La pandemia del COVID-19 ha provocado un cimbronazo a escala planetaria, cuyos efectos en materia económica todavía son difíciles de ponderar. Los estados y los organismos internacionales están intentando responder a esto, pero la inequidad persiste.
La epidemia de coronavirus en curso está causando una tremenda presión económica, ya que la cuarentena impide el desarrollo de muchas actividades. En Estados Unidos, donde el confinamiento recién comienza y abarca solo a una parte de la población, ya se cuadriplicó la demanda de subsidios por desempleo en relación a un máximo acaecido durante los años 80, y en todas partes el impacto es enorme para las actividades consideradas no esenciales, desde vendedores callejeros hasta multinacionales automotrices. Hay un consenso creciente en que esta crisis puede superar a la de 2008.
Por ello, todos los gobiernos están encarando un aumento del gasto -no solo para el sistema de salud, sino fundamentalmente para sostener a las miles de millones de personas y empresas que ven menguar o desaparecer sus ingresos-, ya sea mediante transferencia directa de bienes o valores, exenciones impositivas o tarifarias, etc. Esto sucede en un contexto en el que la percepción impositiva cae junto con la actividad, por lo que la presión financiera sobre las arcas públicas es doble.
En este contexto, tanto el FMI como el Banco Mundial se están mostrando favorables a diferir y hasta condonar la deuda de los países más pobres. Sin embargo, dicha actitud no se extiende a los pagos al sector privado, sobre el que no tienen potestad.
En este contexto, tanto el FMI como el Banco Mundial se están mostrando favorables a diferir y hasta condonar la deuda de los países más pobres. Sin embargo, dicha actitud no se extiende a los pagos al sector privado, sobre el que no tienen potestad. Queda por ver todavía si abrirán nuevas líneas de crédito para financiar esta situación.
Porque lo cierto es que el sistema financiero privado no se guía solo por criterios objetivos acerca de las perspectivas económicas de los países, sino que tiene una debilidad fundamental por los que conforman su centro.
Así es que Rusia, por motivos políticos, tiene una calificación peor que Estados Unidos, cuando sus principales parámetros financieros (endeudamiento y balance) son mucho mejores. Así es, también, que Argentina está siendo más castigada crediticiamente que Estados Unidos durante esta crisis -aumenta el riesgo país argentino pero baja el costo del dinero para la Casa Blanca-. Sin embargo, como veremos, Argentina se comporta mucho mejor que el gran país del norte en esta coyuntura.
Para empezar, dado que la bolsa neoyorkina se hundió en estos días, el banco central norteamericano se ha embarcado en la tarea de intervenir no solo en los mercados financieros sino el propio ámbito bursátil, adquiriendo diversos productos para sostener su valor. Para ello, la Reserva Federal ha llegado a utilizar el equivalente a medio PBI argentino por día, y ha declarado que no se plantea ningún límite para esta decisión. Ahora bien, ¿qué opinarían “los mercados” si el Tercer Mundo hiciera una cosa como esa?
Pero amén de la asistencia al sector financiero, está el socorro a la economía real, al que nadie puede escapar. Para concretarla, el congreso norteamericano aprobó un paquete de medidas por el equivalente a 2,2 billones de dólares, es decir el 11% del PBI anual de ese país. El contraste con lo que sucede en Argentina es fuerte. En efecto, el 11% del PBI argentino ronda los 40 mil millones de dólares, por lo que si fuéramos a gastar como los norteamericanos podríamos asignarle 900 dólares a todos y cada uno de los argentinos, es decir arriba de 50 mil pesos por persona, niños y adultos, pobres y ricos, esenciales y accesorios.
La Reserva Federal ha llegado a utilizar el equivalente a medio PBI argentino por día, y ha declarado que no se plantea ningún límite para esta decisión. Ahora bien, ¿qué opinarían “los mercados” si el Tercer Mundo hiciera una cosa como esa?
Sin embargo, teniendo un nivel de endeudamiento público similar a Estados Unidos -y uno privado mucho menor-, el esfuerzo para mantener el balance no encuentra correlación en la calificación crediticia, ya que a Washington se le otorga una tasa de 1% y Argentina tiene un riesgo país superior a los 4.000 puntos, por lo que si alguien fuera a prestarnos debería cobrarnos más de 40%. El contraste con Argentina se acentúa al considerar que nuestra economía está basada en el campo, y que los alimentos son los únicos activos que no están perdiendo valor en esta crisis, comportándose mejor que el oro.
Más aún, tampoco se entiende por qué los mercados suponen que Estados Unidos es uno de los clientes más seguros del mundo, teniendo en cuenta que se ha convertido en el epicentro de la pandemia.
Dada esta situación, la probabilidad de default soberano es, para muchos países que no son VIP, elevada. Esperemos que, a pesar de todo, la situación se resuelva positivamente.