La derecha contemporánea está alumbrando nuevas criaturas, mezcla peligrosa de neoliberalismo individualista y nacionalismo autoritario. Es desafío del progresismo volver a disputar las tradiciones liberal y republicana a una derecha relanzada.
Recientemente, el historiador italiano Enzo Traverso publicó un libro titulado Melancolía de izquierda, donde reflexiona sobre esa tradición ideológica a la luz de tres ejes: melancolía, memoria y utopía. En juego con el nombre de esa obra, nos interesa proponer que las derechas actuales también están en un proceso melancólico, pero que este alumbra el posible nacimiento de una nueva criatura política en la articulación entre nacional-populismo y neoliberalismo. Aquí entendemos el primero como el rostro dominante de las nuevas derechas extremas y el segundo como la tendencia a desigualar y a mercantilizar la vida pública por medio de la reformulación estatal. Tal vínculo aparece recientemente por medio de la recuperación de un anti-izquierdismo que repone pautas propias de la guerra fría y las reposiciona en la actualidad por medio de un ejercicio de memoria basado en una lógica de enemistad política y el desprecio hacia un «otro» caracterizado como amenazante. La utopía que superaría esa inflexión de melancolía de esta derecha de nuevo cuño, entonces, se tramaría sobre la promoción de un reino viniente, al mismo tiempo individualista y autoritario como horizonte de futuro, que aquí entendemos como amenazante a la democracia.
Tres escenas recientes, articuladas por diversas reacciones a la crisis global producto de la pandemia del coronavirus COVID 19, nos permiten reponer una serie de problemáticas ligadas a los sentidos que el liberalismo ha adquirido entre las derechas actuales. Ideario nacido como emancipatorio en el siglo XVII, reformulado por el nacimiento del sujeto burgués y la democracia en los siglos siguientes, el liberalismo ha sido hegemonizado en las últimas décadas por la llamada revolución neoliberal, que lo inscribió en el espacio de las derechas. Esas escenas nos hablan por un lado sobre la relación entre un tipo de uso de los valores liberales que se anclan con tradiciones modernas que acumulan centurias, pero por otro también con un fenómeno que, preocupantemente, gana terreno en los días que corren: la imbricación entre neoliberalismo y nacional-populismo.
Así, un núcleo conceptual común entre nacional-populistas y neoliberales expone las coincidencias en el diagnóstico que explica esa confluencia: existiría en la actualidad un ascenso de tendencias políticas que intentan someter a los individuos y a las sociedades a un totalitarismo de izquierda de nuevo cuño.
Así, un núcleo conceptual común entre nacional-populistas y neoliberales expone las coincidencias en el diagnóstico que explica esa confluencia: existiría en la actualidad un ascenso de tendencias políticas que intentan someter a los individuos y a las sociedades a un totalitarismo de izquierda de nuevo cuño. Desde “la ideología de género” que lleva la política hasta la sexualidad al fantasma venezolano que toma el lugar de la Cuba revolucionaria o el Chile de Salvador Allende en los años ‘60 y ‘70, pasando por un retorno a un posible Estado de bienestar promovido por analistas heterodoxos, diversas son las preocupaciones que permiten que nacional-populistas y neoliberales se coaliguen en una mixtura cuya silueta definitiva aún no está perfilada. El núcleo de esa articulación pasa por el retorno de una politización basada en la idea de enemistad política, que reduce los márgenes democráticos reales y enfatiza discursos de índole conspirativa, un tipo de concepción política originado en las derechas nacionalistas radicales a finales del siglo XIX pero adoptado a lo largo y a lo ancho del amplio espacio derechista con la guerra fría.
I. TRES ESCENAS
En orden cronológico, la primera escena corresponde a una serie de intervenciones recientes en el contexto de una propuesta del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para la restricción de movilidad a personas mayores de 70 años (por su condición de grupo de riesgo ante el Covid 19), que finalmente no prosperó. Frente a esta proposición, un conjunto variado de intelectuales y referentes de la política y la cultura alzó su voz desde el enojo (e incluso la furia) frente la medida, que calificaron como “inverosímil” y “estigmatizante”. El gesto se amplificó a través de una serie de declaraciones donde estos actores subrayaron el carácter arbitrario y autoritario de la decisión del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, sumando también una serie de calificativos sobre la medida, que en una acumulación vertiginosa pasó por “gobierno decisionista”, “régimen comunista” y “nazismo”. No faltó incluso el exceso iconográfico de una estrella en el pecho como aquella que marcaba judíos durante el régimen nazi, que incluso mereció festejos imprudentes en redes sociales. Agigantando el sentido dramático que atribuyeron a la medida, diversos referentes compararon su situación con las de intelectuales sobrevivientes de campos de concentración, como Primo Levi, Jorge Semprún y Bruno Bettelheim, en una carta publicada en el diario Clarín y dirigida al jefe de Gobierno porteño.
Las ideas políticas cruzadas en este breve affaire, aún expresadas en el peculiar contexto de la pandemia, lucieron disonantes ante el mapa político de (casi) inédita colaboración entre oficialismo y oposición y gran acuerdo social con las medidas ligadas a la cuarentena socio-sanitaria. Sin embargo, estas ideas no aparecieron soplando en el aire, sino que se pusieron en funcionamiento en marcos específicos: estas personalidades se identifican mayormente en torno a la franja ideológica liberal-republicana (entendido el republicanismo como un ideario cívico) y son voceros de posiciones anti-populistas. Las intervenciones críticas a la propuesta de Rodríguez Larreta expresaron, entonces, un límite que estas voces marcaron por primera vez con el espacio que gobierna la ciudad desde 2007, con denuncias a un presunto autoritarismo que, hasta allí, reservaban para el kirchnerismo o el caso venezolano, igualados una y otra vez.
La segunda escena que enmarca esta discusión corresponde a una intervención publicada por la Fundación Internacional para la Libertad (FIL) que preside el escritor Mario Vargas Llosa, titulada “Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”. Allí, el autor peruano-español señala: “A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado. Queremos manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte.” Junto a la firma del Premio Nobel de Literatura, estamparon su acuerdo una cantidad de personalidades políticas, intelectuales y empresariales, donde se cuentan varios ex presidentes, entre ellos Mauricio Macri.
Si bien a Trump y Bolsonaro los une un común anti-intelectualismo y un acendrado desprecio por la ciencia, aquí nos interesa subrayar la centralidad que el individualismo adquiere en sus argumentos y estrategias, y el modo en que engarza con aristas como el movimientismo autoritario, por medio de discursos conspirativos sobre la acechanza del enemigo.
Fue precisamente el ex mandatario argentino quien a principios de marzo había declarado en Guatemala: «Para mí, algo mucho más peligroso que el coronavirus es el populismo. El populismo lleva a hipotecar el futuro. Compromete no solo el desarrollo sino el futuro básico de las comunidades. Además, ha desarrollado un sistema de decir que ellos [los populistas] son los que representan al pueblo. Ellos necesitan gobernar sin contrapesos para poder imponer todas las arbitrariedades que niegan los avances del mundo y de la tecnología”. Más adelante también enfatizó: “Esto se combina con algo que también se está discutiendo cuando hablamos de integración, que es si queremos realmente y creemos que las sociedades progresan cuando son meritocráticas o queremos caer en el relativismo moral». Macri, entonces, eligió señalar a una forma política peligrosa por su arbitrariedad y su relativismo moral, tanto como lo sería por su autoritarismo en el lenguaje de Vargas Llosa, así como ambos optaron por partir el campo político en identidades enfrentadas de manera liminar, como estilan los referentes liberal-republicanos de la escena anterior.
La tercera escena se sitúa en los Estados Unidos y en Brasil en torno a los ciudadanos que simpatizan con las agitaciones de los presidentes Donald Trumpy Jair Bolsonaro para romper las medidas de cuarentena y liberar el movimiento de la ciudadanía. En ambos casos se construyeron escenarios de desobediencia a las recomendaciones sanitarias y a las pautas de los Estados federales desde la cúspide del Poder Ejecutivo, por medio del discurso de dos referentes claves del nacional-populismo. Caracterizados por una verba explosiva poco (o nada) afecta a la transigencia y el pluralismo, ambos presidentes, de sólida relación entre sí, parecen encarnar versiones americanas de los liderazgos de derecha radical que han surgido en Europa en los últimos años. Si bien a Trump y Bolsonaro los une un común anti-intelectualismo y un acendrado desprecio por la ciencia (que es central en cómo atienden una problemática que requiere del saber científico en grado extremo), aquí nos interesa subrayar la centralidad que el individualismo adquiere en sus argumentos y estrategias, y el modo en que engarza con aristas como el movimientismo autoritario, por medio de discursos conspirativos sobre la acechanza del enemigo. Diversos analistas señalaron críticamente que la carta antes citada no hiciera referencia a estos líderes: lejos de ser un olvido, ello es así porque lo que se ha privilegiado es la articulación que marcamos al principio del texto.
Como han destacado diversas voces, el trayecto final de la campaña presidencial de Juntos por el Cambio ahondó en gestos que aproximaron a la fuerza y al propio Macri a pautas derechistas duras, secundado en su fórmula por el peronista Miguel Pichetto. Alejados de la previa gestualidad posmo del PRO y del discurso republicano anti-kirchnerista, los besos a pañuelos celestes pro-vida, la dicotomización del espacio político cercana a inflexiones autoritarias o la promoción de una discursividad que fue calificada como bolsonarización, fueron pasos proselitistas que se ligaron al crecimiento de vertientes muy a la derecha de la alianza macrista durante su gobierno 2015-2019. Este se expresó en las candidaturas presidenciales del ex militar carapintada José Gómez Centurión y el economista ultra-ortodoxo José Luis Espert, el crecimiento de una nueva derecha juvenil anclada en las redes sociales o la visibilidad de voces que exigían más radicalidad a la otrora alianza Cambiemos. Entre estas últimas, se destacaron el vitriólico diputado Alfredo Olmedo y el tándem formado por el economista rothbardiano Javier Milei y los ensayistas Agustín Laje y Nicolás Márquez, fenómenos editoriales de convocatoria masiva. Todos ellos le espetaron a Macri su debilidad ante el presunto avance de la izquierda, representado en el feminismo y la cultura abortista, el avance de una estatalidad corrupta o la misma indolencia de la derecha moderada para quebrar la curva descendente de la inveterada decadencia nacional, según quién hablase.
II. UNA NUEVA CRIATURA
Nos gustaría detenernos en estas intervenciones representativas de referentes político-intelectuales en calidad de agentes que movilizan discursos en contextos sociopolíticos específicos. Dentro del espacio ideológico moderno, en el liberalismo funciona como vector central su posición sobre el despliegue de la persona racional como sujeto de la política. Esa posición supone un modo específico de argumentar al interior de una tradición que, a través del tiempo, ha adoptado diversas formas hasta la actualidad, dando forma tanto al liberal-conservadurismo como a la socialdemocracia o a la articulación liberal-republicana. En las décadas recientes, sin embargo, el liberalismo ha sido hegemonizado por el neoliberalismo que, si bien se ha originado en su seno, en muchas facetas se ha separado radicalmente de los postulados originarios de tendencia igualitarista, así como de las vertientes progresistas propias de finales del siglo XIX, principios del XX e incorporadas en diversos Estados sociales de posguerra. Es por ello que lo que muchas veces puede aparecer como ambivalente o contradictorio en las voces de políticos o intelectuales, no lo es, sino que remite a una historia de pujas que se pone en acto en el presente, donde se lucha por la apropiación de la tradición liberal, de algunos de sus principios o por su adaptación a planos coyunturales.
Queremos destacar ciertas lógicas que articulan los diversos imaginarios de las tres escenas descritas, que tienen una gravitación específica en la esfera pública y en las pugnas ideológicas. Los intelectuales mayoritarios de la primera de las escenas se constituyen a sí mismos a partir de una representación liberal-republicana contrapuesta a lo que conciben como formas autoritarias o populistas. Desde una posición casi invariable, sus discursos se organizan en el tiempo a partir de un anti-autoritarismo democrático, instituyendo en ese mismo movimiento al polo autoritario, localmente encarnado por el peronismo, como un afuera constituyente inmediato. Esta operación es, sin embargo, anterior al surgimiento del peronismo en la sociedad argentina y remite a las discusiones sobre el totalitarismo en el contexto previo a la segunda guerra mundial, donde la escena del campo político quedó dividida entre demócratas (centralmente desde la invocación liberal-republicana) y totalitarios (que abarcarían desde la derecha fascista a la izquierda comunista).
En las décadas recientes, sin embargo, el liberalismo ha sido hegemonizado por el neoliberalismo que, si bien se ha originado en su seno, en muchas facetas se ha separado radicalmente de los postulados originarios de tendencia igualitarista, así como de las vertientes progresistas.
Esa concepción liberal, al mismo tiempo y por sus propias operaciones, tendió tanto a conectar su rescate del sujeto con su desconfianza a las masas, al Estado que podía dar forma “artificial” a la sociedad y a los liderazgos mesiánicos. Por ello, durante el primer peronismo el liberalismo argentino perdió gran parte de sus aristas progresistas y se inscribió en el campo de las derechas por medio de una articulación conservadora, donde ha funcionado productivamente como gran eje del antiperonismo. Fue en ese marco que el neoliberalismo encontró estructuras para devenir primero “la nueva derecha argentina”, luego un sentido común extendido y, finalmente, el eje de articulación que podría abrirse hacia las derechas radicales como ocurre en otros países. Se trató, así, de un proceso que abarcó décadas, sedimentó representaciones y promulgó modos de entender y decir la política, desde lo conceptual a la fraseología diaria.
En ese largo proceso de mutación del liberalismo sobre el andarivel derecho del mapa político, aparece una cuestión que es poco atendida: la forma de liberalismo que expresan las posiciones de la primera y segunda escena es, aún sin que sus actores lo quieran o lo asuman, neoliberal y derechista, basada en una libertad individual que es producto de la desigualdad y, más aún, de la desigualación, pese a que se construya sobre argumentos liberal-republicanos cincelados en mármol. En ese punto se encuentra una de las amenazas básicas de la confluencia entre nacional-populistas y neoliberales: el surgimiento de una nueva criatura política articulada sobre el autoritarismo de los protagonistas de la tercera escena, la voluntad desigualadora de los segundos y la aquiescencia de quienes libran aún batallas ancladas en tiempos pretéritos, como ocurre en la primera escena.
III. POR UNA POLÍTICA POR FUERA DEL MANIQUEÍSMO
Si hay una ceguera en ciertas voces que representan a las derechas liberal-republicanas con respecto hacia dónde está virando la actual faceta del neoliberalismo, no puede decirse menos de los diagnósticos que aparecen en diversos espacios propios del espectro progresista. Indudablemente, los efectos discursivos que las derechas liberales a nivel internacional han efectuado sobre esta tradición han sido tan efectivos como los que en la Argentina ejercieron quienes se denominan republicanos e hicieron del concepto de republicanismo un epítome de antipopulismo.
Tanta efectividad han logrado estas operaciones que en gran parte de los diversos arcos orientados del centro a la izquierda de la geografía política, se alude a liberalismo, liberal-conservadurismo y neoliberalismo como una misma cosa, identificando al liberalismo in toto con las derechas, o se reduce el republicanismo a una caricatura de los rasgos más elitistas movilizados por el antiperonismo. Pero esos efectos no se acaban allí sino que tienen una plasmación más dura aún en el apoyo a fenómenos que, bajo la idea de oponerse a esas versiones derechistas del liberalismo o el republicanismo, expresan posiciones antiliberales, contrarias al pluralismo o reivindicatorias de un autoritarismo de corte presuntamente popular o de izquierda. Para decirlo con dos apelaciones al refranero, si en las acusaciones cruzadas el fascista es siempre el otro, la viga en el ojo propio no sería sino una minucia ante el pajonal de semejantes amenazas y bien valdría arrojar al niño de las tradiciones políticas con el agua sucia de sus usos derechistas.
Aquí quisiéramos preguntarnos si es posible y necesario para las políticas ligadas al ideario progresista, de la izquierda y del campo popular, un rescate de ideas y valores del repertorio liberal y republicano que hoy en día han quedado igualadas y supeditadas a sus vertientes derechista.
Pues bien, aquí quisiéramos preguntarnos si es posible y necesario para las políticas ligadas al ideario progresista, de la izquierda y del campo popular, un rescate de ideas y valores del repertorio liberal y republicano que hoy en día han quedado igualadas y supeditadas a sus vertientes derechistas. Imaginamos esa recuperación al menos en tres ejes. Por un lado, como un modo de no resignar construcciones centrales de la Modernidad que, más allá de su venerable prosapia, siguen siendo políticamente productivas e incluso sumamente necesarias en la actualidad -sin ir más lejos, en pautas de nuestra Constitución que están a la izquierda del diálogo político actual-; por otro, como una manera de recoger algunos de los mejores valores de la reconstrucción democrática abierta en 1983; finalmente, como estrategia de construcción y acumulación en la confrontación democrática. Ello implicaría reconocer principios estructurales entendiendo su necesaria historicidad y recuperarlas a la mejor luz de un debate actual que, en parte y de modo reiterado, desbarranca en la teatralización bufa de un intercambio de sordos, precisamente por ser intelectualmente deshonesto y políticamente maniqueo.
Así, esa recuperación de las mejores pautas del liberalismo y del republicanismo debería ser posible desde una politización densa, capaz de reconocer que nuestros grandes debates se anclan en procesos complejos de más largo rango, se ligan a problemáticas identitarias muchas veces ambivalentes e irresueltas y también se expresan en articulaciones políticas coyunturales incómodas. Esto es, una política capaz de recomponer un marco cívico amplio que no ceje en reivindicaciones pero entienda que un tipo de lectura bajo los términos de la enemistad política es, antes que un catalizador de la política democrática, un insumo de esa nueva y peligrosa faceta de la derecha.