Entre el capitalismo descontrolado y las opciones autoritarias, es preciso ensayar una alternativa. La crisis provocada por la pandemia ha expuesto los límites del capitalismo vigente, pero no está claro cuáles serán las transformaciones y, quizá, el socialismo tenga algo que decir al respecto.
La situación que estamos atravesando con la pandemia del coronavirus nos pone en una situación de simples observadores de una realidad que parece sacada de un guión de cine de ciencia ficción. Viendo lo que sucede en distintas partes del mundo, podemos concluir que no tenemos certezas del alcance de esta crisis ni de cuáles serán los efectos definitivos que tendrá sobre la vida en nuestro planeta y, sobre todo, sobre el sistema capitalista mundial.
Se hacen muy visibles diferencias en la idiosincrasia de las distintas sociedades y es difícil establecer alguna coincidencia total con alguna de ellas pensando desde nuestra perspectiva socialista.
Los países asiáticos tienen mejores resultados frente a la crisis que los países occidentales. Se verifican algunas cuestiones diferenciales positivas como el uso intensivo de barbijos, el cumplimiento más consciente de las normas y los tests masivos a la población.
Muchas personas creen que el temor está plenamente justificado por cuanto es notoria la incapacidad del “sistema” para dar respuestas claras y efectivas a los desafíos múltiples que plantea la pandemia.
Por el lado de occidente, el individualismo, la falta de respeto a las normas, y un cierto desprecio al concepto de lo colectivo y al propio Estado ha retrasado las medidas y socavado la eficacia de las mismas. Está claro que occidente ha permitido el deterioro de los sistemas de salud pública, no solamente en lo que refiere a capacidad hospitalaria, sino también a la fabricación de medicamentos e insumos básicos para casos como el que vivimos.
También es cierto, por otro lado, que en gran parte el éxito de los países asiáticos se debe al control al que son sometidos de vigilancia digital y que parecen aceptar sin mayores reparos. Este contexto crítico plantea, entre otras cosas, una falsa dicotomía entre el modelo de cierre de fronteras o el modelo del control social digital como si se tratara de las únicas alternativas posibles.
En Occidente se está viviendo una situación alarmante a pesar de que algunos analistas consideran que el pánico es desproporcionado. Muchas personas creen que el temor está plenamente justificado por cuanto es notoria la incapacidad del “sistema” para dar respuestas claras y efectivas a los desafíos múltiples que plantea la pandemia y que van más allá del tema estrictamente sanitario.
Se nos viene en mente cual debe ser el rol del Estado en la actualidad en la que el mundo parece cada vez más vulnerable ante catástrofes climáticas y epidemiológicas como efecto colateral del modelo económico vigente. Aparecen los planteos de la importancia de tener un mínimo de “soberanía” productiva en industrias básicas y estratégicas, como así también respecto de cuál debe ser el rol de los servicios privados rentísticos en el modelo de la salud.
La crisis económica, la ausencia del trabajo como mecanismo principal de ingresos ciudadanos, junto con la caída de la recaudación impositiva, plantean desafíos para los cuales no existen mecanismos preparados en los modelos económicos vigentes. Resuena con fuerza el abandono de las recetas monetaristas ortodoxas y se renueva el planteo de establecer mecanismos de ingresos ciudadanos universales para garantizar la supervivencia.
Pero, al mismo tiempo, surgen peligrosas propuestas en torno a la necesidad de resignar un importante margen de la libertad como si esto fuera una herramienta efectiva para combatir a enemigos como el actual virus. El miedo en este caso, sirve de fundamento para quienes creen necesario depositar el control absoluto del ciudadano en manos de Estados totalitarios que todo lo controlan.
En paralelo, podemos ver que la antítesis de este modelo estaría planteada en que, como garante de la “libertad”, pero sin renunciar a la eficiente vigilancia social de base digital, está el “mercado” que nos protegería de las garras de los Estados totalitarios. Es decir que Google, Facebook e Instagram serían nuestros garantes de que la sumisión la manejen quienes “cuidan” de nuestra libertad.
La crisis económica, la ausencia del trabajo como mecanismo principal de ingresos ciudadanos, junto con la caída de la recaudación impositiva, plantean desafíos para los cuales no existen mecanismos preparados en los modelos económicos vigentes.
La reacción en el mundo occidental no parece desproporcionada en absoluto, ya que cuando se trata de sociedades sometidas e idiotizadas que no están preparadas para reaccionar correctamente.
La mayoría de la sociedad capitalista ya no enfrenta al enemigo claro y visible de la Guerra Fría, hoy tiene enfrente a las grandes corporaciones apátridas que lo someten sin necesidad de armas. Cuentan con un narcótico potente e incruento, que es el consumismo respaldado por la manipulación del pensamiento crítico de los grandes medios de comunicación.
En este contexto, con masas de ciudadanos “libres” muy proclives al engaño, el riesgo es que este desafío disruptivo que vivimos haga que por miedo nuestras sociedades entreguen voluntariamente lo que aun nos queda de libertad.
En algún caso sería el sometimiento a un Estado todopoderoso, en otro al mercado, que no es otra cosa que el oligopolio corporativo que maneja los hilos “invisibles” de nuestras vidas.
Mientras el capitalismo enfrenta una crisis profunda y aparecen propuestas de sometimiento de la libertad para enfrentar el miedo social, aparece una oportunidad concreta para replantear en la sociedad los valores fundamentales del socialismo.