecto a la sinceridad, yo no la entiendo en términos de transparencia entre sentimientos o deseo y exposición sino como una estética donde la falla está calculada pero al mismo tiempo es una condición de posibilidad de la enunciación. La sinceridad no significa verdad, sino la construcción de una ética farisea donde es necesaria la autoironía, el sobreentendido, cierto cinismo pero también el fracaso. Y las formas de administración obligatoria del fracaso vital son las que podrían permitir una taxonomía de la presentación de la persona en la vida digital.
Todo escritor es un nanoactivista porque está condenado a un tipo de diseño de sí mismo que ocurre en la internet y está atravesado por corrientes de afectividad política que lo obligan a tomar posiciones binarias.
Las políticas culturales parecen enmarcadas por el mecenazgo o la promoción vertical de industrias culturales que están en vías de extinción, al menos tal como las conocimos. ¿Qué forma debería adquirir las políticas culturales del futuro para acompañar y promover nuevas formas literarias, culturales?
Bueno, eso sería un tema para otro libro. Por lo pronto creo que las políticas culturales tienen una doble amenaza: por un lado, ser sectorializadas como políticas de la expresividad, del ocio o de la producción de contenidos, cuando en realidad su función es transversal a todas las políticas públicas ya que una política cultural coherente tendría que ver por un lado con la discusión de nuevos valores antieconómicos y de diseño institucional, y por otro lado con ciudadanías de consumo. En segundo lugar, los criterios distribucionistas por lo general les restan especificidad y dejan en manos del mercado a las principales decisiones, mientras que los criterios del estilo de alianza público-privada son una manera de esquivar los verdaderos desafíos que la cultura puede plantearle a la economía, y en especial al negocio de las plataformas de extracción de datos. La cultura es vista desde el estado o como una pequeña rama de la actividad económica, o como ocio y entretenimiento, cuando lo que es necesario es replantear de raíz a las políticas culturales y ponerlas a funcionar como laboratorios de nuevos modos de vida y, repito, como un desafío claro a las naturalizaciones de la economía, cuyas teorías sobre la cultura son escalofriantes. Imprentas de gestión pública, articulación de servicios sociales descentralizados, bibliotecas como espacios de co-working, educación alimentaria y en la sustentabilidad, discusión de contenidos y articulación estatal con los diferentes activismos, esos son los desafíos de las políticas culturales, y no el mero acceso a los bienes culturales que propone el mercado. Venimos debatiendo este tipo de cuestiones con el equipo de Matías Lammens en la ciudad y confiamos en que vamos a amplificar la discusión sobre la función de una política cultural realmente transformadora y moderna para la ciudad en los próximos años.
Foto de portada: TELAM