Medio Oriente se ha convertido, desde mediados del siglo XX, en un territorio estratégico. Sin embargo, bajo ese rótulo se esconde una heterogénea gama de países y culturas que componen un rompecabezas complejo y conflictivo.
Cuna de las más antiguas civilizaciones, Medio Oriente goza de un tesoro cultural inigualable. Sin embargo, el turismo para conocer los restos de las primeras ciudades humanas, en algunos casos notablemente bien conservados, se topa de narices con la alta volatilidad política de la región. Buena parte de la conflictividad se remonta en el tiempo, siglos y milenios incluso, pero aparece hoy con una complejidad especial debido a la multiplicidad de actores involucrados. Esto último debido a que el lugar, que tendió a organizarse bajo distintas formas imperiales –más bien vernáculas hasta la Primera Guerra Mundial, y de ahí europeas hasta poco después de la segunda–, fue luego sometido a una fragmentación por parte de los europeos (a diferencia de lo sucedido en India, por ejemplo). En efecto, con solo dominar las tierras linderas al Golfo Pérsico, un estado se convertiría prácticamente en el único exportador de petróleo del mundo (y los europeos eran a la sazón los principales importadores).
Pero la diversidad política actual –que se extiende a las formas de gobierno– se asentó sobre una importante variedad preexistente, tanto lingüística como étnica y religiosa. En este sentido, se aprecian hoy tres núcleos de poder histórico, fuente de los principales imperios de los últimos tres milenios, que hablan idiomas completamente distintos y tienen también sistemas políticos muy diferentes: Turquía, Arabia y Persia (éstos últimos llamados hoy formalmente Arabia Saudí e Irán).
Sin embargo, desde el punto de vista de la geopolítica actual, es el aspecto religioso el que traza la demarcación principal. En efecto, tanto los judíos como los musulmanes sunitas (que son preponderantes) están aliados con Estados Unidos, mientras que los musulmanes chiitas lo están con Rusia y China. Esto es así desde hace cuarenta años, cuando la revolución islámica iraní destronó al Sha, que ejercía una monarquía absolutista pro occidental, e instaló una república parlamentarista religiosa.
De todos modos, y aunque nunca logró generar un imperio, el país que más se destaca en Medio Oriente en la actualidad es Israel. Contando con una muy larga tradición, Israel fue disuelto por los antiguos romanos y reinstaurado por los anglosajones dos milenios más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial. En particular, es el único lugar donde predomina una religión distinta de la musulmana, y, como fue recolonizado por judíos europeos, resulta el más occidentalizado de la región. Es así que desde su refundación vive en conflicto permanente con sus vecinos, tanto inmediatos como mediatos. Israel es apoyado por Estados Unidos, pero ni siquiera tiene relaciones enteramente normales con los demás aliados norteamericanos pues hay restricciones de visita y de uso del espacio aéreo, por ejemplo.
Se aprecian hoy tres núcleos de poder histórico, fuente de los principales imperios de los últimos tres milenios, que hablan idiomas completamente distintos y tienen también sistemas políticos muy diferentes: Turquía, Arabia y Persia (éstos últimos llamados hoy formalmente Arabia Saudí e Irán).
Esto es así porque una serie de victorias bélicas le permitió ampliar su territorio, pasando a controlar también gran parte de Palestina, un estado reconocido por la comunidad internacional pero que en la práctica no es independiente. Esto incluye el dominio de la ciudad de Jerusalén, que tiene gran relevancia para todos los monoteísmos. A pesar de las diferencias declaradas en torno al tema palestino, tanto desde el punto de vista cultural como desde el geopolítico y militar Israel es hoy un gran aliado de la OTAN en la región, incluso a pesar de no formar parte de dicha entidad como Turquía.
El gran adversario de los israelíes es hoy Irán, que es el principal país chiita. Si bien está en minoría religiosa ante los sunitas, la nación persa tiene en cambio una tradición, lingüística por lo menos, mucho más antigua que sus competidores árabes y turcos. Cuando apareció el Islam en la Edad Media los persas se convirtieron rápidamente y lo difundieron hacia el este, pero fueron una barrera para el idioma árabe.
Ahora se llevan muy mal con los israelíes, pero no era ese el caso hace tres milenios, cuando tenían un enemigo en común (Babilonia), ni hace medio siglo cuando tenían otro (la URSS).
La proyección actual de Irán pasa esencialmente por la afinidad religiosa, siendo chiita la mitad de los iraquíes, la mayoría de los libaneses y una minoría en Siria –pero que detenta todo el poder en la capital, Damasco. Irán interviene en estos últimos dos lugares por medio de Hezbollah, atacando a Israel, que ha corrido la frontera, y dando apoyo a Damasco contra varias clases de insurgentes. También hay una cantidad importante de chiitas en Yemen, donde Irán y Arabia Saudí apoyan a las correspondientes facciones locales, igual que en Siria.
Arabia Saudí y Turquía son los dos más importantes estados sunitas, pero el primero es además la cuna del Islam. Allí se encuentran las ciudades sagradas de La Meca y Medina, donde transcurrieron los andares de Mahoma. Sin embargo, hasta el año pasado no era posible para un no musulmán visitar tales lugares, ya que el reino solo expedía visas de trabajo y de peregrinaje, pero no de turismo.
El país deja lentamente de ser un celoso guardián de las tradiciones medievales, destacando hasta cierto punto no solo por el tamaño sino también por el conservadurismo (ahora las mujeres pueden conducir, pero el costo de la licencia para ellas es bastante más elevado). Esto si lo comparamos con las demás llamadas “monarquías del Golfo Pérsico” (Catar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Bahréin) –pero que podrían definirse más precisamente como monarquías absolutistas árabes sunitas. Todas cuentan con escasa población autóctona, por lo que albergan tropas norteamericanas y una gran cantidad de trabajadores inmigrantes. En conjunto, detentan cómodamente el mayor poder económico de la región.
Arabia Saudí, específicamente, se ha proyectado recientemente con fuerza en las guerras civiles en Siria y Yemen, y ha sido blanco de numerosos señalamientos. Por ejemplo, que sus ciudadanos participaron en sucesos que van desde la guerra en Chechenia, Rusia, hasta el atentado a las torres gemelas de Nueva York, con campos de entrenamiento en Afganistán administrados por Al-Qaeda.
En cuanto a Turquía, la zona ocupada hoy por esta nación conformaba el núcleo del Imperio Otomano, último imperio local ‑que no incluía Persia- antes de la conquista europea. A pesar de controlar el lugar durante cuatro siglos, Turquía no logró imponer su idioma ante el árabe establecido. Los “turcos” llegados a América tenían ese pasaporte pero casi nunca se identificaba como tales.
Tras el fin del imperio, el país hizo un viraje hacia Occidente, adoptando por ejemplo el alfabeto latino y un sistema parlamentario laico (ahora presidencialista). Luego se incorporó a la OTAN, donde jugaba un papel importante al ser adyacente a la URSS. Además, como conserva una pequeña fracción de terreno en Europa pretendió también formar parte de las instituciones europeas, conociendo un éxito parcial. Sin embargo, tras cientos de años de confrontación fue mejorando su relación con Rusia a partir de la caída del comunismo, quien pasó a ser su principal socio comercial, llegando a esbozarse cierta cooperación estratégica.
En el último medio siglo, Turquía intervino en Chipre, en la guerra civil siria y en la libia. Su proyección ha alcanzado también a Catar, donde envió suministros básicos y asesores militares a raíz del bloqueo que éste sufriera de parte de los saudíes, y cuenta con una vasta red de influencia cultural en África, donde también compite con los árabes. Estas acciones carecen de tinte religioso, siguiendo más bien criterios étnicos, políticos, económicos y culturales.
Desde el punto de vista de la geopolítica actual, es el aspecto religioso el que traza la demarcación principal. En efecto, tanto los judíos como los musulmanes sunitas (que son preponderantes) están aliados con Estados Unidos, mientras que los musulmanes chiitas lo están con Rusia y China.
Turquía e Irán mantienen una relación más bien neutra. Si bien no se unen, ambos rivalizan con los árabes, que son económica, religiosa y culturalmente dominantes.
Otros dos países de cierta importancia son Iraq y Catar. “Iraq” es una derivación de “Uruk”, que es el nombre de la primer ciudad compleja. Sin embargo, más allá de unos pocos topónimos no hay ninguna continuidad entre las sociedades antiguas desarrolladas en esta zona –también llamada Mesopotamia– y los habitantes actuales. Si bien éstos pretendieron expandirse bajo el liderazgo de Saddam Hussein, Iraq resulta hoy más bien tierra de nadie, con presencia militar tanto norteamericana como iraní.
Catar, por su parte, es un país muy pequeño, pero muy rico, y hace cierto tiempo viene desafiando el liderazgo Saudí entre las monarquías del golfo. Para ello ha desarrollado una política exterior que incluye amplia propaganda en inglés, apoyo a los palestinos y a sus propios grupos rebeldes sirios, puente diplomático con Irán, organización de un mundial de fútbol…
Entre las líneas de quiebre étnicas de Medio Oriente se destaca el caso de los kurdos. Éstos no fueron provistos de un territorio por los europeos, y constituyen hoy minorías poco integradas –muchas veces separatistas– en Turquía, Siria, Iraq e Irán.
Recientemente ha habido también entidades sui generis, como el Estado Islámico, o ISIS.
Éstas son, básicamente, las piezas del rompecabezas en la actualidad. En su ilustración aparecen las grandes ciudades de Jericó y Uruk, Babilonia y Jerusalén, Troya y Perspépolis, La Meca y Bagdad, Estambul y Dubái, entre muchas otras…